El incierto destino de la estación espacial internacional
( Publicado en Revista Creces, Septiembre 2002 )

La construcción de la estación espacial internacional se ha transformado en un monstruo incontrolable, con un costo más de 10 veces superior a lo presupuestado en un comienzo. Suspender el proyecto no es fácil, por lo que se esta en una difícil encrucijada.

Sean O`Keefe, el nuevo jefe de la más poderosa agencia del espacio, la recibe en una ruina financiera. Según Justin Mullins, que escribe en New Scientist (Mayo 18 del 2002, Pág. 27), la Estación Espacial Internacional es un desastre. Con una historia plagada de interferencias políticas y errores financieros, parece estar llegando a una situación insostenible. El Gobierno de Estados Unidos ya ha perdido la paciencia, pero el dilema está en que el programa ya se ha cacareado demasiado y la inversión ha sido cuantiosa, lo que hace difícil cancelarlo.

El proyecto desde un comienzo enfrentó la oposición de los científicos del National Research Council y el National Academy of Science, que no lo veían como prioritario. Sólo se sostenía como parte de una estrategia política, la que con el tiempo ha ido variando (Cómo va la estación espacial internacional).

La idea de la construcción de la estación nació en el tiempo de la guerra fría, cuando el liderazgo espacial de la Unión Soviética no era tolerable para Estados Unidos. Fue en el año 1984, cuando el entonces Presidente Ronald Reagan, anunció que junto con Europa, Canadá y Japón construirían un laboratorio espacial, que con una tripulación permanente tendría por objeto descubrir nuevas drogas, materiales exóticos y aprender de los efectos de la falta de gravedad sobre muchos procesos tecnológicos. Pero la verdadera razón (no explicitada) era demostrar el poder tecnológico del mundo capitalista. De acuerdo a lo planificado, se colocaría un laboratorio espacial con seis tripulantes que estaría orbitando a 300 kilómetros de altura, todo lo cual debería estar operando en el año 1992.

Ya en ese entonces, el costo de 8 mil millones de dólares se estimaba muy alto, ya que era cuatro veces más que lo que había costado la anterior estación espacial Skylab. Pero poco tiempo después terminó la guerra fría, y ya no era necesario alardear. De nuevo surgieron voces afirmando que el proyecto no era prioritario y que ese dinero se podía gastar en otros proyectos. Pero el problema estuvo en que NASA ya los había gastado y muy rápidamente.

En el año 1992, NASA admitió frente al Congreso que sólo en el diseño del proyecto había gastado 10.000 millones de dólares, es decir, más de lo que originalmente se había calculado que costaría la construcción total de la estación. Allí estuvo la oportunidad de haber suspendido el proyecto, pero sobrevino otro evento político: el colapso de la Unión Soviética.

El Presidente Bill Clinton, frente a la desintegración de la Unión Soviética, se preocupó grandemente por los especialistas soviéticos en cohetes, que quedarían desempleados, y que podrían vender sus experiencias a países enemigos, como Irán e Iraq. Tratando de evitar esto, se le ocurrió al presidente Clinton que lo mejor era incorporar también a Rusia al proyecto de la Estación Espacial Internacional. De esta forma estos expertos se mantendrían ocupados mientras Rusia lograba estabilizar su economía. Ello además, sería un símbolo de la nueva cooperación postguerra fría.

Ante esta situación, el Congreso aprobó un nuevo apoyo por 17 mil millones de dólares, ignorando lo que ya antes se había aprobado. Muchos argumentaron que si el proyecto garantizaba la mantención de trabajos en el país y además ayudaba a una estabilidad internacional, estos eran recursos bien invertidos.

Pero el problema continuó, porque en Junio de 1993 NASA anunció en el Congreso que los costos se habían elevado a 25 mil millones de dólares. Antes del anuncio, NASA ya había dividido el proyecto en más de 100 contratos, que debían realizarse en más de 20 estados diferentes, lo que hacía difícil que los congresistas de esos estados lo rechazaran. Fue así como el nuevo aporte fue aprobado por la diferencia de un voto.

