Viña del cerro, expresión metalúrgica inca en el valle de Copiapó
( Publicado en Revista Creces, Abril 1983 )

. El valle del rio Copiapó muestra en exclusivo la mas acabada expresión de la tecnología metalúrgica incaica, restaurada en la década de los 80 para el estudio y la visita publica. Don pedro de valdivia supo de tales adelantos hace más de cinco siglos, cuando los indios de copayapu le regalaron piezas de cobre labradas por ellos en los hornos de viña del cerro.

Las crónicas de la conquista hispánica, unidas a la exploración arqueológica señalan a la cuenca del río Copiapó como un baluarte de gran importancia en la expansión del Imperio Inca hacia el sur, hacia Chile; este rico valle constituía una primera fuente de recursos vitales indispensables a la subsistencia, situado en los confines de uno de los desiertos más áridos del mundo.

El Inca encontró establecida en el valle de Copayapu, más tarde de Copiapó, así como en el resto de los valles transversales del Norte semiárido, una cultura bien desarrollada, con agricultura basada en el riego artificial y artesanías de alto valor artístico, conocida como Cultura Diagita Chilena.

El encuentro de ambas culturas de alto nivel produjo una nueva fase de la Cultura Diaguita, una amalgama de ambas con nuevos cánones estilísticos en las artesanías, especialmente en cerámica, tomando modelos de uno y de otro y nuevas creaciones. Pero quizás los mayores cambios producidos por la cultura invasora corresponden a la introducción de una nueva arquitectura cimentada en el empleo de la piedra y también de adobones de barro como materiales de construcción; mejoramientos de la vialidad, del equipamiento de los caminos con tambos y chasquihuasi y de las técnicas de regadío etc., y, sobre todo, renovación de las técnicas de extracción de minerales y su metalurgia.

En la cuenca del río Copiapó el Inca estableció a lo menos dos centros de administración de importancia. Lino en el valle medio, en el Sector de La Puerta. El otro mayor en el principal afluente, el valle del Pulido. Nos referimos al pueblo de Iglesia Colorada, hoy sepultado por escombros de aluviones, situado en el cono de deyección de la quebrada de ese nombre. Desde este centro se gobernaba la cuenca alta y desde él se organizó la explotación de las vegas de la cordillera que, como es sabido, en los tributarios del Copiapó son extensas y abundantes de pastos. A orillas de esas vegas se instalaron tambos o tambillos de plantas rectangulares con cimientos pircados, de típico patrón incaico.


Fundición

El valle de Copiapó posee -sin embargo- una exclusividad, algo no igualado en otro valle chileno y que no es fácil de hallar en el resto del mundo surandino. Nos referimos al establecimiento metalurgista Viña del Cerro, donde se manifiestan con toda su potencialidad la presencia y genio del Inca (1).

Sobre la cima de un espolón de cerro del flanco derecho, que se interna en el valle del Copiapó, frente a las antiguas haciendas Viña del Cerro y Valle Hermoso, el Inca construyó un centro metalurgista compuesto de cuatro unidades que cumplen distintas funciones. La atinada elección del sitio, apto para un establecimiento de fundición de minerales de cobre, pone de manifiesto una gran dosis de perspicacia y conocimiento profundo de la topografía del valle. Seguramente los incas fueron guiados en ello por los pobladores locales. Este establecimiento se sitúa a 85 km. de la capital regional y a 50 m sobre el piso del valle. La Unidad A ocupa el sector más plano y extenso de la cima. Se compone de un gran recinto amurallado de planta rectangular, de 56 m x 50 m.

En el extremo noroeste de este gran patio se adosan tres espacios también cerrados por muros perimetrales, de dimensiones semejantes entre sí, de 20 m x 15 m y comunicados por sendos vanos de acceso con el patio mayor. Cada uno de estos espacios menores alberga a su vez dos recintos habitacionales rectangulares iguales y en situación absolutamente simétrica. Tienen dimensiones interiores muy semejantes, que se pueden sintetizar en 3 m x 4 m. En su muro a sotavento se halla el vano de acceso de 0,60 cm de luz. Los muros de estos recintos así como los perimetrales están constituidos por adobones de barro y piedras paralelepípedas de aristas agudas. Estos materiales iban pegados con argamasa de barro y los paramentos revocados del mismo material. El espesor fluctúa de 0,60 m a 0,70 m. El piso de estos recintos-habitaciones se detectó de barro apisonado y sobre él se encontraron los restos de una "torta" de barro que incluía paja de carrizo y que correspondía a la techumbre caída, un tipo usada hasta hoy en los campos del Norte Chico chileno.

Numerosas piedras molinos, restos de cerámica, de fogones, de conchas, etc., hallados por fuera y por dentro de estos recintos confirman que la Unidad A era un campamento donde vivían artesanos metalurgistas especializados.

En el interior del patio mayor, hacia su rincón SE, se encontró una plataforma o ushnu, que simbolizaba la autoridad del Inca y desde la cual se ejercía seguramente la administración del centro. Estas plataformas son características de las más importantes instalaciones incaicas en los Andes.

La Unidad B, situada en una pequeña hondonada algo más baja que la A, consiste en un rectángulo -casi un cuadrado- delimitado por un muro perimetral de pirca de doble hilera de piedras, de 15 m x 15 m. En su ángulo SE se encontró un recinto rectangular amurallado, que a primera vista no presentaba vano de acceso, por lo que parecía una característica "colca" o depósito. No obstante, cuando se excavó antes de emprender los trabajos de conservación apareció el vano tapiado, lo cual hace dudosa su función de silo. Ocupando más de un tercio del espacio interior se alza a unos 20 cm sobre el piso una tarima o poyo que podría ser apto para dormir, estructura que suelen tener las habitaciones indígenas andinas. Más bien se le supone la habitación del que ejercía el mando o el control administrativo del centro.


