Calidad de la educación y medio ambiente
( Publicado en Revista Creces, Julio 2000 )

Educar es enseñar a amar, por cuanto somos lo que amamos ni más ni menos. El maestro debe crear un ambiente que permita el buen desarrollo y crecimiento del ser del alumno hasta fijarlo en su más profunda intimidad en la acción y pensamiento de él. No son suficientes los consejos y advertencias, y mucho menos las amenazas, las herramientas que llevan al niño al amor fértil, que lo hace feliz y útil a la sociedad. Ese amor que lo llevará por los senderos de la vida a una conducta intachable de la ventura y desventura. Esa enseñanza que quedará grabada en su mente como el único camino, llámese sendero o ruta pavimentada, que existe para llegar a ser un verdadero ciudadano y creador de bienes en el servicio a la sociedad. El amor debe configurar el criterio, la bondad y buena voluntad son fines últimos del proceso educacional. Son los parámetros últimos de la calidad de la educación, la que no puede medirse en manera alguna por otros que dicen relación con la competencia o adquisición de bienes materiales. Se es lo que se ama y punto.

Estamos acostumbrados a considerar la educación como un plano, un simple plano con dos dimensiones que son la capacitación o instrucción y la protección. La tercera dimensión, que ni siquiera tiene calificación, es la elevación del amor que ya hemos citado anteriormente. La educación en su integridad tiene un volumen con tres coordenadas, que en el plano x, y horizontal está lo que hacemos normalmente y en el eje vertical z se encuentra el amor. Ciertamente que la capacitación no es absolutamente necesaria, ¿Por qué decimos absolutamente necesaria?, porque sin ella no existiría algo muy importante que se llama la responsabilidad. Se estudia para algo, se enseña el conocimiento para hacer bien las cosas, se transmite la información para relacionar algo con otro algo, pues hay que aprender bien para actuar bien. Debe el joven o niño ir ampliando su cultura y su horizonte de tal manera que pueda entender lo que otros hacen. Debe procurarse que se interese por lo que aprende y no sienta repudio por este trabajo. El gran maestro procura que los niños amen lo que estudian, lo que sólo puede conseguirse con la acción participativa de otros compañeros. Es aquí donde es válido decir que instruir es enseñar a aprender a aprender, o lo que es lo mismo saber cómo saber. No es esto el fin último de la educación sino sólo de la instrucción.

La otra dimensión horizontal es aprender a protegerse frente a un mundo plagado de adversidades. Es el eje de coordenadas que llamamos con la letra y. También incluye conocer lo que debe hacerse en los primeros auxilios que se deben prestar para socorrer a alguien en circunstancias variadas. En esta dimensión el joven debe saber cómo precaver y evitar la fuerza con la prudencia que sea requerida para la ocasión. La prudencia es difícil de adquirir y se precisa ser audaz pero no temerario. En los países orientales se le da mucha importancia a esta dimensión educativa, tan necesaria en los tiempos actuales. Una forma educativa de esta dimensión son los deportes, que inexorablemente llevan al niño o niña a practicar la competencia en un juego en que se comparte el verdadero compañerismo de un modo sano y saludable. La protección de la salud del cuerpo es llevada a su máxima exigencia moderando los deseos y pasiones personales. Lo importante es compartir más que competir, lo esencial es confrontar más que afrontar, liberar más que soportar. Grande es el que en el juego gana, pero más grande aún es el que en el juego se acepta perdedor, pero no derrotado.

Las artes plásticas y la música, la creación literaria y el teatro, la religión y la oración no son sino elevaciones del plano x, y en la tercera dimensión del amor. En ellas se consuma plenamente la calidad última de la educación como un todo integrado hacia la unidad y grandeza del ser de la juventud.

No debe confundirse el saber con el ser. Muchas son las cosas que permiten al alumno avanzar en el conocimiento, pero en todas ellas no se alcanza el fin último que da sentido profundo al verbo educar. Este último es esencialmente un tesoro que debe persistir para siempre en la mente del alumno, persiste toda la vida y desarrolla la vocación de ser para algo. Poner el énfasis en saber cómo saber es sólo la tercera parte del conjunto integrador del ser total. Uno debe comprender estas cosas para cimentar desde su raíz una sólida formación. Cuando se califica al alumno por lo que es capaz en castellano y matemática sólo se está apreciando su peso y altura intelectiva. Pero más allá de ellas está lo más importante que es el conjunto armónico del joven en su totalidad, que está en la semilla generadora del respeto, amor, servidor de sus semejantes y potencialmente buen compañero. Lo primero y más importante es aprender a ser, valorar, amar y todo lo que ello implica. Si el profesor no llega a ser un paradigma y modelo para el alumno, no será posible hablar de calidad en el sentido de lo que hemos dicho. Esto es lo que se perseguía en las antiguas Escuelas Normales, en donde se insistía más en la conducta recta que en las posibilidades parciales en una u otra temática, incorporando de este modo su integridad por sobre la diversidad. Podemos poner un ejemplo o simulación considerando que un kilo de lana puede equilibrar a un kilo de oro, pero, ¿Quién podría decir por ello que valen lo mismo?

Aclarada la idea de calidad en el sentido que hemos explicado podemos entrar ahora en el concepto de medio ambiente.

