Fuego celestial en Siberia. Impacto de asteroides
( Publicado en Revista Creces, Octubre 1987 )

Pasados 90 años persiste aun el enigma entre los científicos sobre lo que ocurrió en Tunguska, Siberia, donde se conserva hasta hoy la enorme área arrasada por un incendio y explosión que no dejo árboles en pie. El fuego no fue provocado por el hombre, vino del exterior.

Así como hay todavía mucha gente que recuerda el paso del cometa Halley ocurrido en 1910, así también quedan en la Unión Soviética algunos ancianos que vieron el 13 de julio de 1908, a las 7:43 de la mañana, en la región de Tunguska, Siberia, un extraordinario fenómeno que hasta la fecha sigue sin tener una explicación científica valedera. El periódico "Krasnoyarets", editado en esa zona, lo describió así: -Se oyó un gran ruido como de un ventarrón, que inmediatamente fue seguido por un terrible estallido y acompañado por un golpetazo subterráneo que hizo temblar a los edificios. Se tenía la impresión de que algún enorme rayo o alguna roca de gran peso había golpeado el edificio. Esto fue seguido por otros dos golpazos igualmente poderosos. El intervalo entre los sacudones estuvo acompañado por un profundo retumbón subterráneo, como el tranqueteo de varios trenes que corren juntos y simultáneamente por los rieles. Luego se inició y continuó por cinco minutos un prolongado rata-ta..., como fuego de artillería. Los golpes continuaron y hacían temblar la tierra.

El ruso S. B. Lemenov, que vivía en la zona, veinte años más tarde describía lo que todavía recordaba: -No puedo recordar exactamente cuándo, pero hace más de dos décadas, cuando estábamos arando la tierra de barbecho, me encontraba sentado en el pórtico de mi casa en Vanavara, a la hora del desayuno y mirando hacia el norte. Salí al taller para trabajar cuando súbitamente el cielo del norte quedó partido en dos y muy alto por encima del bosque, toda la parte norte del firmamento pareció estar cubierta de fuego. En aquel momento sentí gran calor, como si mi camisa estuviera quemándose. El calor provenía del norte. Quise sacármela y arrojarla lejos, pero se produjo un golpazo terrible en el cielo y se hoyó un poderoso choque. Fui arrojado al suelo a unos cinco metros de distancia y por un momento perdí el conocimiento... Al momento de abrirse el cielo, un viento caliente sopló arrasando las cabañas del norte, cuando me recuperé, observé que se habían caído casi todos los árboles de la zona. Hoy en día es muy fácil señalar el centro de la devastación, porque los árboles caídos apuntan todos hacia afuera de él. En ese punto no hay cráter, pero sí un pantano cenagoso. A la orilla de la ciénaga hay un solo matorral de árboles que están de pie, pero muertos, sin que ninguno de ellos tenga ramas.


A buscar información

Los científicos comenzaron en 1926 a preocuparse del fenómeno para tratar de comprobarlo y encontrarle alguna explicación. La Academia de Ciencias de Rusia encargó a Leonid Kulik que organizara una expedición y fuera al terreno a comprobar los hechos. El viaje fue bastante azaroso, en parte por las condiciones adversas del clima, la distancia, la inexistencia de caminos y la deserción de los integrantes. Llegados a la zona, los viajeros tuvieron que caminar sobre troncos destrozados y caídos que siempre apuntaban hacia el Sur.

Las quemaduras que se habían producido en el área eran bastantes extrañas. La corteza de los árboles caídos habían sido chamuscados pero las quemaduras habían pasado a la madera que estaba inmediatamente bajo ella. Era claro que el bosque no había sufrido un incendio, sino que más bien parecía que los árboles habían sido resecados y chamuscados por una llamarada poderosa, breve y de brillo abrasador. Ya en el terreno, Kulik trepó a una pequeña loma y luego de observar el espectáculo, describió en su diario lo observado: "Desde nuestro punto de observación no puede verse señal de bosque vivo, porque todo ha sido devastado y quemado, y en torno a la orilla de esta área muerta, los brotes del bosque joven de 20 años se han inclinado hacia adelante en busca de sol y de vida. Uno tiene un misterioso sentimiento al ver árboles gigantes de 9 a 13 metros de grosor, quebrados de un solo tajo como delgadas ramitas, y sus ramas quemadas, arrastradas a muchos metros de distancia en dirección al sur".

