Parkinson: avances en el tratamiento
( Publicado en Revista Creces, Junio 2001 )

Al aumentar la expectativa de vida se incrementan también los casos de enfermedad de Parkinson, que es propia de la tercera edad. De allí el interés de encontrar nuevos tratamientos. El uso de nuevas sustancias que estimulen el desarrollo neuronal aparece como muy promisorio.

Las neuronas situadas en una parte del cerebro, llamada "sustancia nigra", se caracterizan por producir un neurotransmisor llamado "dopamina". Se trata de una sustancia química que ellas utilizan para comunicarse entre sí. En la enfermedad de Parkinson, por una razón desconocida, estas neuronas comienzan a destruirse, motivo por el cual los pacientes van lentamente perdiendo el control de sus movimientos y sufren de temblores y sacudidas. En etapas avanzadas se caracteriza por la rigidez de los músculos de la cara, que dan la expresión de una máscara. Hasta ahora no se conoce su causa, sin embargo está bien establecido que una forma poco frecuente comienza en edades tempranas y obedece realmente a causas genéticas, ya que se ha comprobado que se trasmite en forma dominante. Pero en definitiva no se sabe el por qué se llega a producir la muerte de estas células cerebrales.

Es una enfermedad muy frecuente en los mayores de 60 años. Su comienzo es insidioso, por lo que el diagnóstico por lo general se hace cuando ya la enfermedad está avanzada. Se estima que sobre los 60 años de edad, entre el 5 y el 10% de las personas ya comienza a sufrir la pérdida de estas neuronas, manifestándose los primeros síntomas años después.


Un popco de historia

La enfermedad se conoce desde tiempos antiguos, pero fue en 1817 cuando James Parkinson la definió dentro del grupo de las parálisis gigantes. Un avance importante ocurrió en el año 1957, cuando Arvid Carisson descubrió que la dopamina era un neurotransmisor. Por ello obtuvo el Premio Nobel. Más tarde se comprobó que los pacientes de Parkinson tenían un gran déficit de dopamina en el ganglio basal del cerebro (putamen y caudado). Asociando estos dos hechos nació el tratamiento del Parkinson con L-dopa (levodopa), que es el precursor inmediato de la dopamina. Con su administración se logra por algún tiempo la remisión de los síntomas. Sin embargo, esta droga que se utiliza hasta ahora no constituye el tratamiento ideal, ya que a pesar de ella, continúa progresando la enfermedad. Al microscopio se pueden apreciar ciertas inclusiones llamadas "cuerpos de Lewy", que son característicos (ver figura 1).


Reemplazo de neuronas

El uso de la L-dopa sólo es un tratamiento paliativo, ya que la destrucción de neuronas continúa insidiosamente, por lo que más tarde la droga ya no hace efecto. Es por ello que ahora, buscando otro tipo de tratamiento, se ha decidido reemplazar las neuronas dañadas mediante trasplantes de neuronas provenientes de fetos abortados (figura 2). Es así como en los últimos años se han ensayado los implantes de neuronas fetales en las zonas cerebrales afectadas con aparente éxito en algunos enfermos. Sin embargo estos resultados han sido criticados, porque los modelos experimentales diseñados no han contemplado grupos controles, con los cuales poderlos comparar. Los críticos sostienen que las mejorías descritas podrían corresponder sólo a evaluaciones subjetivas, o ser remisiones temporales propias de la evolución natural de la enfermedad.

Recientemente, Court Freed de la Facultad de Medicina de la Universidad de Colorado, ha publicado sus resultados del implante de neuronas fetales en el cerebro, pero esta vez el ensayo se programó con un grupo control y fue aprobado por el National Instituto of Health en el año 1993 (New England Journal of Medicine, Marzo 8, 2001). Se trató de un estudio en 40 pacientes divididos en dos grupos. En la mitad de ellos, los investigadores realizaron cuatro agujeros en el cráneo por donde se introdujeron las células fetales, hasta colocarlas en las zonas afectadas del cerebro. En la otra mitad de los pacientes realizaron el mismo procedimiento quirúrgico, pero no les inyectaron células. Un año más tarde, de acuerdo a la evaluación de los médicos, el grupo control no experimentó cambios, mientras que los tratados habrían mejorado en un 15% (el modelo experimental era de doble ciego, de modo que el médico en el momento de la evaluación no sabía que paciente había recibido el implante). Al cabo de este tiempo se ofreció al grupo control la posibilidad de recibir igual tratamiento.

