Medio ambiente y desarrollo cerebral
( Publicado en Revista Creces, Septiembre 2001 )

Las capacidades cerebrales que pueda alcanzar un individuo dependen tanto de factores genéticos como ambientales. Sin embargo, es durante los primeros años de vida cuando las experiencias (negativas o positivas) dejan huellas profundas para el resto de la vida.

Antecedentes generales

Hasta hace algunas décadas se pensaba que el cerebro era un órgano muy rígido, al menos en su estructura. El célebre anatomista Santiago Ramón y Cajal (1928) afirmaba que el cerebro era algo fijo e inmutable: "pueden sus células morir, pero nunca se podrán regenerar". Más tarde este concepto pareció confirmarse al comprobarse que el cerebro era el único órgano que ya en el momento de nacer, o muy poco después, había alcanzado el número definitivo de células (neuronas), las que persistirían durante toda la vida, destruyéndose sólo algunas en la medida que se envejecía. Esta particularidad lo diferenciaba de todos los demás órganos, que después del nacimiento continúan creciendo por incremento del número de sus células y sus tamaños, pudiendo en algunos casos, regenerar aquellas que por alguna injuria se destruyen. Estos planteamientos inducían a pensar que el desarrollo estructural del cerebro estaba básicamente determinado antes del nacimiento y que era escasa la influencia que pudieran tener en él, factores externos propios del medio ambiente.

Incluso se sostenía que la naturaleza era tan sabia, que de alguna manera protegía al cerebro frente a factores medio ambientales adversos. Así por ejemplo, frente a una desnutrición, era capaz de sacrificar otros órganos, como el tejido muscular, para preservar la estructura cerebral.

En los últimos años, estos conceptos han variado fundamentalmente. Gracias a los avances de la química cerebral, la microscopia y las nuevas técnicas que permiten estudiar la funcionalidad cerebral, se ha comenzado a comprender lo complejo que es el cerebro y lo vulnerable y dependiente que es de factores ambientales, ya sea durante su desarrollo intrauterino como también durante los primeros años de vida. También se ha comprobado que es posible que el cerebro adulto, en algunas ocasiones, pueda llegar a regenerar neuronas, aun cuando el significado de ello todavía no está claro (Cae un dogma: el cerebro humano puede generar neuronas).

Desde luego es evidente que el niño con desnutrición grave, presenta un menor diámetro del cráneo (fig. 1). Más aún, hemos podido comprobar que en ellos no sólo se detiene el crecimiento del cerebro, sino que además, al igual que otros órganos, se atrofia y pierde volumen. Hemos comprobado que al disminuir el volumen cerebral, se produce un espacio entre él y el cráneo que es rígido, el que secundariamente es ocupado por líquido cefalorraquídeo. Usando una fuente potente de luz, aplicada a la superficie externa del cráneo, pudimos poner en evidencia el exceso de líquido cefalorraquídeo acumulado, secundario a la atrofia cerebral. (fig. 2) (Fernando Mönckeberg y colaboradores, British Journal of Nutrition 25:107, 1970).

Son también numerosas las observaciones que comunican las alteraciones bioquímicas, neurofisiológicas, metabólicas, bioeléctricas y funcionales que se producen en los cerebros de niños con desnutrición grave y temprana. Las mismas se han demostrado en cerebros de animales de experimentación sometidos a condiciones similares de desnutrición temprana. En la tabla número 1 se resume algunas de ellas (Fernando Mönckeberg, Desnutrición Infantil, Impresora Creces Ltda., 1988).

Pero no sólo la desnutrición, sino también el abandono y la falta de estimulación de un medio ambiente deprivado, puede afectar seriamente el desarrollo cerebral en el niño. Un caso extremo se puede observar en la fig. 3, que corresponde a un Scanner CT realizado en dos niños de tres años de edad. Uno normal y otro correspondiente a uno extremadamente abandonado, pudiendo observarse la gran atrofia cerebral que se ha producido en este último (Las experiencias emocionales tempranas afectan el desarrollo cerebral).