Estudiemos primero en qué consiste esto que llamamos medio ambiente, que abarca un campo que va desde lo más simple hasta lo más general y complejo. Es imposible que el niño o joven pueda apreciar debidamente esta temática si no practica primero en su propio medio que le toca vivir. La calle, la escuela, su hogar, su sala de clases, su lenguaje, sus compañeros, su mochila, sus libros, su vestimenta, su dentadura, su limpieza personal, su respeto a los maestros e infinidad de otros detalles que aparentemente parecen nimios, son los primeros pasos necesarios para configurar el concepto de medio ambiente en el sentido más general. De nada sirve que grupos de jóvenes escriban en las murallas, rayándolas con pasta negra que repudian la presencia de smog la tala indiscriminada de bosques nativos, si no se dan cuenta de que ensucian los muros con sus consignas. Es preciso fortalecer esa cualidad que es esencial y que se llama responsabilidad. No se debe considerar como una simple actitud, sino es preciso incorporarla como un hábito, el cual se adquiere sólo practicándolo. Para lograrlo es preciso en primer lugar actuar con las cosas simples, todo aquello que es inmediato al niño, aquello en lo cual puede él resolver y perfeccionar. La responsabilidad es la unidad en que se mide la relación que existe entre la ética y la ciencia. La formación de ella, inculcando los buenos hábitos de vida, es la condición necesaria para que posteriormente enfrente con seriedad los problemas que abarca una sana ecología. Primero debe tomarse conciencia de la importancia que tiene la conducta en la formación integral del joven. No puede saltarse etapas que son fundamentales y que debieran estar incluidas en un ramo especial del currículo.

Las fallas y defectos que se advierten constantemente en la solución de problemas ecológicos serios tiene su raíz en la falta de una adecuada responsabilidad en quienes procuran y deben dar las pautas a seguir. A estas autoridades o encargados les ha faltado, en muchas ocasiones, el buen criterio, porque no tuvieron de chicos los hábitos adecuados para fortalecer la ya citada responsabilidad.

Yo no deseo que Chile sea una fotocopia de lo que se hace en otros países. Cada nación tiene su propia idiosincrasia, sus cualidades y defectos que nacieron de su cultura y su forma de pensar. Preciso es que miremos ante todo nuestro propio rostro y desde el fondo de lo que somos saquemos lo que es positivo y corrijamos lo que es negativo. Tenemos hombres sabios todavía, viejos maestros que tienen mucho que enseñarnos y aconsejarnos. No debemos criticar todo lo que se hace por mejorar la educación en su calidad sino sugerir soluciones que puedan ser eficientes y factibles. Chile tiene mucho futuro si logramos preservar nuestra integridad mirando a lo que somos y no tanto a lo que creemos tener de tigres.

Es necesario ir creando en la mente de los jóvenes las condiciones requeridas para que tomen conciencia de la responsabilidad que deberán tener en la conservación del medio ambiente. Para ello es preciso que practiquen primero en el entorno que está más próximo a ellos, entre los cuales está el hogar, la sala de clases y la calle. De un modo informativo podrá empezar el profesor a señalarles los problemas más generales que tendrá que abordar en un futuro que está generándose y tendrá una gran importancia cuando ellos tengan la madurez para abordarlos, pero provisoriamente no pueden ellos actuar de un modo directo. La actitud ecológica debe empezar por casa practicándola. Creciendo la responsabilidad crecen los valores, que implica un medio ambiente adecuado para el trabajo, ya sea para los estudios posteriores al liceo o ya sea para el trabajo que deberán realizar para la sociedad. No se puede aprender ortografía si previamente no se practica con la caligrafía. Cada cosa debe venir a su tiempo y debe servir para abordar la siguiente con una mentalidad ya preparada para ser eficiente y responsable.


Profesor Carlos Rivera Cruchaga

Carlos Rivera Cruchaga, físico y pedagogo, nació en Santiago en 1925. Estudió Matemática y Física en la Universidad de Chile. En 1948 fue becado a Europa donde perfecciona sus estudios de física en el instituto de Optica Daza de Valdés de España, para continuar en Alemania en el Instituto de Física Max Planck bajo la tuición directa del Premio Nobel de Física Dr. Werner Heisemberg.

El contacto con el Dr. Heisemberg y con el Dr. Niels Bohr consiguieron ahondar su ya acentuada vocación por la ciencia, lo que a su regreso al país se tradujo en un incansable esfuerzo por estimular el desarrollo de las ciencias. Dedicó su mayor esfuerzo al área de la física, impulsando la creación de la Licenciatura en Física en distintas universidades del país. Además de publicaciones científicas de su especialidad, ha publicado La Aventura de la Ciencia, libro destinado a niños y jóvenes para compartir con ellos su gran pasión.

En reconocimiento a su labor en pro de la física la Pontificia Universidad Católica de Chile le otorga en 1986 el título de Profesor Emérito, mientras que en 1988 la Sociedad Chilena de Física le confiere la calidad de Miembro Honorario. En 1989 la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación lo condecora con la Medalla por sus 42 años de Servicios Académicos, finalmente, en 1995 esta última universidad lo nombra Profesor Emérito de su Facultad de Ciencias.

Su interés por ahondar en el conocimiento de la naturaleza lo ha llevado en forma natural a incursionar en la filosofía, dictando la cátedra de Filosofía de la Naturaleza en la Facultad de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Interesa conocer el importante vínculo que existe entre la Educación y la Ecología. La primera enfoca su atención en la formación del niño o joven y la segunda está orientada en la búsqueda del equilibrio de la Naturaleza y su entorno cultural. Para educar hay que hacer un movimiento centrípeto hacia la persona del niño y un movimiento centrífugo hacia el medio que lo rodea, de modo que en el equilibrio está la dificultad que presenta el problema que nos trae a la conferencia que desarrolla la problemática en cuestión. En un sabio equilibrio es posible mejorar la educación y a la vez respetar el orden natural de nuestro entorno local y planetario.


0 Respuestas

Deje una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados.*

Buscar



Recibe los artículos en tu correo.

Le enviaremos las últimas noticias directamente en su bandeja de entrada