El INTA y la prevención de la desnutrición
( Publicado en Revista Creces, Enero 2001 )

Hace 47 años las condiciones de salud y nutrición en nuestro país eran muy precarias. En los hospitales pediátricos, cada día fallecían entre 10 a 15 lactantes, por bronconeumonias en el invierno y diarreas con deshidratación en el verano. Había un cierto conformismo de los médicos que pensaban que tenía que ser así. La situación no parecía impresionar a muchos: "Una mortalidad infantil de 180 por mil. Se estimaba como normal que el 60% de las muertes en el país se produjera antes de los seis años de edad". Recuerdo que el Profesor Benjamin Viel, decía irónicamente en sus clases de salud pública, que nuestro país tenía las mejores peores estadísticas de toda la Región. "Las mejores porque estaban muy bien llevadas, pero las peores porque eran las más decepcionantes de toda la Región".

La verdad que la pediatría de aquel entonces era más empírica que científica, y cada profesor (de los que había varios) tenía sus propios conceptos y normas de tratamiento, generalmente basadas en observaciones personales.

Ante esta realidad, en los primeros años nos dedicamos a investigar cómo hidratar a esos niños para impedir su muerte. Con nuestras propias manos construimos "un fotómetro de llama", que nos permitió hacer estudios de balances electrolíticos durante la diarrea y la deshidratación. Llegamos así a construir una fórmula hidratante con el porcentaje correcto de los diversos electrolitos, más glucosa, para lograr su absorción intestinal. Fue así como llegamos a las llamadas "sales hidratantes", que hoy recomienda UNICEF en todos los países pobres del mundo. Disminuyó notablemente la mortalidad por diarrea en el niño, y con ello adquirimos mucha fama nacional e internacional.

Pero debimos enfrentar también otra realidad. En los hospitales pediátricos del país, los desnutridos graves ocupaban el 80% de las camas. Allí cada día morían en gran número, como consecuencia de las más variadas enfermedades infecciosas. Llegamos a demostrar que si un niño se desnutría en los primeros meses de vida, tenía un 85% de posibilidades de fallecer antes de cumplir un año. ¡Esa era la mortalidad infantil!

Recuerdo que nuestros maestros nos enseñaban que el organismo era muy sabio, que la desnutrición podía afectar muchos órganos, pero que preservaba los tejidos nobles, como era el cerebro. Nuestras investigaciones nos demostraron que eso no era cierto. Muy por el contrario, comprobamos que la desnutrición y la pobreza crónica, sumando sus efectos llegaban a producir un serio daño cerebral, que dejaba graves secuelas que se traducían en limitaciones intelectuales que persistían a lo largo de su vida.

Con estas investigaciones pioneras para la época, de nuevo adquirimos mucha fama, pero también se despertó en nosotros una gran responsabilidad. Nuevas investigaciones nos permitieron comprobar que la desnutrición y sus daños, no sólo estaba en los hospitales, sino en toda la comunidad. Si eran muchos los que fallecían prematuramente, eran más los que sobrevivían lesionados física e intelectualmente.

En aquella época (hablo del año 1960), de cada 100 niños que iniciaban la educación básica, sólo 10 lograban terminarla. Logramos demostrar que la gran causa de la elevada deserción era el daño intelectual que no les permitía responder a las exigencias de la educación. Inexorablemente, los que desertaban eran los más dañados.

Desarrollamos programas especiales durante la edad escolar, asegurándoles una buena alimentación junto a programas de educación diferenciada. Pero los resultados fueron negativos. Los niños engordaban, pero el daño intelectual persistía. Es que estábamos actuando demasiado tarde.

Llevadas las cifras a nivel nacional, los porcentajes eran desastrosos, ya que llegamos a comprobar que el 65% de los niños menores de seis años, tenían un daño significativo, tanto tísico como intelectual, que más tarde se iban a exteriorizar en dificultades serias en el aprendizaje.

Fue entonces cuando comenzamos a tomar conciencia que nuestro país no tenía destino, sino éramos capaces de impedir el daño del valioso recurso humano. Nos adelantamos a la época, al insistir que el recurso más trascendente para el desarrollo, era el recurso humano, y que sin él, éste no era posible.

Con este convencimiento, nuestras siguientes investigaciones estuvieron destinadas a tratar de entender mejor la diversidad del problema, y al mismo tiempo comenzar a diseñar posibles intervenciones relacionadas para prevenir el daño.