Kulik debió volver y regresar de nuevo al área y fue entonces cuando hizo un descubrimiento importante. Hasta entonces, en toda el área, el modelo de la devastación había sido el mismo: los árboles caídos y astillados apuntaban hacia el sur, pero al otro lado del área devastada éstos apuntaban hacia el norte. Necesariamente tales árboles habían sido derribados por la fuerza de una explosión y habían formado un modelo algo parecido al de los rayos de la rueda de una bicicleta, en donde cada árbol apuntaba directamente hacia afuera del sitio en que se había producido la explosión y la consiguiente ráfaga. De allí que era evidente que los expedicionarios -inadvertidamente- habían ubicado el punto preciso donde se había producido la gran explosión.


Un meteorito gigante

La expedición terminó en 1927, pero Kulik se hallaba por entonces investigando lo que él creía que había sido el impacto de un meteoro gigante. Se sabe que normalmente pequeños meteoros golpean constantemente a la Tierra y que el espacio interplanetario parece estar lleno de desechos cósmicos por entre los cuales surca nuestro planeta en su órbita alrededor del sol. Cuando uno de estos aerolitos choca con nuestra atmósfera, va a gran velocidad y es normal que alcance a unos 150.000 kilómetros por hora. Estos viajeros espaciales son en su mayoría pequeños e inofensivos. Se trata de pequeños granos y enjambres de materia sólida que cuando pasan por la alta atmósfera se calientan al rojo vivo por la fricción y por ello los vemos brillando como chispas incandescentes a través del firmamento. Los designamos como "estrellas fugaces". Tales meteoritos generalmente se queman como producto de la fricción mucho antes de llegar a la Tierra, a unos 80 km. por encima de nuestras cabezas.

Algunos de estos aerolitos viajan en enjambres y entonces hablamos de una "lluvia de meteoros": el Perseid se observa siempre en agosto, el Leonids en noviembre y el Geminides al llegar Navidad.

Sin embargo estos fenómenos son sólo breves intensificaciones de un proceso de bombardeo cósmico que se está realizando continuamente día y noche, año tras año. Silenciosamente y bastante encima nuestro, pequeños trozos materiales se mueven a velocidades extraordinariamente grandes hasta finalmente destrozarse. Sus desechos flotan suavemente en el espacio como átomos, moléculas o partículas extraterrestres, una suerte de lluvia cósmica que no cesa y que casi nunca la advertimos.

Más raros que todos estos meteoros y meteoritos y más temibles también son los meteoros gigantes. Estos monstruos pueden tener masas de miles y aún cientos de miles de toneladas. Viajando a 50.000 km/h, alcanzan una velocidad tan enorme que la densidad de nuestra atmósfera no la disminuye en nada. Por esto, cuando caen golpean a nuestro suelo terrestre con una fuerza pavorosa. Causan explosiones enormes y cavan cráteres de tamaño descomunal. El famoso cráter de meteoro que se encuentra cerca de Winslow, Arizona, EE.UU., es un ejemplo de este tipo: tiene un foso de 1.300 m de diámetro, 180 m de profundidad con 25 toneladas de fragmentos extraterrestres. Se ha calculado que este cráter tiene unos 30.000 años de existencia y se considera que no es exageradamente grande tomando en cuenta los factores causantes (Fig. 1).

