¿Qué alimentos son buenos para el cerebro?
( Creces, 2011 )

No es fácil responder a esta pregunta dadas las muchas dificultades existentes para la investigación nutricional en seres humanos. Durante las últimas décadas han sido numerosas las investigaciones que tratan de relacionar la salud con los alimentos, pero son pocas las conclusiones fidedignas que de ellas se pueden deducir. Cuatrocientos años antes de Cristo, Hipócrates insistía en relacionar los alimentos con la salud: “Deja que los alimentos sean tu medicina y que la medicina sea tu alimento” Aún hoy día no tenemos claro qué y cuáles alimentos son los que necesitamos para la salud. Menos podemos asegurar que alimentos son buenos para el cerebro.

No es fácil lograr conclusiones definitivas acerca del efecto de nutrientes específicos sabiendo que para una buena alimentación se requiere de por lo menos 50 nutrientes diferentes, que interactúan entre si, compensando posibles desequilibrios mediante readecuaciones de vías metabólicas alternativas. No es fácil demostrar que la carencia de un solo nutriente vaya a impactar en la salud. Es posible demostrarlo en estudios experimentales en animales, pero sus resultados no son extrapolables a priori a la especie humana.

Cuando se realizan ensayos con humanos difícilmente se logra un cumplimiento estricto de las normas establecidas en los protocolos de investigación, sobre todo cuando es necesario reclutar un número significativo de sujetos normales para someterlos a una determinada dieta durante tiempos prolongados. Para que aparezcan diferencias estadísticamente significativas, es frecuente que el investigador se vea obligado a prolongar la investigación y/o incrementar el número de individuos, con lo que se incrementan también las posibilidades de errores. Se elevan los costos, lo que también hace más difícil la investigación.

Las variables humanas son difíciles de controlar. Así por ejemplo, es muy frecuente que participantes en los ensayos exageren sus quejas frente a determinadas dietas con lo que inducen a error al investigador, por no mencionar también los posibles prejuicios del investigador que inducen a resultados distorsionados. Es por estas y muchas otras variables que solo algunos conceptos muy generales se han llegado a traducir en consejos verdaderamente válidos: “coma menos grasas, trate de consumir menos sal, menos azúcar, consuma más granos enteros, más frutas y más vegetales” (¿Qué alimentos son buenos para la salud?).

Mas difícil es aún llegar a demostrar el efecto de determinados nutrientes sobre el funcionamiento de un órgano, como es el caso del cerebro. Por ello es comprensible que los resultados de diferentes investigadores no siempre coinciden y que frente a una recomendación que ya parecía definitiva, luego venga otras que demuestre lo contrario. Valgan estas elucubraciones previas para analizar los resultados de investigaciones de determinados nutrientes en la salud, en la función y el desarrollo cerebral.


Los ácidos grasos omega-3

En las últimas décadas han sido varios los elementos nutritivos que se han recomendado para incrementar las funciones cerebrales. Talvez los más famosos han sido los ácidos grasos omega-3. Fue en 1980 cuando aparecieron las primeras enumeraciones de sus fantásticos beneficios, tanto para la salud, como para el desarrollo cerebral. Aún hoy, después de 30 años, muchos investigadores continúan pregonando las diversas bondades, con lo que se ha beneficiado la industria de alimentos (El cerebro y los omega-3). Sin embargo, otros estudios mas recientes, ponen en duda muchas de las ventajas que ya se habían atribuido a ellos.

Los omega-3 es una familia de ácidos grasos, que se estructuran en cadenas de carbono de distintas longitudes. El organismo humano no puede sintetizarlos, por lo que deben proporcionarse en la dieta de cada día (Ácidos grasos en la alimentación). Tres miembros de la familia son particularmente importantes en la salud humana. El ácido linoleico de cadena corta (ALA) que es una molécula básica, abundante en las hojas verdes de vegetales, nueces, semilla de lino, rap (canola), aceite de soya, brócoli o algas. Se trata de una molécula precursora, a partir de la cual los mamíferos pueden convertirla en dos parientes omega-3 de cadena larga: el ácido eicosapentanoico (EPA) y el ácido docosaexanoico (DHA).

El DHA es vital para la salud humana y está presente en la membrana de diversos tipos de células y en particular en las células del cerebro y la retina. Se ha descrito que EPA tiene efectos antiinflamatorios. El ser humano puede convertir entre un 5% a un 10% de ALA en EPA, y menos de un 4% de ALA en DHA. Tanto el DHA como el EPA pueden también adquirirse directamente de los alimentos, especialmente de los alimentos marinos. Las algas producen un gran cantidad de EPA y DHA y de allí se van acumulando en la cadena alimentaria marina (figura).

Ensayos en monos realizados en 1920, demostraron que la carencia de ALA producía una disminución del DHA, lo que causaba alteraciones en la función de la retina y en la sensibilidad acústica. Mas tarde (1970), el premio Nobel John Vane, observó que la prostaciclina, una molécula que contribuía a prevenir la coagulación sanguínea, podría derivar de EPA. Pero fue el trabajo de Daan Kromhout en 1985, (New England Journal of Medicine vol 312, p.1205), el que despertó un gran interés por el aceite de pescado. Afirmaba que incluso una pequeña cantidad de pescado disminuía la frecuencia de enfermedades cardíacas. A partir de entonces comenzaron a multiplicarse los trabajos que afirmaban que los omega-3 reducían los ataques cardíacos. Cuando esto ya parecía definitivo, Lee Hooper, un nutricionista de la Universidad de East Anglia, en Inglaterra, revisando acuciosamente los resultados de diversos estudios hechos hasta el año 2006, llegó a una conclusión diferente: los omega-3 de cadena larga y corta no tenían un claro efecto en la mortalidad por eventos cardiovasculares ni tampoco en cáncer. “Pueden ser beneficioso para un grupo de personas, pero no para todas” afirmaba ella.

