Creatividad tecnológica incrementa diferencias
( Publicado en Revista Creces, Septiembre 2000 )

El siglo XX se ha caracterizado por el explosivo desarrollo del conocimiento y las tecnologías derivadas del, todo lo cual ha cambiado sustantivamente las condiciones de vida del hombre en la tierra. Pero también ha incrementado peligrosamente las diferencias entre los que viven bien y los que viven mal. Ello plantea para el siglo XXI un nuevo paradigma difícil de resolver.

Hemos tenido suerte de vivir durante el siglo que recién termina. Durante él, hemos sido testigos de los más trascendentales cambios de toda la historia de la humanidad, inducidos por una verdadera revolución de los conocimientos. Ellos han sucedido a espaldas de políticos o sociólogos, sin que ellos hayan intervenido. Por el contrario, cuando en algunas ocasiones lo han hecho, más bien han retrasado los cambios con desastrosas consecuencias para sus sociedades. Han sido los nuevos conocimientos, generados principalmente durante el mismo siglo, y la eficiente implementación de tecnologías derivados de ellos, los verdaderos causantes. Es decir, los que han generado los conocimientos y las tecnologías, son los que están produciendo el cambio.

A nuestros abuelos oíamos decir que "nada nuevo sucede bajo el sol", y que "la historia se repite". Tenían razón, en una época en que los cambios eran muy lentos como para ser observados durante su corta vida. En la actualidad, la dinámica del cambio ha adquirido otra velocidad, y los podemos constatar casi a diario. Es por ello que lo que está sucediendo en los tiempos recientes, no tiene parangón con lo sucedido en el resto de la historia de la humanidad. Si bien es cierto que el hombre en su esencia no ha cambiado, y conserva íntegros sus ancestros biológicos y comportamientos, su entorno ha variado sustantivamente y continúa variando. El dinamismo y los cambios son tales, que podemos afirmar que ya no es útil deducir nuestras acciones futuras de experiencias del pasado. Incluso, muchos de los principios básicos del pasado, debemos considerarlos hoy sólo como referencia, ya que resulta evidente que la historia de la humanidad obedece a un cambio continuo y no a una repetición de circunstancias.

La fantástica acumulación de nuevos conocimientos y sus aplicaciones tecnológicas derivadas, está ahora permitiendo al hombre vivir más y mejor. Al comenzar el siglo que recién termina, la expectativa de vida del hombre al nacer era de apenas 30 años. Hoy el promedio sobrepasa los 65 años y en algunos países desarrollados, ya se acerca a los 80 años. El hombre ahora, gracias a sus mismos conocimientos y tecnologías, puede trabajar menos y disponer de más tiempo para el ocio y la diversión.


Cambio científico-tecnológico y subdesarrollo

Desgraciadamente, los beneficios del conocimiento nuevo y sus tecnologías derivadas, no han favorecido a toda la humanidad por igual. Ya con el advenimiento de la revolución industrial, que dio inicio a la explosión de los conocimientos, se inició una separación creciente entre los que viven bien y los que viven mal. Pero fue durante el último siglo que la brecha se incrementó tremendamente. Los que generaban eficientemente los conocimientos y también eficientemente los implementaban, fueron mejorando cada día su calidad de vida, mientras que los otros fueron paulatinamente distanciándose, logrando sólo avances muy lentos o incluso estancamientos. Es así como terminamos el siglo recién pasado, con una abismante diferencia entre el mundo desarrollado y el mundo subdesarrollado. Como consecuencia de ello, al término del siglo se ha producido una gran concentración de la riqueza en unos pocos países del mundo (ver figura 1), con una gran pobreza en otros. En términos generales, hoy se vive mejor, pero simultáneamente coexisten grandes diferencias.


La revolución tecnológica y el fin de las utopías

El enorme cambio científico-tecnológico significó también el fin de las ideologías y las utopías. El proceso se inició lentamente durante las últimas décadas del siglo. En un comienzo, algunos países lograron tener éxito, pero la velocidad creciente de generación de conocimientos y tecnologías avanzadas de otros, los desplazó. Tal fue el caso de la Unión Soviética y los países de Europa Oriental, cuyas ideologías y economías centralizadas entrabaron el desarrollo científico-tecnológico, con el consiguiente deterioro del nivel de vida de sus pueblos.

