La violencia del siglo XX
( Publicado en Revista Creces, Agosto 2000 )
El siglo XX estuvo plagado de guerras y conflictos bélicos, con enormes pérdidas en vidas humanas y materiales. Pero también la sociedad ha estado alcanzando un alarmante grado de violencia, que parece tener un origen común: la destrucción de la familia.
Durante el siglo XX hemos sido testigos de los más trascendentales cambios de toda la historia de la humanidad, como consecuencia de la verdadera revolución de los conocimientos, cuyas aplicaciones tecnológicas han llegado a cambiar completamente la forma de vida de los seres humanos y sus relaciones (El conocimiento: tiempo pasado y el desafío futuro). Sin duda que en el transcurso del siglo se han observado importantes beneficios. No se puede negar que ha mejorado la calidad de vida, lo que se ha traducido en una disminución de la muerte prematura y un incremento de la expectativa de vida al nacer. Al comienzo del siglo, la expectativa de vida al nacer era sólo de 32 años. Al finalizar, como promedio, ésta se había elevado a 66 años, y ya ha alcanzado a los 80 años en los países desarrollados. Del mismo modo, la nutrición y la salud han mejorado ostensiblemente, especialmente en lo que se refiere a las enfermedades transmisibles.
Pero también han aparecido otros factores negativos que no estuvieron en la mente de nadie. Uno de ellos ha sido el explosivo crecimiento de la población, que ha sobrepasado en mucho aun lo previsto por Malthus. Al comenzar el siglo, la población mundial alcanzaba a 1.600 millones de habitantes. Al finalizarlo, ésta sobrepasó los 6.000 millones. Por ello, y por un descuidado sistema de producción, se está impactando negativamente el medio ambiente. Otro hecho negativo ha sido el incremento notable durante el transcurso del siglo de las diferencias existentes entre los que viven bien y los que viven mal. Fue así como durante este siglo, se han separado notablemente los países desarrollados de los subdesarrollados, no tanto porque estos últimos hayan disminuido su calidad de vida, sino que más bien por el rápido progreso de los desarrollados.
Pero hay también otra característica negativa del siglo recién pasado: "el sorprendente incremento de la violencia". El siglo XX ha sido el siglo de las guerras, con un tremendo aumento en el sacrificio de vidas humanas y en las pérdidas físicas. Pero no sólo los conflictos entre países y regiones se ha incrementado, sino también los conflictos internos de los más variados orígenes, y los actos criminales que cada día sacuden a la sociedad.
Las guerras y los conflictos humanos
Las guerras siempre han estado presentes en la historia de la humanidad, pero en los tiempos pasados su impacto en vidas humanas y en destrucción tenía otra escala. Desde el final de la Guerra de Treinta años en 1648, hasta la Revolución Francesa, peleaban los príncipes europeos entre sí con ejércitos relativamente pequeños, con pocos muertos y poca destrucción. Desde entonces comienza el concepto de "naciones armadas", que compromete a países enteros. Fue así como las guerras comenzaron a tener otra dimensión. A ello hay que agregar el enorme avance bélico tecnológico del último siglo, que se ha traducido en un increíble poder bélico y de destrucción hasta llegar en la actualidad a acumular un poder de devastación mayor que el que se necesitaría para la aniquilación total.
Las consecuencias son también diferentes, ya que las guerras actuales no sólo producen víctimas entre los combatientes, sino que también en la población civil. Los bombardeos de ciudades matan más civiles que soldados, como ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial. Pero lo mismo ha estado ocurriendo en países pobres sin que haya habido bombardeos. Tal ha sido el caso de los conflictos de Angola y Mozambique entre los años 1960 y 1990, en que el 75% de las víctimas han sido civiles cruelmente masacrados. Es un hecho que las guerras de ahora matan más civiles que soldados. Sólo entre 1985 y 1995 han muerto 2 millones de niños en guerras, y entre 10 y 15 millones de niños han quedado físicamente dañados. Más aún, cuando la guerra ha cesado, quedan las minas personales que mutilan a cientos de miles de civiles, especialmente niños.
Pero además, ha sido en el último siglo cuando los conflictos bélicos se han incrementado enormemente, y su impacto ha sido más desastroso. Basta comparar algunas cifras del siglo XX con relación al siglo XIX. En el siglo XIX, se produjeron seis guerras importantes con un total de 3.9 millones de víctimas fatales. En el siglo XX, se produjeron veinte conflictos importantes, lo que totaliza más de 80 millones de víctimas fatales, y cientos de millones de lesionados (Scientific American, Junio 2000, pág. 38) (cuadro 1).
Ha sido también en el siglo recién pasado cuando han surgido más peligrosos líderes políticos, que enfervorizando a las multitudes han considerado a la guerra como otro medio de mantener el poder. Lo dramático es que los motivos aparentes que provocaron la guerra se pierden en la vasta destrucción que causan. Después que ella ha pasado, se esfuman las causas que la provocaron, quedando sólo las dramáticas secuelas. Esto parece ser un sino irracional, propio de la especie humana.
