La historia de la vejez
( Publicado en Revista Creces, Julio 1999 )
El envejecimiento parece obedecer a una ley invariable de la naturaleza. Es un proceso que ningún organismo vivo puede evitar. Los científicos están comenzando a explicarse los cambios que van ocurriendo en la medida que se envejece, pero también comienzan a sugerir posibles caminos que podrían hacer retroceder el reloj.
¿Por qué tenemos que morir? Nosotros no somos como las máquinas, ya que nuestros cuerpos constantemente se están reparando y renovando a sí mismos. También, a diferencia de un automóvil nuevo que está listo desde el momento que sale de la tienda, el recién nacido no nace totalmente desarrollado, y durante los primeros años tiene que completarse. Así, durante los primeros diez años, va mejorando su inmunidad, la coordinación de movimientos como también su corazón y circulación y sus capacidades mentales, entre otras. Al nacer, sus posibilidades de morir son altas (mortalidad), disminuyendo posteriormente hasta llegar a los 10 años. De nuevo, al llegar a la pubertad, el riesgo comienza lentamente a aumentar y nos vamos deslizando hasta llegar finalmente todos a la tumba.
A lo largo de la historia ha habido numerosos sabios y magos que dicen haber descubierto “el elixir de la vida”, pero ninguno ha sobrevivido a su propia fórmula. Sin embargo, y como consuelo, es interesante considerar que una de las líneas celulares de nuestro cuerpo es potencialmente inmortal. Ellas se llaman “células germinales” (óvulos y espermios). El DNA que ellas poseen viene de ancestros que se remontan a los primeros tiempos, cuando aparecieron los primeros organismos vivos sobre la Tierra, hace 4 mil millones de años. El resto de las células de nuestro organismo se denominan “células somáticas” y son meramente esclavas de este DNA inmortal. Sólo hace pocos años la ciencia médica logró una forma en que células somáticas alcanzaran la inmortalidad, pero el precio ha sido alto. Células de Henrietta Lacks, una joven mujer de Baltimore (USA), que murió en 1951, viven aún alrededor del mundo en cultivos celulares. Ella padecía de una enfermedad terminal cuando se le extrajeron algunas de sus células cancerosas. Mucho después de su muerte, y después de muchas divisiones celulares, aún son fuertes. Normalmente es muy difícil cultivar células humanas por períodos largos, de modo que las “células HeLag” (así llamadas por Henrietta Lacks) han entregado una gran cantidad de información que ha permitido entender mejor como funciona la biología celular.
La inmortalidad de las células germinales y de algunas células cancerosas, sugieren que el envejecimiento no es inevitable. Pero para nuestra realidad de simples mortales, la historia es diferente. Es muy cierto que durante el presente siglo ha descendido notablemente la mortalidad, y que como promedio el hombre de hoy tiene una mayor expectativa de vida. Ello ha llevado a pensar que hemos tenido éxito en prolongar la vida, pero la verdad es que esto se ha debido solo a la mejora de los cuidados de salud y a descensos de la mortalidad de los primeros años de vida, por lo que en promedio vivimos más. La expectativa de vida promedio de Inglaterra durante el último siglo ha aumentado de 49 a 74 años para el hombre y 52 a 79 años para la mujer. Sin embargo, el tiempo máximo que el hombre puede vivir prácticamente no ha variado. Es decir, más gente llega a edades avanzadas, con lo que mejoran los promedios, pero no se ha sobrepasado el límite. Cuando murió Jeanne Louise Calmet en 1997, se constató que fue la primera persona en que se logró certificar que vivió 122 años. Antes, al comenzar el siglo XX, Thomas Emely Youn la población, gracias a los antibióticos, las vacunas, la mejoría de la higiene y el saneamiento ambiental, no ha cambiado el proceso de envejecimiento, ni se ha sobrepasado el límite máximo de vida del ser humano.
La expectativa promedio de vida es un pobre indicador del proceso de envejecimiento, ya que agrupa todas las posibles causas de muerte, desde la mortalidad infantil a los accidentes automovilísticos, es decir, incluye muchos que fallecen antes de envejecer. Una medida alternativa es el llamado “tiempo de duplicación del ritmo de mortalidad” (MRDT), que es el tiempo que toma el doblar la posibilidad de morir. Lo bueno de esta medida es que elimina los efectos de las muertes accidentales, como pueden ser las infecciones fatales o el atropellamiento por un bus. Sólo mide el ritmo de decaimiento físico asociado al envejecimiento. La mosca de la fruta tiene un MRDT de alrededor de 10 días, la rata 3 meses y el hombre 8 años.