La deprivación social, sin llegar a estos casos extremos, afecta el desarrollo cerebral del niño, reflejándose en una disminución de su capacidad intelectual, que más tarde lo va a afectar negativamente en el proceso de aprendizaje. Los niños que han vivido en condiciones de pobreza, aunque no exista desnutrición, presentan disminución de sus capacidades intelectuales. Ello es una observación constante en países subdesarrollados, donde gran parte de la población infantil sufre de retraso del crecimiento y también retardo del desarrollo cerebral.

La pobreza va casi siempre acompañada de una deprivación psico-afectiva. Al estudiar el medio ambiente familiar de niños pertenecientes a los niveles de extrema pobreza, se puede comprobar que está muy deteriorado. La estructura de la familia por lo general está distorsionada, no cumpliéndose los roles parentales normales. La imagen del padre está muy dañada, y son frecuentes los abusos que se cometen con los niños. Durante esta época de gran aprendizaje, en que el niño comienza la exploración del mundo que lo rodea, se encuentra con un medio familiar gris y aplastante, que no estimula su imaginación ni exacerba su curiosidad. Tal vez la más grande deficiencia sea la carencia de estimulación verbal, ya que el vocabulario de los padres es muy restringido. El niño nace y se desarrolla en un ambiente de inseguridad y carente de estímulo psíquico y afectivo (Fernando Mönckeberg y colaboradores, American Journal of Clinical Nutrition, 25: 766, año 1973). Ya son muy numerosas las publicaciones de diferentes investigadores que confirman el retardo mental en niños que viven bajo estas condiciones, asegurando que las experiencias negativas de los primeros años de vida, dejan graves secuelas en el desarrollo cerebral.

Por todas estas observaciones, ya no cabe duda de la estrecha relación que existe entre el desarrollo cerebral y los factores medio ambientales.


Características propias del cerebro

Para comprender mejor como interactúan los factores genéticos y ambientales, conviene repasar algunas características muy especiales del cerebro. Desde luego hay que señalar que posee una gran densidad celular. Está constituido por 100 mil millones de células. El hígado, que es de mayor tamaño, sólo está formado por 100 millones de células.

Otra característica es que tiene una gran actividad metabólica. Aun cuando su peso representa sólo el 2.5% del peso del cuerpo, consume el 20% de las calorías, para lo que necesita oxígeno y glucosa a un ritmo diez veces superior a cualquier otro tejido. Basta que el abastecimiento de oxígeno se detenga por escasos minutos, para que la célula nerviosa muera. El cerebro no descansa, y su actividad se mantiene tanto durante la vigilia, como durante el sueño. Más aún, durante el sueño mantiene su mayor actividad de síntesis proteica. Algo que aún no ha tenido una explicación clara es por qué el sueño es indispensable. Una rata que se mantiene permanentemente despierta, muere a los pocos días. Se piensa que durante el sueño se ordenan los estímulos cognitivos de la vigilia, seleccionando y ordenando la memoria de largo plazo.

Está muy protegido de los traumatismos, ya que se encuentra contenido en una rígida caja ósea. Su consistencia gelatinosa contribuye a amortiguar el efecto de los golpes. Está también muy protegido de sustancias biológicas extrañas que pueda traer la sangre que lo irriga, lo que hace mediante una barrera, llamada "barrera hemato-encefálica". Ella está estructurada en la pared interna de los vasos sanguíneos, que por su forma, selecciona los nutrientes que el cerebro necesita, e impide la entrada de sustancias extrañas que puedan ser dañinas.

Las células nobles del cerebro son las neuronas, y cada una de ellas se podría comparar a un computador, pero de una capacidad y complejidad como nunca el hombre podrá llegar a imitar. Ellas requieren de cuidados especiales, los que están a cargo de otras células llamadas "glias". Estas últimas son más abundantes y superan a las neuronas de 1 a 10. Pareciera que toda la actividad de las glias está destinada sólo al cuidado de las neuronas. Algunos tipos de glias son macrófagos, cuya función es remover constantemente las células muertas del tejido cerebral. Otras producen una proteína, "la mielina", que envuelve y protege las extensiones nerviosas de las neuronas (los nervios). Pero la principal función de la mayor parte de las glias, es proporcionar un soporte estructural a las neuronas. Ultimamente se han conocido muchas otras funciones, que también son de protección para las neuronas. Así por ejemplo, se encargan del micro ambiente bioquímico de las neuronas, para lo que constantemente están metabolizando y degradando muchas sustancias químicas que les pueden ser nocivas. Como durante la etapa de formación del cerebro, las neuronas que se van multiplicando deben migrar a sitios precisos en la corteza cerebral, las glias también tienen la función de guiarlas, formándoles una especie de monorriel hasta su emplazamiento definitivo. Pero aun extreman más sus cuidados: las neuronas deben conectarse entre sí, emitiendo prolongaciones llamadas "dentritas". Estas conexiones no se pueden realizar si las glias no están presentes (Creces, Abril 2001, pág. 7). Finalmente, las glias no solamente regulan las sinapsis, sino que además tienen que cuidar de las ya producidas.


