Alimentación de los aborígenes en América
( Publicado en Revista Creces, Enero 1989 )

Los que estaban aquí y los que fueron llegando.

Los alimentos de los hombres a menudo constituyen buenas pistas para indagar la historia y cultura de sus pueblos. Cerca ya de conmemorar cinco siglos del Descubrimiento de América, resulta interesante dar un vistazo a la historia nutritiva de nuestro continente. ¿Qué alimentos había aquí antes de 1492? ¿Qué trajeron los españoles?. El presente artículo constituye un resumen del discurso inaugural que el profesor J.M. Bengoa pronunciara en el Octavo Congreso Latinoamericano de Nutrición en Viña del Mar, y que versara sobre estos interesantes temas.

La correcta interpretación de lo sucedido en América durante los primeros años colombinos no resulta fácil. No sólo la escasez -explicable- de material documental dificulta el análisis; la gran heterogeneidad de grupos sociales indígenas que poblaban el continente añade otra dificultad. No es posible analizar una población tan dispersa y diversa en sus estructuras sociales como si hubiera sido una comunidad homogénea, singular y única.

De acuerdo con Migliazza y Campbel (1), en el siglo XVI (siglo de la conquista de América) la población aborigen sumaba 57.300.000 habitantes distribuidos así: Norteamérica, 4.400.000; México, 21.400.000, América Central, 5.650.000, Caribe, 5.850.000; Andes, 11.500.000 y regiones bajas de Sudamérica, 8.500.000. Esta suma de personas hablaba un laberinto de lenguas. Había doscientas lenguas distintas en Norteamérica, y el norte de México. En México Sur y América Central se hablaban cerca de doscientas cincuenta lenguas. En Sudamérica, de las conocidas, se encuentran en uso todavía de trescientas a cuatrocientas lenguas, algunas sólo entre unas cuantas familias nucleares y otras habladas por varios millones de personas.

Los que estaban aquí antes de la legada de Colón tuvieron, pues, formas de vida muy diferentes según fueran aztecas, incas, mayas, caribes o de otras naciones.


El perfil alimentario aborigen

La situación alimentarla fue distinta dependiendo del lugar. Incluso cada zona tenía plantas que eran desconocidas para los otros asi, el cacao de los mexicas era desconocido para los incas, y las papas de éstos no se conocían entre aquéllos.

¿Qué vieron los primeros europeos que pisaron tierra en este Continente? Es decir, ¿Cómo eran los que estaban aquí ?

El mismo 12 de octubre de 1492. Cristóbal Colón escribe en su cuaderno lo que sus ojos atónitos están viendo en el momento del desembarco: "Todos los que yo vía eran mancebos, que ninguno vi de edad de más de treinta años; muy bien hechos, de muy fermosos cuerpos y muy buenas caras... Ellos son de buena estatura, de grandeza, y buenos gestos, bien hechos".

Y al día siguiente, 13 de octubre, Colón anota en su cuaderno: "Luego que amaneció vinieron a la playa muchos de estos hombres, todos mancebos, como dicho tengo, y todos de buena estatura, gente muy fermosa... Las piernas muy derechas, todos a una mano, y no barriga, salvo muy bien hecha" (2).

En estas palabras concisas se adivina que la población indígena que encontró Colón en la isla caribeña en el primer encuentro eran gentes de atrayente apariencia física y de buena estatura.

Años más tarde, Bartolomé de Las Casas nos dice en su Apostólica Historia de las Indias que les distingue "la sobriedad y templanza en el comer y en el beber y poco mantenimiento, son abstinentísimos y muy sobrios, de muy poco comer y beber". Y para encontrar una comparación que sea entendible dice: "Su comer y beber cotidiano es como el de los Santos Padres en el yermo".


¿Qué alimentación tuvieron los que estaban aquí?.