Si esto fue una estrategia pensada, o resultó por casualidad, el hecho fue que de allí en adelante se hizo muy difícil tirarle la cadena al proyecto. Por el contrario, los costos y las dificultades se siguieron acumulando. Fue así como los plazos en que se consideró la participación rusa, fueron sobrepasados por el tiempo.


La participación rusa y los problemas domésticos complican el proyecto

Parte de la responsabilidad asumida por Rusia era la construcción de dos secciones de la estación espacial. La primera, el bloque funcional de carga, fue construida con muchos contratiempos. La segunda parte, el módulo de servicio, donde debían estar todos los controles y vivir la tripulación, tuvo problemas más serios. A Rusia, el mantener la estación MIR les consumió el presupuesto y por el desfinanciamiento producido, no pudo cumplir con las fechas estipuladas.

Para NASA esto era desastroso, ya que no era sólo problema de retraso, porque sin el nódulo de servicio, la estación inexorablemente iría cayendo hacia la Tierra. La situación era desesperada y a NASA no le quedó otra alternativa que aportar nuevos 600 millones de dólares para financiar la contribución de Rusia.

A ello se sumaron nuevos problemas domésticos. Según Boeing, una de las agencias contratadas por NASA, hizo notar que en el proyecto se había subestimado seriamente la cantidad de software computacional necesario para manejar la estación. El corregir este error le costó a NASA otros 1.000 millones de dólares.


La NASA cuestionada

Así, en Junio del 2001, NASA volvió a anunciar al Congreso que estaba desfinanciada en 5 mil millones de dólares. A estas alturas se decidió pedir un informe a un comité independiente, dirigido por Thomas Young, el último presidente de Martín Marietta Corporation. El resultado se entregó en Noviembre del 2001, con conclusiones condenatorias para NASA (Creces, Abril 2002, Pág. 6). En él se afirmaba que este organismo no tenía ni los expertos financieros, ni la capacidad gerencial para manejar un proyecto de esta envergadura. Por eso afirma que NASA será incapaz de controlar los incrementos de los costos que involucra la construcción del núcleo central para el año 2006. Afirma además que el incremento de 8 mil millones de dólares calculados para estos fines por NASA, no son creíbles. Finalmente afirma que detener la construcción en este punto, tendría efectos muy adversos.

Para mantener el proyecto en marcha tendrían que hacerse grandes cortes presupuestarios, incluyendo drásticas reducciones de personal, operar la nave con no más de tres tripulantes, acortar las estadas de las misiones a seis meses y que los transbordadores no realizaran más de cuatro viajes por año.

Pero todo esto le trae a Estados Unidos grandes dificultades con sus socios europeos, canadienses y japoneses. Ellos aceptaron formar parte del proyecto porque veían atractivo el tener acceso al espacio a un precio razonable. Es decir, pensaban utilizar las facilidades para sus propios experimentos, pero esta esperanza ahora se evapora. Con una tripulación de sólo tres personas, no tendrían tiempo ni siquiera para mantener y operar la estación, y menos podrían desarrollar experimentos. Los socios comienzan a darse cuenta que no tendrán un retorno de su inversión, lo que los tiene bastante disgustados. Comienzan también a ver que las expectativas que el proyecto generó en 1988, están lejos de la realidad. En ese entonces se hablaba que ella daría luces acerca del origen del sistema solar, de la formación del Universo y como éste comenzó, e incluso se afirmó que ello ayudaría a la cura del SIDA y a descubrir nuevos y exóticos materiales. Todo ello se ve ahora como fantasioso.

El hecho concreto es que hasta ahora la estación ha costado 40 mil millones de dólares. A ello hay que agregar que cada viaje del transbordador cuesta 400 millones de dólares, y que durante los 10 a 15 años que se planean de operación, se requerirían 60 de esos viajes, lo que traducido en dólares llega a la suma de 25 mil millones más. A su vez los costos de operación durante este tiempo ascenderían a 40 mil millones más. Sumando todo esto, se llega a la fantástica suma de 100 mil millones de dólares, de los cuales hasta ahora se ha gastado sólo un tercio. Este es el pequeño problema que tendrá que enfrentar Sean O`Keefe, el nuevo jefe de la agencia del espacio. Seguramente que estará añorando su antiguo cargo del Departamento de Defensa.



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