Las neuronas

Ellas constituyen los elementos unitarios de la función cerebral. Son las que regulan todos los movimientos de cada músculo, reciben y procesan los estímulos que envían los sentidos, los coordinan para funcionar como un todo, condicionan la inteligencia, almacenan la memoria, se adaptan para el aprendizaje, regulan el funcionamiento de todos los órganos y glándulas del cuerpo, incluyendo el sistema inmunológico, ya sea a través de sus conexiones nerviosas o a través de la producción de hormonas. ¡Con tantas responsabilidades se justifica que estén tan cuidadas!

Ellas son tan especiales, que son las únicas células del organismo que no se pueden dar el lujo de multiplicarse desordenadamente, como para formar un tumor canceroso. Todas las demás, incluyendo las glias, pueden ser el punto de partida de un cáncer. Las neuronas no.

Están constituidas por un cuerpo, o soma, que puede tener distintas formas de acuerdo a su función (redondo, oval, triangular o incluso fusiforme). Pero tienen además otra característica. De ese cuerpo nacen como un árbol microscópico, ramas que se dirigen a diversos lados y que se denominan "dentritas". Su arborización puede tomar distintas formas, y varían en densidad. Alternativamente ellas pueden salir de un lado del cuerpo neuronal o de varios lados. De acuerdo a la arborización y a la forma del cuerpo, se han logrado identificar hasta cincuenta formas distintas de neuronas, que desempeñan funciones diferentes (fig. 5).

Las neuronas no sólo tienen esta arborización formada por las dentritas, sino que además, de la mayor parte de ellas se desprende una larga fibra, que es muchas veces más larga que el resto de la neurona y que se llama "axón". En casos extremos en que este axón llega hasta la médula espinal, puede medir hasta un metro de largo. Mirando la neurona al microscopio, no es fácil visualizar el axón, ya que es mucho más fino que las dentritas. Dado esta gran diferencia física entre axón y dentritas, es lógico pensar que ellas tienen roles diferentes.

En todo caso las dentritas son las que conectan las neuronas entre sí, mediante uniones que se han llamado "sinapsis". Una neurona puede llegar a tener hasta 15 mil conexiones. Por su intermedio los mensajes se transmiten de una neurona a otra, mediante mediadores químicos llamados "neurotransmisores", de los que ya se conocen más de 100 diferentes. Ellos varían según sea la neurona y según sea el mensaje (fig. 6).

Hasta hace sólo algunos años se pensaba que toda la función residía en el cuerpo de la neurona, y que las dentritas sólo servían para conectarse con otras neuronas y transportar el mensaje. Ahora el concepto ha cambiado fundamentalmente. Jim Ebenvine, de la Universidad de Pennsylvania en Philadelphia, afirma que "las dentritas son el cerebro de la neurona" (Science, Octubre 27 del 2000, pág. 736). Las dentritas, más allá de recibir y transmitir mensajes, tienen vida propia, ensanchando y adelgazando sus conexiones, según sean las circunstancias. A una señal que se repite, responden haciéndose más fuertes para recibir mejor futuras señales. Otras veces, por el no uso, pueden achicarse, adecuándose así a las señales. Hoy se cree que estos cambios son la raíz del proceso del aprendizaje y la memoria, que le permiten al cerebro aprender y adaptarse a la información que recibe, y al mismo tiempo almacenar la memoria para futuros usos.

Para estos cambios y responsabilidades, requiere del suministro de nuevas proteínas y éstas deben ser diferentes para cada sinapsis, ya que se ha observado que los cambios morfológicos que experimentan son independientes de sus vecinas. Ellas se necesitan en las dentritas, que muchas veces están a una distancia de cientos de micrómetros del cuerpo de la neurona, por lo que necesariamente deben sintetizarse allí mismo. En los últimos años se ha ido logrando tener una idea clara de cómo en las dentritas se sintetizan las diferentes proteínas que en cada ocasión ellas van necesitando.