A muchos sorprendió el colapso del Imperio Soviético; sin embargo el resultado era predecible al menos 30 años antes. En aquella época, yo escribía lo siguiente (Fernando Mönckeberg: Jaque al Subdesarrollo. Edit. Gabriela Mistral, 1972): "Parece evidente que presenciamos un quiebre de los dogmatismos y de las barreras ideológicas, que también es la consecuencia de la revolución científico-técnica". Hacia 1870, estas barreras parecían infranqueables y el capitalismo y el marxismo cruzaban sus fuegos. En Aquella época, este último afirmó que se aproximaba una crisis general del capitalismo y que sus días estaban contados (Carlos Marx, 1870). En cuanto a plazos, al menos, se equivocó, porque partió desconociendo la tremenda revolución tecnológica que se avecinaba. No hay que olvidar que precisamente en sus inicios se escribió "El Capital". "Los marxistas de entonces ni remotamente vislumbraron la metamorfosis que se gestaba. Interpretaron los primeros balbuceos técnicos como una simple exención del conocimiento (El Capital, 1870) y jamás pensaron que estos avances modificarían en forma profunda la existencia misma del ser humano y que los cambios remecerían sus principios básicos. Tampoco el capitalismo imaginó la avalancha; pero tuvo más suerte, porque preservó los incentivos y estimuló las capacidades individuales, que permitieron la máxima creatividad y rapidez en la aplicación tecnológica. Como consecuencia de ello, se ha acentuado una separación cada vez más nítida y hasta abrumadora entre estos dos mundos. Para la Unión Soviética resulta perentorio acortar distancias, porque sus pueblos lo van a exigir y desbordarán los obstáculos que oponen los credos y escollos ideológicos. No se precisa ser vidente para presumir que la diferenciación se acentuará en un futuro muy próximo" (hasta aquí la cita). La Unión Soviética no pudo cambiar la estrategia y dieciocho años más tarde, los hechos se precipitaron, desmoronándose estrepitosamente este imperio.

La cita continúa: "Hoy el problema se ha trastocado y las estructuras y los sistemas políticos tienen que ser dinámicos y acomodarse a la nueva realidad, que procura multiplicación rápida de las aplicaciones técnicas que conducen a un bienestar. Si se quiere ser realista, ya no interesan las ideologías ni los dogmas políticos, y necesariamente deben buscarse sólo aquellas estructuras que permitan un rápido esparcimiento de la creación cientifico-tecnológica". Hoy, cuando el siglo ha terminado, esas afirmaciones se hacen aún más relevantes.

Es interesante analizar la opinión de los que vivieron el proceso de desintegración soviética, especialmente Mijail Gorbachov, que en su libro "Perestroica", escribe lo siguiente: "Nuestro estancamiento se produjo al mismo tiempo que la revolución científico-tecnológica abría nuevas perspectivas para el progreso social y económico. Al analizar la situación, primero descubrimos una desaceleración del crecimiento económico. En los últimos 15 años, la tasa de crecimiento de la renta nacional declinó en más de la mitad y para los comienzos del ochenta, había caído a un nivel cercano al estancamiento económico. Comenzó así a extenderse la brecha en la eficiencia de la producción, en la calidad de los productos, en el desarrollo científico-tecnológico, mientras avanzaba la tecnología de punta y el uso de técnicas avanzadas, y todo ello no venía en nuestro favor. Había una falta de receptividad a los avances de la ciencia y tecnología. El nivel de vida caía y había dificultad para el suministro de productos alimenticios, vivienda, artículos de consumo y servicio. Todo ello se resume en una sola cosa: "La aceleración del proceso científico-tecnológico que nos dejó atrás".

La Unión Soviética, un enorme imperio, que incluso llegó a tener éxito durante la revolución Industrial y la Postguerra, más tarde fracasó por subestimar un factor fundamental: la necesidad de incentivos y libertad individual para obtener beneficios sociales y económicos de la generación y aplicación del conocimiento nuevo. "Evidentemente el estado omnipotente, rígido, autoritario y burocrático, no conforma el motor más adecuado para adaptarse a las nuevas circunstancias. Nunca el pensamiento del Estado se podrá equiparar a la suma de capacidades individuales" (Jaque al Subdesarrollo, 1972).


