Como funciona el hígado
( Publicado en Revista Creces, Enero 2001 )

Tal vez el hígado es el órgano menos conocido de todo nuestro organismo. Pero en realidad es la central química, que además es capaz de destruir toxinas, sintetizar hormonas y procesar los productos de la digestión. Sólo cuando comienza a funcionar mal, como el resultado del exceso de alcohol o el cáncer, recién apreciamos su real importancia. Pero ya puede ser tarde.

Cuando Prometeus le robó el fuego a los dioses de la antigua Grecia, éstos lo castigaron en forma muy cruel. Fue encadenado a una roca y un águila, cada día se alimentaba de su hígado, y cada noche éste volvía a crecer. Pero Prometeus fue rescatado por Heraclos, y el águila tuvo que volver a su dieta normal. Lo que realmente es interesante en esta historia mitológica, es que parece que los griegos ya conocían la peculiaridad del hígado de autoregenerarse. Tal vez un desconocido médico, hace 2500 años, realizó la primera intervención del hígado y comprobó su poder de regeneración. O tal vez lo supieron al haber observado heridas de los soldados en los campos de batalla.

Nunca lo vamos a saber. Pero en el último siglo, el hígado, nuestro órgano interno más grande, ha sido intensamente estudiado y ya se conocen los mecanismos de regeneración. Los científicos también han aprendido cual es su función y lo grave que es que ésta falle. La uniformidad de su estructura ha hecho del hígado el órgano ideal para tomar una muestra, molerlo y ponerlo en un tubo de ensayo, y seguir así sus complejas reacciones bioquímicas. Con este tipo de estudio, durante los últimos 20 años se ha comenzado a dar respuesta a la vieja pregunta de un comienzo: "cómo se regenera el hígado después que ha sido dañado".

El hígado, de forma lobulada, es un gran órgano glandular. En un adulto pesa 1.5 kilos y representa el 2.5% del peso del cuerpo. Se esconde debajo de las costillas, al lado derecho de la cavidad abdominal. Uno podría pensar que es posible palparlo, pero en realidad un hígado normal no se palpa, aun cuando se respire profundamente, como para que el diafragma lo empuje hacia abajo. Sólo cuando está grande, por alguna enfermedad, se puede palpar.

Está estratégicamente colocado cerca del intestino, y entre estos dos órganos hay un tráfico vital (fig. 1). La "Vena hepática portal" transporta al hígado toda la sangre que drena de la red de capilares que envuelven el intestino. Desde allí trae todos los productos de la digestión para colocarlos en contacto con las células hepáticas, también llamadas "hepatocitos". Después de ello, los productos procesados de la digestión, son entregados a la circulación general. Los hepatocitos desarrollan un importante trabajo, ya que hay mucho que hacer con los productos que trae la vena porta, antes que puedan entregarse sin peligro al resto del organismo. El 70% de la sangre que llega al hígado proviene de la vena porta, pero como ésta viene de los capilares del intestino, está depletada de oxígeno. El otro 30% restante llega al hígado por la "arteria hepática", la que provee del oxígeno que necesita para desarrollar todos los complejos procesos bioquímicos.

Dentro del hígado la vena porta y la arteria hepática se distribuyen en una estructura muy precisa, de modo que sus ramas siempre permanecen pareadas unas con otras. Las ramas finales forman unas estructuras llamadas "triada portal", por la cual la sangre gana acceso a la capa de hepatocitos conocidos como "parenquima hepático". Allí los dos torrentes sanguíneos se mezclan en canales llamados "sinusoides", que están alineados en torno a una "capa endotelial discontinua" que contiene los hepatocitos. Hay pequeñas aberturas entre las células endoteliales, permitiendo el acceso de sangre a la capa de hepatocitos (ver figura 2). De esta forma, los hepatocitos son bañados en dos sitios mediante una buena mezcla de sangre portal (venosa) y sangre arterial. En el hecho, los hepatocitos reciben uno de los mejores suministros de sangre en relación con cualquier otra célula del organismo. La sangre que llega al hígado representa alrededor del 25% del total de la sangre que bombea el corazón.