Todo ello requería de recursos que los pudimos obtener fuera del país, el National Institute of Health de Washington, Fundación Rockefeller, Fundación Ford, Nutrition Fundation, kellow Foundation y muchas otras organizaciones filantrópicas, que ahora no es del caso citar. Así nació y se desarrolló el INTA, creado para buscar la solución del problema nutricional mediante el desarrollo de la investigación en distintos niveles: básica, aplicada y operacional.

Después de algunos años de investigación ya habíamos formado un equipo mutiprofesional, que nos permitió comprender que el problema era extraordinariamente complejo y cuya solución requería de intervenciones que iban mucho más allá de lo que la medicina podía ofrecer. Se requería de una verdadera "Política de Estado", que necesariamente debía inducirse, lo que no era fácil, tanto por la enorme cantidad de recursos que se requerían, como porque los beneficios sólo se iban a percibir, por lo menos, después de una generación.

No fue fácil convencer a los planificadores y economistas. Ellos tenían también sus buenas razones. "Afirmaban que la pobreza y la desnutrición eran la consecuencia del subdesarrollo, y que mientras no saliéramos de él, no era posible prevenir el daño que estaba afectando a un elevado porcentaje de la población".

Nosotros contra argumentábamos que el desarrollo no era posible mientras previamente no fuéramos capaces de prevenir el daño. Afirmábamos que podíamos teóricamente descubrir una gran mina de oro, que nos proporcionara todos los recursos, pero aun así el desarrollo no iba a ser posible, porque el daño necesariamente iba a dejar marginado a un porcentaje muy alto de la población, incapaz de incorporarse por si mismo a una sociedad moderna, que cada vez exigía más de los individuos si se querían incorporar como elementos útiles a ella. En esas circunstancias, si se generaba más riqueza, necesariamente ésta se iba a concentrar en pocas manos. ¡La primera etapa era prevenir el daño, sin lo cual nunca alcanzaríamos una igualdad de oportunidades, ni tampoco el desarrollo!

A pesar de lo ilusorio que parecían nuestros planteamientos, continuamos investigando para desarrollar una estrategia holística, que al menos teóricamente permitiera prevenir el daño sociogénico-biológico, producto de la pobreza y la desnutrición.

Nuestra oportunidad apareció cuando conseguimos la creación del Consejo Nacional para la Alimentación y Nutrición (CONPAN), que coordinaba todos los ministerios del área social. La acción comenzó inmediatamente, con diversas intervenciones diseñadas en los sectores de salud, nutrición, educación y saneamiento ambiental. El organismo duró siete años, pero fue suficiente para interconectar los diversos programas y ponerlos en marcha.

En el sector Salud, todos los esfuerzos estuvieron dirigidos a que la atención primaria llegara hasta los últimos rincones del país. Todo lo cual requería de gran inversión. Había que concentrar la atención en el "binomio madre niño", vacunaciones masivas, para impedir las enfermedades contagiosas, causantes de desnutrición. Programas de planificación familiar para disminuir el crecimiento vegetativo de la población. Desarrollar un programa de educación para la salud, estimular la lactancia materna. Distribuir leche en polvo entera (leche Purita) a todos los niños menores de dos años, y a madres nodrizas y embarazadas. Alimentos para preescolares (Fortesan y otros). Para todo ello hubo que reorientar el presupuesto de salud, disminuyendo el aporte a la atención hospitalaria y concentrarlos en la atención primaria de salud.

Fue necesario también construir una infraestructura de 34 pequeños hospitales, con cincuenta camas cada uno, para recuperar a todos los lactantes con desnutrición grave y sus familias. Así nació CONIN, que con aportes de la comunidad, logró implementar 1800 camas de lactantes. Esto último significó un gran impacto en el descenso de la mortalidad infantil. Al mismo tiempo aprendimos de la estrecha relación existente entre los factores emocionales, la nutrición, el crecimiento y el desarrollo del niño.

Se iniciaron los programas de educación del preescolar, sobre la base de una infraestructura de jardines infantiles en poblaciones marginales. Había que retirar a los niños lo más tempranamente posible del negativo ambiente de la pobreza, y comenzar a actuar sobre ellos proporcionándoles el total de los requerimientos nutritivos y un programa de estimulación verbal y psicoafectiva, desarrollado por educadoras de párvulos, profesión que entonces no existía.