La situación actual

Con el fracaso de las ideologías, terminó la guerra fría, pero una nueva división se ha hecho presente, esta vez condicionada por el dominio del conocimiento. El problema es que el proceso no parece detenerse, dado que la génesis del conocimiento continúa con una aceleración creciente y siempre concentrada en una zona muy específica del mundo. Según Jeffrey Sachs, director del Centro Internacional para el Desarrollo (The Economist, Junio 24, pág. 81, 2000), en dichas naciones innovadoras vive el 10% de la población del mundo, y generan toda la ciencia y la innovación tecnológica, acumulando el 99% de todas las patentes que resguardan el conocimiento (111.905 patentes en el año 1997). Como consecuencia, también allí se ha acumulado la riqueza (ver figura 2).

Otras naciones, aun cuando no están siendo innovadoras, en algún grado también se han beneficiado, ya que han tenido la capacidad, con mayor o menor dificultad, de adoptar tecnologías generadas en otras partes y aprovecharlas en su sistema de producción y consumo. Por lo general se trata de naciones productoras de materias primas, con lo que han contado con recursos e infraestructuras para adquirir tecnologías. Ellas representan aproximadamente el 50% de la población mundial. El resto, ha permanecido ajena al proceso, al no ser capaz de adquirir ni adoptar tecnologías. Ellas son las naciones más pobres, que representan aproximadamente el 40% de la población mundial, sobrepasando ya los dos mil millones de habitantes.

En estas naciones excluidas tecnológicamente, es donde está atrapada la pobreza crónica. Diezmadas por el hambre y la desnutrición, y presa de las enfermedades infecciosas, está siendo constantemente dañada física e intelectualmente. Con una economía simple y con una agricultura de subsistencia, permanecen ajenas al proceso de globalización mundial. Para ellas el libre mercado no tiene ningún significado.

Es así como, al finalizar el siglo XX, se ha generado un nuevo mapa tecnológico del mundo, en que las naciones se pueden agrupar por lo menos en tres grandes grupos: las tecnológicamente innovadoras, las tecnológicamente adaptadoras y las tecnológicamente excluidas (ver figura 2).


El desafío del siglo XX

El siglo que se fue, caracterizado por la revolución de los conocimientos, dejó evidentes beneficios, pero también grandes diferencias que constituyen un tremendo desafío para la sobrevivencia de la especie. De continuar la tendencia ya iniciada, lo probable es que la desigualdad continúe acrecentándose, hasta hacerse insostenible. Si bien el ritmo de crecimiento poblacional parece disminuir, no es menos cierto que en1os próximos veinte años habrá dos mil millones de nuevos habitantes, y ellos en su gran mayoría estarán en el mundo pobre, que hasta atora ha estado excluido.

Podemos imaginar al planeta Tierra como un gran platillo volador que nos lleva por el espacio. ¿Será posible que en el futuro, en el mismo platillo conviva el gran bienestar con la gran miseria? Es ese creciente mundo pobre el que está sumergido en la insalubridad, y que en sus esfuerzos de sobrevida destruye el recurso tierra, talan los árboles y bosques, avanzan en la desertificación, erosionan por sobre explotación de tierras marginales, todo lo cual necesariamente afectará a todos los tripulantes del platillo. Es ésta la nueva realidad que deberá enfrentar la especie humana durante el siglo que ahora comenzamos. No es sólo un problema de justicia igualitaria para todos los tripulantes del platillo, sino un problema de sobrevivencia de los mismos. Durante el siglo XXI no se podrá continuar recluyendo la miseria al patio trasero, ya que no habrá barreras que la puedan contener. El SIDA nació en Africa y no respetó fronteras, como tampoco se impidió que recientemente el virus de la Fiebre del Nilo afectara a los habitantes de Nueva York. Ya los expertos vaticinan que si se calienta la Tierra, enfermedades que se consideraban erradicadas en determinadas regiones, volverán a hacerse endémicas en ellos. No hay fronteras para los microorganismos, ni para los pájaros, los insectos, o los parásitos, como tampoco hay para la violencia dentro y fuera del mundo rico.

Si hasta ahora no ha sido la "solidaridad" la que se ha despertado para contrarrestar las desigualdades, pronto tendrá que ser la "necesidad". Pero ¿está preparada la especie humana para reaccionar frente al peligro como especie humana? El progreso alcanzado hasta ahora, se ha generado básicamente por el incentivo individual y de grupos. Esta vez el desafío es del mundo entero y especialmente del mundo desarrollado, que es el que tiene la riqueza, el conocimiento y la tecnología. Todo ello ya existe, sólo falta la voluntad y la generosidad para compartirlo.