Los sinusoides se organizan en "lóbulos" hexagonales, con las triadas portales (un ducto biliar y las ramas de la vena porta y arteria hepática) ubicadas en tres de los seis ángulos del hexágono (fig. 3). La sangre pasa a través de los sinusoides hacia el centro del hexágono y allí se conecta en las llamadas "vénulas hepáticas terminales". Todas éstas convergen en la vena hepática principal, que devuelve la sangre a la circulación general.

La vénula terminal, ubicada al centro del lóbulo, está lejos del punto por donde la sangre oxigenada entra al lóbulo, de modo que el contenido de oxígeno de la sangre va declinando mientras se va acercando al centro del lóbulo. En reconocimiento de esto, cada red triangular de sinusoides que drena en la vénula hepática, también se llama "lóbulo metabólico" o "acini". Cada uno de ellos está dividido en tres zonas, con la zona 1, cerca de la arteria hepática, y la zona 3 cerca de la vénula (ver figura 3). En muchos tipos de injuria hepática se observa una "gradiente hacinar", en que el daño de cada hacino va siendo peor, ya sea desde la zona 1 a la zona 3 o viceversa. Esta característica puede ser de ayuda para esclarecer el diagnóstico del agente responsable de la injuria hepática, que puede ser diferente en cada caso.

El flujo de sangre desde la triada portal a la vénula terminal, es sólo una mitad del tráfico de dos vías desde el hígado al intestino. La estructura del hígado está inteligentemente construida, en forma tal, que al mismo tiempo puede circular otro líquido en sentido opuesto. Los hepatocitos se mantienen juntos por una estructura llamada "uniones estrechas", que dejan fuera pequeños canales llamados "canalículos biliares" (figura 2). Sorpresivamente, estos pequeños espacios intercelulares forman una red convergente, que está perfectamente separada de los sinusoides y alimenta a los ductus biliares, el tercer componente celular de la triada portal. Los hepatocitos secretan bilis en los canalículos y ésta fluye a través de la triada para constituir finalmente el ducto biliar. Los ductos biliares mayores salen del hígado y drenan dentro de un ducto biliar común, que conduce al duodeno. Una rama del "ducto quístico" conduce hacia la vesícula biliar, un saco muscular adosado al lado derecho del hígado. Dado que el hígado produce bilis en forma continua, pero ésta sólo se necesita ocasionalmente en el intestino, la vesícula biliar proporciona las facilidades de almacenamiento de ella.

Esta intrincada estructura del hígado le permite filtrar sangre que viene del intestino y, al mismo tiempo, secretar de vuelta la bilis al mismo intestino. ¿Pero qué es lo que el hígado le hace realmente a la sangre y para qué es la bilis? Entender la respuesta a estas preguntas es realmente importante, ya que a su vez ellas nos permiten entender qué sucede cuando el hígado falla, como es el caso de una enfermedad.

El aspecto uniforme y blando del hígado parece no ser congruente con su rol de central energética del cuerpo. Mirando los hepatocitos a través del microscopio electrónico, éstos se ven llenos de mitocondrias, las que suministran la energía que se almacena en la molécula de ATP. Con esta energía el hepatocito puede desarrollar su función metabólica. Una cantidad de pequeñas protuberancias en su superficie, llamadas "microvillis", le proporcionan al hepatocito una enorme área de absorción, lo que le permite remover eficientemente sustancias que vienen en la sangre. Dentro del hepatocito las moléculas absorbidas son modificadas o empaquetadas y pueden, ya sea, devolverse a la sangre para su distribución general, o ser secretadas a la bilis.

Uno de los problemas del hígado es que dentro del lumen intestinal hay toda una mezcolanza, de modo que pueden entrar a la vena todo tipo de trozos y productos no deseados. Los microorganismos y otros materiales particulados que puedan llegar a las sinusoides son manejados por las células "Kupffers", que son macrófagos especializados en comer partículas que están agregadas a las células sinusoidales epiteliales (fig. 2). Aun más dañinas que las partículas, aunque menos visibles, son diversos tóxicos que entran al intestino con los alimentos, especialmente con los alimentos vegetales. Aun cuando las plantas a menudo envuelven sus semillas con gustosas envolturas, como una manzana o una naranja, a algunas no les gusta que sus hojas sean comidas, y se las arreglan para desanimar animales hambrientos. Para esto colocan en ellas, sustancias químicas tóxicas. No es por casualidad que provengan de las plantas, tantas sustancias biológicas activas.

