Evidencias de antigua cultura precerámica en Perú
( Creces, Febrero 2005 )

Mucho antes que el imperio de los incas y antes que la cultura moche, existió en Perú una primitiva cultura "precerámica", con mas de 5000 años de antigüedad.

Como ninguna otra región de América, el Perú ha sido cuna de variadas culturas que se desarrollaron en la región, mucho antes de la conquista española. Una de las más extraordinarias, cuyas huellas han podido constatarse en las elaboradas cerámicas que se han encontrado, fue la llamada cultura "Moche" o "Mochila", bautizada así por haberse desarrollado en el valle del río "Moche", en la costa norte del Perú. Allí floreció entre los años 100 antes de Cristo y 750 después de Cristo (El Arte de la Medicina en el Perú Precolombino). En ella se destacó especialmente el sofisticado desarrollo de la cerámica, que ha permitido comprobar los avanzados conocimientos de la medicina de la época. Luego la siguió el imperio "Inca", cuyas huellas pueden apreciarse por el progreso logrado en el tratamiento de los metales (Metalúrgica Precolombina).

Pero ahora se descubren las huellas de una pacífica e inusual civilización, que no conoció los metales ni desarrolló la cerámica, pero si construyó grandes monumentos y desarrolló el intercambio comercial. Vivió hace aproximadamente 5000 años, y persistió durante 1200 años.

Esta vida transcurrió en los valles Pativilca y Fortaleza del Norte Chico del Perú, centro del más temprano origen conocido de casi todas las culturas que siguieron en Sudamérica (Fig. 1).

En treinta sitios de esa región, ese grupo de arqueólogos de la Universidad del Norte de Illinois y del Field Museum de Chicago, se encontró con numerosos y fidedignos datos que confirman la existencia de esta extensa civilización en el mismo lugar y época, la llamada precerámica tardía.

Una época, 3 mil años (a.C.), que no dejó rastro alguno de cerámicas, ni de telares ni pinturas ni de esculturas.

“Pero con una civilización que creó una sofisticada arquitectura en escala comparable a la egipcia”, nos señala Vinifred Creamer, coautora de esta verdadera investigación.

Excavaciones, incluyendo 95 análisis de fechado de radiocarbono a partir de muestras de junco, conforman el valioso material de los felices científicos que hoy publican su trabajo en “Nature”.

El clima seco congeló el pasado que ahora aparece y resplandece ante nuestros ojos.


Grandes constructores

“Hallamos una civilización de hace 5 mil años con grandes estructuras en extensiones de 10 a 100 hectáreas, descubrimos plazas circulares hundidas, de dos metros de profundidad”, cuenta el peruano Alvaro Ruiz, coautor del trabajo.

Cada plaza, de hasta 40 metros de diámetro, enfrenta impresionantes montículos de entre 8 y 30 metros de altura, sitios ceremoniales de una cultura aún por descifrar. “No son exactamente pirámides, sino que estructuras escalonadas con cimas planas que dan cuenta de actividades religiosas”, precisa Alvaro Ruiz.

Si no hubiera una religión formalizada, un poder complejo y centralizado, estas colosales construcciones no podrían elevarse. ¿Cómo? Es la incógnita que entusiasma a los científicos. Ahora excavarán la zona de las viviendas, donde surgen auténticas ciudades.

Recorriéndolas, los indagadores del pasado distinguieron áreas residenciales, un “barrio alto” donde vivían las elites y los especialistas de las construcciones. Los pre incas eran verdaderamente grandes constructores, sus obras crecían y se preocupaban de renovarlas.

“Quizás el ambiente seco motivó a esta cultura a ser tan creativa en sus construcciones. Casi todas las civilizaciones antiguas, como Mesopotamia y Egipto, surgieron en medio del desierto”, sostiene Creamer.

Se trataba de una civilización sin indicios de guerra y de violencia”, agrega. Y trae por testigo las numerosas estructuras desprotegidas, sin murallas.

Con el junco fabricaban “chicras”, unas bolsas que llenaban con piedras para usarlas como elemento de relleno en la construcción, parecido a como hoy construimos las “gaviones” con que canalizamos los ríos.

Precisamente esas chicras sirven hoy para reconocerles el carbono y fechar la misteriosa civilización.

Los artesanos de Supe, un pueblo cercano, utilizan hoy esa misma fibra vegetal para confeccionar canastas.

Consultados los investigadores sobre los restos humanos de esta civilización, lamentaron que los huaqueros y la construcción de grandes carreteras dañaron severamente todos los sitios. No han encontrado tumbas. Piensan que las hallarán debajo de entierros de civilizaciones posteriores que vayan asomando tras excavaciones.

“Ello nos ayudará a entender mejor la jerarquía social y la demografía de esta zona, madre de la civilización de los Andes Centrales” profetiza Ruiz.


Hábiles comerciantes

Winifred Creamer cree que estos pobladores de Sudamérica llegaron primero a la costa y que, con el tiempo, fueron entrando a los valles hasta especializarse en sus curiosas costumbres de construcción y agricultura.

A diferencia de las grandes civilizaciones, no vivían del cultivo de granos. Más bien dependían de plantas domesticadas, como algodón, zapallo, frijoles, ají, lúcuma, camote y paltas. Pero su alimentación base provenía de otra parte.

Con la gente de la costa, establecieron un sistema regular de intercambio comercial. Les entregaban productos agrícolas e hilo de algodón para la manufactura de redes de pescar; a cambio, recibían pescados y moluscos, fundamentales en su dieta.

Este sistema de trueque se mantuvo hasta el año 1800 (a.C). Después llegaron otras civilizaciones que cultivaron la papa y los granos. Culturas que heredaron, no obstante, algo de estos patrones arquitectónicos preincaicos hasta que se desvanecieron en el tiempo.

Los arqueólogos están realmente fascinados con su descubrimiento. Con anterioridad, sólo habían hallado algunos datos en sitios, como Caral.

Ahora con treinta nuevos lugares se dan cuenta de la inmensa cobertura que dominó esta cultura por tanto tiempo desconocida. Ellos dicen que están recién “raspando” la superficie de los secretos de esta civilización temprana.



Lilian Duery


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