El cerebro y los omega-3
( Creces, 2007 )

Los más diversos tipos de alimentos, desde los repollitos de Bruselas hasta la mantequilla de maní y las papas, en algún momento se han preconizado como buenos para el cerebro. Pero estas recomendaciones pasan de moda y se olvidan. Ahora se comienza a imponer algo que realmente parece ser bueno: el pescado.

Ningún alimento ha ganado tanto prestigio basado en observaciones comprobadas, como el ácido graso de cadena larga omega 3. En particular el ácido eicosapentanoico (EPA) y el docosaexanoico (DHA), que se encuentran en gran cantidad en el aceite de pescado, ya sea atún o salmón. Todo parece indicar que el beneficio potencial es enorme, especialmente para la depresión.

En 1988, Joseph Hibbein, psiquiatra y bioquímico del National Institute of Alcohol Abuse and Alcoholism (NIAAA) en Bethesda, Maryland, notó que la depresión era 60 veces menor en países como Taiwán y Japón, donde la gente consumía mucho pescado, comparado con Estados Unidos y Alemania, donde el consumo era escaso. En general, notó que los países que consumían mucho pescado, las tasas de desordenes bipolares, la depresión post natal y las alteraciones afectivas estacionales, eran mucho más bajas.

Más tarde Hibbein y otros investigadores recolectaron muchas evidencias que demuestran que la ingestión de la omega-3 se correlaciona en relación inversa con la prevalecía de alteraciones depresivas y que proporcionándoles suplementos con omega-3 se reducen sus síntomas.


El cerebro es lo que se consume

Pero no tenemos que esperar estar clínicamente deprimidos para beneficiamos con estos ácidos grasos. Personas saludables con un bajo nivel sanguíneo de omega-3, tienen más posibilidades de tener cuadros depresivos pasajeros, o ser pesimistas o impulsivos, en relación a los que tienen valores sanguíneos normales de omega-3. Los resultados de estas investigaciones los presentó Sarah Conklin de la Escuela de Medicina de la Universidad de Pittsburg, en Marzo recién pasado (2006), con motivo del Congreso de Denver, Colorado (New Scientist, Septiembre 23, pág. 48, 2006).

Hay que considerar que en la composición del cerebro, el 60% está constituido por grasas: Estas se ubican especialmente en las membranas que envuelven a las células nerviosas. Las grasas que consumimos cada día, influyen en la composición de las paredes celulares, y los omega-3 son componentes particularmente importantes. Está demostrado que en estas condiciones, según sean los componentes de diversos tipos de ácidos grasos de sus membranas estas sean más o menos fluidas y flexibles, facilitando que en presencia de algunos de ellos, las células reciban una mayor cantidad de señales externas. Esto porque cuando los neurotransmisores se unen con las proteínas receptoras de las membranas, estás cambian de forma, lo que se facilita si la membrana es más fluida. Desde allí se gatilla una cascada de reacciones químicas que ingresan dentro de las células. Mientras más fluida es la membrana, más fácilmente se propagan las señales al interior de la neurona.

Tradicionalmente se ha establecido que la relación de omega-3 a otras clases de ácidos grasos, los omega 6, es de 1:1. Pero esta relación, en el último siglo, al adoptarse la dieta occidental, ha cambiado de 1:10 o 1:15, debida especialmente a la ingestión de aceites vegetales, como la soya u otros. Los científicos creen que cuando la dieta es baja en los omega-3, el cerebro lo compensa sustituyéndolo con omega-6, lo que altera las condiciones físicas de las membranas.

El omega-6 contiene un doble enlace menos que el omega-3, haciéndolo más rígido. Cuando la membrana contiene demasiados omega-6, los receptores no pueden cambiar tan fácilmente su forma, haciéndose menos receptivo a las señales.

En experimentos recientes, Burton Litman de NIAAA encuentra que las ratas alimentadas con dietas deficientes en omega-3, pierden el 80% de su DHA en las membranas de sus células retinales, con lo que se altera la señalización visual (The Journal of Biological Chemistry, vol 279, pág. 31098, 2006). Las moléculas de rodopsina en la retina, al ser sensible a la luz, al ser golpeadas por ella, generan la primera señal de la cascada visual. Pero en las deficiencias de omega-3, son incapaces de cambiar de forma con igual facilidad. Con menos moléculas de rodopsina activas, el proceso químico que produce el impulso nervioso es menos eficiente, con lo que la señal final es más débil. Probablemente esta misma debilidad sucede en otras partes del sistema nervioso central, disminuyendo la funcionalidad de todo el sistema. Los omega-3 también parecen tener otros beneficios, cual es el promover el crecimiento neuronal, permitiendo de este modo reparar los daños. En una publicación de Abril, el neuropsicólogo, Basant Puri del Imperial College de Londres, realizó en personas con esquizofrenia y enfermedad de Huntington, exámenes de escáner MRI, antes y después de que fueron tratados con EPA o placebos (International Review of Psichiatry, vol. 18, pág 149, 2006). Después de seis meses, el grupo placebo claramente había perdido tejido cerebral, mientras que los pacientes que recibieron el suplemento, incrementaron su materia gris y blanca. Según el autor, esto demostraba la aparición de nuevas dendritas y un incremento en su masa. También estos pacientes experimentaron sorprendentes mejorías en la cognición, en la memoria a corto plazo, en las capacidades matemáticas y en los niveles de concentración.


Otros resultados optimistas

Diversos estudios preliminares en que se ha ensayado la suplementación con omega-3 en distintas patologías psicológicas, han comenzado a proporcionar resultados muy alentadores. Tales han sido las observaciones en pacientes con esquizofrenia, alteraciones limítrofes de personalidad, dislexia, autismo, déficit atencional, hiperactividad y alteraciones obsesivas compulsivas. También puede ser que la acción del omega-3 en el cerebro se deba a sus propiedades anti-inflamatorias. En este sentido se sabe que tanto el EPA, como DHA amortiguan la inflamación en enfermedades cardiovasculares, y bien pudiera ser que también tuviera igual acción en el tejido cerebral y por lo tanto en los desordenes sicóticos y demencias.

Esta es la misma hipótesis con la que se trata de explicar las propiedades curativas de las frutas y vegetales coloreados. También aquí los investigadores especulan acerca de las propiedades antioxidantes de ellas. Muchas enfermedades mentales se acompañan de estrés oxidativo del cerebro, causado por radicales libres. A menudo esto conduce a destrucción física de tejido cerebral, y se piensa que esto gatilla declinación cognitiva y un bajo nivel de inflamación.

Resultados preliminares en ratas sujetas a una dieta alta en antioxidantes muestran que pueden llegar a revertir los comportamientos propios de la edad, tanto con disminuciones cognitivas como motoras. La espinaca, las moras y las frambuesas, son especialmente efectivas para disminuir la declinación cognitiva que se produce con la edad.


Para mayor información, ver los siguientes artículos en esta página web:

1.- Los alimentos y la salud, a la luz de los conocimientos actuales

2.- Acidos grasos en la alimentación

3.- Reacondicionando la pirámide de los alimentos

4.- El desarrollo del cerebro y las grasas



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