Afortunadamente, el hígado ha tenido que enfrentar este problema por millones de años. Muchas de las sustancias tóxicas son liposolubles, lo que les permite penetrar las membranas celulares. Dado que las principales rutas de excreción desde el cuerpo son la bilis y la orina, la primera etapa necesaria para manejar las toxinas es hacerlas más solubles en agua. El hígado contiene numerosas enzimas que desarrollan esta tarea, siendo la más importante de ella las de la familia del "citocromo P450 mono-oxigenasa". Es una familia de más de 70 enzimas similares que pueden reconocer una gran cantidad de sustancias químicas. Algunas veces, una excreción efectiva requiere de etapas adicionales, en las cuales la toxina tiene que unirse a otras moléculas como el ácido glucorónico. Sin embargo, todos estos procesos de detoxificación pueden llegar a ser demasiado aun para los eficientes hepatocitos, llegando a ser causa de injurias y muertes celulares. Probablemente es por esta razón que el hígado ha llegado a desarrollar tan gran capacidad de regeneración (ver recuadro 1).

Claro que no todos los alimentos son venenosos. Estos también contienen hidratos de carbono, grasas, proteínas, vitaminas y minerales (fig. 4). Durante la digestión en el intestino se rompen las moléculas más grandes, y penetran así al torrente circulatorio como sustancias relativamente simples, como es el caso de los azúcares, ácidos grasos y aminoácidos. A menudo las vitaminas y minerales están unidas a proteínas específicas que son secretadas por el intestino. La función del hígado es hacerse cargo de esta mezcla de nutrientes y asegurar que vuelvan a la sangre y entren a la circulación general, donde se requiere de una composición constante de ellas, para así satisfacer las funciones generales del organismo.

Después de una comida, los hepatocitos remueven de la sangre la glucosa y otros azúcares, y los almacenan en su interior como glicógeno. Estos olisacáridos insolubles, conocidos también como almidones animales, pueden degradarse para mantener nivelada la glucosa sanguínea durante el ayuno, lo que se logra hasta por 24 horas de ayuno. Pero también el hígado puede sintetizar glucosa a partir de metabolitos como el ácido láctico, en un proceso llamado "gluconeogenesis". Ello es importante para mantener los niveles de glucosa durante períodos aún más largos sin que se reciba alimentación.

Mucho antes que se comprendiera enteramente los detalles del metabolismo de las grasas, se sabía que el hígado animal era una fuente importante de aportes de aceites y vitaminas. En este sentido se sabía que el hígado de pescado era una fuente muy rica de ellos. Afortunadamente hoy existen suplementos que tienen mejor sabor que el aceite de bacalao que tenían que ingerir las generaciones anteriores. Las grasas y los aceites son mucho más complicados que lo que se pensaba en ese entonces. En la sangre éstos están presentes en forma muy variada, incluyendo el colesterol, los triglicéridos y los fosfolípidos. En el organismo, ellos son componentes esenciales de la membrana celular y, una fuente vital de energía, jugando además un rol clave en las diferentes rutas metabólicas. El principal problema que preocupa es que las grasas no son solubles en agua, por lo que el hígado tiene que empaquetarlos con una variedad de proteínas de transporte que permiten solubilizarlas. En general ellas se llaman lipoproteínas.

