Expectativas de desarrollo para el siglo XXI
( Publicado en Revista Creces, Junio 2002 )

El desarrollo no es un objetivo en sí mismo, pero sí es el camino necesario (tal vez el único) que permite derrotar la pobreza, disminuir las desigualdades, alcanzar la justicia, y en fin elevar la calidad de vida de todos. Es por ello que en esta ocasión, este tema me parece apropiado.

Con frecuencia oímos decir que "nada nuevo sucede bajo el sol", que "la historia se repite". Tal vez ello fue comprensible en el pasado, cuando la génesis del conocimiento era lenta, y lenta también la aplicación de los mismos. Pero ya no lo es hoy día, en que vivimos una verdadera revolución del conocimiento que lo está cambiando todo.

Lo que ha sucedido en los tiempos recientes no tiene parangón con lo sucedido en el resto de la historia de la humanidad. Si bien es cierto que el hombre en su esencia permanece estable, conservando sus ancestros biológicos y comportamientos, su entorno ha variado sustantivamente y continúa haciéndolo a una velocidad creciente. El dinamismo de los cambios es tal, que podemos afirmar que ya no es útil deducir nuestras acciones futuras de experiencias del pasado. Incluso muchos de nuestros principios básicos del pasado debemos considerarlos hoy sólo como referencia, ya que nos resulta evidente que la historia de la humanidad es un continuo cambio y no una repetición.

Lo más trascendente que haya ocurrido lo estamos viviendo ahora, y ello ha sido la consecuencia del formidable avance del conocimiento y de sus aplicaciones tecnológicas. Por milenios la humanidad evolucionó muy lentamente. Los conocimientos nuevos se generaban lenta y aisladamente y eran escasas las transformaciones sociales derivadas de ellos. Repentinamente, y en poco más de una centuria, se ha generado un progreso abrumador, que está revolucionando no solamente las condiciones de vida sino también nuestras creencias, hábitos y cultura. Más aún, estamos impactando nuestro propio medio ambiente, que hasta hace muy poco tiempo nos parecía inmutable.

Debemos reconocer que estamos viviendo un tiempo de tránsito de un estadio de conocimientos relativamente estables, como había sido hasta hace poco, a un estadio de saberes extraordinariamente abundantes y en rápida evolución.

Estamos en la época del conocimiento, y éste ha pasado a ser la base del desarrollo y del progreso. Desgraciadamente los beneficios de ello no han alcanzado a toda la humanidad por igual, y es así como dos mundos coexisten. El mundo que tiene y genera conocimientos ha logrado que su gente alcance niveles de vida no imaginados hasta hace poco tiempo. El otro, en cambio, ha permanecido ajeno a este proceso, y su gente permanece en condiciones de vida muy precarias. Es así como la capacidad de generar conocimientos y aplicarlos eficientemente, condiciona en definitiva la diferencia entre desarrollo y subdesarrollo. Como ello no parece cambiar, se puede afirmar que continuará la tendencia actual, incrementando aún más la polarización.

Entre estos dos mundos, estamos nosotros, en una situación paradigmática, que tiene que definirse luego: o desarrollamos el esfuerzo y las estrategias adecuadas para sumarnos al desarrollo, o lo probable es que nos retrasemos progresivamente, con alto riesgo de sumarnos al tercer mundo. A futuro, dada la creciente dinámica del cambio actual, no visualizo situaciones intermedias que puedan perdurar en el tiempo.


¿Qué nos ha sucedido?

Hasta hace cuarenta años, Chile era un país realmente atrasado. En aquella época, meditando y husmeando en su futuro, escribí un libro, que se llamó "Jaque al Subdesarrollo". Fue un éxito de librería. Aparecieron varias ediciones y se tradujo a varios idiomas. Al releerlo, pienso que mantiene toda su vigencia, y muchas situaciones que allí se preveían, ya se han estado cumpliendo. En ese entonces ya eran evidentes los profundos cambios sociales y económicos que se estaban produciendo en el mundo desarrollado, que amenazaba incrementar aún más las diferencias existentes entre países ricos y pobres.

Junto al enorme progreso iniciado por la revolución tecnológica, se agregaba el avance de la informática, de las comunicaciones, la electrónica y el incremento de la capacidad de desplazamiento del hombre y sus productos, todo lo que hacía inminente el inicio del proceso de globalización mundial, del cual no podíamos sustraernos, a riesgo de quedar definitivamente marginados. Pero también era evidente que no estábamos preparados para enfrentar el proceso.

Enormes eran los obstáculos que debíamos sortear, los que en el libro se resumían en cuatro aspectos fundamentales. El primero y más importante, era la limitada capacidad de nuestro recurso humano, dañado por generaciones de pobreza y desnutrición. El segundo, el retraso de nuestro sistema educacional, que además de una cobertura limitada, había sido sobrepasado por los tiempos. Dos factores que, sumando sus efectos adversos, impedían alcanzar un nivel competitivo a nivel internacional.

Nuestra tercera limitante estaba en el campo económico. Por décadas el crecimiento había sido nulo o lento, por haber permanecido encerrados en una economía local, ideologizada, sobreprotegida y fuertemente controlada por el Estado. La antítesis de lo que se necesitaba para participar en la globalización que se aproximaba. Era obvio que frente al enorme cambio tecnológico, ningún país podía pretender ser autosuficiente, menos aún el nuestro, que siendo pequeño, tenía un escaso mercado interno que no permitía una economía en escala, y que carecía de capacidad investigativa y de innovación tecnológica.

Nuestra meta debía ser un mercado libre y orientado hacia el mundo. Para esto último, en una primera etapa sólo disponíamos de una ventaja comparativa, y ella estaba en nuestros recursos naturales, tanto renovables, como no renovables.

