Hernán Büchi le responde a Al Gore por el Calentamiento Global*
( Creces, 2007 )
El ex ministro de Hacienda dice que los gobiernos no deberían apresurarse a castigar el uso de energía, a riesgo de provocar consecuencias dañinas para los más pobres, y que el mundo enfrenta severas consecuencias económicas a partir de las estrategias propuestas para lidiar con el calentamiento global: "Ellas producen pérdidas de puestos de trabajo y consumen los escasos recursos que podrían ser mejor utilizados en el manejo de otros problemas globales, como el Sida o la falta de acceso al agua potable"
En el corazón del progreso de los últimos 200 años está el uso de la energía, fuerza vital de nuestra sociedad. De ella depende la iluminación de interiores y exteriores, el calentamiento y refrigeración de nuestras casas, el transporte de personas y mercancías, la obtención de alimento y su preparación, el funcionamiento de las industrias, etc. La humanidad pasó de la miseria extendida a la afluencia de muchos y el progreso producto de la masificación del uso de la energía.
Pero esta herramienta, que nos ha generado tanto bienestar, resulta ahora estar en jaque. Inspirados por una idea o una película que apela, con imágenes producidas en estudios hollywoodenses, a nuestros sentimientos de miedo y compasión, podríamos dejarnos llevar por impulsos y tomar medidas con consecuencias no previstas, irreversibles y muy negativas para los pobres. Por ello, el reciente debate que se ha producido en Chile sobre el cambio climático nos obliga a analizar el tema con cuidado y asegurarnos si hay razones para actuar y qué efecto producirán estas acciones. (La disidencia frente al cambio climático)
Existen dos informes recientes que abordan el problema climático. Uno es el Cuarto Informe de Evaluación (AR4) producido por las Naciones Unidas, que intenta establecer la existencia de calentamiento y si éste es producido por la acción del hombre. La mejor lectura que se puede hacer de estos informes lleva a concluir que el clima de la Tierra es un sistema extremadamente complejo del que hoy sólo comprendemos cerca de un 10% y por ello no debemos subestimar las dificultades que involucra su análisis.
En la mayoría de los lugares, el clima ha atravesado cambios menores en los últimos 200 años; la temperatura de la superficie terrestre de los últimos 100 años exhibe una tendencia al calentamiento de 0,60ºCelsius en muchos lugares. Sin embargo, la falta de información para explicar ciertos aspectos del clima y los cambios en el uso local de la Tierra hacen que la interpretación de estas tendencias sea imprecisa. Otro conjunto de datos más estables, tal como la temperatura de los océanos y datos satelitales y de radiosondas, presentan tendencias de menor calentamiento. En efecto, en muchas localidades el cambio climático real ha sido relativamente pequeño y encuadrado dentro del rango de la variabilidad natural. No existe evidencia concluyente de que se estén produciendo cambios peligrosos sin precedentes. Tanto Hansen, de la Nasa (padre de la teoría “invernadero”), como Lindzen, del MIT, el climatólogo más reconocido en el mundo, coinciden en que aún si nada se hiciera para restringir el efecto invernadero, la temperatura aumentaría cerca de 1°C en los próximos 50 a 100 años, a una tasa de calentamiento de 0,1 ± 0,04°C por décadas durante los próximos 50 años.
Las causas que explican los cambios registrados en el siglo pasado pueden ser interpretadas bajo una variedad de hipótesis. La hipótesis respecto de que las emisiones de gas invernadero han producido o son capaces de producir un calentamiento significativo del clima de la Tierra desde el inicio de la revolución industrial es creíble y por ello amerita continua atención. Sin embargo, esta hipótesis no ha podido ser probada a través de argumentos teóricos formales y los datos existentes permiten cuestionarla creíblemente. Los argumentos que la apoyan se basan en simulaciones computacionales que nunca pueden ser decisivas como evidencia.
Un ejercicio altamente especulativo
En efecto, estos modelos adolecen de serias limitaciones debido al escaso conocimiento que el hombre tiene del clima; no son capaces de explicar con exactitud ni siquiera eventos pasados, aún siendo alimentados con todo el conocimiento que se tiene del hecho ex post. Ello debido a que la física que gobierna al mundo real es demasiado compleja para ser reflejada por modelos matemáticos y porque para modelar con precisión el futuro se requiere información de lo que éste traerá, específicamente respecto de las emisiones de gas invernadero (GHG) provenientes de la actividad humana. Esto último es imposible de predecir con exactitud, lo que convierte el ejercicio en altamente especulativo.
