Máquina a vapor para apagar incendios
( Publicado en Revista Creces, Mayo 2004 )
A una máquina que se diseñó para propulsar lanchas a alta velocidad, ahora se le encuentra una mejor aplicación para apagar incendios.
Cuando se usa para propulsar lanchas, funciona inyectándole vapor en una cámara cilíndrica. En la medida que el vapor sale a una velocidad de tres veces el sonido, rápidamente se condensa, generando una onda de shock que succiona agua y la expele por atrás, generando una fuerza de empuje.
La nueva aplicación surgió cuando los fabricantes (Pursuit Dynamics en Royston, Hertfordshire) estaban ensayando el límite de su capacidad fuera del agua. Durante el ensayo, un técnico por curiosidad, conectó a ella un chorro de agua con una manguera de jardín. Para la sorpresa de todos, el agua salió como un fuerte chorro de finas gotitas, que empapó a todos los que estaban a 20 metros a la redonda.
Más tarde los ingenieros comprobaron que la onda de choque generada a medida que sale el vapor por la boca, rompe el agua en un fino pulverizado, que se proyecta a alta velocidad (ver diagrama). Las gotitas en el pulverizado, miden entre 14 a 30 micrómetros, más o menos 10 veces el tamaño de las gotas de las nubes, y esto parece ser lo óptimo para ser usado como un extinguidor de fuego. El sistema crea un volumen mucho mayor de pulverizado que el sistema convencional de rocío.
El "cañón de rocío", de acero inoxidable, tiene 20 centímetros de largo y 9 centímetros de diámetro y pesa 2.5 kilos. En los ensayos ha sido capaz de expeler el rocío a más de 40 metros de distancia, siendo sólo alimentado por vapor a baja presión, desde una pequeña caldera y agua de una manguera que fluye a 13 litros por minuto.
La compañía ha ensayado esta máquina para apagar un incendio simulado de un avión. "Es fantástico, como nada que yo haya visto antes" dijo Paul Grimwood y consultor de la industria de extintores en Sussex en Inglaterra. En su opinión, el aparato tiene un gran potencial en todo tipo de incendios, desde barcos a edificios. (New Scientist, Marzo 6 del 2004, pág 24).