Steve Bloom y su equipo del Imperial College de Londres, han trabajado por más de una década estudiando el circuito cerebral que controla el apetito, con la esperanza de encontrar un camino para tratar la obesidad en forma más racional. Ahora han tenido éxito al descubrir la hormona llamada PYY 3-36, que disminuye notoriamente el apetito (Nature, vol 418, Pág. 650, 2002). En condiciones normales, ella se produce en el tracto gastrointestinal, después de haber comido y satisfecho el hambre. Ella es la culpable que desaparezca la sensación de hambre después de comer.

Una vez producida por las células intestinales, penetra el torrente circulatorio y por esta vía llega al cerebro. Allí cruza la barrera hematoencefálica y activa a neuronas inhibitorias del apetito, que están ubicadas en el hipotálamo, en la zona llamada "núcleos arcuate".

En el hecho, la hormona es el estímulo que parte desde el intestino para avisarle al cerebro que no siga generando la sensación de hambre. Ahora se sabe que el mismo mensaje puede enviarse administrando la hormona artificialmente. Al inyectarla a 12 personas, se observó que consumieron un tercio de menos calorías, comparadas con otro grupo que recibió un placebo en lugar de la hormona. El efecto de la hormona duró 12 horas.

En la actualidad se están realizando las experiencias clínicas a mayor escala y los autores piensan que pronto la hormona estará en el mercado. Bienvenida para los gordos que deseen bajar de peso.