El fenómeno de Tunguska pudo entonces haber sido un meteorito gigante que chocó con la Tierra. Sin embargo, hay datos que no coinciden: para producir tanto daño en una zona tan extensa tendría que haberse producido un enorme cráter. Sin embargo en la zona no hay ningún cráter y más bien aparece en el centro sólo una zona pantanosa. Hasta ahora esta catástrofe es conocida como "el gran meteoro siberiano", pero evidentemente el nombre no corresponde a los daños observados.


Otra posibilidad, la antimateria

En 1932 el físico norteamericano Carl Anderson descubrió una nueva partícula elemental que se impresionó en una emulsión fotográfica usada para registrar rayos cósmicos. Esta nueva partícula tenía igual masa que el electrón, pero carga positiva. Nada muy notable, ya que el protón también tiene carga opuesta a la del electrón, pero con masa diferente. La sorpresa se produjo cuando Anderson se puso a estudiar las reacciones de la nueva partícula. Cuando una de éstas encontraba un electrón, ambos se desvanecían y desaparecían totalmente y en lugar de los dos elementos, aparecía una breve pero intensa llamarada de energía pura. Los protones no hacen lo mismo con los electrones.

El fenómeno reactivo de la nueva partícula con el electrón fue llamado "aniquilación", y a la nueva partícula de Anderson se la bautizó como "antielectrón" o "positrón". En los años siguientes se descubrieron otras antipartículas: la antiprotón, y la antineutrón. Cada antipartícula tiene una masa idéntica a la de su correspondiente partícula ordinaria, pero con la carga opuesta, y cada una tiene la propiedad destructora de aniquilar a su contraparte, si se le presenta la oportunidad. Estas reacciones aniquiladoras son las fuentes más eficientes de energía que se conocen, porque en ellas toda la masa de ambas partículas queda convertida en energía pura.

Un protón y un electrón no se aniquilan el uno al otro, sino que, en cambio, forman el uno con el otro el más simple de todos los átomos: el hidrógeno. Un antiprotón y un antielectrón tampoco se aniquilan, pero tampoco forman hidrógeno: producen, en cambio, algo enteramente nuevo el "antihidrógeno", notable porque es idéntico en todo respecto al hidrógeno. Efectivamente, el antihidrógeno tiene el mismo espectro, las mismas reacciones químicas y la misma estructura que su contraparte material. La única diferencia consiste en que, si se encontrara con un átomo de hidrógeno, ambos se desvanecerían en una llamarada de energía.

Un átomo de antioxígeno, relacionado con dos átomos de antihidrógeno, forman una molécula de antiagua. Muchas de estas moléculas unidas juntas formarían un océano de antiagua; y este océano sería indistinguible de nuestros océanos. Tal océano parecería igual, brillaría igual con la luz solar, y herviría igual a la misma temperatura. Poblado de antipeces, y de cruceros anticabina. Todo parecería igual -hasta que un humano se zambullera en él para bañarse: en tal caso, las moléculas de agua del cuerpo humano, y una masa igual de antiagua, formarían una explosión, que dejaría enana a la explosión de la más grande bomba de hidrógeno.

En 1965, Clyde Cowan, C.R. Atluri y W.F. Libby propusieron que el desastre de Tunguska había sido causado por un pedrusco de antimateria, caído sobre la Tierra desde el espacio, es decir un meteoro. Tan formidables son las reacciones aniquiladoras de antimateria, que el trozo en el caso presente no debiera haber pesado más de medio kilo. Obviamente la proposición de estos científicos no tenía ninguna de las objeciones que afectaban a las hipótesis de los meteoros. El antimeteoro habría sido completamente aniquilado antes de llegar al suelo y por ello no habría dejado cráter, y se podría explicar que la energía desprendida habría quemado el bosque. Con el objeto de demostrar esta hipótesis, Cowan Atlur y Libby realizaron una investigación en las montañas sobre Tucson, Arizona. Ubicaron un abeto de 300 años y analizaron sus anillos de crecimiento que indican la edad del mismo. En ellos determinaron el contenido de carbono radiactivo. Esperaban que la explosión de la antimateria hubiese elevado el CO2 y esto debería detectarse en el CO2 de los anillos del abeto, coincidiendo en la primera fecha con la explosión de Siberia. Desgraciadamente, los datos obtenidos no fueron concluyentes. Tal como están actualmente las cosas, esta hipótesis permanece abierta, pero necesita ser sometida a nuevas pruebas.


