Nacer como fruto del amor, vivir con principios morales, morir dignamente
( Publicado en Revista Creces, Marzo 2003 )

Se ha escrito (CRECES, Octubre 2002, pág. 43) que “somos responsables de conservar y mejorar las condiciones en que se desarrolla nuestra vida para que sea plena y se desarrolle con dignidad. Esperamos entregar a los que nos siguen mejores condiciones individuales y sociales”. Más adelante se agrega: “debemos lograr que todos los nuevos integrantes vengan al mundo deseados por sus padres y ojalá sean el producto del amor de ellos y no del azar”.

En los hogares bien constituidos la familia está encargada de dar esas mejores condiciones y debe vigilar permanentemente para evitar los desbordes de una vida fácil combatiendo el libertinaje, el relativismo, el consumismo y las faltas a la ética, al mismo tiempo que fomentando los verdaderos valores como el desprendimiento, a favor del que tiene menos, de lo no estrictamente necesario, la justicia, la probidad, el cumplimiento del deber, el respeto a la palabra empeñada, el amor al estudio, etc. La Educación se imparte en el hogar y se completa en la escuela, ya que a ésta no sólo deben asistir para instruirse, como algunos lo pretenden, sino para afianzar esos valores o para adquirirlos cuando la familia no se los da, ya sea por ignorancia, por extrema pobreza que impide una comunicación adecuada, por el fallecimiento de los progenitores o por la irresponsable disolución de un matrimonio o de una unión que se juró para toda una vida y que, generalmente, se produce por motivos absurdos o por deslealtad. Las familias bien constituidas dan las enseñanzas que se aprenden con el cariño y el buen ejemplo y capacitan a cualquiera para hablar con conocimiento pleno de esos temas valóricos. La certeza de poder contraer nuevos matrimonios es el remedio menos útil para afianzar los lazos matrimoniales.

El ideal es que los integrantes nuevos de una familia vengan al mundo deseados por sus padres y por tanto que sean el fruto del amor entre ambos, lo que significa que ellos están en condiciones de responder por las consecuencias de una relación sexual, ya que lo contrario es un engaño, un placer egoísta. No se entiende que se den consejos para practicar, dentro de la relación de “parejas”, diferentes métodos llamados anticonceptivos que las más de las veces rebajan la dignidad de la persona humana o son abortivos disfrazados.

Frend, que no puede homologarse como un hombre de Iglesia, decía que “es perversa toda actividad sexual que busca sólo el placer prescindiendo de la procreación y lo que sirve sólo para provocar placer es intrínsecamente perverso y despreciable”.

Se habla de postergar el inicio de las relaciones sexuales hasta que el hombre y la mujer estén en condiciones de responder por las consecuencias y acto seguido se alaba y promueve el uso de “protectores” y de anticonceptivos que se regalan, porque son “métodos modernos y eficaces”. La defensa de estas prescripciones es que hay que combatir el SIDA, el embarazo no deseado, la natalidad descontrolada y se replantea el aborto para el caso que fallen estos procedimientos.

La indicación del uso de los anticonceptivos (y abortivos) que se enseña en las escuelas y liceos en la mal llamada Educación Sexual, casi únicamente se refiere al aspecto biológico y provoca en los adolescentes un despertar del interés sólo por el sexo y, como aún la mayoría no ha alcanzado en forma plena el sentido de la responsabilidad, se favorece que lo practiquen de manera irresponsable. El Cardenal Carlos Oviedo nos dejó como legado que "si queremos construir un futuro mejor lo importante es educar para el matrimonio y la familia, y favorecer y fortalecer la unión matrimonial".

En 1967 Estados Unidos presiona al gobierno chileno para emprender una acción de control demográfico y se autorizó a Aprofo para imponer asiduamente y aun sin consultar a las mujeres de nuestro pueblo, métodos anticonceptivos y abortivos (El Mercurio, Cartas al editor, Septiembre 1997).

El gobierno de la época no piensa que la verdadera solución no es el control de la natalidad ordenada por regímenes foráneos, sino que deben mejorarse las condiciones de vida de nuestro pueblo y realizar una justicia social verdadera, no de discursos de papel, no de ofrecer, como lo hacen muchos políticos, y no cumplir.

Sobran los agoreros que majaderamente no se cansan de vociferar sobre la “plaga de la sobrepoblación”, se revuelven intranquilos pensando en lo que pueden perder o dejar de ganar y se olvidan, o simplemente no se atreven a detenerse a pensar, que el hombre no progresa solamente por naturaleza sino también por estímulo, movido por dificultades, siendo una de ellas el alcanzar lo mejor para una familia numerosa.