Estas son parte de una enorme variedad de proteínas que produce el hígado Aparte de ellas, el hígado fabrica la mayoría de las proteínas del plasma sanguíneo, como también sus propias enzimas y proteínas estructurales que necesitan los hepatocitos. La albúmina es la mayor constituyente de las proteínas del plasma, con una concentración normal de 40 gramos por litro. Ella es la principal proteína de transporte en la sangre, como también juega una función fundamental en la distribución de líquidos en los tejidos. También el hígado sintetiza otras proteínas en cantidades menores, que juegan roles no menos importantes. Así por ejemplo, el hígado fabrica proteínas especializadas en el transporte, como la "transferina" que transporta el hierro, la "ceruloplasmina" que transporta el cobre y la "transcortina" que transporta las hormonas esteroidales. También el hígado es el sitio donde se sintetizan principalmente las proteínas necesarias para la coagulación sanguínea, suministra además la mayor parte de las proteínas para el sistema de complemento de defensa contra las infecciones, y las proteínas para la fase aguda que son vitales para la respuesta inflamatoria. También fabrica inhibidores de proteasas, como la alfa-1 antripsina, que mantiene bajo control la actividad inflamatoria, deteniendo las muchas proteasas liberadas por los glóbulos blancos en los tejidos durante la inflamación.


Provisión de proteínas metabolismo aminoacidico

Con toda la enorme cantidad de proteínas que el hígado tiene que producir, no es raro que este órgano tenga un gran apetito por los elementos fundamentales que constituyen las proteínas, es decir, por los "aminoácidos". Porque la sangre que viene de la vena porta no suministra los aminoácidos en la proporción correcta para las proteínas que tiene que sintetizar este órgano. Para cumplir su objetivo, tiene que arreglárselas para sintetizar o modificar los aminoácidos en las proporciones que necesita. Si el suministro de aminoácidos excede la demanda, el hígado les remueve de ellos los grupos aminos ("deaminación") y usa su esqueleto para la gluconeogenesis. Alimenta así con productos tóxicos que contienen nitrógeno al llamado "ciclo de la úrea", convirtiéndolos de este modo en productos relativamente no tóxicos, que luego son excretados por la orina como úrea.

El hígado es también un sitio importante para el almacenamiento y metabolismo de vitaminas y hormonas. En algunas especies el contenido de vitaminas es asombrosamente alto. Así por ejemplo, no es conveniente consumir el hígado del oso polar, ya que contiene concentraciones tóxicas de vitamina A.

Como si todas estas funciones fueran pocas, los hepatocitos tienen además que secretar la bilis. La bilis tiene dos funciones principales: eliminación de productos de desecho, y favorecer la digestión de las grasas en el intestino, a través de la acción de las sales biliares que emulsifican las grasas en el intestino. Los productos de desecho, incluyen toxinas, o metabolitos derivados de drogas y productos metabólicos finales. También se excreta por la bilis el exceso de colesterol y el pigmento amarillo brillante, denominado "bilirrubina", que se forma continuamente por la degradación de proteínas que contienen el grupo hem, particularmente la hemoglobina que proviene de los glóbulos rojos que constantemente se destruyen. En el intestino, la bilirrubina se degrada a "urobilinógeno", y la mayor parte de él se elimina en las deposiciones. Sin embargo un 20% se reabsorbe, volviendo al hígado, donde se re-excreta (circulación intestino-hígado enteropática de pigmentos biliares). La pequeña cantidad que escapa de la re-excreción aparece en la orina, donde es oxidada a urobilina, el pigmento que le da el color a la orina.

Aun cuando la cantidad de bilirrubina producida es pequeña (alrededor de 0.3 gr. por día), su excreción es vital. Además de la bilirrubina, el hígado secreta diariamente 35 gr. de sales biliares. Casi todas estas son reabsorbidas desde el intestino en forma de pequeñas partículas de grasas llamadas "micelas", volviendo así al hígado (circulación enteropática de las sales biliares). Sin embargo, en las deposiciones se pierden diariamente, alrededor de 0.5 gr de sales biliares, las que deben ser reemplazadas por su síntesis en el hígado.

De este modo, el interior del hepatocito es un lugar muy activo, por lo que cualquier alteración que se produzca en ellos, tiene consecuencias muy peligrosas.