Cobre

La Unidad C está constituida por una batería de 26 hornos o huairas de fundición, dispuestas en tres hileras sobre la cima más prominente del sitio, en una loma reciamente ventilada. En nuestras primeras visitas al sitio, los cimientos de estos hornos, de unos 3 m de diámetro en promedio y 0,30 m de altura, estaban bien conservados y había abundante escoria alrededor y fragmentos de minerales de cobre. En pocos años, fueron destruidos por los mineros de la zona, y las escorias en su mayoría se las robaron.

El combustible para la fundición era el carbón vegetal producido a partir de la madera del espino, del algarrobo, del pimiento boliviano y del chañar que abundaban en el valle. La combustión de alta caloría que se requería para llegar a temperaturas de 1000 a 1100° C para fundir los minerales de cobre, la animaba el fuerte viento que desde las 11 AM sopla en forma continua sobre la loma durante todas las estaciones del año.

La Unidad D, descubierta poco tiempo después de ejecutadas las excavaciones principales, consistía en restos de cimientos de una casa rectangular, construida sobre una explanada vecina a una vertiente que aflora a media ladera, la que seguramente , siendo más activa en tiempos en que el establecimiento metalurgista funcionaba, le proveía de agua de bebida y del liquido que requería el barro de las construcciones.

Las excavaciones de temporadas sucesivas llevadas a cabo por uno de nosotros (H. Niemeyer F.) en 1968, 1971, 1974, 1981 y complementadas con la cooperación del Museo Regional de Atacama en el momento de la restauración del yacimiento, pusieron de manifiesto una serie de restos materiales, que se pueden resumir:

1.- Piedras molinos y manos de moler.

2.- Fragmentos alfareros, de los tipos conocidos en la literatura arqueológica como Diaguita Clásico corriente o "utilitario" Punta Brava (decoración geométrica)
Copiapó Negro sobre rojo Inca negro bruñido (escasa) Diaguita Clásico tricolor Diaguita-Incaica.

3.- Fragmentos de crisoles y de moldes, de material refractario.

4.- Piedra tallada: puntas de proyectiles triangulares, pequeñas, pedunculadas.

5.- Metales: cuchillo de cobre aro, de cobre.

6.- Concha: de moluscos y de caparazón de erizos.

7.- Pigmentos de colores.

8.- Huesos de camélidos y otros numerosos restos de cocina.

La parafernalia (adornos) está representada por aros y cuentas de collares, aparte de tierras de colores que también servían para pinturas faciales. Ya en esta latitud, donde la precipitación anual es del orden de 25 mm., los restos culturales perecibles no se conservan, de modo que nada se ha recuperado en materia de tejidos, artefactos de madera, etc.

Desde los primeros trabajos arqueológicos nos dimos cuenta de la importancia de estas ruinas y de la necesidad de conservarlas como un punto de interés cultural y también turístico.


La restauración

El Intendente de la Región de Atacama, Coronel Alejandro González S., aconsejado por el Director del Museo Regional, Miguel Cervellino, comprendió a su vez la importancia de la ruina de Viña del Cerro y otorgó el financiamiento para una primera etapa de las obras de restauración. Para llevarlas a efecto se hizo un convenio con el Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Restauración Monumental de la Universidad de Antofagasta, sobre la base de un proyecto elaborado en forma interdisciplinaria por varios expertos. A la cabeza de estos trabajos estuvo uno de nosotros (el restaurador Eduardo Muñoz) y contó con la asesoría del Consejo de Monumentos Nacionales a través del destacado experto señor Roberto Montandón P.

Por tratarse de una ruina prehistórica carente de testigos documentados, la fase reconstructiva tiende a preservar lo existente y a levantarla hasta hacerla comprensible en su funcionalidad por el común de la gente que la visita, sin llegar a reconstruir elementos sujetos a hipótesis, como sería por ejemplo la techumbre de los recintos.

Al restaurar las ruinas se produce la consolidación por medio de la restitución de los paramentos, perdida con los derrumbes. La técnica moderna permite mejorar la calidad del material empleado, agregando arcilla y aglutinantes de origen orgánico, como guano, asegurando así que se va a restaurar con un material más resistente a la erosión, pero al mismo tiempo que conserva la apariencia de la ruina original sin introducirle alteraciones. Por lo demás, la restauración que se ha practicado observa las normas internacionales sobre conservación y restauración monumental.



(1) Viña del Cerro fue conocida por los indígenas como "Patinegue" según Carlos María Sayago en su "Historia de Copiapó" (1874). Cuando Pedro de Valdivia llegó a Copiapó, los indígenas lo saludaron regalándole piezas de cobre labradas, piedras de silicato de cobre (Llanca), oro en polvo y en grano, lo que evidencia un acabado conocimiento metalúrgico (N. del E.).




Hans Niemeyer F.
Miguel Cervellino G.
Eduardo Muñoz.




Para saber más

1. Niemeyer F., Hans: Dos tipos de crisoles prehispánicos del Norte Chico. Boletín Museo Arqueológico de La Serena 17, 1981.

2. Iribarren Ch., Jorge: La metalurgia en Chile en época precolombina. Universidad de Chile. Publicación N° 2 del Departamento de Ciencias Sociales. La Serena, 1964.

3. Latcham, Ricardo E.: Metalurgia Atacameña. Boletín del Museo Nacional. Tomo XV, 1936.

4. Solari M., Enrique: La minería prehistórica de Chile. Instituto de Ingenieros de Minas del Perú. Revista Minerales N° 79, 1967.


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