Gracias a nuevas técnicas histológicas y microscópicas, se conoce mejor la estructura de las dentritas. A lo largo de ellas, corren microtúbulos, que están constituidos por una proteína llamada "actina". Se ha comprobado que las dentritas contienen numerosos ribosomas que son los organelos en que normalmente se sintetizan las proteínas en las células (fig. 7). En las neuronas, como en todas las demás células del organismo, el núcleo contiene la información genética necesaria para su proceso vital. Desde allí parte el RNA mensajero y viaja por los microtúbulos de las dentritas hasta el lugar en que están ubicados sus ribosomas, los que traducen el mensaje, sintetizando la proteína que la dentrita necesita para hacer los cambios necesarios para el aprendizaje y la memoria. Los ribosomas están ubicados precisamente en las "espinas", que son pequeñas proyecciones ubicadas en los sitios en que se realizan las sinapsis (fig.7).

Todo el sistema parece estar muy bien coordinado, ya que los mensajes también viajan en sentido inverso, desde las dentritas al núcleo. Es así como se ha visto que las dentritas fabrican una variedad de proteínas que migran hacia el núcleo y regulan allí la actividad de genes. Es decir, hay una comunicación en ambos sentidos: desde el núcleo a las dentritas y desde ellas hacia el núcleo.

Estos nuevos conocimientos cambian completamente el concepto restringido que se tenía anteriormente de la actividad y responsabilidad de las dentritas, que va bastante más allá de sólo interconectarse con otras neuronas. Es en definitiva el dinamismo de las dentritas, que como veremos más adelante, condiciona lo que se ha llamado "plasticidad cerebral".


Características del desarrollo cerebral

Ya a los 18 días de fertilizado el óvulo, se comienza a distinguir en el embrión, la "placa neural", que posteriormente se dobla para constituir el "tubo neural". De allí se deriva más tarde el cerebro y la médula. Al mes ya se ha formado un cerebro primitivo, y una semana más tarde comienzan a separarse los hemisferios, derecho e izquierdo (fig.8). Luego comienza a verse el cerebelo y el ganglio basal, que continúa con la médula. Durante esta etapa las neuronas se están dividiendo muy activamente, multiplicándose a razón de 250 mil neuronas por minuto.

A los tres meses se cierra el tubo neural y se forman los ventrículos. Mientras tanto las neuronas se están diferenciando (hay cincuenta tipos de neuronas diferentes), y comienzan a migrar hacia su ubicación definitiva en la corteza cerebral. Según su especialización, se van ubicando en placas homogéneas en las diferentes zonas de la corteza cerebral, la que mide aproximadamente 3 milímetros de grosor. Allí hay espacio para que se ubiquen varias capas de neuronas. En la corteza cerebral se han diferenciado varias zonas bien definidas. Una de ellas es la zona motora, donde están representados los distintos músculos controlados por el cerebro. Existe también la zona auditiva, o la zona somatosensorial y muchas otras. Otras zonas no se pueden clasificar, ya que interrelaciona diferentes zonas, por lo que se denomina "corteza de asociación". Otras son zonas de procesos cognitivos, que en los seres humanos son mucho más desarrolladas si se compara por ejemplo, al chimpancé. Tal es la zona prefrontal (Fig.9). No se sabe cómo cada neurona, sin equivocarse, migra desde el sitio de su multiplicación a la zona cerebral específica que le corresponde. Sólo se sabe que en ello, las glias juegan un rol importante.

En los últimos meses de vida intrauterina, se comienzan a formar las llamadas "circunvoluciones cerebrales". Ello se produce porque el cerebro de los animales superiores y el hombre tiene demasiadas neuronas y necesita una gran superficie de corteza para instalarse. Los animales inferiores, como conejos, ratas o cuyes, no tienen circunvoluciones, ya que tienen menos neuronas. Si en el cerebro humano no se produjeran circunvoluciones que aumentaran la superficie disponible de la corteza, la cabeza alcanzaría un diámetro de 50 centímetros, con lo que no podría pasar por la pelvis.

