El cultivo de soya transgénica en Argentina
( Publicado en Revista Creces, Septiembre 2004 )
El cultivo de la soya transgénica en Argentina ha desplazado otros cultivos, con significativas ventajas económicas. Los detractores de este cambio, afirman que este cultivo ha llevado al uso masivo de herbicidas, lo que estaría produciendo un grave daño a la agricultura y a la ecología.
El cultivo de la soya transgénica, ha sido rápidamente introducido en la fértil tierra Argentina. Es así como desde 1997 la cosecha de soya se ha triplicado y su cultivo ya ocupa cerca de la mitad de la tierra cultivable del país. El Gobierno, por conceptos de impuestos de exportación ha recolectado 1.500 millones de dólares, los que han sido fundamentales para enfrentar la grave crisis económica actual.
Todo parece haber sido una muy buena idea: plantar una semilla genéticamente modificada que la hace resistente a un herbicida de amplio espectro, como es el "glifosato", permite eliminar las hierbas no deseadas bastando una sola aplicación del herbicida. Ello unido a un adecuado manejo de la tierra, en que se evita el arado antes de plantar, lograría la combinación para combatir simultáneamente la erosión.
Desgraciadamente las cosas no son tan simples. Si no hay una rotación de cultivos, después de unas pocas estaciones se desarrollan selectivamente las malezas naturalmente resistentes al herbicida glifosato, lo que obliga al campesino a recurrir a otros herbicidas más tóxicos y en mayor cantidad (New Scientist, Abril 17 del 2004, pág. 40).
Algunos antecedentes
Ya hace algunos años que la empresa Monsanto, produjo por primera vez la semilla manipulada genéticamente para adquirir la resistencia al pesticida glifosato, la que fue exitosamente introducida en los Estados Unidos. Más tarde, en el año 1997, Argentina fue el primer país que autorizó el cultivo de ésta y otras semillas transgénicas. Los agricultores rápidamente aceptaron estas nuevas tecnologías ya que necesitaban resolver problemas urgentes de mercados para sus cultivos tradicionales y al mismo tiempo reparar la erosión del suelo, que estaba afectando a la región más fértil de Argentina (las pampas). De acuerdo a informaciones del Instituto de Tecnología Agrícola (INTA), aproximadamente la mitad de los 5 millones de hectáreas de las pampas, estaban siendo afectadas por una avanzada erosión y los rendimientos habían caído a un tercio. Para tratar de aliviar el problema los agrónomos estaban experimentado el método de "no labranza", en el que la semilla se esparce directamente en la tierra, evitándose el arado previo u otras formas de cultivo. Pero al no arar, las hierbas comenzaron a desarrollarse fuera de control, por lo que los agrónomos no sabían que hacer.
La técnica preconizada por Monsanto, de la soya transgénica, les vino como caída del cielo, ya que de acuerdo a las instrucciones, no necesitaban cinco o seis aplicaciones de sus herbicidas favoritos, y bastaba la semilla tansgénica para el glifosato, y sólo una o dos aplicaciones del mismo insecticida en los momentos claves de la estación. Monsanto ofrecía en un solo paquete, la semilla transgénica, la maquinaria y el pesticida, y todo resultaba a un precio más barato. Monsanto tenía la patente del procedimiento, pero como en esa fecha Argentina no había firmado el acuerdo internacional de patentes, la empresa se vio obligada a cobrar sólo un pequeño sobreprecio, ya que de lo contrario corría el riesgo que otras empresas produjeran copias genéricas de las mismas semillas.
Por otra parte, dado la enorme demanda de soya para alimento de ganado a nivel mundial, el mercado estaba asegurado. Los campesinos argentinos rápidamente cambiaron el cultivo de trigo por soya, produciéndose un verdadero "boom" en su cultivo. Tanto fue el interés, que incluso inversionistas urbanos arrendaron las tierras a los pequeños agricultores empobrecidos y las plantaron de soya.
