Génesis de la idea de la inmortalidad del alma en el Egipto antiguo
( Publicado en Revista Creces, Marzo 2002 )

Que el alma es inmortal, que al morir el hombre se independiza y sobrevive, no es, en primer termino, una idea platónica. Habrá que retroceder hasta el tercer milenio, cuando entre los egipcios nació este concepto religioso.

Deberá recordarse como premisa que los faraónicos habitantes de las tierras del Nilo tomaron medidas e hicieron preparativos para la supervivencia en el más allá como ningún otro pueblo del planeta. La momificación del cadáver, reanimación del cuerpo por la ritual apertura de la boca, sepultura con una provisión en la que no faltaba nada de cuanto un ser humano puede necesitar y posterior atención del difunto con rezos y sacrificios, todo esto, según las creencias de los hombres del Antiguo Imperio, aseguraba la supervivencia en el otro mundo. Estos usos tienen su raíz en las ideas mágicas de la prehistoria egipcia y su historia primitiva.

En la época revolucionaria de las primeras turbulencias (hacia los años 2250 a 2050 antes de J. C.) cuando el régimen naturalmente aceptado y firmemente establecido empezó a vacilar en sus fundamentos, los sepulcros construidos para la eternidad fueron saqueados, las momias profanadas y robadas, los antiguos aprendieron algo del espanto de la caducidad de todo lo material, de toda terrenal previsión. Por la meditación filosófica sobre los verdaderos valores de la vida llegaron a la constitución de un más hondo código de costumbres y como consecuencia vino la idea religiosa del tribunal de los muertos. Si la doctrina del Antiguo Imperio había estipulado que el hombre justo debe construir una casa para la eternidad y engendrar un hijo que provea el servicio de los muertos, en adelante se dirá que las acciones del hombre serán colocadas junto a él ante los jueces del más allá y medidas y pesadas según los cánones del orden establecido por Dios y por Dios impuesto.

Al mismo tiempo la idea de la forma concreta de la supervivencia adquirió una nueva imagen. Que a pesar del embalsamamiento más perfecto la momia podía ser destruida lo habían visto con sus propios ojos. La existencia postmortal debería, pues, depender de otra fuerza, de una fuerza más espiritual que sería la esencia del ser humano sin encontrarse, como el cuerpo, amenazada. Se la creó basándose en el "Ba" del monarca, como la idea del "alma" de cada individuo.

El Ba -el faraón tenía varios- significa tanto como autoridad, gloria, poder constituyendo una parte esencial de la existencia humana, de cuya virtud deriva su influjo. Mientras en vida el Ba se entraña en el ser humano como fuerza, con la muerte abandona el cuerpo -según los textos de los ataúdes de la época de los herakleopolitas- en forma de entidad independiente "con las emanaciones de su carne".

Ahora bien, como todo lo que los egipcios piensan tiene plasticidad, esta fuerza debería tener también una forma visible. Es representada por una cigüeña con cabeza humana. Haremos caso omiso de por qué precisamente la cigüeña fue escogida para materializar la fuerza psíquica del hombre. El pájaro con cabeza humana, representado en forma reducida, tendrá pues, en adelante, la significación del alma. Para no suscitar afinidades o reminiscencias de la psique griega o el alma cristiana, será mejor que la designemos por Ba, su nombre egipcio.

Al llegar la muerte la misión del Ba será abandonar el cuerpo y seguir viviendo en este mundo. Los textos dan especial importancia al hecho de que el Ba pueda volar: el movimiento es visible expresión de vida. El muerto, que yace como desmayado, es incapaz de movimiento, no puede llegar a los lugares que le son queridos, no puede andar, ir donde quiere. Y esto le espanta al egipcio tanto como la falta de luz del sepulcro. Por la acción y el movimiento cobra sentido la vida. El Ba levanta, pues, el vuelo y se lleva la vida esencial del hombre consigo. En forma más espiritual sobrevive así el hombre en su Ba, sin depender primariamente ya de la momia y la provisión del sepulcro. Que esta provisión se haya conservado no obstante en las costumbres es claro testimonio de una actitud espiritual apegada a la tradición. Mas estas precauciones de los antiguos tiempos adquieren la categoría de lo aún necesario, pero ya no de suficiente condición para la supervivencia. Los cánticos de los arpistas hablan así:


Las generaciones pasan,
otras se mantienen
en su lugar.
Y esto desde los tiempos
de los antepasados, de los dioses,
que reposan ya en las Pirámides.
Los nobles, los iluminados,
sepultados ellos también.
Desvanecido está cuanto crearon;
¿y cuál es su destino?

En boca de todos
Escuché las palabras de la sabiduría
De Imhotep y Diedefhor.
¿Qué son sus moradas?
Muros derruidos,
Lugares de abandono:
Es como si nunca hubieran vivido.

Nadie vino a contarnos cuál fue su suerte,
Ni nada de cuanto a nuestro corazón angustia,
Hasta que lleguemos
Adonde ellos se fueron.