Al momento de nacer, el cerebro ya está formado y posee prácticamente el total de sus neuronas. El ritmo de división celular (neuronas) ya se ha detenido o continúa sólo muy lento durante los primeros meses siguientes. Sin embargo, investigaciones recientes demuestran que las neuronas en el adulto pueden dividirse, al menos en algunas regiones cerebrales, ubicadas en el hipocampo (el sitio relacionado con la memoria a largo plazo).

En todo caso, a pesar que al nacer ya posee todas sus células, funcionalmente nace muy inmaduro, si se compara con el cerebro de otros animales. Mientras la rata recién nacida sólo demora dos meses después del nacimiento para alcanzar su completa madurez, el ser humano, para alcanzar el potencial completo del adulto, demora 16 años. Es un hecho que el ser humano es el que nace más inmaduro.

Al momento de nacer, éste pesa 35 gramos (lo mismo que pesa en esa etapa el cerebro del chimpancé, cuya mayor parte del desarrollo es intrauterino). Pero de allí en adelante el crecimiento del cerebro humano es muy rápido, de modo que a los catorce meses llega a pesar 900 gramos, lo que representa el 80% de su peso definitivo (a esta misma edad, el hígado sólo ha alcanzado el 25% de su peso definitivo). Durante este período, el cerebro está creciendo a razón de 2 miligramos por minuto, y su actividad metabólica es muy intensa. A los dos años de edad, la actividad metabólica, medida por medio de la técnica de Tomografía de Emisión de Positriones (PET), alcanza niveles semejantes a los del cerebro adulto (Fig. 13).

A los nueve meses después de la concepción, ya la mayor parte de las neuronas que constituyen el cerebro se han diferenciado y ubicado en las regiones cerebrales respectivas. Una vez en su lugar de destino, cada neurona echa raíces e inicia la comunicación con las neuronas vecinas mediante el desarrollo de sinapsis. También los axones crecen para comunicarse con neuronas distantes en otras zonas, constituyendo así una compleja maraña, que permite que el cerebro actúe como un todo.

A este proceso se ha llamado "cableado cerebral", y a él se le atribuye la mayor parte del espectacular crecimiento del cerebro durante los primeros años de vida. Ya en la etapa fetal ha comenzado el cableado que se ha llamado "duro", el cual establece las conexiones que van a permitir la regulación y comunicación de todos los procesos vitales. Después de nacer, el proceso continúa en forma muy intensa, conectando especialmente las neuronas vecinas entre sí y enviando también conexiones a través de los axones a las neuronas distantes. Este segundo proceso de cableado fino es mucho más intenso que el anterior y es el que en gran medida condiciona el rápido crecimiento del cerebro (Fig. 14). En esta etapa, el proceso es influido poderosamente por factores medio ambientales, incluyendo entre ellos la nutrición, el cuidado, el afecto y la estimulación individual que reciba cada uno, y en general, todos los estímulos sensoriales. La estimulación que recibe del medio ambiente es la que condiciona el desarrollo general del cerebro, orientando la construcción del intrincado proceso de interconexión neuronal. Como el medio ambiente es diferente para cada niño, el cableado de él también es diferente, no habiendo desde ese punto de vista, dos cerebros iguales.

El concepto de "cableado" o "circuitos", se usa ahora para referirse a la complejidad de la red neuronal. Las funciones cerebrales, se basan fundamentalmente en el rápido y eficiente pasaje de señales de una parte del cerebro a otra, para lo que se necesita una muy bien organizada red neuronal de interconexión. El elemento básico son las células cerebrales (neuronas) y las interconexiones que se establezcan entre ellas (sinapsis). Como ya hemos visto, las dentritas de las neuronas son vitales, no sólo para lograr las interconexiones apropiadas, sino también para la síntesis proteica involucrada en el aprendizaje y la memoria.