Tal vez un hoyo negro

Otra posibilidad es que haya sido un "hoyo negro" el que chocó con la Tierra. El hoyo negro es algo así como una patología de la gravitación, producido por un objeto comprimido hasta densidades enormes. El campo gravitacional de la materia superdensa es lo suficientemente poderoso como para "atrapar" hasta a la luz misma, haciendo invisible a ese objeto (de allí su nombre de hoyo negro). En apariencia no es cosa alguna, sino una región de oscuridad. Dentro de él la materia está comprimida hasta la inexistencia, con una irresistible fuerza gravitacional. Afuera del hoyo negro, la gravedad puede no ser irresistible pero el hoyo negro atrae las cosas hacia él con una fuerza enormemente poderosa.

Los expertos afirman que originalmente los hoyos negros pueden ser tan masivos como el Sol, pero que posteriormente decaen, se concentran y terminan siendo un hoyo negro al final de su vida. Existirían también hoyos negros menos masivos y más pequeños. Cuanto más débil es el hoyo negro, más débil es su fuerza de atracción. Pero las palabras "más débil" tienen un significativo relativo, ya que por pequeño que sea un hoyo negro, siempre estará rodeado por un gigantesco campo gravitacional.

En 1973, Jackson y Michael Ryan, de la Universidad de Texas, en Austin, propusieron que la explosión de Tunguska podría haber sido producida por uno de estos pequeños hoyos negros que cayó sobre la Tierra. El hoyo propuesto por ellos podría haber sido tan extraordinariamente comprimido, que no habría tenido necesidad de tener un tamaño mayor que un pequeño número de átomos, que podrían haberse compactado, hasta formar un paquete.

Un hoyo negro como este podría haber producido la explosión de Siberia, atrayendo hacia sí nuestra atmósfera al caer. La fuerza de la atracción ejercida sobre el aire habría sido enorme. Por otro lado, la velocidad de caída y choque del hoyo negro había impedido que la corriente de aire se abalanzara hacia él y tuviera oportunidad de alcanzarlo y de ser absorbida por él. El resultado final habría sido una breve pero intensa fuerza compresora: casi tan pronto como hubiera iniciado la fuerza se habría desvanecido y el aire supercalentado por la compresión, habría rebotado hacia afuera, en una explosión. El elemento final en la explicación de Jackson y Ryan era que el hoyo negro que se precipitaba hacia dentro del aire atmosférico habría atraído algo de este aire quemante detrás suyo mientras caía, produciendo así la tromba de aire que lanzó hacia fuera los árboles que cayeron.

Existe una diferencia importante entre este modelo y los otros. Según Jackson y Ryan, el hoyo negro debió entrar a la Tierra, y debería haber continuado su carrera, perforando un túnel, atravesándola de lado a lado y emergiendo por el otro extremo, para luego continuar su curso en el espacio sideral, como una bala a través de una naranja.

El túnel cavado habría sido demasiado pequeño como para ser encontrado por los humanos (el grosor de un grupo de átomos). Pero la salida del hoyo negro debería haber sido tan violento como su entrada. Jackson y Ryan afirman que debieron existir dos simultáneas explosiones en lugares opuestos del globo terrestre. Sin embargo, una sola ha sido reportada. ¿Por qué ha faltado la segunda?. Los autores de esta hipótesis, reuniendo los relatos de testigos visuales del fenómeno, calcularon la dirección que probablemente habría seguido el hoyo negro. Proyectando su curso a través de la Tierra, Jackson y Ryan lo ubicaron en algún punto en medio del Atlántico Norte.

