A sesenta años de la bomba atómica
( Creces, Septiembre 2005 )

El 6 de agosto del año 1945, cayó en la ciudad de Hiroshima la primera bomba atómica. Tres días más tarde, cayó una segunda en la ciudad de Nagasaki. Como consecuencia directa, murieron 150.000 personas. Sobrevivieron 280.000 y de ellas aún están vivas el 45%. Durante todo este tiempo los afectados han sido objetos de largos estudios destinados a conocer los efectos de la irradiación a largo plazo. Aun falta por saber el impacto en las próximas generaciones.

Las radiaciones pueden afectar directamente el DNA de las células, rompiendo las estructuras de estas moléculas, lo que puede afectar gravemente las condiciones de salud presentes y futuras. Pero además se crean moléculas de agua ionizada y grupos OH (hidroxilos), que son altamente reactivos y que a su vez pueden cambiar las bases del código genético.

Si se afectan genes vitales la célula se daña y puede morir. Pero dado que el cuerpo humano está formado por miles de millones de células, las pérdidas causadas por radiaciones bajas no preocupan. Sin embargo si en una célula se llegan a dañar los genes que controlan el crecimiento, puede ésta descarrilarse y comenzar a dividirse sin control, lo que finalmente termina en un tumor canceroso mortal (Los Riesgos de la Radiación).

Con la experiencia ganada después de las dos bombas atómicas, sabemos que el riesgo de llegar a padecer de tumores sólidos, perdura por toda la vida. Los niños que durante la explosión se encontraban dentro del útero, también estuvieron expuestos a radiaciones, y a consecuencia de ello han nacido con menor talla y menor capacidad intelectual. Diez años después, se ha podido comprobar que además se ha incrementado los riesgos de leucemias y otras enfermedades.

A pesar de los numerosos estudios, aún no está claro cómo es que la radiación de las bombas, causa daños biológicos que se llegan a exteriorizar a tan largo plazo. Tampoco se sabe si los niños que sobrevivieron a la bomba atómica hayan transmitido los mismos riesgos de traspasar enfermedades a las próximas generaciones. En estudios realizados en animales, se demuestra que los daños de la irradiación son muy persistentes, habiéndose observado defectos genéticos en las nuevas generaciones de las ratas, ya sean hijas y nietas de las que fueron sometidas a irradiación. Las alteraciones pueden pesquisarse hasta la cuarta generación (Los daños de la radiación pasan de una generación a otra). (Nature, vol. 405, pág 37).


Lo que se ha ido observando a largo plazo

En la actualidad la organización llamada "Radiation Effects Research Foundation" (RERF), con base en Japón, se ha dedicado a analizar los efectos a largo plazo de las personas que estuvieron sometidas a la radiación atómica. La organización cuenta con 150 investigadores instalados en Nagasaki e Hiroshima, y se financia en forma conjunta por los gobiernos de Estados Unidos y Japón. Antes de ella, y desde el año 1950, cumplía estas mismas funciones la "Atomic Bomb Casualty Comisión", que posteriormente fue reemplazada por la RERF.

Los primeros estudios médicos que se realizaron, se concentraron en los efectos agudos de la radiación sobre las personas. Los primeros resultados se publicaron en Septiembre del año 1945, en la revista Lancet (Julio 6 de 1946), describiendo los horrores de las enfermedades debido a la bomba atómica. Los primeros síntomas eran la anorexia, náuseas, y vómitos, seguidos de fallas de la médula ósea, que no era capaz de fabricar las células sanguíneas, terminando en definitiva con la muerte, después de un tiempo corto. Las mujeres embarazadas presentaban daños proporcionales a la distancia que se encontraban en el momento de la explosión. A una distancia de 2 kilómetros del punto 0, abortaban, o daban a luz prematuros que pronto morían.

Estudios posteriores revelaron los efectos de la radiación en 3000 fetos que durante la explosión estaban "in útero", y cuyas madres estuvieron a mayor distancia de la explosión, comprobándose un impacto en las capacidades intelectuales. A su vez el daño fue proporcional a la distancia a que se encontraban las madres en el momento de la explosión. Los peores efectos se vieron en los fetos que llevaban un período entre 8 a 15 semanas en el momento que se produjo la explosión. En otro estudio publicado en Radiation Research en el año 2002 (vol 158, pág. 346), se demostró que los niños expuestos a la bomba quedaron más chicos que sus pares.

En general los sobrevivientes de la bomba demostraron una enorme variabilidad de síntomas y enfermedades que aparecieron durante la etapa aguda. Pero los problemas verdaderos recién comienzan a aparecer.


Efectos a largo plazo

Ya se ha publicado lo observado en más de 100.000 residentes de Hiroshima y Nagashaki, revelando una amplia información que relaciona la radiación con el cáncer. Durante los últimos 30 años, las estimaciones por incremento de los riesgos se han estado redefiniendo. Los datos publicados en el año 1996, cubriendo el período de 1950 a 1990, y en ellos se determinó que la irradiación era la culpable de la mitad de los pacientes que padecieron leucemia y el 7% de los que padecieron cáncer. Respecto a los tumores sólidos, el incremento de los riesgos fue mayor para tumores del estómago, colon, pulmones y pecho. También en ellos se pudo observar una influencia genética, produciéndose translocaciones de los cromosomas. Ya que este daño se produce al azar, ha sido difícil explicarse cómo la irradiación puede producir translocaciones específicas en múltiples células.

También los estudios REFR sugieren que la exposición a radiación aguda, incrementa los riesgos de otros tipos de patologías, como enfermedades hepáticas y del tiroides (Radiation Research 1958, vol.161, pág. 622). Del mismo modo se ha constatado un incremento de los riesgos de hipertensión y ataques cardiacos, para lo que no hay una explicación clara.

También los efectos a largo plazo sugieren compromisos inmunológicos. Es así como hay algunos sobrevivientes que fácilmente hacen infecciones. Es posible que la radiación produzca daños del DNA de las células troncales de la médula, lo que alteraría el número de células T ayudadoras, afectando así la respuesta inmunitaria.

Todavía se debe esperar una valiosa información transgenética, que deberá aparecer más adelante. Habrá que esperar por los próximos 20 años o más para ver relaciones de la radiación con otras enfermedades, y también para ver si los hijos de los sobrevivientes han heredado algunos de los riesgos de cáncer de sus padres, como se ha visto que sucede en los animales de experimentación. Aún es muy temprano para asegurar que los hijos o los nietos estén libres del efecto negativo de las radiaciones.


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