¿Existen otros sistemas planetarios?
( Publicado en Revista Creces, Marzo 1987 )

Las interrogantes sin resolver sobre la naturaleza celeste son tantas como estrellas vemos. Algunas de ellas comienzan a develar sus secretos gracias a la puesta en órbita de un satélite astronómico infrarrojo.

Nuestro amable mundo, la Tierra, con su núcleo fundido llamado magma, compuesto de hierro y metales; su sima o manto de rocas en fusión, de silicio, magnesio, etc., y su corteza exterior, fundida por debajo y sólida por encima, que es la llamada corteza terrestre, sobre la que vivimos, con sus montañas y sus cuencas profundas, junto con su carga de microbios, plantas, animales y seres humanos, gira en torno al Sol dando una vuelta por año. Otros ocho planetas orbitan igualmente en el mismo plano, igual que docenas de lunas, miles de asteroides, miles de millones de cometas e innumerables partículas de finos desechos.

Algunos de estos otros mundos, como Júpiter, son grandes bolas de hidrógeno y de helio. Otros, cómo Marte y Venus, son parecidos a la Tierra. Hay planetas con anillos, mundos con océanos subterráneos, con cinturones de radiaciones intensas, un ambiente caluroso y asfixiante, con grandes relámpagos sobre cimas volcánicas. Lunas formadas totalmente por hielo, valles de antiguos ríos, con edades de miles de millones de años de antigüedad, y con nubes globales de materia orgánica.

Por medio de exploraciones con vehículos espaciales no tripulados por humanos, la humanidad ha ido teniendo conocimiento de la variedad que existe en nuestro sistema planetario y de las maravillas que se vislumbran en aquéllos otros de los cuales ha logrado conocer algo. Nuestra Tierra es un mundo entre muchos otros, todos parientes, todos mezclados y agrupados en torno a la misma fuente de calor y de luz: el Sol.

Si una persona estuviera de pie, sobre la superficie desolada y congelada del lejano planeta Plutón, y mirase hacia arriba, no vería el disco brillante del Sol, sino solamente un punto amarillo de luz desconocida, más brillante que todas las otras estrellas. Podría también distinguir a lo lejos a Júpiter, el planeta de mayor tamaño, y lo vería como un punto luminoso, mucho más débil que el del Sol. Pero la Tierra permanecería totalmente invisible, por ser demasiado tenue para ser percibida.


Limites

Aunque Plutón es el planeta más lejano conocido, en modo alguno señala el límite último de nuestro sistema solar. Tres mil veces más lejos que Plutón, allá en la profunda oscuridad existente entre las estrellas, se encuentra una inmensa multitud de bolas de nieve, con aproximadamente un kilómetro de diámetro cada una, que orbitan en torno al lejanísimo Sol: son los cometas, unos pocos de los cuales vienen a veces volando y navegando hasta el interior del sistema solar.

Como los cometas están ligados gravitacionalmente al Sol, los límites del sistema solar deben encontrarse mucho más allá de la órbita de Plutón. Si el punto estratégico de observación se encontrase entre los cometas lejanos, los planetas de nuestro sistema solar serían totalmente invisibles, y el Sol no sería ya la estrella más brillante del cielo. Si entonces se quisiera comparar el Sol con las otras estrellas, sería natural preguntarse si esas otras estrellas tienen también su séquito de planetas, de lunas y de partículas de polvo cósmico.

Este es uno de los grandes enigmas astronómicos no aclarados aún: el de los cientos de miles de millones de estrellas de la Vía Láctea: ¿Tienen alguna semejanza con nuestro sistema solar? Cuando las estrellas se forman por condensación del gas y del polvo cósmico interestelares, las burbujas más pequeñas de materia: ¿Se condensan siempre en forma de planetas? ¿O existen condiciones necesarias para la formación de planetas, de manera que pudiera ser relativamente rara la formación de sistemas parecidos a nuestro sistema solar?


