Nacido para ser gordo
( Creces, 2007 )

Un estudio con voluntarios sometidos a dietas hipercalóricas durante un mes, entrega resultados inesperados: a.- En algunos existe una susceptibilidad a la obesidad, mientras otros son resistentes. b.- a pesar de un elevado consumo de alimentos ricos en colesterol, el colesterol sanguíneo no se modifica.

Fredrik Nyström de la Universidad Linkoping en Suecia decidió realizar una experiencia con 18 voluntarios (doce hombres y seis mujeres) consistente en estudiar la respuesta metabólica a un régimen hipercalórico, que incrementara la ingesta en un 100% durante 30 días. El comité de ética aprobó la realización de la investigación, siempre y cuando esta se suspendiera si algún voluntario llegase a incrementar su peso en más de un 15%.

En cada caso se calculó la ingesta calórico habitual antes de iniciar la experiencia y luego a cada voluntario se le puso como tarea ingerir una dieta con un contenido calórico del doble de calorías que habitualmente consumía, manteniendo esta ingesta durante un mes, con la restricción de limitar la actividad física. Sólo le estaba permitido una hora de ejercicio por semana.

Puestos en estas circunstancias, para cumplir con la tarea de ingerir ese exceso de calorías, debieron acudir a una dieta con un alto contenido de alimentos chatarra (New Scientist, Enero 27 de 2007) (tabla 1).

Previo y durante el ensayo, se sometieron a diversos tests: composición corporal, incluyendo masa muscular, grasa y densidad ósea. Test de tolerancia a la glucosa para detectar signos precoces del "síndrome metabólico" y diabetes tipo 2.

Determinación de grasa en el hígado, mediante una técnica especial. Se determinó también el metabolismo basal y se tomaron muestras de sangre para detectar hormonas, como hormona tiroidea y otras, además de lípidos sanguíneos, colesterol, lipoproteína de baja densidad (colesterol malo) y lipoproteínas de alta densidad (colesterol bueno).

También los voluntarios debieron someterse a cuatro cuestionarios que tenían por objeto averiguar como se sentían antes, durante y después del experimento. En general no se quejaron de la composición de la dieta, pero si que tenían la sensación que para poder cumplir con la meta, tenía que estar comiendo todo el día hasta hartarse. Se quejaban además de la falta de ejercicio.

La gran sorpresa estuvo en las diferencias en el incremento del peso. Algunos subieron rápidamente llegando al límite del 15% de incremento del peso. Otros el incremento fue mucho más modesto (6%). En general, se observaron grandes variaciones. Nystrom interpreta estas diferencias inesperadas, como el resultado de variaciones en el metabolismo de cada uno, en el sentido que los que subían menos de peso, quemaban más calorías y parecía que fueran inmunes a la obesidad. En cambio los que subían mucho las acumulaban como grasa subcutánea, mostrando una gran susceptibilidad a la obesidad. Fue notable que los que originalmente eran más delgados, subían menos de peso y coincidía con que tenían gran sensación de calor y sofocación. Se quejaban que se sentían sofocados y que les bastaba dar pocos pasos para comenzar a transpirar. "Realmente se veían sudorosos", afirma Nyström.

Los antropólogos piensan que el acumular grasas subcutáneas (sobre peso) es la consecuencia de una adaptación que viene de nuestros primitivos ancestros, cuando vagaban por las estepas africanas. Ante la inseguridad alimentaria debían guardar reservas calóricas para enfrentar los tiempos de las vacas flacas. También sostienen que en las zonas geográficas frías, lo que necesitaban era quemar grasas para mantener la temperatura del cuerpo. Puede que estas dos variables ambientales hayan condicionado la evolución de dos tipos diferentes de metabolismo: los que preferentemente acumulan grasas y los que preferentemente las queman. Es decir, unos serían más susceptibles que otros a la obesidad. Sin embargo, por trabajos recientes también podría existir otra posibilidad. Se podría elucubrar que las variaciones metabólicas estuviesen relacionadas con situaciones de restricción calórica durante los primeros períodos de la vida, lo que fijaría el gasto calórico a un determinado nivel por el resto de la vida. Este nivel se mantendría en el tiempo por medio de mecanismos epigenéticos que favorecerían la expresión de genes ahorrativos. Más tarde, al exponerse a una dieta normocalórica, no tendrían otra alternativa que acumular calorías (incrementar el tejido graso).

El otro hallazgo importante se refiere a los niveles de colesterol sanguíneo. Durante los últimos años se ha estado insistiendo en que es difícil bajar el colesterol sanguíneo mediante cambios de la dieta. En este caso se da la contra prueba, es decir, que a pesar de recibir una dieta sobrecargada de colesterol, este no se eleva en la sangre. Incluso en varios voluntarios se observó una disminución de las lipoproteínas de baja densidad (colesterol malo) y se incrementaron las de alta densidad (colesterol bueno).

Finalmente el otro hallazgo que llamó la atención durante el período de alto consumo calórico, fue que los individuos susceptibles a la obesidad (que subieron más de peso), presentaron un constante incremento del contenido de enzimas hepáticas en la sangre. No se sabe que significa esto, pero podría deberse a que se están muriendo células del hígado, o que estas están trabajando sobrecargadas. Cualquiera que sea la causa, parece ser un mal signo.

Aun los autores no han publicado el trabajo completo y esperan hacerlo en unos meses más, después de elaborar exhaustivamente los datos.


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