Al interactuar el individuo con el medio ambiente, toma información de él, la procesa y la almacena, activando así toda la red. La falta de estimulación o las limitaciones nutricionales atrofian o hacen desaparecer a las neuritas. En la figura 15, se aprecian neuronas pertenecientes a dos lactantes de la misma edad. Uno normal, que falleció por un accidente, y el otro desnutrido, perteneciente a una familia de extrema pobreza. Entre uno y otro, se puede apreciar una gran diferencia en la arborización de las dentritas (Cordero y colaboradores de INTA, Universidad de Chile. Pediatrics Research, vol 16, pág. 187, 1982). Esta plasticidad de las neuritas ha sido también comprobada en investigaciones realizadas en ratas. En la figura 16, se observa las dentritas de una neurona específica ubicada en el ganglio basal, antes y después de estimular durante algún tiempo al animal (Dale Purvers y Robert Addley, Nature, vol.315, pág. 404, 1985).

La mayor parte de las sinapsis se establecen durante los tres primeros años de vida y luego se mantienen más o menos estables hasta los 10 años de vida, para posteriormente decrecer. Así, durante los primeros años el cerebro aparece extraordinariamente denso, con dos veces más sinapsis que las que eventualmente podría necesitar más adelante. Durante la segunda década de la vida, una buena parte de este exceso de sinapsis desaparece. Es decir, el cerebro sufre un proceso de poda (fig. 17).

Esta parece ser la razón de por qué las primeras experiencias de la vida son tan cruciales. Aquellas sinapsis que frecuentemente se están activando en base a las experiencias vividas, tienden a permanecer, llegando a estabilizarse, mientras que las que no se han usado lo suficiente tienden a desaparecer. En la medida que el lactante y el niño mayor van ganando experiencia (positiva o negativa), el cableado del cerebro pasa a ser más definitivo. Este proceso requiere de una enorme cantidad de energía, lo que explica que ya en la primera década de la vida, el cerebro del niño es metabólicamente muy activo (Fig. 13).


El período crítico

Los neurocientistas han afirmado que existiría un "período crítico" para el desarrollo cerebral, que se ubicaría en los primeros años de vida. A la luz de las numerosas experiencias realizadas en diferentes partes del mundo, ya no cabe duda que esta etapa crítica de desarrollo está estrechamente relacionada con los estímulos ambientales. Durante este período, el cerebro no sólo es especialmente receptivo de información, sino que además necesita de ella para lograr las apropiadas conexiones neuronales. Los estímulos emocionales, afectivos, verbales, visuales y auditivos orientan y conducen el complejo proceso de interconexión de neuronas, que posteriormente va a permitir un aprendizaje normal.

En un medio ambiente adverso no se establecen correctamente estas conexiones, por lo que el proceso posterior de aprendizaje se dificulta. Es importante hacer notar que una neurona que pierde sus dentritas, termina por morir. Una de las observaciones más claras es la descrita en el año 1960 por David Hubel y Torten Weisel, investigadores de la Universidad de Harvard. Ellos demostraron que si se tapaba el ojo de un gatito durante los primeros días de vida, éste perdía definitivamente la visión por ese ojo. Ello era debido a la falta del estímulo visual durante este período crítico, lo que trae como consecuencia que no se desarrollen las conexiones cerebrales pertinentes, y mueren las neuronas correspondientes, haciendo el daño irreparable.

Algo semejante se relata que sucedió a un niño recién nacido, que por una infección ocular, le pusieron un parche en un ojo durante quince días. Esto que en un niño mayor no habría tenido problema, en este caso le significó la pérdida definitiva de la vista por ese ojo (Susan Greenfield: The Human Brain. Science Masters, New York Editores, 1997, pág. 114). Lo mismo sucede en niños que nacen con cataratas congénitas (galactosemia), que si no son operados inmediatamente, pierden la vista definitivamente.

Por otra parte, son numerosas las investigaciones que confirman la existencia de un período especialmente sensitivo del cerebro, donde experiencias negativas limitan la capacidad cerebral posterior, repercutiendo en la capacidad de aprendizaje y el comportamiento. Especialmente importante es la seguridad que proporciona el apego a la madre, como lo es también la estimulación verbal, los colores y la estimulación motora. Si bien se han señalado los primeros tres años de vida como de gran importancia, otros autores extienden este período hasta los 4 o 6 años de vida (Science, Julio 23, 2000, pág. 2116). La carencia de estos estímulos, inhibe el desarrollo de dentritas, dejando secuelas que posteriormente dificultarán el proceso de aprendizaje.