Caleb Finch, un neurobiólogo de la Universidad de Southern California, en Los Angeles, ha comprobado que el mismo período de doblaje-mortalidad se mantiene en grupos tan diferentes como la mujer americana (1980), los civiles australianos durante la Segunda Guerra Mundial o los japoneses prisioneros en Java. Mas aún, Steven Austad, de la Universidad de ldaho, ha calculado que los hombres que vivieron en la Edad de Piedra, que si bien tenían una expectativa de vida menor, tenían el mismo ritmo y edad de envejecimiento que el hombre de hoy.
Los cambios que produce el envejecimiento
¿Pero qué produce la vejez en nuestro cuerpo? Desde luego no todos los cambios que se van produciendo representan amenazas para la vida. Los cambios más notables se pueden constatar en las células superficiales de la piel (epidermis). En el proceso normal, ellas mueren rápido y son reemplazadas por células frescas que provienen de las capas más interiores. Pero con el tiempo ello va progresivamente produciendo un adelgazamiento y resquebrajamiento de la piel. Más adelante, estas nuevas células progresivamente se van desorganizando. Mientras tanto, la capa que está por debajo del “dermis”, que está formada por las fibras de colágeno (La explosión demográfica), en la medida que aumenta la edad se van formando uniones entrecruzadas entre ellas, lo que condiciona que cada vez se van haciendo menos flexibles. Con los años, se va perdiendo la “elastina” de la piel, la proteína que le proporciona la flexibilidad. Al mismo tiempo, las glándulas sudoríparas y sebáceas se hacen menos activas, haciendo la piel más vulnerable a la sequedad y al sobre calentamiento. En la capa grasa, por debajo del dermis (la “hipodermis”), declina el número de células grasas, y éstas se acumulan en áreas particulares, lo que produce, por ejemplo, bolsas bajo los ojos, alargamiento de los lóbulos de las orejas y doble pera. Por otra parte, la pérdida de la grasa hace que se marquen más los vasos sanguíneos y los huesos. También la piel se hace más pálida, porque hay menos vasos capilares cerca de su superficie. Se agrandan las células pigmentarias y, al agruparse, aparecen las llamadas “manchas de la edad”.
A nivel del hueso, en condiciones normales, gracias al constante trabajo equilibrado de los “osteoblastos’ (las células que forman hueso) y los “osteoclastos” (células que destruyen hueso), todo nuestro esqueleto se renueva cada 7 años. En la medida que envejecemos, este equilibrio entre la formación de hueso y su reabsorción se rompe, resultando como promedio una pérdida del 15% del tejido óseo a lo largo de la vida. Las pérdidas son particularmente dramáticas en la etapa posmenopáusica de las mujeres. Pero tanto en hombres como en mujeres, con la edad los huesos van perdiendo mineral e incrementan su porosidad, con lo que se hacen más susceptibles a las fracturas. Ya desde los 20 años, la flexibilidad de las articulaciones también comienza a disminuir, lo que se hace más evidente en edades avanzadas. En ocasiones las restricciones pueden ser mayores si aparece una artritis. Ésta es causada por una destrucción de los cartílagos en las uniones de los huesos. Todo ello produce dolor e inflamación de los tejidos (Creces, Mayo 1999, pág. 32).
Úselo o pierda la fuerza
El ejercicio puede ayudar a los viejos tanto a mantener la densidad ósea como también las fuerzas. La regla parece ser “úselo o piérdalo”, ya que si no se hace ejercicio, las células musculares comienzan a ser reemplazadas por tejido conectivo y graso. Pero a pesar del ejercicio que se pueda hacer, de todos modos se va produciendo una lenta disminución de las fuerzas. Ello se debe a que disminuye el suministro de sangre a los músculos, como también disminuye la eficiencia de la estimulación nerviosa. Las mitocondrias, el lugar de la célula muscular en que se produce la energía, también disminuyen la eficiencia (Creces, Marzo 1998, pág. 8).