Se estableció una controversia, hasta que en el 2008, la Organización Mundial de la Salud (WHO), junto con la FAO, la sanjaron, concluyendo que los omega-3 efectivamente podrían contribuir a la prevención de la enfermedades coronarias. Tom Sanders, investigador en nutrición del King College en Londres, que contribuyó a la reacción del informe, afirmaba mas tarde que desde la revisión de Hooper, se habían publicado dos extensas investigaciones que confirman que la EPA y DHA, disminuían las enfermedades cardiovasculares. Pero Hooper, aún hoy en día, insiste que no hay suficientes evidencias científicas como para asegurarlo (Sanjida O’Connell, New Scientist, Mayo 15, p.32, 2010).


Los Omega-3 y el cerebro

Una de las afirmaciones más frecuentes se refiere a que los omega-3 pueden potenciar la función cerebral. Madeleine Portwood y Alex Richardson de la Universidad de Oxford, desarrollaron un estudio con 300 niños, en que la mitad de ellos se les administró un placebo y la otra mitad tomó un suplemento de omega-3 de aceite de pescado. Según sus resultados, los que recibieron el suplemento tuvieron un significativo mayor rendimiento en la lectura, la escritura y en la capacidad de concentración. Pero esto sólo se habría observado en el 40% de los niños que recibieron omega-3. Desde entonces se han hecho diversos estudios en niños con déficit atencionales, o con dificultades en la lectura, o retraso intelectual. En la revisión sistemática de esos trabajos no encuentran evidencias suficientes como para afirmar que la adición de omega-3 tenga efectos beneficiosos en las funciones cerebrales o en la expresión clínica de ellas (New Scientific. 15 Mayo, p. 34, 2010).

Sin embargo está bien establecido que los omega-3 juegan un importante rol durante el desarrollo fetal ( Ácidos grasos y desarrollo cerebral del lactante). Existen numerosos estudios que demuestran que el DHA y el EPA son fundamentales en el desarrollo del cerebro y los ojos, ya sea durante la etapa fetal o en los primeros periodos de la vida extrauterina. Como resultado de estos estudios, la WHO y la FAO recomiendan que las madres embarazadas incrementen el consumo de DHA y EPA en 0.3 gramos por día. ¿Pero significa esto que debiera tomar un suplemento de estos ácidos grasos? Las mujeres a diferencia de los hombres, tienen una mayor capacidad de conversión de ALA en DHA. Más aún, el feto tiene incluso una mayor capacidad que la madre para convertir el ALA a DHA. El mismo Sanders afirma que no es necesaria la suplementación de la dieta de la madre con DHA, siempre y cuando ella este consumiendo una dieta balanceada, ya que en ella ya habría una adecuada cantidad de omega-3. Sanders piensa que basta la normal capacidad de conversión de omega-3 del ALA que existe en las plantas, para que el suministro sea el adecuado. De este modo un gramo de ALA, proveniente de 10 gramos de aceite de raps (lo que es menos de una cucharadita), satisfarían las recomendaciones de la WHO.

Flavonoides

En los últimos años, en el deseo de encontrar algún alimento que realmente potencie la función cerebral, se ha vuelto la mirada a otro grupo de substancias químicas, “los flavonoides”, que se encuentran en frutas, berries y también en la cocoa, el te verde y en el vino tinto.

Jeremy Spencer de la Universidad de Reading, Inglaterra, ha estado investigando alimentos que tengan un efecto potenciador de la función cerebral y ha observado que en ratas, los flavonoides potencian la memoria y la protegen al cerebro contra procesos degenerativos (Chemical Society Reviews, vol. 38, p. 1152, 2010) En un estudio piloto hecho recientemente en humanos, encuentra que los flavonoides incrementan la memoria y la capacidad de atención. A los voluntarios ha tomado muestras de sangre y encuentra signos de activación de mecanismos bioquímicos que incrementarían la expresión de genes ligados a la memoria. En las muestras encuentra elevados niveles del factor neurotrófico cerebral (BDNF), una proteína que se sabe importante para la memoria y el proceso de aprendizaje. El BDNF es un factor de crecimiento que estimula el desarrollo de los axones neuronales.

Spencer sugiere que el mismo factor incrementan las comunicaciones inter neuronales. Por otra parte también se sabe que los flavonoides afectan el sistema circulatorio, disminuyendo la presión arterial e incrementando la elasticidad de los vasos sanguíneos. Spencer piensa también que posiblemente incremente la generación de nuevas neuronas en el hipocampo. Es de esperar que estas suposiciones no sean solo una nueva moda y que ojala en el futuro inmediato otros investigadores confirmen los mismos resultados.

El magnesio

Otro compuesto promisorio se basa en magnesio. A comienzos de este año (2010) Guosong Liu y sus colaboradores del Massachusetts Institute of Technology en Boston, publicaron un trabajo (Neuron, vol 65, p.165) en que alimentaban ratas con un compuesto de magnesio; magnesio-L-treonato (MgT), observando que la concentración de este se elevaba en el tejido cerebral y que simultáneamente en ellas se incrementa la memoria espacial y la asociativa. Este efecto lo observa tanto en ratas jóvenes, como en ratas viejas. También observó que al incrementar el magnesio en el cerebro, se incrementan las sinapsis y la neurogénesis en el hipocampo. Habría que esperar la confirmación de estas observaciones y estudiar si el mismo efecto se produce también en los seres humanos



*Para saber más, ver:

- Helen Thomson, Mental floss, New Scientist 20 Octover 2010, p. 28
- Sanjida O’Connell, The emperor’s new pills, New scientist 15 May 2010. p.32.


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