Ya vimos en Chile las consecuencias caóticas de usar un modelo de simulación del transporte, como fue el caso del Transantiago, aun cuando se trataba del reemplazo de un sistema tanto menos complejo y enigmático que el clima; o las serias dificultades para predecir episodios críticos de contaminación en Santiago, que no involucran esfuerzos de predicciones futuras a 100 o 200 años plazo.
Finalmente, el cuarto informe del Panel Gubernamental del Cambio Climático (IPCC) no provee evidencia respecto de la posibilidad de resolver esta incertidumbre mediante el uso de tests de hipótesis estadísticas o de ejercicios de simulación. Debido a ello, inevitablemente se mantendrán los niveles de incertidumbre respecto de si el cambio climático es algo bueno o malo.
El Informe Stern
El segundo informe fue encargado por el gobierno británico al señor Stern, para evaluar el riesgo del calentamiento global y el costo de mitigación. Este informe concluye con una moción de apoyo a las acciones de mitigación y estima que con un gasto anual de un 1% de PIB mundial se tendría un ahorro de un 20% de los gastos futuros.
La metodología de evaluación del costo económico presenta serios problemas. El hecho de utilizar una tasa de descuento irreal y extremadamente baja tiene como resultado que, en los términos del informe, los costos de supuestas catástrofes que ocurrirían dentro de varias décadas tienen el mismo valor que si sucedieran hoy. Stern considera que moralmente sería injusto para las generaciones venideras emplear una tasa de descuento alta, léase realista, porque colocaríamos nuestras necesidades por encima de las suyas.
Tratar la tasa de descuento como un problema moral es un error; los seres humanos preferimos tener algo ahora que tenerlo más tarde. Sólo ahorramos cuando se nos ofrece un incentivo adecuado a cambio. Por ejemplo, un interés del 4%, correspondiente a la media histórica, valor utilizado habitualmente. Cuando se emplean cifras absurdamente alejadas de la realidad, se obtienen resultados absurdos.
Pero aún si se tratara de un asunto moral, la cosa no es tan sencilla. En el futuro, la humanidad será más rica y los enormes costos que estos supuestos desastres provocarían en las futuras generaciones serían para ellos algo mucho menos importante. El gasto que propone Stern es un impuesto que redistribuye recursos de las generaciones actuales, relativamente pobres, a generaciones que vivirán dentro de 100 años, las que serán relativamente más ricas que las actuales. ¿Se imagina usted a las masas pobres previas a la Revolución Industrial pagando por nosotros y nuestros problemas?
Los pobres serían los más perjudicados
Por estas razones, entre otras, los gobiernos no deberían apresurarse a castigar el uso de energía, a riesgo de provocar consecuencias dañinas para los más pobres. Investigaciones recientes muestran un fuerte impacto negativo en las economías de Europa si se adoptan los objetivos del Protocolo de Kyoto, con efectos económicos para el año 2010 que implicarían una reducción del PIB de 5,2% para Alemania (1.800.000 empleos perdidos), del -5% para España (1.000.000 de empleos perdidos), 4,5% para el Reino Unido (1.000.000 de empleos perdidos).
El mundo enfrenta severas consecuencias económicas a partir de las estrategias propuestas para lidiar con el calentamiento global. Ellas producen pérdidas de puestos de trabajo y consumen los escasos recursos que podrían ser mejor utilizados en el manejo de otros problemas globales como el sida o la falta de acceso del agua potable. Por ello las estrategias de adaptación al cambio climático, en lugar de mitigación, deberían ser consideradas como una alternativa costo-eficiente.
Es entendible la ansiedad que produce en algunos el supuesto cambio climático, pero existe evidencia de que muchas de las tan publicadas predicciones son confusas y están plagadas de errores. Es vital por tanto que quienes están involucrados en la toma de decisión pública presten la adecuada atención a las complejidades que presenta. Este tema tan desafiante.
• Diario El Mercurio, 20 de Mayo del 2007