Nuestra cuarta limitante estaba precisamente en la carencia de una infraestructura científico tecnológica, que nos permitiera competir en el ámbito internacional, más allá de los recursos naturales.

Frente a este crudo diagnóstico, en ese libro se planteaba una estrategia global, señalando las prioridades y acciones necesarias en cada uno de los cuatro aspectos señalados.

Han pasado 30 años y sin duda que ha habido cambios favorables, pero también persisten algunos de los mismos factores limitantes que ya en el pasado se evidenciaban como grandes obstáculos.

Grandes avances se han logrado en la prevención del daño del recurso humano. Sin entrar a analizar las diversas intervenciones que fue necesario implementar en las áreas de pobreza, salud y nutrición, ya se hacen evidentes los progresos alcanzados, que ahora ubican a Chile a la cabeza de los países de la Región. La desnutrición, la mortalidad infantil, la mortalidad materna, la expectativa de vida al nacer, los índices de enfermedades infecciosas y la salud en general, muestran indicadores que, yendo más allá de nuestra realidad económica, ya son semejantes a los de países desarrollados. Hemos alcanzado que más y más chilenos estén logrando expresar sus potencialidades genéticas, físicas y psíquicas. La prevención del daño "sociogénico - biológico", y el incremento de la cobertura educativa, han permitido que casi desapareciera el analfabetismo, y que el 100% de la población infantil esté terminando la educación básica. Hace sólo 40 años, debido a ese daño, sólo terminaba el 10%. Ello ha presionado sobre la educación media, en la que ya está terminando el 70%.

Cambios importantes hubo también en el sistema económico. Se abrió la economía, se eliminaron las barreras aduaneras, las trabas burocráticas y las prohibiciones de importación, dejando actuar las leyes del mercado. Fue así como se tuvo éxito en la conquista de mercados internacionales, utilizando básicamente la única ventaja comparativa que poseíamos, cual era la utilización de nuestros recursos naturales.

Recuerdo que en dicho libro afirmaba que, contrariamente a la creencia generalizada, Chile no era un país pobre, que sólo poseía cobre. Por el contrario, contaba con una amplia gama de recursos naturales, y que era el sistema económico imperante y nuestra falta de visión las que impedían su utilización. En ese entonces sólo se exportaba cobre (700 millones de dólares al año). Con un grupo de investigadores, más allá de los recursos mineros, analizamos la potencialidad de los salmones, las uvas, las frutas, los recursos pecuarios, forestales, del mar, etc. A la luz de los conocimientos de la época, se analizaron las potencialidades de cada uno de los diferentes rubros, llegando a concluir que la utilización de esos recursos naturales, renovables y no renovables, podría permitir exportar en los próximos años, sobre los 17 mil millones de dólares anuales.

Pero ya en ese entonces (hace treinta años), se advertía que no iba a ser posible alcanzar el desarrollo sólo basándose en los recursos naturales. Que necesariamente deberíamos ir preparando desde ya una segunda etapa, para lo que se requería mejorar los niveles educacionales y montar una infraestructura científico tecnológica que permitiera competir en el mercado internacional.

En esto no se avanzó, y son hoy estas dos mismas limitaciones las que constituyen el más serio obstáculo para continuar en el desarrollo. No se modernizó la educación, y tampoco hemos sido capaces de construir una infraestructura de innovación tecnológica para competir, apoyando al sector productivo y administrativo.

Creo que la suma de los factores positivos, prevención del daño del recurso humano, más el cambio de estrategia económica, han dado ya sus frutos, lo que durante algunos años ha permitido un rápido crecimiento social y económico. Pero pienso que ello ya ha topado techo y que el paso a una segunda etapa exportadora, con mayor valor agregado de los productos, es ya difícil de alcanzar. Por ello veo difícil continuar creciendo, a menos que se complemente la estrategia diseñada. Estamos atrasados, y nuestra preocupación por la contingencia, propia del subdesarrollo, nos ha impedido actuar y aprovechar nuestras oportunidades.

No todos parecen pensar así, ya que no es raro oír a planificadores y economistas afirmar que sólo estamos en un problema coyuntural y que pronto reiniciaremos un crecimiento con altas tasas que perdurarán por los próximos 15 años. Pero no dicen cómo. Yo me temo mucho que esto no sea posible y tengo mis razones para pensar así.

Un simple cálculo basta para demostrar mi pesimismo. Si Chile pretende seguir creciendo a un ritmo prudente de un 5% al año durante los próximos 15 años, basándose en la estrategia exportadora, para el año 2015 debiera estar exportando sobre los 70 mil millones de dólares anuales. El cálculo de esta cifra se basa, por una parte, en que con un crecimiento anual de un 5%, se debería doblar el Producto Interno Bruto en los próximos 13 años. Este hoy alcanza a los 60 mil millones de dólares anuales, de modo que para ese entonces debería pasar los 120 mil millones de dólares anuales. Por otra parte, Chile debería (como lo han hecho algunos países pequeños que han basado su desarrollo en el mercado internacional) llegar a colocar en ese mercado, el 70% de su producto. Es decir, para poder crecer al 5% al año durante los próximos 15 años, Chile debería ser capaz de exportar en el año 2015, sobre los 70 mil millones de dólares (actualmente estamos exportando 16 mil millones, lo que es el 30% de nuestro PIB, lo que ha sido un gran avance).

Los países pequeños como el nuestro, que durante los últimos años han alcanzado avances importantes en su desarrollo, han escogido este camino como el único posible. Los llamados "Tigres Asiáticos" han logrado que aproximadamente el 70% de su producción total sea colocada en el mercado internacional. Tal ha sido el caso de Taiwán, Corea, Singapur, y más recientemente Irlanda, el país de mayor crecimiento en la última década. Aunque hemos avanzado, aún estamos lejos de esa meta.