En el año 2002, se plantaron con soya transgénica casi la mitad de la tierra arable argentina (11.6 millones de hectáreas), comparado con 37.000 hectáreas que habían sido plantadas en el año 1970. No sólo las pampas se plantaron con soya, sino también otras tierras más frágiles, como son las de la provincia de El Chaco, Santiago del Estero, Salta y Formosa.
En un comienzo todo se veía promisorio, con claros beneficios ambientales, ya que gracias al método de "no labranza", la erosión disminuyó, mientras que los agrónomos cambiaron de herbicidas muy dañinos, por uno menos tóxico, como es el glifosato. La adopción de las nuevas tecnologías, les significó a los agricultores en ese entonces, una utilidad de 5 mil millones de dólares.
Pero ya desde hace algunos años, comenzaron a sonar campanas de alarma, al observarse que se estaban produciendo algunos problemas. Es así como Charles Benbrook publicó un estudio en el año 2001 en el "Northwest Science", en Sandpoint, Idaho, señalando que los cultivadores de soya en Argentina estaban usando mucho más herbicidas que en Estados Unidos, y que como consecuencia de ello comenzaron a aparecer hierbas naturalmente resistentes al glifosato. Benbrook advertía también que la excesiva confianza en una sola estrategia, a largo plazo inevitablemente llevaría al desarrollo selectivo de hierbas naturalmente resistentes. Además, alertaba acerca del uso excesivo de herbicidas que después de un tiempo llegaría a afectar la microbiología del suelo.
Las advertencias no fueron oídas ya que Argentina estaba en una profunda crisis económica, y la soya era el único cultivo rentable frente a la depresión del mercado interno. Por otra parte, la exportación de soya significaba para el gobierno una fuente importante de recolección de impuestos, por lo que no tomó ninguna medida. Fue así como el uso del glifosato continuó incrementándose, elevándose de 14 millones de litros en el año 1997, a 150 millones de litros en el año 2002.
También han ocurrido cambios en la microbiología del suelo. Debido al excesivo uso de herbicidas, están disminuyendo las bacterias del suelo y este cada vez se hace más inerte al inhibirse los procesos de descomposición. También han desaparecido los caracoles, gusanos y hongos, que se han movilizado a otros nichos ecológicos.
Sin embargo no todos los científicos de Argentina están convencidos que todos los problemas se deben al uso excesivo de glifosato, mientras otros afirman que las dificultades no son tan críticas. "Estamos experimentando algunos problemas con la aparición de hierbas tolerantes al glifosato, pero el fenómeno no es generalizado ni menos como para afectar las futuras cosechas de soya", dice Carlos Sanigalesi, director de investigaciones de INTA. El piensa que el problema está en las tendencias de los agricultores de cultivar sólo soya, más que ésta sea genéticamente modificada. "El monocultivo no es bueno para los suelos o para la biodiversidad y el gobierno debería estimular la rotación de cultivos" dice Sanigalesi.
Pero por primera vez INTA expresa preocupación en un informe publicado en el mes de Diciembre del 2003, y advierte que si no se hace nada, se llegará inevitablemente una disminución en la producción. En el informe insiste en la necesidad de desarrollar prácticas protectoras en las Pampas, haciendo notar que la combinación de la técnica de "no cultivo", más un monocultivo de soya, debe ir acompañada con rotación de cultivos.
Argentina era uno de los más grandes productores de alimentos, especialmente trigo y carne. Pero la "soyalización" de la economía (como la llaman los argentinos), ha cambiado esto. Alrededor de 150.000 pequeños agricultores han abandonado el campo. La producción de muchos alimentos básicos, como leche, arroz, maíz, papas y lentejas, han disminuido en forma drástica.
Muchos ven la experiencia argentina como una voz de alarma, ya que es una demostración de lo que le podría ocurrir a la "seguridad alimentaria", cuando el mercado demanda un solo "comodity". No hay que olvidar que hoy Estados Unidos y Argentina, respondiendo al mercado, producen el 84% de las cosechas de semillas transgénicas sembradas en el mundo, y ello se hace en desmedro de otros cultivos.