El terrorismo de destrucción masiva
( Publicado en Revista Creces, Octubre 2001 )
El 11 de septiembre del año 2001 quedará marcado para siempre, y con letras de molde, en la historia de la humanidad. Ello no sólo por lo cruel, inhumano y devastador del acto terrorista, que el mundo entero presenció, sino también porque marca un hito en la historia de la violencia humana. El siglo XX ya se fue, llevándose consigo un récord de guerras y violencia, que llegó a acumular más de 82 millones de muertos
(La violencia del siglo XX). Ahora, a estos conflictos convencionales, se agrega la violencia interna de los países. Se trata de una nueva modalidad que va rápidamente en aumento, y que nada indica que vaya a detenerse. Es en este sentido que la destrucción de las torres gemelas marca un hito que supera todo lo conocido, y que plantea serias interrogantes para el futuro.
Algunos quieren mirar este hecho como un episodio aislado, que al reprimirlo con decisión, no debiera volver a repetirse. Otros piensan que estamos presenciando una nueva etapa en la historia de la violencia, que al igual que las guerras, va a ser muy difícil detener. Por el contrario, todo hace pensar que en el futuro, los actos terroristas continuarán incrementándose, y cada vez con mayor violencia y capacidad de destrucción. Ya hemos visto cómo grupos humanos, enceguecidos por el odio y el fanatismo, han sido capaces de organizarse fríamente para destruir y asesinar a miles de seres humanos.
El temor de que sucedieran actos tanto o más violentos, ya había sido anticipado por muchos analistas, preocupados al observar la evolución de los tiempos actuales. Por una parte, los seres humanos han llegado a generar una tremenda capacidad de destrucción, como nunca antes nadie había imaginado. Por otra, la historia demuestra que es fácil inducir odios colectivos, que busquen reivindicaciones mediante la venganza, destruyendo masivamente a sus semejantes. Hoy lo llamamos "terrorismo" antes lo llamábamos "guerras".
En el mundo de hoy, esta nueva modalidad de violencia, parece obedecer a varios factores. Se han comenzado a desdibujar las barreras geográficas de sociedades que hasta ahora habían permanecido ancestralmente separadas e ignoradas entre sí. La distancia los llevó a desarrollar y enraizar sus propias culturas, con sus propios principios y sus propias creencias religiosas. Hoy, mediante la comunicación y el incremento del desplazamiento de las personas, éstas comienzan a contactarse diariamente, haciéndose evidentes sus diferencias y exclusiones. En esta mezcla, la incomprensión mutua estimula la intolerancia. Ello ha coincidido también con el crecimiento explosivo de la población mundial y su aglomeración en grandes ciudades. Se agregan además las crecientes diferencias entre los que viven bien y los que viven mal, entre la pobreza y la riqueza, entre los que tienen el poder y los que no lo tienen, todo lo que es motivo de choques y grandes antagonismos. Por el progreso de la comunicación se han incrementado las expectativas, pero muchos no ven la posibilidad de satisfacerlas. Con ello se están dando todos los ingredientes para que la violencia se incremente y adquiera esta nueva característica. Es que tal vez, las guerras ya no serán entre países, sino entre "culturas" y condiciones de vida diferentes que ya se han enfrentado, incluso dentro de la misma sociedad. Lo sucedido en la ciudad de Nueva York tiene esa explicación, y es de ello que debemos preocuparnos.
Mirarlo como un hecho aislado, que puede prevenirse solamente con el castigo ejemplar de los culpables, no parece que sea suficiente. Siempre habrá terroristas cargados de odio y con la posibilidad creciente de tener acceso a tremendos medios de destrucción. Es que la realidad ha cambiado, y los países ya no se pueden aislar, aunque cierren sus fronteras, acumulen nuevas armas, misiles y bombas, o sean capaces de llegar a crear escudos que los protejan desde la atmósfera. No es la forma racional de gastar miles de miles de millones de dólares, mientras estemos pisando terreno minado por todas partes. La comunicación ha mezclado a los seres humanos, y lo que se ha visto y se ha oído, no se puede olvidar. Los potenciales enemigos ya están dentro y fuera, y continuarán estándolo. La dramática destrucción ocurrida en el corazón de la nación más poderosa del mundo es sólo la primera advertencia de que todo es posible.
Las armas de destrucción masiva ya pueden estar dentro, en manos de pequeños grupos fanatizados. Los terroristas ya no necesitan de grandes construcciones y sofisticadas tecnologías para disponer de bombas atómicas. Un informe reciente de la Agencia Internacional de Energía Atómica de las Naciones Unidas, señala que desde 1993 hasta la fecha, se han registrado 550 incidentes de tráfico de material radioactivo. Recientemente (en el mes de Abril del 2001), se ha perdido un kilo de uranio enriquecido de la República de Giorgia, más que suficiente como para fabricar una bomba. En diferentes países ya hay almacenados más de tres millones de kilos de material fisible, suficientes como para fabricar 250 mil bombas (New Scientist, Mayo 12, 2001, pág. 6). ¿Quién asegura que no caerán o que ya no están en manos de terroristas? Para ellos, más fácil aun, es contar con material biológico o químico, en cantidad suficiente como para producir tanto o más daño que con bombas atómicas. Basta sólo un laboratorio y tecnologías conocidas por cualquier profesional. Detectar e impedir el ingreso de este material a cualquier país, es muy difícil, a pesar de todas las medidas precautorias que puedan adoptarse.
Es evidente que para prevenir futuros actos terroristas se necesita bastante más que aterrorizar a los posibles autores, cuando ya hemos comprobado que son capaces de autoinmolarse premeditadamente. Es que hay que ir al fondo del problema, para lo que se necesitaría un nuevo orden que prevenga el conflicto de las culturas mediante la tolerancia mutua, y al mismo tiempo, se logre acortar las desigualdades extremas que incuban el odio.
El Director