Los tres primeros años de vida deciden el futuro
( Publicado en Revista Creces, Febrero 2004 )
Hasta hace algún tiempo, se pensaba que sólo la herencia era la que condicionaba las características físicas, la personalidad, y las capacidades intelectuales de los individuos. Hoy en día, gracias al progreso de la biología, la genética, la antropología y específicamente, la bioquímica cerebral, este concepto ha variado fundamentalmente. Se ha llegado a un consenso que en el desarrollo del individuo, tan importante como la genética, es también el medio ambiente y que de la relación entre uno y otro factor, dependen tanto la expresión de los factores físicos, como los intelectuales. Cuando nacemos, traemos con nosotros una impresión genética que ha sido trasmitida por nuestros padres, pero cuya expresión, depende fundamentalmente de los estímulos positivos o negativos, que nos imponga el medio ambiente.
Es en los primeros años de vida, cuando nuestro organismo comienza a desarrollarse, cuando el medio ambiente imprime el límite de lo que podemos alcanzar, tanto en nuestro desarrollo físico, como en nuestras capacidades intelectuales. Si el medio ambiente es lo suficientemente generoso, va a ser posible la expresión total de nuestras capacidades géticas. Por el contrario, si el medio ambiente es adverso, en igual proporción se limitarán las expresiones de nuestros genes. La plasticidad de este período es tal, que también es posible con el ejercicio y aprendizaje, el desarrollo de capacidades específicas, tanto físicas como intelectuales, como a su vez también, los traumas emocionales (maltratos), pueden dejar huellas peremnes (Medio ambiente y desarrollo cerebral).
Así por ejemplo, si durante este período se produce un retraso en el crecimiento debido a deficiencias nutricionales, difícilmente se podrá recuperar, y por el contrario, el déficit se incrementará en las edades posteriores, a un cuando mejore la situación nutricional. Ello explica que el progreso de la situación nutricional de la población infantil de nuestro país, se haya traducido en un incremento de 11 cm. en la talla promedio en el chileno adulto. Hoy la mayor parte de los hijos, ya está alcanzando una mayor talla que la de los padres.
En mayor grado, ello ocurre con nuestras capacidades intelectuales, ya que el cerebro es el órgano más vulnerable al impacto adverso del medio ambiente. Un ambiente hostil, o de abandono durante los primeros años de vida, puede llegar a afectar seriamente el desarrollo y la estructuración cerebral.
En la especie humana, ya en el momento de nacer, el cerebro cuenta con el número total de sus células, aunque inmaduras. Es durante los primeros tres años de vida (algunos piensan que hasta los seis), que estas se diferencian, migran a diferentes posiciones en el cerebro y se conectan entre si, en un proceso que se ha denominado "cableado cerebral". A través de él, se establecen miles de millones de conexiones entre las 100.000 millones de células contenidas en el cerebro, lo que permite que éste actúe como un todo. Ahora se sabe que el número y diversidad de las conexiones (sinapsis) que se establezcan, depende fundamentalmente de los estímulos provenientes del medio ambiente. Son ellos los que en definitiva condicionan el desarrollo cerebral, estimulando o restringiendo el proceso de cableado. Como el medio ambiente es diferente para cada niño, el cableado del cerebro también es diferente, no habiendo desde este punto de vista, dos cerebros iguales.
Es así como se ha comprobado que la carencia de estimulación y el abandono, afectan seriamente el desarrollo cerebral del niño, reflejándose entre otros parámetros, en una disminución de la capacidad intelectual. Al analizar el medio ambiente de niños pertenecientes a los niveles de extrema pobreza, con gran frecuencia se puede comprobar su deterioro. La estructura de la familia, por lo general está distorsionada, no cumpliéndose los roles parentales. La imagen del padre frecuentemente está dañada, y no es extraña la violencia intra-familiar. Durante esta época de gran aprendizaje, en que el niño comienza a explorar el mundo que lo rodea, se encuentra con un ambiente familiar gris y aplastante, que no estimula su imaginación, ni exacerba su curiosidad. Es escasa la estimulación verbal, ya que el vocabulario y la escolaridad de los padres es muy restringida. El niño nace y se desarrolla en un ambiente de inseguridad, carente de estímulos psíquicos y afectivos apropiados. Para un normal desarrollo cerebral, el niño necesita de continuas experiencias sensoriales, que sean positivas, consistentes, predecibles y repetitivas. Las estimulaciones caóticas llevan a un mal cableado cerebral.
Afortunadamente en nuestro país, durante los últimos años, se ha logrado una disminución significativa de los índices de pobreza, al mismo tiempo que ha mejorado la nutrición durante los primeros años de vida. Sin embargo persiste un número importante de niños cuyo medio ambiente agresivo e inadecuado, continúa restringiendo el desarrollo de sus capacidades físicas e intelectuales.
CONIN, una corporación cuyo objetivo ha sido la recuperación de estos niños, en su experiencia acumulada por 30 años, ha podido constatar que cuando se suman varios factores ambientales adversos, se llega a producir un grave daño físico e intelectual, siendo muy difícil su recuperación. La gravedad de las lesiones depende entre otros factores, de la edad del niño. Hasta los seis o doce meses, su recuperación puede ser completa, pero no si el daño ha persistido por un ambiente adverso, mas allá de los dos o tres años, sólo se puede esperar una recuperación parcial.
Según las estadísticas del Servicio de salud de nuestro país, aproximadamente 25.000 niños menores de dos años están ahora sufriendo el efecto de diversos factores adversos en sus familias, entre los que cabe destacar la pobreza extrema, la cesantía, la baja escolaridad de los padres, el ser hijos no deseados, el haber nacido de madres solteras menores de edad, o con bajo peso, o el impacto durante el embarazo de la ingesta de alcohol, o la drogadicción, o su retraso en el crecimiento. Si bien su desnutrición y riesgo de muerte (mortalidad infantil), han disminuido, no así los daños físicos e intelectuales, que más tarde se hacen aparentes en las dificultades del proceso educativo y en la deserción escolar. Considerando la acumulación anual de este importante número de niños lesionados emocional e intelectualmente, se puede concluir que por su número llegan a constituir, aparte de la más grave injusticia social, un serio obstáculo para la modernización de la educación. Es allí donde se inicia la desigualdad de las oportunidades.
El abordar este problema, requiere de un nuevo enfoque, en que además de una etapa curativa de los daños producidos, se desarrolle una estrategia de prevención de los mismos. CONIN ya lo ha estado haciendo desde hace algunos años. Pero la implementación de la prevención, requiere un esfuerzo de mayor amplitud. En este sentido, el comienzo de implementación de un sistema de educación del pre-escolar (Jardines Infantiles), ha significado un avance que ya se puede medir en los niveles de educación básica. Si bien en el futuro hay que incrementarlo, no basta, ya que el principal daño, ya se ha producido en edades anteriores. Se hace necesario el desarrollo de un nuevo programa adicional, focalizado y dirigido a aquellos grupos de alto riesgo, diseñado con diferentes tipos de intervenciones que se inicien ya a poco de nacer (salas cunas), y en las que se estimule la participación de las madres. Si no se cuenta con un recurso humano indemne, no se podrán lograr los objetivos de una educación moderna.
El Editor.