La capacidad de bombear sangre del corazón hacia los tejidos declina como resultado de un engrosamiento de las paredes del ventrículo izquierdo del corazón. A su vez, los músculos lisos que rodean las paredes de las arterias se hacen más gruesos y duros debido a los depósitos de calcio y colágeno. Con ello la presión que ejerce el corazón se pierde en parte por estos vasos más rígidos y gruesos. En el caso de arteriosclerosis, las arterias se obstruyen por formaciones en su lumen de placas grasosas y células sanguíneas (fig. 3).
La inteligencia, medida por los tests de Cuociente Intelectual (IQ), alcanza su máximo entre los 18 y 25 años, y luego comienza lentamente a declinar. La memoria de corto y largo plazo se deteriora y cuesta almacenar nueva información. En la medida que envejecemos, el cerebro se achica, de modo que entre los 20 y los 90 años, éste llega a perder entre 5 y 10% de su peso. Un décimo de las células cerebrales que poseemos a la edad de 20 años, se han perdido cuando se cumplen 65 años. Sin embargo, las cosas no son tan negativas como lo sugieren las estadísticas. Si bien es cierto que podemos perder una enormidad de neuronas, se incrementa la densidad de sus “sinapsis”, que son las conexiones entre las células nerviosas (Funcionamiento cerebral y la mente), con lo que puede persistir la agilidad mental. Desgraciadamente, a algunas personas viejas las afecta la enfermedad de Alzheimer, con una alarmante pérdida funcional (ver recuadro 1).
La gente vieja también se hace más vulnerable a las infecciones. Esto es muy evidente con el virus de la influenza, que muta cada año (Los avances contra la gripe), por lo que el sistema inmunológico debe ser muy eficiente para defenderse cada vez de este enemigo con un disfraz diferente. La disminución de la inmunidad se debe a que disminuye el stock de “células T”, que son las que detectan los nuevos antígenos provenientes de los gérmenes. Al mismo tiempo, las personas se hacen más susceptibles a las enfermedades llamadas de “auto inmunidad”. En ellas, el sistema inmune ataca lo propio como si fuera extraño. Tal es el caso de la artritis reumatoidea y del Alzheimer.
Estos son algunos de los principales signos del envejecimiento, pero ¿qué sucede a nivel molecular? Aquí hay una paradoja. Dos de las más importantes sustancias para la vida, ahora comienzan a dañar. Ellas son el oxígeno y el azúcar. Normalmente la “respiración aeróbica”, en la cual se usa el oxígeno para degradar moléculas orgánicas (grasa e hidratos de carbono) para producir energía, también forma productos muy reactivos, llamados “radicales libres” (Creces enero-febrero 1997, pág. 19) (ver figura 2). Estos tienen la potencialidad de producir desastres, particularmente en la vecindad de las mitocondrias donde ocurre la respiración (El proceso del envejecimiento). Especialmente el DNA de las mitocondrias es muy vulnerable a Radicales menos reactivos, como el peróxido de hidrógeno, que se difunde a través de la célula y llega hasta el núcleo, donde también daña el DNA de los cromosomas. También estos radicales atacan las grasas donde quiera que se encuentren, como por ejemplo en las membranas celulares o en hormonas o pigmentos del ojo. También es atacada la forma dañina del colesterol sanguíneo, llamada “lipoproteínas de baja densidad” (LDL), lo que podría aparecer como algo positivo. Sin embargo, al oxidarse el LDL por los radicales libres, las cambia a la forma que el sistema inmunológico no puede reconocer como propio. Este proceso puede contribuir a la formación de placas grasosas en las arterias (fig. 3). Afortunadamente la acción antioxidante de algunas vitaminas, como la vitamina E y C, neutralizan los radicales libres. Algunas enzimas en esto son también importantes. Así por ejemplo, las catalasas convierten el peróxido de hidrógeno en agua. Se ha estimado que existen no menos de 10.000 posibilidades en que estos radicales libres pueden dañar la célula. Muchas de ellas, pero no todas, tienen mecanismos para contrarrestar el daño. Sin embargo, a medida que transcurren los años, los danos se van hacienda acumulativos.
