El miedo a la obesidad pierde la objetividad
( Publicado en Revista Creces, Julio 2004 )
La guerra a la obesidad carece de una base científica sólida, y obedece a intereses médicos e histeria colectiva, señala Paul Campos.
"Grasa”, “gordura", "tejido adiposo"..: llámese como quiera, es una de las grandes obsesiones de nuestros tiempos. A comienzos de los años 80, las historias acerca de la obesidad sólo aparecían en los medios de comunicación de habla inglesa a un modesto ritmo de uno por semana. En el 2003, el periodista sociólogo de la Universidad de California, en Los Angeles, señala que esta cifra se ha elevado a 20 por día. Los médicos, los científicos y las organizaciones de salud, nos insisten que estamos en la cumbre de una "epidemia de obesidad", sin precedentes.
Es muy cierto que en muchos países la gente ha estado engordando. Pero hay un contra sentido: junto a ello, la salud y la expectativa de vida de la gente de esas naciones han estado evidenciando un continuo progreso. Tómese por ejemplo a Estados Unidos, en el período comprendido entre el año 1990 y el 2002, donde la expectativa de vida se ha elevado de 72.5 a 77.4 años, y simultáneamente se ha elevado el ritmo de incremento de la obesidad en un 61%, de acuerdo con la estadísticas del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades. Al mismo tiempo la incidencia de la diabetes tipo 2 (la supuesta "bête noire" consecuencia del incremento de la obesidad), cambió duramente, mientras que en igual período las muertes por enfermedades cardíacas, hipertensión y algunos cánceres han disminuido.
"La bomba de tiempo todavía no ha estallado", afirman los oficiales de salud pública, y agregan que en los próximos años vamos a ver las devastadoras consecuencias de la obesidad. Pero ya sus predecesores de hace 50 años, habían hecho las mismas predicciones. En aquella época (1960), de acuerdo a las definiciones de entonces, cerca de la mitad de la población americana, ya tenía sobrepeso.
¿Cómo se puede explicar este contrasentido? En los últimos años he estado estudiando cuidadosamente los antecedentes que han llevado a las predicciones calamitosas de una verdadera epidemia de obesidad. He revisado los estudios y hallazgos de los pronunciamientos públicos de salud, y he sondeando una amplia gama de diferentes puntos de vista de expertos, para entender lo que ellos realmente revelan. Lo que he encontrado va a resultar difícil de tragar para algunos: haciendo excepción de los casos extremos, del análisis de la literatura médica, simplemente no se puede concluir que un incremento del peso sobre lo normal, signifique por si sólo algún riesgo para la salud.
Lo que actualmente se demuestra es, primero, que la asociación entre aumento de peso e incremento de los riesgos de salud, es débil, y desaparecen del todo cuando se comparan diversas variables. Segundo, los programas de salud pública que tratan de hacer adelgazar a los de sobrepeso y a los obesos, por diferentes razones, hacen más mal que bien. En resumen, la actual guerra contra las grasas es un estallido irracional de histeria colectiva, que no tiene soporte científico.
¿Escéptico? Aquí hay algunas estadísticas tomadas de lo que en 1980 fue el mayor estudio epidemiológico mundial. El incluye la evaluación clínica, de cerca de 2 millones de noruegos, realizada durante una década. Se encontró que las más altas expectativas de vida, correspondía a aquellas personas que tenían un índice de Masa Corporal (BMI, la sigla en inglés), entre 26 a 28 (ver recuadro de "Cálculo de índice de Masa Corporal). Este rango corresponde a los que las definiciones actualmente en uso califican como definitivamente en la categoría de "sobrepeso" (Organización Mundial de la Salud). Más aún, el mismo estudio encontró que las personas con un índice de masa corporal (BMI), que hoy son catalogados como "delgado saludable", tenían una expectativa de vida más baja, que aquellos con un BMI entre 34 a 36. Estos últimos, según la clasificación actual, tienen entre 25 a 35 kilos de sobrepeso, y por lo tanto se catalogan como "seriamente obesos".
Como lo describo en mi libro "El Mito de la Obesidad", estas estadísticas son típicas de estos estudios. Los estudios realizados en gran escala, encuentran consistentemente que el riesgo de mortalidad es pequeño o que no existe asociado al peso, excepto en las estadísticas extremas. Muchos de estos estudios, insistentemente encuentran los más bajos niveles de mortalidad entre las personas que supuestamente tienen sobrepeso, y las mayores mortalidades, en las que tienen tres kilos de "bajo peso", especialmente, si se relacionan con los que tienen 35 kilos de sobre peso. Incluso esta modesta correlación, desparece cuando se toman en cuenta otras variables aparte del peso. Los datos del BMI, correlacionan con un aumento de riesgo de mortalidad entre las personas sedentarias: las personas que mantienen, aun cuando sea una modesta actividad, no muestran ésta correlación.
¿Pero son las personas que bajan de peso y lo mantienen bajo, más saludables en el largo plazo? Nadie lo puede afirmar porque no existen estudios a largo plazo que haya cuantificado esta variable. ¿Por qué no? Por la simple razón que los investigadores no han sido capaces de realizar un estudio a largo plazo de pérdida de peso en un número significativo de individuos. Por el contrario, los investigadores constatan que en la gran mayoría de las personas que tienden a bajar de peso, presentan un "peso cíclico", en el que logran perder peso, y luego lo ganan otra vez. Y esto, como lo han demostrado numerosos estudios, no es una receta para una salud a largo plazo. Por ejemplo, el famoso estudio Framingham de Estados Unidos, encontró una fuerte correlación entre los pesos cíclicos y la mortalidad, mientras que por otro lado las personas obesas que no tenían pesos cíclicos, no aumentaban el riesgo (www.creces.cl: “Se cuestiona el efecto de las grasas en el colesterol sanguíneo”).