La pregunta que surge es ¿si hoy exportamos 16.000 millones de dólares basándonos principalmente en recursos naturales (renovables y no renovables), podremos llegar en 15 años más a los 70.000 millones de dólares, basándonos sólo en los mismos productos? La respuesta es evidentemente negativa, ya que los mercados se saturan, se incrementa la competencia de países con iguales ventajas competitivas, y continúa el reemplazo y ahorro de materias primas debido al enorme progreso tecnológico de los países desarrollados. Las materias primas y los recursos naturales tienen bajo valor agregado. No es imaginable alcanzar estas cifras de exportación sólo con cobre, más fruta, más harina de pescado, más celulosa, madera o más salmones. Ya los hechos nos están dando en las narices: llevamos cuatro años en que no aumentan las exportaciones y en que cada día tenemos más dificultades aún para mantenerlas.

Hasta ahora, la utilización de nuestros recursos naturales y productos primarios, nos ha sido relativamente fácil, ya que no requerían de sofisticadas tecnologías. Pero pasar a una segunda fase exportadora, con productos de mayor valor agregado, se nos hace difícil por las crecientes dificultades en la transferencia de conocimientos y tecnologías generadas en el extranjero, dado que los países que las generan las guardan celosamente. Todo hace presumir que estas dificultades serán progresivas en la medida que nosotros aparezcamos como una amenaza competitiva.

De aquí en adelante, tampoco existirá la posibilidad de comprar tecnologías que nos permitan fabricar productos de mayor valor agregado, ya que la mayor parte de ellas están siendo generadas por grandes corporaciones para su propio beneficio. En otras palabras, nuestro principal factor limitante actual (como reiteradamente lo señalan los organismos evaluadores internacionales), más que los recursos de inversión, son sin duda el retraso de la educación y la carencia de infraestructura científico - tecnológica propia, que permita tanto la mejor utilización de nuestros recursos naturales, como también la producción de otros bienes de mayor valor agregado.

Si no somos capaces de satisfacer la demanda científico - tecnológica, el crecimiento económico necesariamente continuará detenido y muy probablemente retroceda, ya sea por la menor importancia que están teniendo las materias primas en el mundo desarrollado, como por el reemplazo de nuevas tecnologías, como también por la debilidad de nuestro sistema económico frente a las crecientes tendencias proteccionistas de los países desarrollados, que se ejerce especialmente sobre las materias primas.

Hoy estamos gestando convenios bilaterales y con bloques económicos, como son la Comunidad Europea y el NAFTA. Si ello se logra, será beneficioso al menos para evitar las discriminaciones proteccionistas. Pero necesitamos ir más lejos.


Entonces cuales son las posibilidades

Para ello, dos son los elementos que ya debiéramos haber considerado hace 30 años, pero que no lo hicimos. Me refiero a modernizar la educación y llegar a contar con una infraestructura científico - tecnológica para el desarrollo.


  1. Veamos por qué la urgencia de modernizar el sistema educacional.

    En el pasado el sistema educacional estuvo diseñado básicamente para preparar educados que más tarde pudieran insertarse en una sociedad simple, en la que preponderantemente iban a tener que realizar una labor física y rutinaria. En esa realidad la sociedad podía alcanzar algún progreso, aun cuando mucha de su gente joven no lograra desarrollar todas sus potencialidades y sus conocimientos fuesen reducidos.

    Pero la sociedad de hoy se ha tecnificado, se ha hecho en extremo competitiva y con un alto grado de complejidad, y exige cada vez más capacidades intelectuales, más información y más capacitación, si es que la persona pretende incorporarse como elemento útil en ella y así satisfacer sus legítimas aspiraciones de calidad de vida.

    Hoy el progreso de la sociedad depende de la educación alcanzada por todos y cada uno de sus miembros. En adelante la sociedad no podrá progresar si un porcentaje elevado de sus individuos no ha alcanzado los niveles adecuados de educación. Todo el sistema se entraba por la ineficiencia, que disminuye la competitividad. Por ello se hace indispensable que los estándares educacionales se eleven en toda su población y no sólo en una fracción elitaria de ella.

    Las expectativas de progreso social y económico están ligadas a ello. El conocimiento se ha transformado en la verdadera herramienta de trabajo de cada uno y quien no esté preparado no podrá insertarse eficientemente en ella, para aspirar a un ingreso suficiente que le permita una adecuada calidad de vida.

    La mejor distribución del ingreso sólo se puede alcanzar si más y más individuos logran más educación, más conocimientos y más destrezas. Es esta la manera como los países desarrollados han logrado mejorar su distribución. La sociedad paga, de acuerdo a lo que cada uno aporta en su quehacer y la mejoría de la distribución del ingreso llega a ser la consecuencia de ello.

    Pretender mejorar la distribución del ingreso invocando sólo a la solidaridad o imponiéndola por la vía coercitiva, necesariamente lleva al fracaso, y en definitiva, al incremento de la pobreza. En los últimos años ya han sido demasiados los ejemplos de ello.

    Por otra parte, sólo alcanzando los niveles educacionales de países desarrollados es que podemos pretender ser competitivos. Es en este sentido que el sistema educativo tiene que modernizarse y alcanzar los niveles del mundo desarrollado, que es donde debemos competir. La reciente evaluación de la prueba internacional TIMSS, nos ubica en los últimos lugares entre 30 países evaluados.

    De acuerdo a esa prueba, en los primeros están los llamados "Tigres Asiáticos", incluso sobre los países europeos, Estados Unidos, Canadá y Australia. Hace apenas 30 años, Corea del Sur era realmente un país muy atrasado. En ese entonces, el 80% de su población estaba constituida por campesinos empobrecidos, con un 40% de analfabetismo y con un ingreso "per cápita" anual de 120 dólares (en esa época el nuestro era de 600 dólares per cápita). Hoy en cambio, su desarrollo es muy superior al nuestro, sin analfabetismo, con una elevada escolaridad y una magnífica infraestructura de educación superior. En la actualidad su ingreso "per cápita" es más de dos veces superior al nuestro.