Como otros órganos, el hígado posee una gran "reserva funcional". Esto significa que se puede perder hasta el 80% o más de las células hepáticas, antes que se hagan evidentes problemas serios. Las enfermedades hepáticas suelen presentarse en dos diferentes formas: agudas y crónicas. En las enfermedades agudas hay un repentino daño que afecta al hígado entero. A corto plazo, la falla hepática amenaza la vida, pero si el paciente sobrevive, el poder de regeneración del hígado le da una buena oportunidad de que se restablezcan las funciones normales. En cambio en las enfermedades crónicas, el daño se va produciendo gradualmente, durante un largo período de tiempo. Cuando el paciente con una enfermedad crónica llega a consultar al médico, generalmente ya la enfermedad está muy avanzada y el tratamiento se hace difícil o ya es imposible.

Muchas de las enfermedades del hígado pueden presentarse ya sea en forma aguda o crónica, dependiendo de la gravedad y de condiciones particulares del paciente. Así por ejemplo, una intoxicación alcohólica aguda puede causar una falla hepática aguda, mientras que muchos años de ingesta alta de alcohol, puede producir una enfermedad crónica. Del mismo modo, muchos fármacos no producen intolerancia en algunos pacientes, pero en algunos casos específicos pueden éstos ser extraordinariamente tóxicos para el hígado, ya sea porque la persona tiene sub-tipos de enzimas diferentes, o porque en ellos se produce una muy fuerte reacción inmunológica frente al fármaco.

La injuria aguda generalmente es producida por virus que producen una hepatitis (60%), y menos frecuentemente por ingesta de sustancias químicas, como pueden ser toxinas de plantas, toxinas industriales y fármacos (30%). El restante 10% de los casos, obedecen a causas muy variadas, incluyendo un posible bloqueo del aporte de sangre al hígado ("isquemia"), o el cáncer hepático, o enfermedades genéticas, como la enfermedad de Wilson, en la que se almacena un exceso de cobre en el hígado. Se conocen muchos tipos de virus que producen hepatitis, pero los más importantes son las hepatitis infecciosas (hepatitis A) y hepatitis del suero (B y C). Los que producen hepatitis infecciosas se contagian por alimentos o aguas contaminadas, mientras que la hepatitis del suero se trasmite por el intercambio de fluidos orgánicos, como por ejemplo, las transfusiones sanguíneas, las relaciones sexuales, o por el uso múltiple de agujas, como sucede en los drogadictos. La transmisión accidental por transfusiones u otros procedimientos terapéuticos cada vez está siendo más rara, desde el descubrimiento de la hepatitis C en 1989. Estos tres virus de hepatitis preferentemente infestan y destruyen los hepatocitos. Generalmente el paciente se recupera de la infección inicial, pero no pocos desafortunados sufren un daño masivo del hígado.

El paciente con falla hepática aguda muestra algunos hechos característicos. Cuando el hígado ya no puede desempeñar la función de policía frente a la sangre que proviene de la vena porta, falla la regulación bioquímica general. Como consecuencia de ello, sufre nuestro órgano más sensible que es el cerebro. El paciente puede presentar todo un rango de alteraciones de la conciencia, que en su variedad se conoce como "encefalopatías hepáticas". Pueden ser ligeras anormalidades del comportamiento, hasta llegar a la confusión completa o el estado de coma. En estas circunstancias, los reflejos están exagerados, sus miembros rígidos y sus manos muestran un temblor de aleteo. También puede sufrir convulsiones. Metabolitos anormales aparecen en el aire espirado, dando lugar a un hedor llamado "fetor hepáticus". La alteración del hígado que le impide formar proteínas, se manifiesta como una mayor susceptibilidad al sangramiento y a las infecciones. La falla en la excreción de bilis produce ictericia, que es la coloración amarilla de la piel y de los ojos, la que se debe a la infiltración de pigmentos biliares en los tejidos.


A las puertas de la muerte. Regeneración o trasplante

En la ausencia de un trasplante hepático, muere entre un 25 a un 90% de los pacientes con falla aguda del hígado, dependiendo en cada caso de la gravedad del proceso. Para pacientes que son exitosamente tratados, el milagroso proceso de regeneración hepática puede devolverles enteramente la salud (recuadro 1). Pero si el hígado se destruye completamente, la muerte es inevitable, a menos que el paciente reciba un nuevo hígado. La mejoría de la inmunosupresión (disminución del riesgo de rechazo) y el progreso de las técnicas quirúrgicas están consiguiendo que el 80% de los trasplantados esté viviendo más de tres años.