Del mismo modo, además de las guerras, también se han producido los más variados conflictos internos en los países, que han estallado en diferentes partes del mundo, motivados por la exaltación de odios étnicos, religiosos o triviales. Su característica común ha sido su violencia incontrolable de enorme crueldad, traducida en masacres colectivas de poblaciones civiles, acompañadas de horribles sufrimientos. Se calcula que por ellas se han producido más de cinco millones de muertes, llegando a devastarse regiones geográficas enteras. Desde 1990 han estallado en el mundo más de 100 de estos conflictos, cifra que es más de diez veces superior a lo ocurrido en el siglo XIX (Scientific American, Junio 2000, pág.36).
La sociedad violenta
Pero no sólo los conflictos entre países o en el interior de países se han estado incrementando durante las últimas décadas, sino que también la sociedad se ha hecho tremendamente violenta. Así por ejemplo, en un informe reciente de diversos organismos internacionales, se señala que en América Latina están muriendo a causa de la violencia, 300 mil personas cada año. Asusta la tendencia, ya que según el mismo informe, sólo en la ultima década, éstas se han incrementado en un 40%. Preocupa también el acostumbramiento de la sociedad a la violencia, hasta tal punto que ya no parece impactar. Por el contrario, morbosamente se muestra la violencia a través de los más diversos medios de comunicación y muchas veces se incita a imitarla. Desgraciadamente el asunto se ha politizado, y es sólo motivo de debate cuando hay elecciones, para luego cuando éstas pasan, aceptar de nuevo la anómala situación.
Pero la violencia no sólo viene de afuera sino que ha entrado en el grupo familiar. Día a día aumenta la violencia intra-familiar, amenazando así las bases mismas de la sociedad. Para muchos sociólogos y especialistas, es en la familia distorsionada y resquebrajada donde se incuban los individuos violentos.
¿Cuáles son las razones?
Es difícil encontrar una razón única para esta sociedad que ha llegado a ser violenta, pero probablemente tiene que ver con el crecimiento poblacional y la concentración en las grandes ciudades, cosa que se ha acentuado grandemente en el presente siglo. Se sabe por ejemplo, que cuando animales de experimentación se colocan en un espacio reducido (ratas), se incrementa la violencia entre ellos. De hecho, el mayor número de sucesos violentos ocurre en las grandes ciudades.
Por otra parte, el progreso y las comunicaciones han desencadenado una verdadera "revolución de las expectativas". Ahora los individuos pueden enterarse de cómo realmente viven sus semejantes, comparar sus condiciones de vida con las de ellos, y querer tener acceso a esos mismos bienes, placeres y comodidades. Ello crea tremendas tensiones ya que las posibilidades reales de satisfacer las expectativas son muy limitadas. Más aún, si se logran satisfacer algunas expectativas básicas, éstas no se acallan y, por el contrario, otras nuevas se van generando. La juventud es especialmente vulnerable y por ello son los jóvenes la mayoría de las víctimas y la mayoría de los autores.
La violencia es mayor en los países pobres, donde las desigualdades son más extremas. De hecho, ésta es mayor en América Latina que en los Estados Unidos, donde en la actualidad está disminuyendo (Disminuyen los crímenes en Estados Unidos).
No se puede tampoco desconocer el impacto de las drogas. Al menos en los Estados Unidos, se ha demostrado que en más del 30% de las víctimas de homicidios, se han detectado evidencias de drogas en su cuerpo. Del mismo modo se calcula que más del 50% de los actos violentos están relacionados con las drogas, y en más de un 85% los comprometidos son menores de 30 años (Cocaína y el crimen).
Pero tal vez el factor más importante sea la destrucción del grupo familiar, fenómeno que parece ser propio de los tiempos actuales. Es sólo en la armonía de la familia donde se previene el desarrollo de la violencia, y es allí donde se crean los principios básicos de convivencia y respeto. La mayor parte de los individuos violentos se han incubado en familias distorsionadas, con un solo padre, o con padres de comportamientos violentos. Los hijos a menudo tienden a repetir los comportamientos de su propia vivencia familiar.
Son también los hijos no deseados, carentes de afecto, los que más tarde llegan a comportamientos violentos. El niño no deseado, ya sea por razones económicas o sociales (lo que también está relacionado con los embarazos en la adolescencia), está en un alto riesgo de llegar a convertirse en un adulto violento.
Si esto es así, la violencia social no va a disminuir con la represión policial ni con el incremento de las cárceles. El lograr disminuir la violencia de la sociedad pasa por la consolidación de la familia. Es muy probable que la violencia de la sociedad actual tenga sus raíces en la destrucción del grupo familiar. Las guerras, los conflictos sociales y los individuos violentos parecen ser la consecuencia de ello. Es difícil imaginar que los que incitan a la violencia o a la guerra hayan nacido en una familia feliz.