    ¿Cómo se puede explicar este cambio en tan poco tiempo? Las razones pueden ser muchas, pero hay una que nos tiene que hacer pensar: el énfasis que desde hace 25 años esta nación puso en la modernización de la educación en todos sus niveles, incluyendo muy especialmente la educación superior. Fue lo mismo que ocurrió a todos los llamados "tigres asiáticos", donde la actualización y modernización de la educación pasó a ser una política de estado, que se implementó, más allá de los gobiernos de turno, manteniéndose por 25 años de esfuerzo continuo. De este modo, países pobres, carentes de recursos naturales, elevando la calidad del recurso humano, pudieron insertarse en el desarrollo.

    Nuestro sistema educativo ha permanecido encerrado en sí mismo, sin adaptarse a la dinámica de los cambios, amarrándose al pasado, bloqueando así las posibilidades de desarrollo. Estamos atrasados en un mundo que no se detiene y que continúa evolucionando.

    Recién en los últimos años se comienza a tomar conciencia de la gravedad de la situación y se han iniciado esfuerzos para avanzar en este sentido. Existe ya conciencia que se requiere de una modificación sustancial, tanto en infraestructura, como en nuevas metodologías docentes, los contenidos curriculares, pero por sobre todo, en la calidad y dedicación del profesor.

    El cambio producido en los países que han tenido éxito lo atribuyen fundamentalmente a la selección del profesorado, que con una preparación continua, con una mayor habilidad verbal, un amplio conocimiento de las materias y una vocación docente, indujeron el cambio. Obviamente para alcanzar estas metas se requiere de mejores salarios, como única manera para atraer mejores candidatos. Está claro que lo que se invierta en mejor educación, en el largo plazo tiene para el país, un mucho mayor rédito.


  2. ¿Por qué ciencia y tecnología para el desarrollo?

    Cualquier análisis que se haga de nuestra realidad científico - tecnológica, conduce a las mismas conclusiones: es insuficiente, desarticulada, precaria y sin capacidad para colaborar en el desarrollo competitivo.

    Estimo que nuestros investigadores, aparte de ser escasos, por lo general son autocomplacientes y no están interesados en el desarrollo del país.

    Muchos buscan excusas y se sienten satisfechos porque en nuestro país se generan investigaciones que ameritan ser publicadas en prestigiosas revistas internacionales. Algunos señalan que Chile, con relación al resto de los países de América Latina, tiene el más alto índice de publicaciones internacionales "per cápita". Pero ignoran el hecho de que América Latina no tiene ningún peso en el concierto científico internacional. Menos del 2% de las publicaciones internacionales, provienen de América Latina. Se sienten satisfechos porque somos los que más publicamos "per cápita", pero dentro de ese mínimo 2%.

    Si usamos este mismo parámetro para compararnos con países que siendo de nuestro tamaño, hayan alcanzado el desarrollo, la deficiencia es aún más evidente. Chile publica 70 veces menos que Israel, 29 veces menos que Australia, 20 veces menos que Nueva Zelanda y 15 veces menos que Taiwán. Las diferencias son más abismantes, si comparamos las áreas a que se refieren estas publicaciones, que serían necesarias para nuestro desarrollo. En Ciencias Agrícolas, incluyendo forestal, Nueva Zelanda publicó por habitante, 22 veces más que Chile. Australia publicó 11 veces más. Respecto a Ciencias de la Computación, Dinamarca publica 100 veces más por habitante y Australia 22 veces más. Aún es más grave la realidad si se analiza el número de patentes tecnológicas generadas en nuestro país, donde nuestra concurrencia es casi nula.

    Por otra parte, el Estado siempre ha subestimado el valor de la ciencia y la tecnología como palanca fundamental para el desarrollo y sobre ello sólo se ha pronunciado muy tímidamente. No ha habido una política bien diseñada a largo plazo, para lograr su desarrollo, y su desenvolvimiento es desarticulado. Con frecuencia escuchamos en los niveles de decisión que la investigación científico - tecnológica es para nosotros un lujo que no nos podemos dar, frente a las necesidades apremiantes de la contingencia. Pero ya son demasiadas las evidencias de que no es un lujo, y muy por el contrario es una tremenda necesidad. "Porque somos subdesarrollados, nuestra única alternativa es el desarrollo científico tecnológico".

    Pero la culpa no es sólo de gobernantes y planificadores, sino también de nuestros propios científicos. Tengo la sensación de que muchos piensan en el desarrollo científico como una necesidad cultural que lleve a satisfacer la natural curiosidad del hombre de mayor conocimiento, por el conocimiento mismo, dejando muy para segundo término y casi como un resultado colateral, el que ella sea también útil para el progreso y desarrollo de la sociedad. La mayor parte de nuestros investigadores están más interesados en sus propios proyectos que en la función social que ellos deben cumplir.

    Tampoco el sector productivo parece estar convencido de que el progreso futuro de sus empresas depende básicamente de la capacidad de innovación tecnológica. Tal vez ahora, que por primera vez se enfrentan a la competencia internacional, comiencen a valorar este factor del que depende el éxito de sus negocios. Ojalá que con ello se inicie una aproximación entre investigadores y empresarios.