Frente al grupo de países que hemos denominado "tecnológicamente excluidos", el desafío es grande, ya que si existiese la voluntad de cambio y los recursos necesarios para ello, no va a ser fácil incorporar al proceso a quienes han estado siendo dañados por generaciones de pobreza y marginalidad y que aun hoy día viven en condiciones muy primitivas. En el mejor de los casos, y si todo estuviera dispuesto y bien diseñado, el proceso tomaría más tiempo que lo deseado, tal vez varias generaciones.

Más posible es inducir el cambio en aquellas naciones que hemos llamado "tecnológicamente adaptadoras". Dentro de este grupo existe toda una variedad, de modo que es difícil englobarlos bajo un concepto común. En todo caso, en ellos el principal esfuerzo deberá ser interno y dice relación con la modernización de todo su sistema educativo y el reforzamiento de su propia infraestructura científico tecnológica para que sea capaz de producir innovaciones útiles para competir en el proceso de la globalización de la economía mundial. Esto último significa desarrollar políticas y programas adecuados a cada caso, los que necesariamente deben estar liderados por el Estado. Para ello se requiere de centros especializados, capaces de realizar tanto investigaciones básicas como aplicadas, que unidos a instituciones universitarias, comprometan también a la industria. Así por lo menos lo han hecho los países que hoy son tecnológicamente innovativos (Ciencia y tecnología para competir) .

Pero esto que debe iniciarse o reforzarse, no basta, porque la distancia que los separa de las naciones que actualmente son innovativas son demasiado considerables y llevaría tiempo recuperar terreno. Frente a ello, otras posibilidades hay también que considerar, cual es la de atraer hacia ellos, no sólo capitales, sino también tecnologías mediante la asociación con las grandes corporaciones internacionales. Pueden ellas instalarse en esos países para fabricar partes o el todo y que desde allí se dirijan al mercado internacional.

Para conseguir esto es necesario buscar instancias de «joint ventures» entre el país huésped y las grandes corporaciones, como lo ha hecho Costa Rica con Intel. Para ello es necesario reconocer el verdadero valor de la «capacidad de innovación tecnológica» que ha desarrollado la gran corporación. Una de las posibilidades (entre otras), es ofrecer capitalizar o valorizar esta capacidad si ellas deciden instalarse en determinado país. Como éstas, otras ideas deben buscarse para hacer atractiva la instalación de empresas, que ya han desarrollado su capacidad innovativa, en países que no la tienen (Mönckeberg, F. Jaque al SubDesarrollo Ahora, Dolmen Ediciones, Santiago-Chile, 1993).

La idea no es nueva y ya se conocen ejemplos exitosos. Por este mecanismo Taiwan, por una acción conjunta con una internacional, comenzó a producir y exportar chips de computación, y en la actualidad ésta sobrepasa ya los tres mil millones de dólares. Igual cosa sucede en el caso de Costa Rica. En el caso de Taiwan, el segundo paso fue la fabricación de computadores personales, donde ya domina el 30% del mercado internacional. En todo caso, en los últimos años los hechos han demostrado que diversos países, siguiendo estas políticas, han sido capaces de pasar de la etapa de adaptadores de tecnologías, a la etapa de innovadores tecnológicos. Ellos son los llamados «Tigres Asiáticos» (Corea del Sur, Taiwan, Hong Kong, Singapur) o Israel, y en el futuro probablemente también lo logre Costa Rica.

Pero para que esto suceda, también se requeriría de un cambio de actitud del mundo desarrollado, donde se eliminen las barreras proteccionistas, las cuotas de importación u otras trabas no arancelarias, y donde se orienten también en igual sentido las políticas de ayuda económica de naciones y de organismos financieros internacionales. En resumen, se necesita un nuevo orden internacional, más racional, más humano y más generoso. Un orden sin armamentismo, sin hegemonía de los poderosos, donde exista una ética humanitaria y en que el bienestar y la justicia sean de responsabilidad de toda la humanidad. Donde se facilite el acceso al conocimiento para que la humanidad entera pueda gozar de él, y en el que todos cuiden el medio ambiente para no romper su frágil equilibrio. Sólo así se podrá enfrentar con posibilidades de éxito el difícil paradigma del siglo XXI.

¡Cuando se está frente a una encrucijada, es cuando se dan las mejores circunstancias para encontrar una salida!



Fernando Mönckeberg Barros


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