Las estadísticas dan para todo, por lo que es fundamental hacerlas bien e interpretarlas mejor, lo cual es sumamente difícil en el campo demográfico, como lo demostró el mismo Malthus cuando decía que si no había obstáculos mayores la población mundial se duplicaría cada 25 años según una progresión geométrica y los medios de subsistencia lo harían según una progresión aritmética, con lo cual Inglaterra tendría hoy día más de 1.000 millones de habitantes. Sin embargo él era partidario del crecimiento de la población “sin vicio ni desgracia” y acotaba que: “el crecimiento de la población está necesariamente limitado por los medios de subsistencia”. El estudio bien documentado nos dice hoy día que el aumento de la población causa también el aumento de los recursos y es lamentable comprobar que en los países económicamente desarrollados faltan brazos y el ingreso de extranjeros sólo se permite por ser mano de obra barata y se trasladan industrias a países menos desarrollados con igual objetivo.

Los años de sobrevida se alargan, pero no es lo mismo lo que puede producir un individuo de edad avanzada en comparación con uno joven y si éstos disminuyen la Historia se encarga de advertirnos que las civilizaciones decaen, y aún desaparecen, por falta de natalidad.

El movimiento de una población que ocupa un limitado territorio, al principio experimenta una curva rápidamente ascendente y luego, de acuerdo con los recursos disponibles, el número de habitantes se aproxima a la relación óptima entre las bocas que hay que alimentar y los víveres de que se dispone. No es lo mismo hablar de aumento de población que de fertilidad.

Salvar la vida de todo recién nacido y favorecer un embarazo normal es obligación perentoria de los gobiernos adoptando toda clase de medidas a través de los equipos de salud y de adecuada infraestructura, pero invertir recursos para evitar que los niños nazcan, fuera de ser una pésima inversión es un atentado delictivo. En materia de sexualidad la rotura del vínculo natural entre sexo y procreación ha demostrado ser una negación de los valores de la familia y de la vida, todo esto con el apoyo irrestricto de ciertos gobiernos. Estamos en la época de globalización que rebasa los límites políticos, las fronteras de los países y su economía, tratando de llegar al máximo economicismo. Ello conlleva profundos cambios culturales y, velada o abiertamente, trata de involucrar a la familia con la imposición de leyes como el aborto, el divorcio y muy pronto la eutanasia. Da la impresión que ya no importa lo que es bueno y verdadero, sino lo que es útil y placentero, con grave perjuicio de la conciencia moral.

Los Neo Maltusianos orquestan una propaganda a nivel mundial en pro del control de la natalidad y a favor de la anticoncepción, falseando estadísticas y sin disimular su ataque a quien se les opone. Se esgrimen argumentos humanitarios y caritativos, se buscan soluciones fáciles y se afirma que el crecimiento de la población es el principal obstáculo para erradicar el hambre y la pobreza y otro autor inglés, Toynbee, llega a decir que “el mundo acabará muriéndose de hambre”. Se acunan slogan como “ explosión demográfica” queriendo hacer creer que los nacimientos son como una reacción química que si son muy numerosos se asemejan a un bombardeo atómico sin control. Creo que el ser humano es algo más que física y matemática y creo en el poder de la ciencia y la tecnología, como lo demuestran los múltiples artículos que en la Revista CRECES se publican. Hay que tener voluntad e inteligencia para solucionar los problemas que, sin duda, son redes, pero que si se presentan deben ser un aliciente para vencerlos.

Es casi seguro que las reformas económicas adecuadas, y no las medidas egoístas que aplican los países desarrollados, permitirán un crecimiento prácticamente ilimitado de los bienes de consumo, poniendo al alcance de todos los nuevos conocimientos y facilitando su aplicación.

Según una reciente encuesta de Adimark, Chile mantiene conductas de país “desarrollado” en cuanto a planificación familiar y esterilización, con gran alegría de quienes muy poco o nada hacen para elevar el nivel cultural de la población. Quieren convencernos de los inconvenientes que significa tener una familia numerosa, como son el “agotador” trabajo del padre, la “esclavitud” de la madre, la mala alimentación y educación de los hijos, por mencionar los más socorridos y se niegan a ver la inmensa riqueza que eso significa, como lo demuestra el alto porcentaje de padres y madres que destacan con éxito en la vida pública y privada y como los hijos alcanzan también una posición destacada, como es el ejemplo que nos brinda el propio Director de la Revista Creces.