El azúcar también puede dañar moléculas vitales. La glucosa se une a las proteínas en un proceso llamado “glicosilación”. Así por ejemplo, las uniones cruzadas que hacen al colágeno menos flexible son el resultado de la glicosilación. Los efectos de este deterioro pueden apreciarse en cualquier parte del cuerpo donde se encuentren estas proteínas de larga vida, especialmente en las arterias, tendones, ligamentos y en el tejido pulmonar. Cuando se glicosilisa el colágeno en las paredes de las arterias, estas proteínas tienden a aglomerarse, y esto puede ser otro factor de la acumulación del colesterol LDL. Todas las proteínas pueden ser presa de la glicosilación, lo que las hace menos solubles y más difíciles de degradar. Ahora ya se sabe que detrás de este proceso de glicosilación está la formación de placas cerebrales, propias de la enfermedad de Alzheimer.
Una de las teorías aceptadas para explicar el envejecimiento, señala que éste sería debido a daños producidos por los radicales libres y la glicosilación sobre el DNA, los lípidos y las proteínas, los que al no poderse reparar, se irían haciendo acumulativos. Esta es la que se ha llamado “teoría de acumulación de errores”. Aún cuando el organismo joven no comienza a envejecer hasta la pubertad, los organismos viejos son como los automóviles viejos. Independiente de cuánto óxido se acumule en el organismo ya nunca se verán tan bien, ni funcionarán tan bien, como cuando eran nuevos. Las enzimas y las proteínas estructurales de larga vida, muchas veces como consecuencia del daño, o porque no se pueden reparar los errores del DNA (y por lo tanto las proteínas que el DNA codifica) pierden sus eficiencias. Lo grave es que estas mutaciones del DNA se transmiten cuando las células se dividen. A veces estas mutaciones descontrolan los procesos de división celular, y éstas comienzan a multiplicarse sin control, resultando un cáncer. Así por ejemplo se han encontrado, como causa de algunos cánceres, mutaciones de proteínas (p16 y p53) que normalmente son supresoras de crecimiento celular.
Afortunadamente, aún después que han fallado los mecanismos de reparación, el organismo todavía puede echar mano a trucos que impiden que las células “se salgan de madre” y comiencen a dividirse desordenadamente para producir un tumor. Una de ellas es el acortamiento de estructuras que se encuentran en los extremos de los cromosomas y que se han llamado “telemeros”. Éstos, que están formados por DNA, no codifican proteínas (son DNA basura), pero son esenciales para asegurar el éxito del proceso de duplicación del cromosoma durante la división celular. Lo que sucede es que en el mecanismo de replicación del DNA, el cromosoma no puede copiarse hasta el final, de modo que un pedacito del telemero es desechable y se pierde con cada división celular. Cuando después de varias divisiones éste llega a ser muy corto, hay genes que paran las divisiones. Estos genes limitan el número de divisiones que una célula pueda tener, y de este modo protegen. Pero al protegerla de esta división incontrolable, el organismo está también limitando la capacidad de los órganos y tejidos para renovarse a sí mismos.
Claro que las cosas no son tan simples ya que algunos tejidos somáticos necesitan continuar dividiéndose, aún cuando se es viejo. Si los telemeros en nuestras células germinales (espermios u óvulos) se acortaran cada vez que se dividen, nuestra especie estaría destinada a la extinción. Una enzima llamada “telomerasa” salva a estas células germinales que necesitan licencia para dividirse indefinidamente. Pero si están dañados los genes que suprimen la producción de telomerasa en una célula ordinaria, éstas pueden desarrollar errores de inmortalidad y hacerse cancerosas.
Ideas evolucionarias
Hasta aquí todos los mecanismos descritos nos explican como envejecemos, pero no por qué. Sólo las teorías evolucionarias lo pueden explicar. La selección natural favorece las características que aseguran la sobrevida de un número óptimo de individuos, para que alcancen la madurez reproductiva en un determinado ambiente. Uno puede imaginar que sin un individuo tiene genes que le permitan continuar viviendo y procreando por períodos más largos que el resto, esto automáticamente favorecería la selección natural. Pero esto llevaría a ignorar los factores ambientales. En el mundo salvaje es raro que los animales mueran viejos, ya sea porque los predadores los eliminan, las enfermedades terminan con ellos, hay cambios estacionales, como caídas de la temperatura u otros, o cambios que reducen las disponibilidades de alimentos. Para ser exitosos en términos evolucionarios, ellos deben alcanzar la madurez sexual lo más rápidamente posible, y producir descendientes ya sea antes que llegue una escasez de alimentos, o que ellos sean devorados, o que se lesionen o finalmente que se debiliten por parásitos. Fácilmente olvidamos que, hasta hace muy poco tiempo, ésta era también la realidad del homo sapiens”.