Tres años más tarde, los pacientes tratados que aún tenían edades por bajo 60 años, habían mejorado en un 38%, mientras que los mayores de esa edad habían mejorado sólo en un 14%. Desgraciadamente, en 5 pacientes aparecieron síntomas colaterales alarmantes: comenzaron a presentar movimientos desordenados, típicos de pacientes de Parkinson sobre incentivados por L-dopa, y que desaparecen cuando se suprime la droga. Freed atribuye esto a un posible crecimiento excesivo de las células implantadas, que estarían produciendo un exceso de dopamina. Sin embargo, en la autopsia de dos pacientes, que fallecieron por otras causas (accidente automovilístico y ataque cardiaco respectivamente) encontraron que habían sobrevivido 45.000 y 63.000 células en cada paciente respectivamente, lo que no parece un exceso. En todo caso esta complicación es un inconveniente para continuar con este tipo de tratamiento, aun cuando con ello no debería desecharse " a priori" esta opción.


Otra opción

Más que reemplazar las neuronas dañadas, podría ser más útil inducir el desarrollo de conexiones neuronales (sinapsis) de las que van quedando. Hasta ahora se conocen cuatro factores que facilitan esta acción, y que se denominan "factores neurotroficos", que estimulan a las neuronas. Uno de ellos denominado GDN-F (factor neurotrófico derivado de células gliales, o Glial cell line-Derived Neurotrophic Factor), se ha demostrado efectivo en ratas en las que se induce una enfermedad semejante al Parkinson (figura 1). Pareciera ser que este factor es capaz de regenerar células productoras de dopamina a partir de células gliales, al mismo tiempo que protegería a las existentes, induciendo en ellas nuevas conexiones.

El principal problema para usar este factor en el tratamiento del Pakinson es que es una proteína que por su tamaño se hace difícil que penetre la barrera hemato-encefálica que protege el cerebro.

Para soslayar esta dificultad, Jeffrey Kordower y sus colaboradores del Departamento de Farmacología de St Luke Medical Center en Chicago (Science, vol. 290, pág. 767, 2000), decidieron realizar una terapia génica. Es decir, preparar un vector que transportara el gene del GDNF, y que penetrando a la célula nerviosa, indujera a ésta a producir el GDNE.

Para ensayarlo eligieron como modelo al mono, cuyo sistema dopamínico es muy semejante al humano. En ellos provocaron una lesión de las neuronas dopamínicas, mediante un tóxico que se sabe que las destruye específicamente. Es decir, les indujeron un Parkinson. Luego les administraron un virus vector (lentivirus) al que previamente le habían introducido el gene para GDNF. Parece que todo anduvo bien, ya que entre uno y dos meses después observaron que en los monos así tratados empezaban a desaparecer los síntomas de Parkinson, al mismo tiempo que comenzaban a aumentar los niveles de dopamina.

El estudio experimental ha entusiasmado a muchos con la esperanza que sea igualmente efectivo en los seres humanos. Claro que para llegar a experimentar igual tratamiento, hay que tomar muchas precauciones previas, ya que entre otras cosas un exceso de dopamina puede llevar a enfermedades psíquicas.

En resumen, en los últimos años se han ido quemando etapas, desde el uso de L-dopa, al trasplante de células fetales y ahora el uso de GDNF, el que parece más racional que los anteriores tratamientos. En todo caso, aún se debe continuar las investigaciones para esclarecer por qué se destruyen específicamente estas neuronas productoras de dopamina, que en definitiva llevan a la enfermedad de Parkinson.


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