Genes y factores emocionales
( Publicado en Revista Creces, Mayo 2003 )

El dicho popular de “tal palo, tal astilla" refleja la creencia generalizada de que el temperamento de los padres, al igual que el color de los ojos o el color del cabello, son factores que están impresos en los genes y que pasan de una generación a otra. Sin embargo, a diferencia de los factores físicos, no ha sido fácil demostrar que el comportamiento y el carácter de las personas esté también impresos en los genes y sean transmitidos de una generación a otra.

Ahora un equipo de psiquiatras y neurólogos dirigido por Daniel Weinberger del National Institute of Mental Health en Bethesda, usando las técnicas de resonancia magnética funcional, han demostrado que las personas con diferentes versiones de un solo gene presentan diferentes características de la actividad cerebral en respuesta a estímulos emocionales (Science, vol. 297, pág. 400, 2002).

Sus hallazgos demuestran que genes individuales pueden influir en el modo de como el cerebro interpreta el ambiente. Weinberger afirma: “como esto se traduce en la percepción del mundo por las personas, es un problema bastante más complejo, pero creo que entendiendo cómo los genes contribuyen a procesar la información en el cerebro, estaremos capacitado para entender más adelante como ellos condicionan las emociones, el temperamento y las enfermedades psiquiátricas".

El gene en cuestión codifica una proteína de transporte que en la célula cerebral capta el neurotransmisor “serotonina", tan pronto ésta es liberada, para llevarla al interior de la célula nerviosa, limitando así su efecto en las células vecinas. El gene viene en dos versiones o alelos. Uno contiene una región promotora corta (trozo de DNA que controla la expresión del gene), y la otra tiene un promotor largo. Se ha visto que en experimentos realizados en el cultivo celular, el alelo corto produce sólo la mitad del transporte en relación con el alelo largo. A su vez los estudios clínicos han demostrado que las personas que poseen una versión del alelo corto (alrededor del 70% de la población europea y americana) tienen más posibilidades de poseer una personalidad susceptible a situaciones de ansiedad o temores, con relación a las que tienen copias del alelo largo.

Sobre la base de esta información, Weinberger y su equipo, pensaron que el efecto del gene podía verse más claramente analizando las características de la actividad cerebral, particularmente en la región en forma de almendra, que se ha denominado “amígdala” la que constituye el centro emocional del cerebro. Con este objeto estudiaron la resonancia magnética funcional en 28 voluntarios. La mitad de ellos tenía dos copias del alelo largo y la otra mitad tenía por lo menos una copia del alelo corto. Mientras estaban siendo escaneados, se les mostró un cuadro con una cara con expresión enojada y otra con temor, y luego se les pidió escoger cual de otras dos caras mostraba la misma emoción.

En un 90% ambos grupos seleccionaron la expresión correcta. Pero las personas que tenían un alelo corto mostraron durante el test, una considerable mayor actividad en su amígdala derecha. Son muchos los estudios que demuestran mayor actividad de esa amígdala en situaciones emocionales tensas. Con estos resultados Weinberger cree que se puede explicar por qué las personas con alelos cortos son más propensas a la ansiedad. "La amígdala pone una etiqueta en la información, que advierte: esto es peligroso", explica Weinberger. "Tal vez ello se deba a la menor producción del transportador de serotonina".

Según los investigadores, este sería el único estudio que liga una variación genética con diferencias en la actividad cerebral. Ello significa un paso adelante para llegar a conocer cómo debido a pequeñas diferencias genéticas, las personas pueden apreciar el mundo en forma diferente.


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