Allí habría salido hacia arriba, vaporizando el agua en muchos metros alrededor y saliendo de la superficie, subiendo al cielo, y produciendo un verdadero géiser de vapor supercalentado. Ambos fenómenos, de salida y entrada, debieron haber sido casi simultáneos en el tiempo (el de la salida, alguna fracción de segundos después de la entrada).

¿Pudo tal fenómeno haber pasado desapercibido?. En 1908, no eran muy comunes los viajes de naves por los océanos polares, y es poco probable que algún carguero u otro buque haya estado cerca del punto en que se habría producido este fenómeno, para advertirlos y dar cuenta a las autoridades. Con todo, Jackson y Ryan sugieren que se haga una revisión cuidadosa de los documentos de navegación de la época en esa región con el fin de ver si se encuentra alguna mención de hechos extraordinarios y desconocidos en julio de 1908.

Jackson y Ryan, con su sugerencia impactaron a los círculos científicos, al publicarla en 1973. En aquellos momentos George Greenstein, profesor de Astronomía en el Ambert College, junto con dos colegas suyos, emprendieron la tarea de revisar el asunto con mayor detalle. Se formularon dos preguntas: a) ¿Cómo explicarse que quedaran algunos árboles que permanecieron de pie junto al pantano de Siberia? b) El hoyo negro en su paso a través de nuestro planeta: ¿Habría producido algún efecto detectable?.

Las respuestas que encontraron los tres investigadores resultaron negativas para la proposición Jackson-Ryan. El hoyo negro habría atraído a la atmósfera hacia él en el momento de su caída y habría remolcado también tras sí a los árboles. Pero remolcar es una palabra demasiado débil. En realidad, cada uno de esos árboles habría sido remecido violentamente y arrancado con una fuerza de cientos de miles de toneladas. No habría podido quedar en pie ni uno solo de ellos. Sin embargo, algunos árboles quedaron en pie.

En cuanto a la segunda interrogante, el paso del hoyo negro por el interior de la Tierra habría desencadenado un terremoto violentísimo, mientras taladraba su vía hasta el otro lado. Del mismo modo que habría chocado con la atmósfera, con una breve pero intensa fuerza compresora, así también habría comprimido el interior de la Tierra. El terremoto habría sido 10.000 veces más fuerte que los más destructores registrados en la historia conocida. Nada parecido a esto se produjo en Siberia.


Lo más probable: Un cometa

Otra posibilidad, que actualmente se considera la más razonable, es que el fenómeno lo haya producido un cometa. Los cometas, son a la vez masivos e insustanciales. Un cometa típico de varios kilómetros de diámetro pesa alrededor de 100.000 millones de toneladas. Si ese cometa típico golpeara la Tierra, produciría efectos que dejarían enana a la explosión siberiana de Tunguska. Al mismo tiempo sabemos que los cometas son muy frágiles y se fraccionan al pasar cerca del Sol. Ellos son en realidad "Bolas de nieve sucia". Un cometa visto de cerca no se parece en nada a un peñasco gigantesco, siendo más bien una aglomeración de polvo cósmico y de guijarros, mezclados y acompañado de una red de gases congelados. Igual que el hielo seco (que es dióxido de carbono helado), estos gases de los cometas son muy volátiles. Si esta mezcla se acerca al Sol, se vaporiza pasando directamente del estado sólido al gaseoso. En realidad el hielo seco es considerado uno de los componentes principales de los cometas. Los otros gases son el amoniaco congelado, metano y vapor de agua.

Una vez evaporados, estos gases se desplazan y forman la típica cola de cometa. Es ella la que vemos desde la Tierra, cuando cruza por el cielo; ella puede ser verdaderamente gigantesca, extendiéndose por el espacio por cientos de miles de kilómetros.