    En torno al tema hay mucha mistificación, que es necesario aclarar. Muchas veces nuestros investigadores argumentan que para poder realizar investigación tecnológica aplicada, es indispensable tener una buena investigación básica y abundan en el relato de ejemplos de cómo un conocimiento nuevo, cuya utilidad no se conocía en un momento dado; posteriormente se transformó en aplicaciones muy útiles. Por eso afirman, debe dejarse la libertad absoluta al investigador para que investigue lo que quiera y ojalá que no le pidan cuenta. Esta argumentación, sin duda que tiene algo de verdad, pero también hay que considerar que las cosas han cambiado con el tiempo, y la necesidad exige que nos adaptemos a ello. La investigación básica es, hoy como ayer, indispensable y en ella se requiere también estimular la creatividad individual, pero no puede ser ignorada la investigación que necesitamos para el desarrollo, como ha estado sucediendo hasta ahora en nuestro país.

    Es cierto que hasta hace algún tiempo existía una separación real entre la investigación básica y la investigación aplicada, pero cada día dicha separación se ha ido haciendo menos significativa. Antes transcurría mucho tiempo para que a un descubrimiento básico se le encontrase una aplicación. Hoy, en que los nuevos conocimientos se están generando a gran velocidad, este tiempo se ha acortado enormemente, hasta hacer muy difícil el poder definir un límite nítido entre una investigación básica y una aplicada: hemos llegado ya a las etapas de altas tecnologías modernas, y para que ello sucediera, se ha requerido que cada vez más se complemente la investigación básica y aplicada.

    Si queremos tener éxito en instaurar una infraestructura científico -tecnológica para el desarrollo, vamos a necesitar de instituciones donde la investigación básica y aplicada se fundan y, al mismo tiempo, cubran distintas disciplinas, ya que hoy la investigación destinada a resolver problemas requiere de equipos interdisciplinarios, ya que sus soluciones son siempre multifactoriales. Pasó el tiempo de investigadores aislados o de pequeños grupos de la misma disciplina, cuyos intereses se concentren en áreas muy limitadas del conocimiento. Ello puede ser todavía útil para lograr publicaciones en una revista científica, pero no para el desarrollo.

    Para nosotros va a ser indispensable promover la formación de tales investigadores, especialmente en aquellas áreas que se señalen como prioritarias para nuestro desarrollo. Se requiere de equipos humanos altamente formados en centros de excelencia, cohesionados, con objetivos comunes, poseedores de una mística e imbuidos en un profundo sentido social y obligación de servicio. Todo ello requiere del diseño de una política científico tecnológica para el desarrollo, en la que hay que incluir tres agentes fundamentales:

    1. Estado,
    2. las Universidades y
    3. el Sector Productivo Estatal y Privado.

    Todo ello requerirá de mayores recursos y de una política clara y bien diseñada, orientada hacia el desarrollo, en que unan sus esfuerzos los tres agentes fundamentales, considerando que los recursos que se destinen a ello debieran beneficiar en último término al país. Hay que aceptar que para implementar una política nacional de ciencia y tecnología, el Estado debe otorgar incentivos, aun cuando signifique desprenderse de algo, o aportar recursos (incentivos tributarios o aportes directos), ya que de allí debe surgir un alto retorno para el país, por las externalidades que éstos generan. De este modo, lo que el Estado pueda otorgar para ello, no representa un privilegio, sino un esfuerzo colectivo para lograr la mayor eficiencia y competitividad del sector productivo de bienes y servicios. Son muchos los estudios que confirman el beneficio de la labor conjunta.

    Un informe reciente del National Science Foundation de USA, preparado por Edwin Mansfield, Economista de la Universidad de Pennsylvania, concluye que las inversiones hechas por el Estado a objeto de potenciar las investigaciones en las empresas no sólo beneficia a éstas, sino también al país (recaudaciones de mayores tributos, nuevas fuentes de trabajo adecuadamente remuneradas, construcción de infraestructura, etc.) De acuerdo a este informe, que incluía numerosas empresas, el retorno de la inversión se distribuyó en un 60% para el país y un 40% para las empresas.

    Para ello se requiere la creación de instituciones o centros intermedios, en que interactúen el Estado, las empresas y las universidades, cuyo objetivo básico debe ser el desarrollo de la capacidad de innovación tecnológica del sector productivo.

    Lo anterior reviste singular relevancia en lo que concierne a las industrias medianas y pequeñas, que conforman la fracción principal de nuestra estructura productiva. Ellas, para ser competitivas, necesitan de innovación tecnológica e investigación científica, pero por su tamaño no son capaces de implementar por sí solas la infraestructura necesaria que el cometido investigativo exige.

    En los países que han creado este tipo de instituciones, donde el Estado ha hecho aportes directos o ha otorgado beneficios tributarios, se han observado éxitos notables. Estados Unidos, donde existen numerosos de estos centros, es un buen ejemplo. La política actual de gobierno prevee la creación de 170 nuevos centros en los años venideros, para lo que se ha dispuesto un presupuesto adicional anual de 500 millones de dólares. Este mismo sistema es el que ha dado la fuerza del desarrollo a Japón, que cuenta con 172 centros regionales, colaborando el Estado con aproximadamente 600 millones de dólares anuales para su mantención. En este caso todos los esfuerzos van dirigidos a las empresas pequeñas y medianas, que ven así satisfechas sus necesidades de investigación e innovación tecnológica.

    Alemania ha montado una red descentralizada y autónoma de institutos con resultados notables. Son los Institutos Frauhofer, distribuidos en todo el país. Existe un total de 47 institutos que, con financiamiento de 600 millones anuales, entregan un invaluable servicio al sector productivo. Sus presupuestos corresponden a montos más elevados, cuyas diferencias provienen de las propias industrias beneficiadas. Estos institutos colaboran con investigaciones tan importantes como microelectrónica, cerámica, biotecnología, utilización de la madera, agroindustria, automatización, robótica, etc. Los institutos han sido construidos en el interior o cerca de centros universitarios y las universidades están involucradas en ellos.