Se incrementó el número de escuelas y se reestructuraron los programas de alimentación escolar, con el objeto de proporcionar una alimentación adecuada e impedir la deserción escolar. Para ello se cambió el antiguo sistema por uno de almuerzos y desayunos preparados y servidos por empresas privadas, manteniendo el control y la normativa en manos del Ministerio de Educación.

Lo más importante fue mejorar las condiciones sanitarias de la población, para disminuir los trastornos digestivos y el daño de la mucosa intestinal que impedían la adecuada utilización de los nutrientes. En ese entonces, sólo el 40% de la población urbana disponía de agua potable en su casa, y el 30% estaba conectada al sistema de alcantárillas. Se inició así el programa de las llamadas casetas sanitarias, más tarde llamadas "viviendas progresivas". Con ello se logró que prácticamente el 100% de la población urbana contara con agua potable en su casa, y el 96% estuviera conectada con la red de alcantarillado. Todo ello tuvo un tremendo impacto en las condiciones de salud y nutrición de la población. Basta señalar que las muertes anuales por diarreas en los menores de un año, disminuye de 1600 por cada 100.000 nacidos vivos a 38.

Desde entonces, de gobierno a gobierno, los programas se han mantenido, y en cada período se han perfeccionado e intensificado, y como resultado, han cambiado completamente las condiciones de salud y nutrición de toda la población.

Hoy la mortalidad infantil no es de 180 por mil, como era en el pasado, sino de 10 por mil (semejante a la de Estados Unidos). Ya no se produce el 60% de las muertes antes de los seis años de edad, sino que el 4%. Los retardos del crecimiento debidos a desnutrición, han descendido al 0.8%. En la actualidad están terminando los 8 años de educación básica, prácticamente el 100% de los niños que ingresan a ella. Ello ha presionado sobre la educación media y en definitiva, también en la educación superior y técnica. El chileno de hoy, a los 18 años de edad, mide 11 centímetros más de estatura que el chileno de hace 40 años. Es decir, más individuos están expresando su potencial genético.

Lo interesante de todo esto, es que todos estos cambios se han producido aun cuando persiste la pobreza y aun somos subdesarrollados. Ha sido esta peculiaridad lo que ha llamado la atención de los expertos del mundo entero, y hablan del "caso chileno", que ha demostrado que era perfectamente posible prevenir el daño sociogénico-biológico, y la desnutrición, aun antes que el desarrollo se produjera.

Es muy cierto que en los últimos 15 años, se ha producido en Chile un importante desarrollo económico y una eficiente inserción en la economía mundial. Los economistas lo interpretan como consecuencia de la estrategia económica implementada, y yo creo que tienen razón. Sin embargo, me pregunto si este progreso hubiese sido posible, aun con la mejor estrategia económica, pero con el recurso humano dañado que Chile tenía en la primera mitad del siglo recién pasado. Personalmente creo que no habría sido posible. La sociedad moderna requiere de individuos no dañados y educados. Es en este sentido que aún nos queda mucho por recorrer, pero los primeros pasos ya están dados.

Pienso que ya no la desnutrición, pero sí la pobreza extrema, aún continúa afectando a un porcentaje de la población que no ha sido capaz de expresar la totalidad de su potencial genético. Ello es la causa del menor rendimiento escolar en aquellos grupos provenientes de hogares de extrema pobreza. El solucionarlo requiere de una segunda etapa que tendrá que venir con el desarrollo. Si se logra, habremos dado los primeros pasos para alcanzar la real igualdad de oportunidades y la mejor distribución de la riqueza y el bienestar.

Finalmente quiero señalar que lo logrado en Chile, es la resultante del esfuerzo de todos los chilenos. El año 1999 fui invitado por la Academia de Ciencias del Vaticano para que tratara de explicar cómo fue que en Chile se habían logrado estos resultados. Para ello, junto con especialistas, tuve que hacer un cálculo de cuánta inversión se requirió durante el período de 40 años en las áreas de salud, nutrición, educación, vivienda y saneamiento ambiental. La suma fue de casi 23.000 millones de dólares. Dinero de todos los chilenos, que el Estado supo orientar por una silenciosa y mantenida política de Estado. No me cabe duda que ello no se habría dado espontáneamente.

De todo esto nos quedó la enseñanza de que todo sueño es alcanzable, siempre y cuando cada día se avance un paso en la dirección apropiada Gracias a Uds., mis pares, por haberme premiado como símbolo del esfuerzo de todos.


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