Hornos estelares

Desde nuestro punto estratégico de observación en la nube de cometas orbitantes, lo que fue deducido triunfalmente en el siglo XVII por los astrónomos terrestres, sería claro inmediatamente: el Sol es una estrella. Esta estrella parece tan brillante porque nosotros vivimos cerca de ella, Las otras estrellas son soles más o menos parecidos al nuestro. Si viviéramos cerca de alguno de esos otros soles, iluminaría nuestro cielo y nos proporcionaría una fuente de calor: cada sol es un potentísimo horno estelar; pero ¿Tienen todos ellos su respectivo sistema solar? ¿Lo tienen la mayoría? ¿Lo tienen unos pocos?

Si deseamos comprender de dónde provino nuestro mundo terrestre y cuál fue el proceso que le dio el ser, nos sería útil estudiar otros sistemas planetarios que estuvieran en diversas etapas de su desarrollo, desde nubes en forma de disco, compuestas de gas y de polvo, rotando en torno de estrellas formadas recientemente, hasta sistemas planetarios maduros, mucho más antiguos que el nuestro. ¿Existen sistemas que, al revés del nuestro, tienen sus planetas más masivos como Júpiter, en el interior, y los livianos, semejantes a la Tierra, los tienen en la parte exterior? ¿Hay sistemas sin planeta alguno y que tienen solamente cuerpos más pequeños, como cometas y esteroides? ¿Podría haber otras clases de planetas, que no se hallan presente en nuestro sistema solar? ¿Tienen las diferentes clases de estrellas, sistemáticamente, diferentes clases de sistemas solares?

Además de nuestro comprensible interés por el origen de nuestro propio sistema y de nuestro propio planeta, es claro que la búsqueda de otros sistemas planetarios se halla vinculado a otra gran interrogante que no ha tenido respuesta: saber si existen en alguna parte otras clases de seres inteligentes. Si existen numerosos y diversos sistemas planetarios, ellos ofrecerían extenso campo en el cual podría haber tenido lugar el origen y la evolución de la vida y el desarrollo de la inteligencia. Pero si otros sistemas planetarios son muy poco comunes, o se hallan totalmente ausentes, nosotros tendríamos que reconciliarnos con una larga soledad cósmica.

Afortunadamente, la búsqueda de otros sistemas planetarios está moviéndose activamente en su fase experimental. Nuestra tecnología actual está -o estará dentro de poco- plenamente adecuada para realizar exploraciones en busca de otros sistemas planetarios en torno a las estrellas más cercanas. Descubrimientos recientes han puesto de manifiesto algunas posibilidades alentadoras.

¿Cómo podríamos detectar otros sistemas planetarios? La detección directa de los planetas de otras estrellas en la luz visible ordinaria sería muy difícil. Los planetas no emiten luz propia, y la luz que reflejan quedaría anulada por el resplandor de la luz emitida por la estrella en torno a la cual orbitan. Pero si miramos por el telescopio, no en la luz visible ordinaria, sino en la luz infrarroja, y si examinamos un sistema y encontramos que tiene gran cantidad de partículas pequeñas, que irradian energía infrarroja hacia el espacio, podríamos tener una oportunidad para continuar indagando.

Además, un planeta masivo al orbitar en torno a una estrella la remolca o arrastra, primero en una dirección y después en otra, periódicamente durante cada órbita. El planeta mismo podría ser invisible, pero como resultado del movimiento oscilante de su estrella podría ser detectable. Estos dos métodos parecen haber tenido éxito este último tiempo.


Iras

Durante la mayor parte de 1983 ya estuvo en órbita en torno a la Tierra un observatorio astronómico robot y autómata. Este observatorio examinaba las radiaciones infrarrojas que llegaban desde todo el firmamento. Llamado IRAS (infrared Astronomical Stallite), este observatorio fue una empresa conjunta de científicos estadounidenses, británicos y holandeses. Entre sus descubrimientos inesperados se contó el hallazgo de una extensa fuente de emisión infrarroja que rodeaba a la estrella Vega. La Vega es la cuarta más brillante del cielo terrestre y se encuentra a unos 26 años luz de distancia de nuestro planeta. Es aproximadamente tres veces más masiva que nuestro Sol, es intrínsecamente más brillante, más azul y más joven. El Sol tiene una edad aproximada de 5 000 millones de años terrestres, mientras que la Vega tiene como máximo solamente algunos cientos de millones de años.