Por otro lado, estos primeros años de vida, permiten fácilmente adquirir habilidades, que también persistirán por toda la vida. Así por ejemplo, el entrenamiento de la habilidad musical desarrollada durante los primeros períodos de la vida, que se traduce en una mayor actividad en la región cortical somato sensorial, deja grabaciones cerebrales que van a facilitar perfeccionamientos posteriores. En definitiva, mientras más precoz es el entrenamiento, mayor virtuosismo se alcanza en edades posteriores. Por ello se habla de una edad en que el cerebro es muy "plástico".

También se ha visto que el aprendizaje de un idioma extranjero se hace con mucha mayor facilidad si comienza en los primeros años de vida. El cerebro joven aprende un nuevo lenguaje con gran fluidez, a diferencia del que trata de aprenderlo más tarde. Así lo ha cuantificado Elissa Newport y sus colaboradores de la Universidad de Rochester. Ellos han estudiado grupos de emigrantes coreanos que se han establecido en Estados Unidos. Aquellos que se han incorporado en el medio americano a la edad de tres años, adquieren con gran rapidez el correcto lenguaje inglés, con el acento y formación gramatical adecuados, de modo que llegan a hablar como los americanos nativos. Para los que se incorporan a edades posteriores, las dificultades son crecientes, en proporción a la edad de incorporación. Los niños a los 10 años tienen una dificultad significativamente mayor y difícilmente adquieren la gramática o el acento americanos.

Más interesantes son los hallazgos de Helen Neville, de la Universidad de Oregón. Ella ha trabajado con inmigrantes chinos que han comenzado a aprender inglés a diferentes edades (entre los 2 y 16 años). Mediante la detección de imágenes cerebrales por tomografía axial computarizada, observa que antes de los cuatro años, la respuesta de actividad se puede detectar en el hemisferio izquierdo del cerebro, que es donde se encuentra normalmente el área del lenguaje. En cambio, los que aprenden más tarde y tienen más dificultad, presentan actividades cerebrales distribuidas en forma diferente, que comprometen a ambos hemisferios cerebrales (Fig. 18).

Es decir, durante los primeros años de vida es cuando el cerebro se va moldeando de acuerdo a cómo se use. Si el niño no recibe experiencias sensoriales consistentes, predecibles y repetitivas, el cerebro se desarrolla anormalmente. Según Bruce Perry, jefe de Psiquiatría del Hospital de niños de Texas, los niños sometidos a un caos sensorial durante esta etapa (violencia doméstica, abusos y abandonos), sus experiencias negativas tendrán un profundo efecto en su salud mental posterior.


Reversibilidad de las lesiones

La vida nos ha provisto de un modelo experimental que nos ha permitido formarnos una idea muy clara de la recuperabilidad de las lesiones que produce durante los primeros años la desnutrición y la pobreza extrema. Hemos podido observar que niños menores de un año, con desnutrición avanzada, presentan un gran retraso del crecimiento, junto a una disminución significativa de su cuociente intelectual. La aplicación de un programa de alimentación y estimulación psico-afectiva y motora intensa, durante tres meses, logra recuperar en buena parte, tanto el déficit de peso y talla, como el retraso del desarrollo intelectual.

Sin embargo, la vuelta del niño a su ambiente familiar deprivado, aun cuando no se acompañe de desnutrición, produce un retroceso en el cuociente de desarrollo intelectual. En cambio, cuando algunos de estos niños han sido adoptados por familias de mejor nivel socio-económico y cultural, logran al cabo de algunos años, cuocientes de desarrollo intelectual normales para la edad (fig. 19 y 20).

Pero nuestras observaciones también señalan la existencia de una etapa crítica, que se pone en evidencia en las dificultades para recuperar el déficit, en la medida que el tratamiento se inicia más tardíamente. Si éste se inicia a los seis años de edad, la recuperación no es posible (Fernando Mönckeberg, Desnutrición Infantil. Editora Creces Ltda., 1988). Una enorme experiencia en este sentido ha logrado la Corporación para la Nutrición Infantil (CONIN), al tratar a más de 85.000 lactantes durante los últimos 20 años. La conclusión final enfatiza la necesidad de prevenir el daño lo más precozmente, mediante programas de enriquecimiento precoz del medio ambiente y prevención de desnutrición. Sólo así se puede prevenir el daño cerebral. La intervención en edades posteriores ya es demasiado tarde, quedando secuelas permanentes, que dificulta grandemente el proceso de aprendizaje en la edad escolar.