Las enfermedades hepáticas crónicas se presentan con un cuadro clínico diferente. Las causas pueden ser muy diversas, pero cualquiera que ella sea, tienen en común el inexorable daño progresivo de los hepatocitos. El hígado responde regenerándose, pero con el tiempo su exquisita arquitectura se va deteriorando y es reemplazado por islotes o nódulos de hepatocitos aislados, que quedan sumergidos en un mar de tejido conectivo fibroso. Esto es lo que se llama una cirrosis (recuadro 2). A los nódulos en estas condiciones les faltan las correctas conexiones como para desempeñar correctamente su función de limpieza de la sangre que proviene de la vena portal, como también las funciones correspondientes para excretar en forma eficiente la bilis. Lo que es peor, ya la sangre no puede fluir libremente por el tejido hepático se va produciendo un aumento progresivo de la presión en el sistema portal (hipertensión portal).

Los síntomas de la enfermedad hepática crónica se sobreponen con los de la falla aguda del hígado, pero en esta última, ya que las anomalías bioquímicas han tomado más tiempo en desarrollarse, otros sistemas orgánicos van adaptándose, lo que se traduce en hechos clínicos adicionales. La falla en la síntesis de las proteínas hace que disminuyan los niveles de albúmina en la sangre, y como resultado de ello, sale líquido desde los vasos al espacio intersticial, entre las células (edema). Por otra parte, la falla en la síntesis de proteínas afecta también a los procesos de coagulación sanguínea, y a las proteínas necesarias para los procesos inmunológicos. Es por ello que aumenta la susceptibilidad a las infecciones y a los sangramientos. Los productos de desecho nitrogenados se incrementan en la circulación general, con lo que aparece el fedor hepático y comienza también a desarrollarse la encefalopatía hepática. La falla en el metabolismo de las hormonas esteroidales hace que las palmas de las manos se pongan rojas y que en la piel se dilaten los pequeños vasos sanguíneos, haciéndose éstos visibles (angiomas en araña). En el hombre, la falla hepática puede causar agrandamiento de los pechos y atrofia de los testículos. Además de todo esto, aparece la ictericia.

La hipertensión portal tiene efectos dramáticos. Combinada con la baja de la albúmina sanguínea, fuerza la salida de líquido a través de la cápsula fibrosa que envuelve el hígado en la cavidad abdominal. Es así que se pueden acumular hasta 30 litros de líquido, causando una enorme distensión abdominal (ascitis). El efecto colateral más serio de esto, es que la elevada presión reabre conexiones escondidas entre la porta y el sistema circulatorio. La más importante de estas conexiones está cerca de la base del esófago. Allí se dilatan los vasos sanguíneos que normalmente poseen paredes delgadas, exteriorizándose éstos como várices. Las várices esofágicas no sólo permiten que productos tóxicos de la porta pasen a la circulación general, sino que muy frecuentemente llegan a romperse, causando una hemorragia catastrófica y por último la muerte.

Mientras el paciente tiene una falla hepática crónica, a menudo se encuentra en un estado desesperado: hinchado, pero desnutrido, débil y sin apetito. El tratamiento para aliviar los síntomas incluyen drogas para reducir la retención de líquidos y una dieta con bajo aporte de proteínas. Un trasplante hepático es la única esperanza para que pueda sobrevivir, pero muchos pacientes ya están demasiado mal como para que esto sea una real opción.

Se sabe que el excesivo consumo de alcohol es la causa más frecuente de la cirrosis, lo que nos obliga a pensar que el mejor consejo es: "prevenir es siempre mejor que curar".