Una de las consecuencias de vivir en un ambiente peligroso es que con la edad disminuye la efectividad de la selección natural. Esto significa que los genes que dañan más tarde en la vida, es poco probable que salgan del pool, ya que los individuos podrían transmitirlos a sus descendientes. Tomemos por ejemplo los genes que producen la enfermedad de Huntington. La enfermedad se caracteriza por movimientos descordinados, dificultad en el hablar y por último una demencia progresiva. Todos estos síntomas aparecen en la edad mediana, lo que da tiempo para que los genes responsables de ella pasen a la próxima generación. Esto seria aún más dañino si al mismo tiempo el gene causante de la enfermedad aumentara la capacidad reproductora en las primeras edades de la vida. Esto es conocido como “pleiotrofia antagonista” (un gene pleiotrófico es aquel que controla más de un atributo). Por ejemplo, la testosterona es esencial para la fertilidad masculina, pero también suprime al sistema inmune, acelera el envejecimiento de las paredes arteriales y también está relacionada con el cáncer de la próstata.
El acto del balanceo ahorrar en las reparaciones
Otra teoría dice que el envejecimiento es la consecuencia de un equilibrio entre la necesidad de reparar los daños y la necesidad de minimizar los gastos para el servicio del DNA y proteínas. En otras palabras, seria más sabio gastar estos recursos en crecimiento y reproducción. La teoría de la “soma disponible”, propuesta por Tom Kirkwood, de la Universidad de Manchester, sugiere que mientras haya genes que retarden o prevengan el envejecimiento, el precio podría dificultar el éxito reproductivo en la vida temprana. Kirkwood cree que al hacerse disponible la energía para el crecimiento y reproducción, disminuiría la acuciosidad con que se copian las células somáticas. Por otra parte, las células germinales inmortales se copian y reparan con un alto grado de eficiencia. “Ellas son como los generales que viven con todo lujo, lejos del fragor de la batalla, mientras sus tropas prescindibles están en las primeras líneas”.
Las teorías evolucionarias sugieren que el envejecimiento es inevitable, a pesar de que el organismo dispone de capacidad de repararse a sí mismo. Parece que a pesar de que algunas personas hagan mucho ejercicio o que tomen muchas píldoras de vitaminas no es posible agregar un solo día a la máxima capacidad de longitud de vida determinada. Esta conclusión pesimista parece desprenderse de la investigación animal. Así por ejemplo, el ejercicio en la rata no afectaría su máxima edad. El ejercicio en las personas mejora su contextura, preserva los músculos, la solidez de los huesos y disminuye la grasa corporal, todo lo cual puede prevenir enfermedades propias de la mediana edad y mejorar la calidad de vida. Sin embargo, no afectaría en nada la longitud de la vida. Lo mismo ocurre para las vitaminas antioxidantes, como son la vitamina A y C, que no postergan el proceso del envejecimiento, y por el contrario, tomadas en exceso incluso pueden ser peligrosas. La ingestión de frutas y vegetales parece mejorar la longitud de la vida, y ojalá que sea así. Pero lo que está claro es que por muchos verdes que Ud. coma no va a superan la longevidad de la señora Calmet.
Sólo una forma se ha encontrado que posterga la vejez de toda el organismo. Ella es la restricción de la ingesta de alimentos. Las ratas que consumen entre 60 y 70% menos calorías, persisten muy energéticas por periodos más largos, tienen un sistema inmune más fuerte y además tiene mejor memoria. Sus tejidos sufren menos daños oxidativos y sus tendones y ligamentos se aflojan más lentamente. Como promedio, logran vivir un 40% más. Algo parecido parece observarse en monos y tal vez en seres humanos. Sin embargo, debe recordarse que los experimentos hechos en ratas se desarrollaron baja condiciones muy controladas. En humanos, producir una desnutrición no parece tener beneficio.
Por siglos los magos, sin éxito, han estado buscando el “elixir mágico”, y la ciencia también ha hecho sus esfuerzos. Sin embargo, podríamos estar algo optimistas. Como Kirkwood señala, no porque el envejecimiento sea inevitable desde el punto de vista evolutivo, necesariamente signifique que no se pueda prolongar la vida. En el hecho, él dice, su teoría del soma disponible sugiere lo opuesto. Si el envejecimiento es debido a una acumulación de fallas en las células como resultado de una tendencia evolutiva para economizar en la mantención y reparación, los tratamientos que reducen la exposición de las células a estos daños podrían comenzar a revertir el envejecimiento. La idea de un elixir, después de todo, no seria tan descabellada.