La tierra que mucho más tarde se iba a llamar América Latina producía sin duda gran cantidad de alimentos, pero cada zona tenía su peculiaridad alimentaría. El maíz era, además de "producto sobrenatural", la base de la alimentación maya y azteca; las papas entre los incas y la yuca en lo que iba a ser el Brasil.

Junto a estos alimentos básicos, fundamentalmente energéticos, se consumían frijoles como fuente de proteínas, complementados con algo de caza y pescado. Pero eran las verduras, raíces y frutas las que introducían la variedad en la dieta monótona de la población indígena precolombina. Y así, según las zonas, se consumía el tomate, el mamey, el aguacate y otros productos originalmente americanos.

Hace unos años, Carlos Tejada (3) hizo un análisis histórico sobre la alimentación de los mayas, confirmando la impresión de que, a pesar de basar su dieta basada en pocos alimentos, fundamentalmente maíz y frijoles, no parece que presentaran síntomas de ser pueblos desnutridos, sino todo lo contrario.

"Una gran sobriedad en la alimentación es característica dominante en la sociedad maya. El indígena no comía por placer sino por necesidad, y su régimen alimentarlo era por lo tanto sobrio y simple, aunque variado.

"El maya era delgado, musculoso, sin nada de panículo adiposo excepto el necesario, y la obesidad y otras enfermedades por sobrealimentación eran, por tanto, desconocidas.

"La dieta del maya era nutricionalmente balanceada. Su energía la obtenía primariamente del maíz, y secundariamente del frijol y de los otros alimentos, en particular raíces y tubérculos. El cacao, aunque de gran valor energético por su contenido en grasa, no puede ser considerado una fuente habitual de calorías, ya que su consumo estaba limitado a las oligarquías dominantes y a los grupos sociales altos. El pueblo, en general, sólo lo consumía en ciertas ocasiones festivas en que el chocolate era servido como una bebida apreciada y de gran prestigio.

En la nutrición maya las proteínas eran en gran parte provenientes del maíz y el frijol. Proteínas de mayor calidad se conseguían a través de animales domésticos, y de la pesca y la caza. Su dieta vegetal era suficientemente variada para proporcionarles vitaminas en buena proporción.

Según Tejada, "el único problema serio, debido a su gran prevalencia y consecuencias secundarias, fue el bocio endémico por deficiencia de yodo". La desnutrición proteico-calórica del niño, en la actualidad observada en casi todas las culturas tradicionales campesinas del mundo, probablemente no fue un problema nutricional serio dentro de la cultura maya precolonial.

En líneas generales, podríamos afirmar que la alimentación de los que estaban aquí antes de octubre de 1492 era suficiente para un desarrollo biológico aceptable. Era, sin embargo, monótona y fundamentalmente vegetariana, y junto al maíz y los frijoles dominaban los alimentos subterráneos: la papas, la yuca, etc. Posiblemente el consumo energético fue adecuado.

El consumo de grasa, sin embargo, debió ser muy limitado. La manteca que se obtenía del cacao se utilizó como producto de perfumería y de tocador, y no para cocinar.

El experto profesor Escudero, de la Argentina, resumió de este modo la alimentación indígena:

1°) suficiente como cantidad -en la mayoría de las situaciones- en cuanto a los dirigentes, pero no con respecto al pueblo trabajador; 2°) muy reducida en grasas de todo género, particularmente animales; 3°) reducida en proteínas (pobre en aminoácidos fundamentales de tipo animal); puede considerársela hipoproteica; 4°) monótona en su preparación por ser sobre la base de cocido, y por exceso de vegetales y pobreza de grasa; 5°) excesivamente voluminosa, rica en celulosa y capaz de originar fermentaciones intestinales (4).

Desde el punto de vista de la explotación de la tierra, los pueblos nucleares de Mesoamérica y los Andes poseían sistemas de agricultura intensiva. También la agricultura de regadío permitía generar excedentes en las cosechas, y debido a ello parte de la población pudo dedicarse a la producción artesanal, al comercio y a la administración.