    El manejo y administración de estos centros corresponde al de una empresa privada, independiente de la Universidad. Los investigadores empero, casi siempre colaboran con la docencia, particularmente a nivel de post-grado, dirigiendo tesis y prácticas profesionales. Desarrollan también, por contratos, investigaciones conjuntas con las universidades, especialmente en aquellas áreas en que la aproximación del problema requiere de una investigación más compleja. Estos institutos son un eficiente mecanismo para convocar la respuesta de la universidad a las necesidades de la ciencia y tecnología del sector productivo.

    Inglaterra, más atrasada en este tipo de iniciativas, ha comenzado a montar centros semejantes a los de Alemania. Se denominan "Centros Faraday". Nueva Zelanda, adoptando la misma política, dispone de 10 centros que se dedican exclusivamente a investigar en el ámbito de los recursos silvoagropecuarios, priorizando así un área de elevada competitividad, esencial para su desarrollo.

    Bastantes más activos han sido los países asiáticos. El progreso de Corea del Sur se debe en gran parte a la creación de diversos centros. Lo mismo acontece con Taiwán. Malasia ha seguido igual ejemplo, con resultados que ya están siendo muy positivos. En fin, el esquema con variaciones, se repite en todos los países que hoy son desarrollados, sean éstos grandes o pequeños, todos tratan de competir en el cada vez más exigente sistema internacional.

    Es interesante también considerar lo hecho por Cuba, a pesar de su extremadamente crítica situación económica. Ha creado un Centro Biotecnológico que ya ha comenzado a dar frutos. En los últimos ocho años, por decisión personal de Fidel Castro, Cuba ha invertido aproximadamente 1000 millones de dólares en el desarrollo de la biotecnología. Ello parece increíble frente a la tremenda escasez de divisas de ese país. Sus productos ya están en el mercado y sus ventas en el último año ya han sobrepasado los 200 millones de dólares. Sus proyecciones pretenden alcanzar los 700 millones anuales en los próximos años.

    Del mismo modo China ha desarrollado durante los últimos diez años un significativo esfuerzo para el desarrollo de la biotecnología aplicada a sus recursos agropecuarios y forestales, habiendo ya alcanzado un alto nivel de desarrollo, y ya ha obtenido varias patentes en este campo.
    Para nuestro país, la expresión de una política que incorpore adecuadamente las experiencias descritas, tanto en el área de educación como en la creación de una eficiente infraestructura tecnológica para el desarrollo, constituye un imperativo histórico. Ya estamos atrasados, pues si comenzamos ahora y lo hiciéramos bien, los beneficios se van a ver en los próximos 15 años. Nuestras necesidades son urgentes ahora.

La era de las tecnologías avanzadas

Pero mientras tanto, el mundo desarrollado continúa avanzando, empujado por la demanda de más y nuevos conocimientos, cada vez más complejos y de mayor costo, tanto en profesionales altamente calificados como en sofisticados equipos y tecnologías. Es así como hemos llegado a la época de las "altas tecnologías", que caracterizan los tiempos actuales.

Los países que van a la cabeza, cada vez se ven exigidos a mayores inversiones en investigación para así satisfacer la demanda y mantenerse en niveles competitivos. Hasta hace pocos años, los países buscaban invertir en investigación hasta el 1% del PIB. Hoy ya sobrepasan el 3% y 4%, y el porcentaje continúa incrementándose, dada la complejidad y encarecimiento creciente de la génesis del nuevo conocimiento (nuestra inversión actual alcanza al 0.5% del PIB).

Es interesante observar como las necesidades del desarrollo han llevado a que cada vez sea el sector privado productivo el que directamente lidere la investigación y haga las mayores inversiones en esas áreas. De hecho, en Estados Unidos, en la actualidad el 70% del conocimiento nuevo, tanto básico como aplicado, está siendo generado por el sector privado, principalmente por las grandes corporaciones.

El enorme costo de esta sofisticada investigación ha llevado a una de las características de nuestros tiempos, cual es el nacimiento de las grandes corporaciones. Estas se han ido desarrollando como respuesta a los crecientes costos de la innovación tecnológica. Sus éxitos económicos, en buena medida, son dependientes de la capacidad de innovación tecnológica que puedan desarrollar. Ella es el verdadero capital de la empresa moderna, más importante que cualquier otro factor de su sistema productivo. Mantener la capacidad innovadora es una verdadera carrera. Un retraso o un traspié le significa grandes pérdidas o la liquidación por la competencia.

Cada vez requieren de mayor infraestructura de investigación que elevan sus costos, por lo que como respuesta, se ven obligadas a crecer y tratan de ampliar sus áreas y conquistar nuevos mercados. Así por ejemplo, en la actualidad el 85% de las exportaciones de los Estados Unidos provienen de 250 grandes multinacionales. La misma concentración se observa en Japón y en la mayor parte de los países europeos.

Colocar en el mercado un sistema avanzado de interconexión de comunicaciones, puede significar varios años de trabajo de investigación, con un costo que se estima por sobre los mil millones de dólares. Una innovación tecnológica que modifique los motores jet de la aviación comercial significa una inversión en investigación que supera los trescientos millones de dólares. Un nuevo chip de memoria cuesta en investigación sobre los trescientos millones de dólares. Colocar un nuevo producto farmacéutico en el mercado significa años de investigación y también años de trámites en los organismos controladores y oficinas de patentes, por lo que se calcula su costo promedio sobre los 400 millones de dólares.

Todo ello está llevando a las asociaciones y fusiones de grandes corporaciones, especialmente en aquellas áreas donde la innovación tecnológica está teniendo una rápida obsolescencia y un alto costo de investigación. Tal sucede en la industria electrónica, donde 12 grandes corporaciones manejan el 80% de los productos de telecomunicaciones. Igual cosa está sucediendo en el área biotecnológica.