Nuevamente cabe citar aquí palabras de Juan Pablo II, cuando en Agosto de 1995 le decía a las juventudes del Mundo que el siglo XX sería considerado como una conjuración contra la vida, amparado en premisas dudosas o falsas de solidaridad, de piedad, de planificación demográfica, de desarrollo sustentable y, podríamos agregar, de Eutanasia y “matrimonio” entre homosexuales. A quienes no estamos de acuerdo con esa conjuración se nos tilda de enemigos de la libertad y del progreso.

Se habla de “un gran número” de adolescentes embarazadas para justificar las medidas que proponen y quienes tal hacen son los mismos que consideran normales las relaciones pre o extramatrimoniales; no se tiene ni un mínimo de respeto intelectual por la institución de la familia y del matrimonio, los cuales no admiten ser vaciados ni adulterados en sus notas esenciales.

Alguien ha escrito que “la Iglesia es irresponsable” porque se opone al uso de anticonceptivos y a la planificación familiar cuando no existen razones justificadas, ya que esos métodos evitan el aborto posterior, al cual también se opone la Iglesia; no hace distinciones respecto a qué Iglesia se refiera aunque es fácil imaginar que es a la Católica. A este respecto cabe mencionar que la tradición Islámica acepta la planificación familiar “siempre que se utilicen métodos naturales y exista una razón médica o de salud para llevarla a cabo”. Los métodos permanentes de esterilización son rechazados.

En la ley judía el aborto está prohibido y se permite sólo cuando peligra seriamente la vida de la madre.

La ética Ortodoxa afirma que la vida comienza en el momento de la fecundación y por tanto rechaza el aborto.

La iglesia Católica, con sus 2.000 años de experiencia y asesorada por un Comité Mundial de Científicos del más alto rango, da por sentado, cuando se refiere a paternidad y maternidad responsables, que ésta debe apoyarse en una educación integral, en un compromiso verdadero del Estado de mejorar las condiciones sociales, de vivienda, de trabajo, de educación, de sana diversión y no limitarse, con la orquestación de muchos medios de difusión, sólo a lo sexual, con gastos exagerados en spots televisivos y horas de clase perdidas o mal aprovechadas. La enseñanza y uso de prácticas anticonceptivas y abortivas nada tiene que ver con la paternidad responsable ya que ellas son la negación misma de la natalidad.

Los representantes de los gobiernos de turno argumentan que el Estado tiene derecho a actuar en la educación (?) sexual (mejor llamémosla instrucción) y en el uso de anticonceptivos (y abortivos) por ser un problema de salud pública y no aceptan que éstos sean problemas sociales, morales, religiosos ni tampoco que es la familia la que debe asumir el papel de educadora, así como la comunidad o la Iglesia, cuando ella falta.

En los últimos años los recursos mundiales han crecido más del doble que la natalidad y a falta de este argumento ahora se pretende hacer pasar la esterilización como una medicina, considerando que el hijo es como un quiste o un cáncer.

No es el momento de ahondar sobre el aborto y la Eutanasia, pero me parece necesario recordar las enseñanzas de un maestro de la medicina chilena, el profesor Armando Roa, cuando en Enero de 1997 escribía “Si se preconiza la muerte de un niño no nacido o de un recién nacido porque tiene tales o cuales malformaciones, debemos ser consecuentes con nosotros mismos y favorecer también la muerte de cualquier discapacitado, independiente de la causa, de los débiles y enfermos mentales, de los ancianos que no pueden valerse por sí mismos, de los enfermos incurables”. Nuestra actitud ante un intento de suicidio debiera ser pasiva y aún estimularla, ya que cada uno sería dueño de hacer lo que quiera con su cuerpo y no sería de nuestra incumbencia arreglar el problema que esa persona tiene”. Si no somos dueños de nuestra vida mal podemos apurar nuestra muerte.

Se habla de legalizar el aborto provocado cuando se efectúe con un niño que viene malformado ya que con esto se acabarán los niños defectuosos y también puede hacerse efectivo con el niño no deseado, ya que será motivo de vergüenza para la familia, siendo que ellos son absolutamente inocentes y nadie puede atribuirse la potestad discriminatoria de resolver quien tiene y quien no tiene derecho a la vida.

Lo que un embrión, un feto o un recién nacido llegarán a ser y podrán hacer en beneficio de la humanidad nadie puede saberlo y en el caso del no deseado cabe preguntarse si la vida de una mujer es superior a la de su hijo.

Referente al enfermo terminal la verdadera indicación no es la Eutanasia sino que aliviar el dolor, dar todo el apoyo moral, la mejor enfermería posible y evitar el ensañamiento terapéutico que no hace sino prolongar una vida ya sin esperanza médica de recuperarse. Dejemos al enfermo terminal morir dignamente.



Dr. Sergio Jarpa Yañez


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