En el área inca, en las zonas altas, las papas y la quínoa fueron los alimentos básicos. En la costa y en los valles menos elevados el cultivo principal fue el maíz, que se combina con la batata, el ají, la calabaza, el cacahuete, los frijoles, la mandioca, los tomates, etc.

Sea por razones genéticas o alimenticias, los nativos de América tenían diferencias notables en su desarrollo físico. Mientras, por su parte, las islas de Curazao y Aruba fueron habitadas por individuos de gran talla que la leyenda no trepidó en calificar de gigantes, los que vivían en tierra firme eran de tallas más bien bajas.


Los que fueron llegando

Los hombres que fueron llegando a estas tierras en los primeros años de la conquista eran gente de condición social relativamente baja o bien hidalgos que tampoco podían presumir de comer bien. Seguramente fueron hombres de talla baja, como lo eran la mayor parte de los europeos, y más bajos aún los procedentes de Extremadura y Andalucía, que fueron la mayoría. Por eso no es de extrañar que Colón y los demás cronistas vieran a los indios caribeños "más bien altos, fermosos y bien hechos".

Antes del descubrimiento de América la alimentación de los europeos fue, asimismo, monótona y pobre, ya desde los griegos y romanos.

Esa Grecia esplendorosa que creó la filosofía, la ética, la democracia, las matemáticas, la pedagogía, la arquitectura, la escultura, el deporte atlético, el teatro y tantas cosas más llegó al summum de su genialidad individual y colectiva, dice Cossio, comiendo tan sólo pan y aceitunas (5).

Esta cita, aunque probablemente exagerada, refleja en gran medida la realidad de la época.

En España, luego de la dominación árabe, se produjo una gran transculturización alimentaria. De Mesopotamia y Egipto llegaron a España las aceitunas, los melones, los membrillos y, sobre todo, el trigo. Se cultivó la caña de azúcar, el olivo y la viña. De la India vino el arroz, las naranjas y el azafrán. El trigo sarraceno, los espárragos, el café y la palma datilera engrosaron la lista de los alimentos ibéricos que después vendrían a América.

Los grupos humanos de Andalucía, Extremadura y gran parte de Castilla tuvieron en sus hábitos de alimentación gran influencia de los árabes, por lo que se puede deducir que ese tipo de alimentos viajó al Nuevo Mundo junto con los navegantes y comenzaron a cultivarse en forma temprana y, por lo demás, exitosa.

Muy probablemente, a los primeros europeos que pisaron tierra americana no les gustó mucho la alimentación que les ofrecieron a su llegada. Durante un tiempo siguieron comiendo los alimentos que traían en sus barcos, secos y semipodridos. En las carabelas comían caliente una vez al día: los alimentos básicos eran pan, vino, carne y pescado salado, aceite, vinagre, queso, granos, miel, almendras y pasas.

Durante un largo tiempo los europeos trajeron desde el Viejo Mundo los alimentos a los que estaban acostumbrados. Así llegaron el trigo y las hortalizas como zanahorias, alcachofas, nabos, lechugas, espinacas, escarola, rábanos, calabazas, pepinos, berenjenas, remolachas, ajos, perejil, acelga y apios. No obstante ofrecerles el trópico gran cantidad de frutas como la piña, la chirimoya, el aguacate, la guayaba, etc., trajeron de ultramar las semillas para el cultivo de higos, peras, manzanas, ciruelas, duraznos, naranjas, limones, melones y sandías. Todas estas frutas fueron acogidas generosamente por la tierra americana, llegando -en algunos casos- a mejorar su calidad original.

La población indígena no se benefició pronto de estos bienes. Los productos animales, el trigo, las hortalizas y las frutas que trajeron los conquistadores fueron consumidas sólo excepcionalmente por los nativos. Eran alimentos para una minoría blanca que aumentaba día a día.