Los cometas son visitantes frecuentes (entre 5 y 10 de ellos pasan anualmente a la vista de la Tierra) y no es difícil imaginar que uno de ellos choque cualquier día con nuestro planeta. Por muchos motivos, pareciera que esta explicación podría ajustarse a la realidad. Pero existe un inconveniente: ¡nadie vio venir un cometa antes de la explosión!.

Los meteoros o estrellas fugaces no se ven hasta que entran en nuestra atmósfera y se queman en una llamarada. A lo sumo, nosotros disponemos de solamente un par de segundos para observarlos antes de que se desintegren. Pero los cometas, en cambio, anuncian su presencia desde grandes distancias por sus enormes colas. Generalmente son visibles durante semanas. Cualquier cometa que hubiera golpeado a la Tierra, habría sido visible por largo tiempo, acrecentándose a medida que se acercaba.

La dificultad no es tan fácil de solucionar. Aquellos que piensan que la explosión de Siberia fue producida por un cometa, postulan que se habría podido aproximar a la Tierra desde la dirección del Sol, de manera que habría estado en lo alto del horizonte, lo que lo habría hecho invisible. Sin embargo los cometas brillantes son lo suficientemente luminosos como para ser incluso vistos a plena luz del día. Así por ejemplo el cometa Ikeya-Seki del 1965 fue visible incluso a la luz del día. El cometa que hubiera chocado con la Tierra debería haber sido aún más brillante. Por otra parte, estos argumentos no son excluyentes, ya que podemos imaginar que un cometa que pase tan cerca del Sol evapore la mayor parte de sus gases, por lo que su cola pudo haber sido más pequeña y por lo tanto menos visible. En esas condiciones para verlo, la gente habría tenido que mirar fija y casi directamente hacia el Sol. Finalmente el cometa postulado podría haber sido más pequeño que un cometa típico. Como podemos ver, no existen argumentos concluyentes de que la catástrofe de Tunguska hubiese sido causada por el choque de algún cometa. La verdad es que tampoco hay razones para creer que no fue así.

Por consiguiente, las especulaciones continúan y tal vez durante los próximos años aparecerán nuevas hipótesis explicativas. Sin embargo, la dificultad es doble. En primer lugar, a medida que pasan los años, las pruebas que necesitamos analizar se van desvaneciendo. Hasta el mismo Kulik encontró la devastación aminorada por nuevos brotes de árboles y para ahora, ya se han repuestos casi totalmente. Sin embargo, lo más importante es que el evento siberiano fue único. No se ha vuelto a repetir y aunque tenemos que agradecer que así haya sido, la carencia de pruebas más recientes y claras dificultan su estudio. Corrientemente los fenómenos naturales los comprendemos por medio de pruebas repetidas. Es decir que si se tiene una teoría acerca de las vorágines o de las trombas de aire, puede esperarse que se vuelva a producir, para así estudiarlas mejor. Si se tiene suerte, las causas se podrán aclarar, pero es más probable que haya que volver a la mesa de trabajo para realizar nuevos estudios con el fin de comprobarlas con el próximo fenómeno natural de ese tipo que se produzca. Sólo por medio de un proceso repetitivo es posible tener una confianza más sólida acerca de la interpretación causal. En este caso de Siberia, es la prueba que se nos niega (ojalá no venga otra).

A todos nos gustan los misterios, pero a nadie le agrada uno que niegue su esclarecimiento y mucho menos todavía a los científicos, que se supone que son quienes deben descifrarlos. ¿Qué puede hacerse en este caso? ¿Cómo podemos llegar a una conclusión y solucionar el enigma, de una vez para siempre? Es algo que tal vez no esclarezcamos nunca.

El espacio es inmenso, aunque posiblemente no sea infinito. Es también inmenso en su profundidad y el universo es mucho más extraño e imprevisible de lo que pueden imaginar los científicos más documentados e intuitivos. Lo que ocurrió en Siberia hace 90 años continuará siendo un misterio.


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