Las fusiones y expansiones han cruzado las fronteras de los países, y ya son innumerables los casos en que su infraestructura productiva se encuentra fuera de las fronteras del país de origen. Se han formado verdaderas redes que se extienden por diversos países relacionando a productores, proveedores y también a mercados. Así por ejemplo, en la actualidad el 40% de la producción de Japón está instalada fuera del país. Ello aparentemente no beneficia al país de origen, pero sí beneficia a las corporaciones, porque en determinadas circunstancias comerciales se hace aconsejable instalar la construcción de partes o de productos terminados en otros países o regiones. Ya no es raro que un automóvil Chrysler sea producido en México y ensamblado con partes producidas en Japón, para luego ser vendido en Estados Unidos o cualquier otro país del mundo. Ello no parece beneficiar a Estados Unidos, ya que salen tecnologías avanzadas para instalarse en otros países y además restan la posibilidad de mano de obra (valor agregado) en el país de origen.

Esta red e intercambio productivo de las grandes corporaciones es muy evidente en la industria automotriz. Así por ejemplo, cada industria automotriz norteamericana tiene su participación en alguna firma automotriz japonesa y viceversa. Son ya numerosas las asociaciones mixtas. Igual intercambio en la industria automotriz se ha producido entre países tan distantes como Japón, Francia y Alemania.

A todo esto está llevando el avance del conocimiento, que busca nuevas oportunidades sin respetar fronteras. Este proceso de internalización de las corporaciones, es una demostración más de la globalización de la economía mundial, que silenciosamente y sin respetar las restricciones que puedan poner los gobiernos o incluso los acuerdos regionales, buscan su propio camino en las alternativas que ofrece el avance del conocimiento. El mundo de hoy, a espaldas de ideólogos y políticos, está siendo conducido por las alternativas creadas por la fuerza del nuevo conocimiento, haciendo crisis los mitos y las ideologías.

Muchos piensan que la economía de las próximas décadas se caracterizará por la agrupación de países en grandes bloques proteccionistas: La Comunidad Económica Europea, el NAFTA, probablemente Japón y los Tigres Asiáticos o el MERCOSUR. Puede que ello se consolide en lo formal, pero no en la práctica, en que el verdadero manejo económico radicará en las grandes corporaciones, por sobre las agrupaciones de los estados.

Durante los últimos años se ha estado produciendo una verdadera oleada de fusiones y cruces de fronteras y absorciones, que los gobiernos, ni los bloques económicos pueden frenar. El hecho es que se ha ido tejiendo una verdadera red de interacción económica internacional, en que las grandes corporaciones están jugando un papel preponderante. Lo probable es que en las próximas décadas esta tendencia adquiera mayor fuerza. En la medida que ello suceda, más se complica la fusión económica en grandes bloques, porque necesariamente serán sobrepasados.


Para enfrentar el futuro seamos realistas

Mucho hablamos de la globalización de la economía mundial, pero ¿es esto cierto para todo el mundo? Según Jeffrey Sachs, Director del Centro Internacional del Desarrollo, en las naciones innovadoras sólo vive el 10% de la población del mundo, y generan toda la ciencia y la innovación tecnológica acumulando el 99% de todas las patentes que resguardan el conocimiento. Como consecuencia, también allí se ha acumulado la riqueza.

Otras naciones, aun cuando no están siendo innovadoras, en algún grado también se han beneficiado, ya que han tenido la capacidad, con mayor o menor dificultad, de adaptar tecnologías generadas en otras partes y aprovecharlas en un sistema de producción y consumo. Por lo general, se trata de naciones productoras de materias primas, con lo que han contado con recursos e infraestructura para adquirir tecnologías. Ellas representan aproximadamente el 50% de la población mundial. El resto ha permanecido ajeno al proceso, al no ser capaz de adquirir ni adoptar tecnologías. Ellas son las naciones más pobres, que representan aproximadamente el 40% de la población mundial, sobrepasando ya los dos mil millones de habitantes. En estas naciones excluidas tecnológicamente es donde está atrapada la pobreza crónica. Con una economía simple y una agricultura de subsistencia permanecen ajenas al proceso de globalización mundial.

Es así como al finalizar el siglo XX se ha generado un nuevo mapa tecnológico del mundo, en que las naciones se pueden agrupar por lo menos en tres grandes grupos: las tecnológicamente innovadoras, las tecnológicamente adaptadoras y las tecnológicamente excluidas. Creo que nuestro avance logrado hasta ahora, nos ubica en el grupo de las tecnológicamente adaptadoras. Esta es nuestra realidad y sobre ella debemos construir. Pero para consolidarnos y lograr el mejor partido posible, necesitamos modernizar nuestro sistema educativo y potenciar nuestra infraestructura científico-tecnológica. Si lo logramos, podemos pensar en otras alternativas.

Podríamos, por ejemplo, aspirar a atraer hacia nosotros no sólo los capitales, sino también atraer a grandes corporaciones, que más que capital aporten su capacidad de innovación tecnológica, que ellas han desarrollado. Podrían ellas instalarse en nuestro país para fabricar partes o el todo, y que de este modo se sumen al desarrollo de nuestra economía, incrementando nuestra participación en el proceso de globalización mundial.

Pero para ser atractivos no basta ser un país con una macroeconomía ordenada, socialmente estable y sin rigideces laborales, sino que además necesitamos tener un recurso humano educado y capacitado y una infraestructura científico - tecnológica eficiente.