Pero, claro, los productos alimenticios no sólo viajaron desde Europa (o Africa) a América. El flujo en sentido inverso cobró también gran importancia, y aunque algunos tardaron mucho en incorporarse a la dieta popular, cuando lo hicieron, resolvieron agudos y muy antiguos problemas nutricionales del Viejo Mundo. La introducción de la papa en Europa colaboró a resolver el problema de la deficiencia de vitamina C en el centro y el norte de Europa. Por su parte, la yuca se constituyó en el alimento que salvó de hambrunas a vastas poblaciones de Africa, situación que -con la insistencia que deriva de la pobreza del continente negro todavía se aprecia en períodos de escasez.

La gran diferencia en la transculturización alimentaría entre Europa y América es que mientras Europa enviaba alimentos para una minoría blanca -y, por ende, esa importación tenía un efecto sólo marginal en la población aborigen-, el nuevo continente exportaba productos para las mayorías de Europa y Africa, ayudando así a combatir las frecuentes hambrunas que padecían estos continentes. Premonitoriamente, ya estábamos resolviendo el problema de otros sin poder resolver los nuestros.


Los navegantes de las especias

Con los ojos de siglo XX resulta difícil explicar los increíbles esfuerzos que durante siglos realizaron navegantes y aventureros por obtener un puñado de pimienta, nuez moscada o clavo. Probablemente se entienda mejor si analizamos el contexto tecnológico de la época. La carne constituía por esos tiempos un alimento tan preciado como lo es hoy, pero su conservación era imposible. Se perdían grandes cantidades de carne y los cocineros frecuentemente debían trabajar con carnes en proceso de descomposición o semipodridas. De allí que adicionar las especias era fundamental: aminoraba los malos olores de la descomposición y - según se creía- ayudaba a la conservación.

Primero Venecia, después Portugal y más tarde España realizaron las más heroicas aventuras en busca de las especies, que se encontraban en las islas Molucas, Nueva Guinea y otras islas del Pacífico. En el siglo XIII un quilate de pimienta equivalía en valor a un quilate de rubí.

Cuando en el siglo XV Vasco de Gama dobla la punta sur de Africa y facilita el transporte de especias, los precios se derrumban en Lisboa. La idea de Colón y otros, entonces, se hace clara, y tiene un propósito comercial de grandes alcances. Descubrir nuevas tierras, conquistarlas y traer las especias. Así, el 20 de septiembre de 1519 sale de San Lúcar de Barrameda, Magallanes con cinco barcos y 265 tripulantes. Fue un viaje de auténtica pesadilla: bebieron agua de mar, comieron aserrín y cuero. El escorbuto hizo estragos.

Cuando regresaron, tres años después al mismo puerto de salida, habían perdido al capitán, cuatro de los cinco barcos y 247 de los tripulantes.

En la fragata Victoria vienen, con las encías sangrando y las articulaciones hinchadas por el escorbuto, 16 tripulantes al mando de¡ vasco Sebastián Elcano. Traen como precioso premio de la colosal aventura ¡600 quintales de clavo! (6).

Poco más tarde, Miguel López de Legazpi alcanza y ocupa "las islas de Poniente" (Las Filipinas), las del clavo y otras especias. Era fácil entonces cruzar el Pacífico de Este a Oeste, es decir de México a Filipinas. Pero, ¿cómo volver? Los vientos y las corrientes lo impedían. Ninguna de las expediciones pudo regresar a México; entre ellas, la que llevó a la muerte a Sebastián Elcano.

Pero Legazpi lleva con él a un marino (el fraile agustino Andrés Urdaneta) a quien se le ocurrió la idea de navegar el regreso de Filipinas a México subiendo hacia el norte del Pacífico, recorrer las costas de lo que hoy es la Siberia soviética, y allí arriba cruzar el Pacífico para recalar en las costas de California Norte, y bajar hacia el sur costeando todo lo que hoy es Estados Unidos hasta llegar al puerto de Acapulco. De este modo comenzaron a llegar las especias a América, puerto de embarque para su destino final: la ansiosa Europa (6).