FENOMENO FLYN

James Flyn, psicólogo de la Universidad de Otago en Dumedin, Nueva Zelandia, a través de diversos estudios, llegó a convencerse que el Cuociente Intelectual (C.I.) que podía alcanzar un individuo, estaba más ligado a factores ambientales que a factores genéticos. Y que entre ellos, la educación jugaba un rol fundamental.

En 1984, observó que los test Weschler y Stanford Binet, que se han venido utilizando desde comienzos de siglo en los Estados Unidos para medir el cuociente intelectual en niños, muestran que de año en año están dando valores consistentemente más altos (fig. 10) (Los nietos mas inteligentes que los abuelos). Esto es lo que se ha llamado "Fenómeno Flyn", que también se ha confirmado en otros países, como Bélgica, Holanda, Israel, Noruega e Inglaterra. En todos ellos se observa un aumento promedio de 20 a 30 puntos cada diez años (fig. 11). Esto significa un incremento entre 5 y 25 puntos en una generación.

El cambio que ha ocurrido ha sido demasiado rápido como para atribuirlo a razones genéticas. Lo más probable es que sea debido a otros factores, como el incremento de la escolaridad que se ha estado observando simultáneamente en esos países. Es así como ésta ha incrementado desde menos de 8 años en 1920, a más de 13 años en la época actual.

Diversas otras explicaciones se han tratado de dar frente a este curioso fenómeno. Tal puede ser una mejor nutrición, que ha permitido un mayor desarrollo cerebral. Cabe señalar, que junto al incremento del C.I. también ha aumentado la talla promedio de los niños durante igual período, lo que confirma la mejor nutrición.

Pero tal vez el mayor cambio está en la estimulación. Es un hecho que el niño de hoy se encuentra sometido a muchos más estímulos que en el pasado. Uno de ellos es la televisión y los juegos de video. Sin embargo el cambio no se puede atribuir sólo a este factor, dado que el incremento del C.I. comenzó a observarse antes del reinado de la televisión y los juegos de video.

También en esta época han ocurrido importantes cambios sociales, como por ejemplo, un mejor nivel de vida, la mayor educación de los padres, la disminución del número de hijos, todo lo cual ha permitido el mayor y más rico contacto de ellos con sus padres, especialmente durante los primeros años de vida. En resumen, hoy el medio ambiente del niño es más rico tanto en estimulación verbal, como emotiva y personal-social.

Cualquiera sea la causa, el hecho es que de año en año, los hijos están siendo más inteligentes que lo que fueron sus padres.





Fernando Mönckeberg Barros


Figura 6: Una neurona que ha sido excitada (turquesa), transmite información a otras neuronas (púrpura) generando impulsos conocidos como potenciales de acción. Estas señales se propagan como ondas a lo largo del axón de la célula y son convertidas en señales químicas en las sinapsis, que es el punto de contacto entre las neuronas. Cuando una neurona está en reposo, su membrana externa mantiene un potencial eléctrico con una diferencia de -70 milivolts (la superficie interna es relativamente negativa en relación con la superficie externa). En descanso, la membrana es más permeable a los iones potasio que a los iones sodio, como se indica en las flechas oscuras en la parte superior derecha del gráfico. Cuando la célula se estimula, aumenta la permeabilidad para el sodio, conduciendo incremento de cargas positivas (a). Este incremento gatilla un impulso, una reversión momentánea (b). El impulso se inicia en la unión del cuerpo de la célula y el axón y es conducido fuera del cuerpo de la célula (flecha roja). Cuando el impulso llega a la parte terminal del axón (en la región presináptica), induce la producción de una molécula neurotransmisora (parte inferior izquierda del gráfico). Estos transmisores difunden a través de una pequeña fisura y se unen a receptores de la membrana postsináptica. Esta unión conduce a la apertura de los canales iónicos y a menudo a su vez, a la generación de potenciales de acción en la neurona postsináptica. Para mayor claridad, varios elementos se han dibujado más grandes que lo que correspondería a su tamaño en escala).

0 Respuestas

Deje una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados.*

Buscar



Recibe los artículos en tu correo.

Le enviaremos las últimas noticias directamente en su bandeja de entrada