¡Qué no te inquiete, pues, el fin futuro,
obedece al corazón que aún late en ti!
Mirra fragante sobre tu cabello,
envuelve el cuerpo en linos perfumados.
Honra a los dioses ungido de delicias.
¿Se acongoja tu corazón?
Pues busca más placeres,
obedécele, y a aquello que te alegra.

Procura que en la tierra lo tuyo se haga
con tu buen acuerdo.
Pues el día de la gran querella
te llegará también.

Si el corazón se cansa es sordo a sus llamadas,
que en vano piden
a los idos que vuelvan.

Letrilla:
Disfruta del día
sin rendir las fuerzas.
Que nadie se lleva
lo de su apego,
y si ya se ha ido,
no vuelve luego...

La muerte se irguió ante mí
como el aroma de la mirra,
como estar bajo el velamen con buen viento.

La muerte se irguió ante mí
como la fragancia del loto.
como estar sobre el borde de lo embriagador.

La muerte se irguió ante mí
como el chubasco que se aleja,
como el volver de la campaña.

La muerte se irguió ante mí
como el cielo que se despeja,
como la visión de algo que no sabíamos.

La muerte se irguió ante mí
como vuelta al hogar y ver la casa
tras luengos años de prisiones.



Fue así como llegó a considerarse al Ba vehículo de la vida después de la muerte. El Ba tiene las necesidades de un pájaro. Para los egipcios sólo necesitaba la sombra de un árbol y agua para beber, bien inmateriales cosas, ciertamente. El hombre cuida de que no le falten construyendo un estanque y plantando un sicómoro en los sepulcros. Representado plásticamente vemos al pájaro que encarna el alma para los egipcios bebiendo en el estanque y reposando en las ramas del árbol del sepulcro. El sepulcro le ha atraído. Mas, no puede. Sólo puede atraerle, pero no obligarle a que se quede allí precisamente: encuentra también en otros lugares sombra y agua. El Ba es, pues, muy condicionado y depende poco del hombre.

¡En qué distinta medida depende el hombre de su Ba! Incluso puede decirse que su existencia toda depende del favorable comportamiento del Ba, tanto en el más allá como aquí abajo. Perteneciendo el Ba a la esencia del hombre, éste no puede pasarse sin él en la vida sin verse afectado en lo esencial. Volveremos sobre esto. Por otra parte el Ba tiene la obligación de abandonar al hombre después de la muerte. Si no emprende el vuelo, el cadáver permanece sin vida y el hombre se acaba para siempre. Pero no le va a éste mejor si el Ba se desprende e independiza después de la muerte y no retorna al cadáver del sepulcro. Por eso la preocupación es igualmente terrible para el hombre si después de la muerte no puede evadirse el Ba o si se va para siempre. Con este último temor revela el egipcio que del todo no ha renunciado a la idea de la momia. Pues no el alma por sí sola, sino su vinculación (como supervivencia) al cuerpo (corruptible) que le corresponde garantiza la supervivencia personal después de la muerte. Que el Ba se desprenda del cadáver, pero que le guarde fidelidad, sin embargo, es la prenda de la supervivencia del hombre en el más allá.

La adjunta viñeta de un Libro de los Muertos nos muestra el modo cómo el Ba visita el momificado cuerpo del fallecido. Tras haber penetrado por la entrada de la tumba a ras de tierra, el ave con cabeza humana vuela por el conducto que desciende hasta la cámara sepulcral donde yace el muerto en su ataúd ("sobre" él según el modo egipcio de dibujar) rodeado de las provisiones.

Con el consecuente cavilar en torno a esta nueva teoría formulada para el pueblo en la época de los heracleopólitas surgió un problema también para la vida de este mundo. ¿Qué ocurriría si antes de la muerte el Ba se independiza y emprende el vuelo? Si el Ba tiene la significación de una esencial fuerza de vida su desprendimiento prematuro traerá una prematura muerte. Este problema fue efectivamente objeto de meditación y reflexión para los antiguos egipcios y encontró expresión escrita en el texto -de tan alto valor literario- que desde hace 70 años es una de las más discutidas obras de la egiptología bajo el título El fatigado y su alma. Su dificultad estriba en el hecho de que se perdió el comienzo y la última problemática ha de inferirse de la continuación.

El papiro (Berlín 3024) contiene aun una réplica oratoria del Ba, a la que tiene que haber precedido un discurso del Hombre. Siguen tres diálogos. El tercer discurso del Ba termina con dos parábolas, el cuarto discurso del Hombre consta de cuatro poemas. El Hombre es un sabio de su tiempo (tiempo de revolución), muy probablemente un sacerdote, cuyas admoniciones son recibidas con burlas por la multitud revolucionaria como anacrónica verborrea. El sabio, vinculado a las formas de la fe vernácula, ha sido despojado, entre el fango de la turbulencia contra el orden tradicional, de nombre y poder y su Ba -en la consecuencia de los conceptos que le son inherentes- amenaza con abandonarle en forma prematura. Entre ambos se suscita un debate en el que son discutidas las condiciones de la supervivencia en el más allá. Mientras el Ba -con histórica fidelidad es caracterizado como un plebeyo advenedizo- que al modo de los obtusos sólo a sí mismo se considera importante y al que, por lo demás, no le seduce vivir con un hombre cuya conciencia de responsabilidad engendra incomodidades y lamentos -cuando le gustaría vivir sin ligaduras, alegremente- y al que toda precaución le parece bobería, el sabio, en cambio -hombre cultísimo y devoto- defiende el viejo ritual, pero al mismo tiempo, con espiritual tolerancia, está dispuesto a considerar la nueva doctrina Ba. El contenido del diálogo puede bosquejarse del siguiente modo:

El sabio, que se dispone a ofrecer un sacrificio al dios del Sol como supremo juez, se lamenta de la desdicha que para él significa el verse privado de su rango. Anhela el juicio justo del tribunal en el más allá, después de la muerte, por lo tanto. El Ba se burla del sacrificio y de la fe en el más allá del Hombre y se atreve a pedirle que muera al proponerse abandonar a quien carece ya de poder y fama. Para impedir todo propósito de nuevas ceremonias funerarias, propone incinerar, sin más, el cadáver del sabio en la taza del sacrificio allí dispuesta, ya que en él, en el Ba, sobrevive y más no necesita. La herética, incluso criminal idea del Ba desespera al sabio, que intenta ganar su voluntad con la promesa de la bella supervivencia vinculada al sepelio ritual. El Ba entonces reprocha al sabio sus eternos lamentos y se ríe de su miedo a una muerte prematura. A su vez el sabio reprocha al Ba su falta de responsabilidad y procura hacerle ver que él también está obligado al correcto culto funerario. Le promete hacer que sus herederos lo arreglen todo tan maravillosamente que provocaría la envidia de cualquier otro Ba. De nuevo el Ba abruma de burlas la fe en los muertos del Hombre, califica de mascarada los arreglos ortodoxos e invita al Hombre a una vida sin preocupaciones. Aquí el sabio canta en cuatro poemas, que se cuentan entre lo más maravilloso de la literatura del antiguo Egipto, el drama de su destino, lamenta la pérdida de su nombre, la pérdida de sus deudos, describe su nostalgia de la muerte y anticipa espiritualmente su salvación ante los jueces del más allá. Bajo la impresión de la excelsitud y la fuerza de estos pensamientos hechos lenguaje propone el Ba una transacción: promete al Hombre su fidelidad incluso allende el sepulcro, mas pone por condición tomar la vida como es, sin lamentos.

Antes de continuar con nuestras consideraciones daremos el tercer poema del Hombre. El cuádruple acorde de toda la melodía del cántico, diestramente entreverado en fina urdimbre sobre la base de un leitmotiv, se despliega y vibra como una gran comba que abarca las 33 estrofas de los cuatro poemas. Desde la bajeza de una existencia repulsiva (poema 1º) se eleva el lamento de un hombre abandonado (poema 2º) a la bienaventuranza de una muerte intuida por el presentimiento (poema 3º) y se desvanece en la visionaria contemplación de la justicia celestial (poema 4º). Las imágenes del poema que reproducimos a continuación -de muy rigurosa estructura- sólo serán íntegramente comprendidas por los iniciados en la vida y los hábitos del antiguo Egipto.

Lo controvertido en este "diálogo", en adelante sería realidad histórica. Ambas doctrinas sobre la existencia postmortal aparecen yuxtapuestas. El cumplimiento de la ortodoxia, es decir, la conservación del cuerpo, se transforma en premisa para la vida en el más allá, pero de acuerdo con la doctrina revolucionaria, la supervivencia después de la muerte depende complementariamente del buen comportamiento del Ba, del alma. En ella cobran personificación la estima y el poder del hombre, en ella se insertan después de la muerte su facultad de movimiento, el humano saber, sus potencias. Al llegar la muerte abandona el cuerpo, conservando las fuerzas de la persona a quien pertenece, sigue viviendo en este mundo, o bien -según posteriores retoques de la doctrina- en determinado lugar del averno de donde proceden las aves migratorias. Retorna a la tierra, vuela por el cielo a su talante, pero, si se mantiene fiel, visita regularmente al cadáver, manteniendo al mismo tiempo, de este modo, la identidad con quien lleva el mismo nombre. Incluso cuando al muerto le ocurre algo terrible, como que el cadáver sea incinerado -temor que entonces espantaba al egipcio y que no le ha abandonado hasta hoy-, aun en estos casos el Ba se conservaba inmune, como las viejas máximas nos cuentan. Que hasta si el muerto es condenado el Ba no sufre daño en el más allá, es la esperanza del antiguo egipcio.

Este Ba-alma es la parte inmortal del hombre. De él, vehículo de la fuerza "psíquico"-espiritual, depende, si bien en combinación con el cuerpo, la vida aquí abajo, en este mundo, y no se diga después de la muerte. Cuando el cuerpo es ya incapaz de usar sus órganos y está amenazado por la descomposición -a pesar de la momificación y la ritual apertura de la boca- el alma sobrevive hasta el día del Juicio y -así lo quiere la esperanza- aun más allá.



Emma Brunner-Traut

De la Universidad de Tübingen Alemania
(Traducción especial de Ramón de la Serna)


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