El mestizaje de tres pobrezas

El mestizaje biológico y cultural en América Latina ha sido un hecho trascendental, único en la historia de la humanidad. No se ha tratado de un mestizaje entre grupos étnicos vecinos, como ha sido el caso en Europa, sino de un mestizaje de etnias lejanas en la historia y la geografía. Por ello el proceso requiere mucho más tiempo y acaso, tanto en lo biológico como en lo cultural, tengamos un mestizaje inconcluso, inacabado.

Es posible que, ante la historia, un proceso que apenas lleva cinco siglos sea insuficiente para la formación de un nuevo pueblo. Tal vez nos ha faltado contemplar el fenómeno latinoamericano con una perspectiva más amplia. Similares razones podemos invocar para justificar nuestra falta de identidad como pueblo, como mestizos.

Pero junto al mestizaje biológico y cultural nos encontramos, además, con un mestizaje de tres pobrezas, que ha dado lugar a la pobreza que venimos padeciendo desde hace cinco siglos. Porque pobres fueron los que estaban aquí y pobres los que fueron llegando de Europa, y pobres, más aún, los que fueron trayendo de Africa.
Cuando los españoles llegan a América, "traen su Edad Media a cuestas" (A. Uslar Pietri) (2).

Europa vivía en esa época en una gran pobreza. Una pobreza que se desarrolló entre ráfagas de epidemias y hombrunas que diezmaban la población cada cierto tiempo. Las epidemias hacían disminuir la fuerza de trabajo y, en consecuencia, la producción agrícola local. Era el hambre por falta de hombres. La peste bubónica, en el siglo XIV, causó en Europa millones de muertes, lo cual trajo una de las hombrunas más mortíferas de la historia.

La pobreza en Europa, en siglos pasados, fue de una gravedad extrema, inimaginable en los tiempos actuales. Los horarios de trabajo eran de 14 a 16 horas diarias, los salarios eran tan bajos que toda la familia, incluyendo los pequeños, se veía en la obligación de contribuir al sustento. Del ingreso total familiar, gastaban la mitad en pan. Una pequeña subida del precio de este alimento podía suponer el hambre aguda de todos los miembros de la familia.

Precisamente, esa dificultad de sobrevivir obligaba a la población a una lucha desesperada, al ahorro de centavos, a la búsqueda de leña, a una previsión continua en favor de la supervivencia que, de no lograrse, acarreaba inexorablemente la enfermedad y la muerte, tal vez en el invierno próximo. Los procesos agudos respiratorios y las enfermedades infecciosas llamadas propias de la infancia (difteria, escarlatina, sarampión y otras) reducían en pocos años a familias con ocho o diez nacimientos a dos o tres sobrevivientes. Todo esto hasta épocas relativamente recientes.

Ayer y hoy, en los países tropicales, la pobreza permite una supervivencia prolongada, triste y lamentable en cuanto a la calidad de la vida, pero el hombre se debate entre ser rico o pobre y no entre vivir y morir. La pobreza en Europa se podía tolerar hasta un cierto límite por debajo del cual la muerte era casi inevitable. Hoy, la pobreza en el trópico puede tolerarse, sin riesgo de muerte, hasta límites mucho más bajos.

Lo que biológicamente ha caracterizado a la pobreza de los países tropicales y subtropicales es la gran prevalencia de procesos parasitarios crónicos, poco frecuentes en los países europeos aún en las épocas de mayor pobreza. Procesos parasitarios que causan escasas muertes, pero que forman parte de la patología social y que dificultan el desarrollo biológico adecuado de la población. Esta es una característica de la pobreza tropical de hoy, ante la cual el hombre no reacciona con el mismo ímpetu y energía que si tuviera que luchar por la supervivencia.

Las condiciones cismáticas favorables en el trópico permiten a la población sobrevivir con más pena que gloria, pero sin temor al reto estacional del frío, enemigo inmisericorde de los pobres. Nada más conmovedor que los niños que habitan los páramos del altiplano andino: pobreza y frío.