Dados todos estos hechos, ¿Cómo justifican sus argumentos los oficiales de salud pública que están en esta guerra contra las grasas? La respuesta no va a caerles bien a quienes creen que la ciencia es inmune a los efectos económicos y las tendencias ideológicas. El hecho es que el actual pánico a la obesidad se basa en graves distorsiones de los datos científicos.
Las distorsiones tienden a tomar una de tres formas comunes. La primera va al corazón de la naturaleza de la epidemiología, que quedan muy claras en las palabras del investigador Charles Hennekens de la Universidad de Harvard: la epidemiología es "una ciencia cruda e inexacta". Los epidemiólogos, dice él, "tienden a exagerar los hallazgos, ya sea porque quieren llamar la atención o quieren más financiamiento para sus grants", (irónicamente, los trabajos de Hennekens han sido los más explotados para este pánico de las grasas).
Los estudios de observaciones en gran escala, sólo pueden controlar unos pocos de los muchos factores que pueden explicar las asociaciones que ellos observan entre los factores de riesgo y la enfermedad. Es por ello que los epidemiólogos que son cuidadosos de no exagerar sus hallazgos, apuntan a los peligros de atribuir significancia causal a pequeñas asociaciones de riesgo. Como una regla general, ellos miran con sospecha cualquier factor que no alcanza un doble riesgo relativo, especialmente cuando la línea basal de riesgo es pequeña.
En el caso de la obesidad, generalmente se abandona esta precaución. Muy a menudo los oficiales de salud y los investigadores tratan como causales, a riesgos pequeños. Así por ejemplo, un estudio reciente encuentra que se incrementa un 13% el riesgo del cáncer del pecho post-menopáusico si éste se asocia a sobrepeso. Al examinar los números, ellos agregan sólo una muerte extra por cada 10.000 mujeres con "sobrepeso" por año. Sin embargo, los autores comentan el hallazgo como una fuerte evidencia de una relación causal entre peso y cáncer.
Una segunda forma en la que los oficiales de salud (y algunos investigadores) distorsionan los hechos en las investigaciones que involucran obesidad, es ignorando variables que los confundan. Hay abrumadoras evidencias que muchas causas de salud-enfermedad, afectan desproporcionadamente los promedios, como son el estilo de vida, la nutrición, el peso cíclico, la pobreza, el acceso y/o discriminación en los centros de salud. Muchos eminentes investigadores en obesidad prefieren, en cambio, culpar exclusivamente a la grasa corporal.
Un ejemplo particularmente gregario es el de un famoso estudio que aparece en el "Journal of the American Medical Association (JAMA) en el año 1999, que concluye que el exceso de peso estaba matando a 300.000 americanos por año. Este "hecho" ha sido citado más de 1700 veces en los últimos dos años en los medios de habla inglesa. En las conclusiones de la metódica, los autores remarcan: "Nuestros cálculos asumen que toda (controlados por edad, sexo y cigarrillo) la mortalidad excesiva en personas obesas, se debe a su adiposidad". Mientras se asume la validez de una conclusión, se simplifica el proceso de la investigación científica, ahorrándose las confirmaciones de las hipótesis a través de un razonamiento circular.
La última distorsión es adoptar estándares flexibles de pruebas. Cuando los que llevan a cabo las guerras de las grasas, encuentran hallazgos que parecen confirmar sus puntos de vista, muy a menudo olvidan cualquier esfuerzo por cuestionarlos, ya sea como ignorantes irracionales o tendenciosos. Mientras que frente a hallazgos que contradicen sus puntos de vista, este positivismo confiado se desvanece. Los hallazgos contradictorios se descartan por todo tipo de cavilaciones metodológicas.
Este saltar atrás y adelante, entre una fe no crítica y un profundo escepticismo, es particularmente llamativo cuando los investigadores realizan acrobacias interpretativas con sus propios resultados. Por ejemplo los autores del estudio del JAMA 2003, concluyen que éste provee de contundentes evidencias de los efectos mortales del incremento de peso. El estudio encuentra mínimos incrementos de mortalidad entre los blancos con BMIs hasta 30 y 35, y no evidencias de elevación de la mortalidad entre los negros americanos en el rango de "sobrepeso" (BMI 25 a 30). Verdaderamente, entre las mujeres negras, no se observó un riesgo extra hasta el BMI de 37. Pero un editorial acompañante, escrito por Jo-Ann Manson de la Escuela de Medicina de Harvard, comenta que "sería un gran perjuicio para los negros si estos resultados fueran utilizados para promulgar el concepto que el peso excesivo no es dañino para ellos".
Ultimamente hemos visto que el pánico que se ha despertado en relación al incremento de la masa corporal, tiene poco que ver con la ciencia, y mucho que ver con factores culturales y políticos que distorsionan la investigación científica. Entre ellos están ávidos (paneles de consensos, unidos por organizaciones como la Organización Mundial de la Salud, que ha declarado la obesidad como la mayor crisis de la salud, con los médicos que dirigen clínicas de dietas), y culturalmente ansiosos acerca del sobre consumo social en general.
Consideremos ésto. Mientras el americano promedio está sobre dos kilos más pesado que en 1990, el auto americano pesa muchos cientos de kilos más que en el que tenía el último año. ¿Qué estadística tiene más relevancia para la salud a largo plazo del mundo?
Paul Campos, profesor de Derecho en la Universidad de Colorado. Su libro "The Obesity Mit." Se publicó por "Gotham Books (www.obesitymyth.com). Este artículo ha sido traducido de la revista New Scientist, de Mayo 1 del 2004, pág 20.