GENES: EL BUENO, EL MALO Y EL ATRASADO
La declinación mental y física producida por la enfermedad de Alzheimer es un claro ejemplo de genes dañinos que se deslizan en la red de la selección natural. Una proteína llamada “ApoE” ayuda a remover colesterol de la sangre y los genes que codifican para ella vienen en tres variedades e2, e3, y e4. Las personas que llevan la variedad 4 del gene tienen más posibilidades de tener niveles de colesterol alto, enfermedades cardiacas y Alzheimer, pero el gene e2 parece proteger contra estas mismas enfermedades. El gene e3 parece estar entremedio. Las investigaciones sugieren que las personas que llevan el gene e4 y que también sufren de “hiperglicemia” (niveles sanguíneos altos de glucosa), cuando llegan a la mediana edad, sufren de mayores declinaciones de la función mental, en comparación a aquellas que sólo tienen hiperglicemia o e4. Pareciera ser que los individuos que llevan el gene e4 tienen menor capacidad de reparar las células nerviosas dañadas por la elevación de la glucosa sanguínea.
En todas las poblaciones estudiadas se ha encontrado que el gene e3 es el más común, seguido por el dañino gene e4. En cambio el gene beneficioso e2 es el menos frecuente. ¿Cómo puede ser esto si la evolución debiera eliminar los genes dañinos? Para comprenderlo, hay que entender por qué el envejecimiento es inevitable: el Alzheimer y las enfermedades cardiacas sólo aparecen muy tarde en la vida y por lo tanto tienen un efecto muy limitado en la eficiencia reproductiva.
|
|
LA INGENIERÍA PARA UNA LARGA VIDA
En poco tiempo más se terminará el proyecto del “genoma humano’, que consiste en decodificar todas las bases del DNA necesarias para la vida humana. Sin embargo, pasará todavía algún tiempo hasta que se lleguen a revelar los secretos del envejecimiento, ya que éste es un proceso controlado por una enormidad de genes, y revelar la función de cada uno de ellos tomará todavía algunos años.
Sin embargo, la investigación en animales ya nos ha dado algunos indicadores para comenzar a trabajar. En agosto del año pasado se encontró un gene en el gusano de tierra (“Caenorhabditis elegants”), cuya ausencia, en presencia de niveles altos de oxígeno, lleva a un rápido envejecimiento (La lombriz y el envejecimiento) (Los radicales libres: los manipuladores de la química). El gene mev-1 codifica parte de una enzima que neutraliza los radicales libres llamados “superóxidos”, que aceleran el envejecimiento. Por otra parte, en noviembre se descubrió en la mosca de la fruta (Drosophila melanogaster) un gene, que en su forma mutante, permite a la mosca vivir más tiempo (35%). A él se le llamó Matusalem. El mismo gene ayuda a la mosca a defenderse del stress producido, ya sea por desnutrición, calor o, por último, el tóxico Paraquat, que genera radicales libres. Ambos descubrimientos parecen sostener la teoría del soma, que arguye que el envejecimiento es debido a que el organismo tiene que economizar en el gasto destinado al mantenimiento y reparación celular para focalizarla hacia el desarrollo y reproducción.
En enero del año pasado, se produjo un gran revuelo cuando los científicos anunciaran que en células cultivadas habían logrado que se regeneraran sus telemeros. Estas estructuras de los cromosomas son consideradas como el reloj del envejecimiento celular, ya que se acortan cada vez que la célula se divide hasta el momento que ya no es posible continuar haciéndolo. Cuando a células envejecidas se les introdujo un gene que producía ‘telomerasa” (la enzima que restablece los telemeros), se rejuvenecieron y recomenzaron a dividirse vigorosamente. Aparentemente las células podrían hacer “retroceder el reloj”. Pero antes que usted se vaya rápidamente a comprar acciones de la empresa Telemere Biortech, tome en consideración que las células del cerebro también envejecen, aun cuando nunca se dividen y nunca pierden sus telemeros. Por otra parte, usar la telomerasa para estimular la división de las células, podría despertar su división descontrolada, es decir, un cáncer.
|
|
James Kingsland
Articulo aparecido en New Scientist de enero de 1999.
Inside Science 117.