Otra característica de nuestra pobreza es que se nos ha metido por todas partes. Por ejemplo, en la familia. La falta de recursos ha provocado que factores internos del núcleo familiar se potencien, generando una suerte de "pobreza interna" hija de la otra, la gran pobreza externa, pero diferente, en términos de afectar en forma más particular las áreas del afecto y la comunicación.

Esa pobreza nueva que recoge y aglutina la pobreza aborigen, la africana y la europea, se afincó y se agravó en una América Latina aislada, inmóvil y despoblada.


Cultura, a pesar de todo

En los siglos XVI y XVII sólo dos flotillas por año unían a Europa con América. Una minoría de criollos gozaban de cierto lujo y el resto vivía en condiciones de pobreza extrema, incluido el ejército de esclavos.
Esa minoría desarrolla, no obstante, un movimiento cultural sorprendente. Cuando se funda la primera Universidad en los Estados Unidos, la de Harvard, en 1636, ya existían nueve Universidades en América Latina.

Cuando se funda la segunda Universidad en los Estados Unidos, la de Yale, en 1701, había doce en América Latina.

En el siglo XVIII se incrementan las relaciones comerciales con grandes intercambios de productos alimenticios, y se establecen las misiones botánicas que permitieron una clasificación científica de miles de plantas americanas. Los nombres de Mutis, Bonpland y Humboldt llenan una época extraordinaria de América Latina.

Cuando a comienzos del siglo XIX se independiza la mayor parte de los países de América Latina, un rayo de esperanza ilumina a los desposeídos...

Una vez más, una esperanza fallida. A pesar de los brillantes éxitos en los campos literario y artístico, la mayoría de la población latinoamericana continúa viviendo, en el siglo XX, en una agónica pobreza, agravada ahora con una nueva crisis de la que nadie sabe cómo vamos a salir.

Pero es bueno señalar que, a pesar de la pobreza, la población latinoamericana ha mejorado en sus indicadores de salud y educación, especialmente en los últimos 50 años, así, como en los indicadores de desarrollo biológico. Lo ocurrido en los últimos 50 años en estos campos ha sido más importante y más profundo que lo ocurrido en los últimos cuatro siglos.

No obstante, dicho progreso no se refleja en las condiciones de salud y desarrollo biológico de las poblaciones indígenas, que permanecen estancadas en una vida similar en muchos aspectos a la que tenían sus antecesores milenarios.

No resulta extraño hallarlos en la actualidad agrupados en comunidades, viendo cómo la distancia entre ellos y el hombre blanco se acentúa, y cómo los hijos de un, mestizaje inconcluso sientan las bases de una sociedad que segrega a sus aborígenes, olvida la gloria de un pasado ancestral y lucha por mimetizarse con sociedades de mayor desarrollo económico y ningún parentesco en lo étnico y social.



Para saber más


(1) Migliazza E., Campbel L.: Panorama General de las Lenguas Indígenas en América. Historia General de América. Período Indígena. Caracas: Presidencia de la República. Tomo 10. 1983.

(2) Cristóbal Colón: Diario citado en Sumario de la Civilización Occidental. Uslar Piétri
A. Madrid. Edime. 1968.

(3) Tejada Valenzuela C.: Nutrición y Prácticas Alimentarias en Centro América. Un Estudio Histórico de la Población Maya. Universidad de San Carlos de Guatemala. N° 1. 1970.

(4) Escudero P.: El Problema de la Alimentación en América Latina. "Viva Cien Años". Buenos Aires. Vol. IX N° 3.1940.

(5) Iral F.: Perspectivas Históricas del Consumo de Alimentos. Fundación Mexicana para la Salud. Seminario Científico. México. 1987.

(6) Bengoa J. M. La Alimentación Vasca: De ayer a hoy. 11 Congreso Mundial Vasco. San Sebastián. 1987.


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