Fabricando un nuevo hígado

El turnover de las células en el hígado es lento, pero como respuesta a un daño por una toxina o una remoción quirúrgica parcial del hígado, se produce una rápida respuesta proliferativa. Dentro de las 24 horas hay una respuesta escalonada del DNA, y lo que queda del hígado dobla su peso en tres días, llegando a regenerar su masa original dentro de las dos semanas. Aparentemente parece que no hay límite para la capacidad regenerativa del hígado. En los años de la década de 1950, un verdadero experimento Prometeano mostró que las ratas pueden sobrevivir hasta un año, si cada mes se les está cortando parte del hígado. Se va reteniendo una masa normal de hígado, aunque al final sólo conserva una fracción de los hepatocitos originales.

Por muchos años permanecieron oscuros los mecanismos que condicionaban esta respuesta. Una teoría en boga decía que la reducción de la masa celular hepática estimulaba la producción de factores de crecimiento positivos, con lo que se iniciaba el proceso de reparación. Otra teoría alternativa sostenía que la proliferación se mantenía frenada por inhibidores del crecimiento, de modo que al disminuir éstos, se iniciaba la regeneración. Recientemente estudios moleculares modernos han demostrado que los elementos de ambas teorías son necesarios para explicar la forma en que el hígado controla la regeneración. Uno de los factores más importantes, es el llamado "Factor de Crecimiento de Hepatocitos", que es específico para los hepatocitos, y se cree que es el que inicia la regeneración de ellos. Existen otras moléculas de crecimiento, como el "TGF gama", que después de la injuria, aumenta 10 veces, y su máximo coincide con la síntesis del DNA. Pero también otros factores de crecimiento y hormonas, como la insulina y noradrenalina, son también importantes para el desarrollo del proceso regenerativo.

Como todas las cosas buenas, la regeneración del hígado también tiene su fin. La principal molécula que aplica los frenos es el "TGF beta", que siendo factor de crecimiento para algunos tejidos, es inhibidor para la proliferación en el hígado. Los niveles comienzan a elevarse 24 horas después de la injuria y persisten altos hasta que se completa la respuesta proliferativa. Es interesante que el TGF beta se produce a un bajo nivel, aun cuando el hígado esté saludable. Ello probablemente para balancear los bajos niveles de factores de crecimiento positivos, que también normalmente están presentes en la circulación.

Como resultado de estos avances del conocimiento de los mecanismos de regeneración, pronto pueden surgir nuevos tratamientos que ayuden a la regeneración hepática después de una hepatitis grave o después de una cirugía mayor.


Ojo con el alcohol

La "cirrosis" no es una enfermedad en sí misma. Más bien es la etapa final de muchas enfermedades que tienen en común producir daño de las células hepáticas. En el mundo occidental, la ingesta crónica de alcohol, es lejos la principal causa (60% de los casos). Frente a los efectos tóxicos del alcohol, las mujeres son más susceptibles que los hombres. En la actualidad en Inglaterra, las cantidades máximas de ingesta de alcohol que se recomiendan para cada semana son de 14 unidades en la mujer y 21 en los hombres. Esto no es mucho, si se considera que un vaso pequeño de vino, o una pinta de cerveza contienen alrededor de 1 unidad de alcohol (10 mililitros). Beber por largo tiempo más de esto, incrementa sustancialmente el riesgo de desarrollar una enfermedad hepática grave. En la hepatitis viral crónica (10% de los casos de cirrosis), el daño del hígado continúa por lo menos durante seis meses después de la infección inicial. La hepatitis del suero es la causante de la mayor parte de ellos. En la obstrucción crónica de los ductos biliares debidos a piedras en la vesícula, la inflación o los tumores causan entre el 5 y el 10% de los casos de cirrosis. La "hemocromatosis" (enfermedad hereditaria que afecta al almacenamiento del hierro), causa otro 5%. Varias otras enfermedades hereditarias raras, son las culpables de otros pocos casos. Sin embargo, entre el 10 al 15% de los pacientes no se encuentra una causa obvia de la cirrosis. La condición se llama "cirrosis criptogénica".



John Lee

profesor de Patología en la Universidad de Sheffield.
Los gráficos fueron diseñados por Nigel Hawtin.

Trabajo publicado en New Scientist, Inside Science 135. Noviembre 2000


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