Después de 10 años de uso de semillas transgénicas
( Publicado en Revista Creces, Marzo 2004 )

A preguntas es necesario darles respuesta: de los riesgos anunciados, ¿Cuáles se han concretado? ¿Las semillas transgénicas han ayudado al mundo pobre a combatir el hambre y la desnutrición?

Ya han transcurrido más de 10 años desde que se inició su uso en Estados Unidos, y a pesar de la fuerte oposición de los grupos ecologistas, en la actualidad más de seis millones de campesinos en el mundo, ya las han adoptado. De estos, el 75% pertenecen al mundo pobre. Para los sembradíos se están utilizando 58.7 millones de hectáreas, ubicadas en 16 países diferentes. Hasta ahora sólo se han adoptado el cultivo de cuatro semillas: el maíz, la soya, el algodón y el raps transgénicos, pero en los próximos años se espera que además se apruebe el uso de semillas de trigo y arroz, modificados con genes transgénicos que les proporcionarán diferentes cualidades. Cuando ello ocurra, se espera que rápidamente las hectáreas ocupadas se eleven por sobre las 140 millones de hectáreas. Esta rápida aceptabilidad se explica porque los cultivos benefician directamente a los agricultores. Con el tipo de semillas que actualmente están usando, les permite disminuir el uso de pesticidas, ahorrar en el uso de combustibles, al mismo tiempo que incrementan sus cosechas.

Un estudio reciente señala que si la mitad de los campesinos de la Unión Europea comenzaran a utilizar semillas transgénicas de cuatro variedades (maíz, raps, azúcar de remolacha y algodón), reducirían el consumo de pesticidas en un 40%, además se economizarían 20 millones de litros de combustibles para los tractores, y por añadidura, disminuirían la producción de dióxido de carbono en 73.000 toneladas (Journal of Animal and Feed Sciences, vol. 11, Pág. 1).

Está claro que no tienen efectos nocivos para la salud, ya que durante estos 10 años cientos de millones las personas han consumido semillas genéticamente modificadas y no se ha observado efectos adversos. Esto era de preverse, ya que el proceso de mezclas genéticas no es nuevo. En el fondo, lo que los biotecnólogos están haciendo ahora, es lo mismo que siempre han hecho los seleccionadores naturales de semillas. Ellos cruzan semillas mutantes, mediante un procedimiento de ingeniería genética natural. Lo que ahora se está haciendo, no tiene nada de diferente, salvo que el intercambio de genes es más específico, por lo que parece injustificado temer a fantasmas de efectos adversos.

Lo que puede preocupar no es la técnica en sí, sino que el producto final. En este sentido, las semillas genéticamente modificadas han sido examinadas cuidadosamente, asegurándose que no tienen sustancias peligrosas.

Por otra parte, en los ensayos que se han hecho durante cuatro años, experimentando en diversos lotes de terreno en Inglaterra con semillas de maíz, remolacha azucarera para alimentación animal y semillas aceiteras de raps (cuyo aceite es idéntico al que producen las semillas tradicionales), se pudo comprobar que se requirió menos pesticidas. Por otra parte, el temor de que se pudieran crear "superyerbas", por el posible traspaso de genes de resistencia a pesticidas a hierbas pertenecientes a la misma familia, tampoco se observó. Pero aún sí eso hubiera ocurrido, no tendría mayor problema, ya que se destruirían solas, al ser incapaces de sobrevivir fuera del ambiente de cultivo.

En China es el propio gobierno el que está produciendo semillas de algodón genéticamente modificadas, agregándoles genes de resistencia a las pestes. Ellas ya han sido utilizadas por un millón de pequeños agricultores chinos, que poseen terrenos de menos de una hectárea. En sólo 1 año, ellos han visto aumentados sus ingresos en un 25%, ya que han gastado menos en pesticidas. El beneficio no sólo es para la economía, ya que también ello ha significado una menor contaminación con potentes pesticidas organoclorados.

Por otra parte, no hay que olvidar que en los próximos 50 años, el crecimiento poblacional se estima en 3000 millones de personas. Para satisfacer todas estas nuevas bocas, va a ser necesario aumentar la producción de cereales entre un 35 a un 100%, al mismo tiempo que para los próximos 20 años, se debería incrementar la producción de carne en un 55%. Ello sólo será posible mediante el uso de semillas transgénicas de alto rendimiento, porque ya es difícil incorporar al cultivo nuevos terrenos, o incrementar las áreas de regadío. (Creces: "Expectativas de alimentación en el siglo XXI").


El uso de semillas modificadas para producir drogas o plásticos

El único temor consistente para un futuro, es la industrialización de las semillas tradicionales, que son modificadas genéticamente con el objeto de producir drogas, vacunas o plásticos, u otros productos industriales. Ellas pudieran confundirse con las semillas convencionales de consumo humano. "A nadie le gustaría tener en su mesa ese tipo de semillas que contengan productos industriales", dice Margaret Mellon, directora de los grupos para alimentos y ambiente. (Creces: "Genes de drogas en plantas podrían transferirse a los alimentos").

El problema es que ya en muchos pequeños campos se está ensayando la producción de semillas transgénicas para producir desde las mas diversas sustancias, que van desde variados productos químicos, hasta hormonas para el control de la natalidad. Bajo las actuales regulaciones, estos ensayos deben hacerse sólo en predios muy aislados. Sin embargo nadie puede impedir que el polen se esparza por el viento o los insectos y se mezcle con semillas convencionales. De hecho ya se han encontrado trazas de contaminación en muchas semillas convencionales ubicadas en predios distantes.

Este inconveniente ya ha preocupado al Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, que junto con el Food and Drug Administration y la Environmental Protection Agency, han elaborado estrictas normas tendientes a impedir la contaminación de semillas convencionales con genes exóticos. Sin embargo, en años recientes se ha visto que a pesar de los esfuerzos de segregación de estas semillas, puede el polen esparcirse a campos vecinos, o los granos pueden mezclarse después de la cosecha. Ya en el año 2002 se descubrieron semillas de soya contaminadas con semillas similares modificadas genéticamente para producir una vacuna para cerdos. La empresa ProdiGene Inc. de Texas, tuvo que destruir toda una partida de cientos de toneladas y además pagar 3 millones de dólares a los agricultores afectados.



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