Durante los últimos decenios varios países, pequeños como el nuestro, han logrado esto, con lo que han alcanzado progresos rápidos en su desarrollo. Pero ello requiere de una estrategia activa y muy bien diseñada, que haga a nuestro país atractivo a aquellas corporaciones innovadoras tecnológicamente. Los que han tenido éxito han sido muy agresivos en sus ofertas, que han ido bastante más allá de lo tradicional. Desde eliminación de restricciones legales a excepciones tributarias, donaciones de terrenos o incluso aportes económicos por cada fuente de empleo que generen. Es así como cientos de empresas han sido atraídas por los países asiáticos y más recientemente en Irlanda.

En este último país, de tres millones de habitantes, carente de recursos naturales y de un muy pobre desarrollo económico, pero con una fuerza de trabajo educada, decidieron implementar una estrategia destinada a recibir a las multinacionales con los brazos abiertos. Para ello modificaron las restricciones legales y redujeron los impuestos de todas las industrias manufactureras de exportación a un 10%. El éxito ha sido asombroso, ya que han conseguido atraer más de mil multinacionales de los más diferentes tamaños y rubros, incluyendo gigantes electrónicos hasta grandes empresas farmacéuticas que fabrican en Irlanda las más prestigiosas drogas, incluyendo el Viagra de Pfizer.

Como consecuencia de ello, durante los últimos años han experimentado un crecimiento económico promedio de un 9.3% al año, desapareciendo la cesantía e incrementándose los salarios en forma espectacular, hasta tal punto de tener que importar mano de obra.

Ahora, en una segunda etapa, están haciendo grandes inversiones de miles de millones de libras esterlinas para desarrollar la investigación científico -tecnológica en el período 2000-2006, con el objeto de transformar el país de tecnológicamente adaptador, a tecnológicamente innovador. De este modo piensan consolidar su desarrollo económico, ya independiente de las transnacionales, que como llegaron, podrían irse.

Hasta ahora nosotros no hemos vislumbrado esta posibilidad y continuamos viendo pasar las oportunidades por nuestras narices. Hace cuatro años, la gigante electrónica INTEL decidió instalarse en América Latina con una planta productora de chips de computación. Había decidido entre dos alternativas: Chile y Costa Rica. Chile no ofreció gran cosa, aparte de tratar el capital extranjero como el nacional. La decisión fue Costa Rica. Este año Costa Rica exportó 800 millones de dólares en chips de computación.

Por no entender al mundo como está evolucionando, estamos desperdiciando oportunidades que más tarde vamos a lamentar. Creo que contra el tiempo debemos definir qué ventajas podemos ofrecer a empresas transnacionales para que se instalen en nuestro país. De no hacerlo, detendremos nuestro desarrollo al perder nuestra última oportunidad de soñar en grande. La distancia tecnológica que nos separa del mundo desarrollado es ya abrumadora, como para que pretendamos alcanzarlo por nosotros mismos.

Tenemos que desarrollar una estrategia que atraiga la percepción positiva del mundo tecnológico. Así por ejemplo, podríamos reconocer el verdadero valor de la capacidad de innovación tecnológica, que ellos han desarrollado, y ofrecer valorizar esta capacidad.

Podríamos por ejemplo, buscar alternativas de "joint ventures", en que parte importante del capital de su aporte esté dado por su capacidad de innovación tecnológica. Nosotros podríamos aportar capital nacional para las inversiones en el país, mientras ellas, como contrapartida, aportarían la capacidad de innovación tecnológica, su capacidad de gestión y el acceso al mercado internacional. Lo atractivo para la transnacional estaría en la casi ausencia de riesgo en esta asociación, ya que su aporte real de capital sería escaso (la inversión en la capacidad de innovación ya está hecha).

La idea no es nueva y ya se conocen ejemplos exitosos. Por este mecanismo Taiwán, asociándose a la IBM, está actualmente exportando 2 mil millones de dólares en chips de computación. En la actualidad, disponiendo de los chips, Taiwán fabrica por su cuenta computadores personales y ya controla el 30% de este mercado a nivel mundial.

La idea de la asociación podría ser tanto para fabricar partes o productos terminados. Australia está actualmente empeñada en un proceso similar. Tal vez para nosotros se podría presentar una coyuntura más favorable, si en el futuro logramos llevar a buen término una asociación de libre mercado con Estados Unidos y la Comunidad Europea. Ello sería un atractivo más para las grandes corporaciones.

En un negocio común obviamente hay reparto de utilidades, nuevas tributaciones, y además se crearían las nuevas fuentes de trabajo, adecuadamente remuneradas, que tanto necesitamos. Iniciaríamos así nuestro camino hacia las tecnologías avanzadas, con enormes proyecciones futuras.

Una estrategia de este tipo, requiere además de modificaciones de la legislación actualmente vigente, para permitir al Estado buscar nuevos caminos. Es evidente que para ello existen temores y prejuicios ideológicos que habría que vencer. Lo peor que podemos hacer es aferrarnos a dogmas esterilizantes, que nos entierren para siempre en el subdesarrollo.

De acuerdo a todo esto, para la pregunta que titula esta conferencia sobre ¿Cuáles son las posibilidades de desarrollo de nuestro país al iniciar el Siglo XXI? la respuesta es clara: depende de nosotros mismos. Podemos continuar pensando en forma plana, dejando pasar el tiempo en discusiones inútiles, o soñar en grande, y junto a ello, comenzar a dar los pasos para que los sueños se conviertan en realidad.

Si no avanzamos audazmente en el desarrollo económico, tampoco podremos avanzar en el desarrollo social. De seguir igual, se hace muy difícil continuar avanzando para derrotar la pobreza y alcanzar el bienestar. Necesitamos generar más recursos que permitan un real desarrollo social. Se requiere de "ambición", "conocimiento de la realidad internacional", "imaginación" para aprovechar las oportunidades y "audacia" para adelantarnos a los hechos.



Dr. Fernando Monckeberg B.

Decano Facultad Ciencias de la Salud
Universidad Diego Portales


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