La emisión infrarroja que rodea a la Vega proviene al parecer de un inmenso enjambre de partículas, algunas del tamaño de pequeños guijarros, mientras las más grandes podrían tener tamaño de planetas. Estamos todavía muy lejos de comprender totalmente el significado de esta nube de partículas y de radiaciones que rodean a la estrella Vega; pero es posible que, como lo que estamos viendo, sea un sistema planetario en sus últimas etapas de formación.

Las observaciones radiales e infrarrojas están comenzando a descubrir anillos de restos materiales en torno a las estrellas jóvenes. La estrella HL-Tauri, que se encuentra aproximadamente a 520 años luz de la Tierra y que tiene una edad aproximada de sólo 100.000 años, está rodeada por un disco de partículas compuestas, en parte, de rocas de silicato y de hielos. Radioastrónomos japoneses han encontrado pruebas de un disco inmenso de gas que gira en torno a una estrella joven de la Nebulosa Orión, a unos 1.500 años luz de la Tierra. El ancho grueso de este disco es aproximadamente igual a la distancia existente entre nuestro Sol y la nube de cometas de nuestro sistema solar.


Compañero invisible

La estrella Van Biesbroecker-8 es muy roja y de tamaño pequeño. Tiene una masa de solamente el 10 por ciento de la de nuestro Sol y se encuentra a una distancia de 21 años luz. Esta estrella forma parte de un sistema estelar quíntuple, en el cual la Van Biesbroecker-8 orbita en torno a dos pares de estrellas llamadas Wolf 629 y Wolf 630, las cuales se orbitan a su vez, la una a la otra.

El movimiento de la estrella Van Biesbroecker-8 ha sido estudiado durante los 10 últimos años en el Observatorio Naval de Washington y un equipo de científicos, encabezados por Robert Harrington ha informado sobre pruebas preliminares de una oscilación periódica en este movimiento. Aparentemente, orbita a esta estrella un compañero no visto hasta ahora, con una masa varias veces superior a la de Júpiter.

La órbita de este compañero dura el equivalente a 12 años nuestros. El objeto invisible está a poco más del doble de lejos de su estrella, de lo que está nuestra Tierra del Sol. Los hombres no hemos visto aún este compañero oscuro, por lo cual no podemos estar seguros de que sea un planeta y no una estrella muy pequeña. Pero estrellas de masa tan baja no debieran tener calor suficiente para generar las reacciones nucleares que hacen brillar a nuestro Sol y a otras estrellas. Por tanto, el "compañero invisible" podría ser un planeta gigante, similar a Júpiter.

Este método de "perturbación gravitacional", empleado para detectar acompañantes, fallaría al aplicarse a cuerpos de masa pequeña, como es la de nuestra Tierra; por consiguiente, podría haber numerosos planetas pequeños que estuvieran orbitando también a la enana y roja estrella Van Biesbroecker-8, sin que nosotros lo sepamos. Sin embargo, la Biesbroecker es intrínsecamente tan débil que cualquier planeta semejante a la Tierra tendría sus océanos y hasta su atmósfera congelados sólidos, a menos que estuvieran orbitando extremadamente cerca de su estrella.


Una nueva era

Estos hallazgos claramente son sólo una indicación de lo que vendrá. La respuesta a la interrogante sobre otros sistemas solares se halla todavía en sus primeras etapas. Observatorios especiales con base en Tierra, y otros instrumentos de observación astronómica diseñados en el último tiempo y que trabajan desde el espacio, están comenzando a dilucidar el problema. El observatorio espacial, que se espera será lanzado dentro de los próximos años, podrá contribuir, de manera importante, a escudriñar el misterio. Es posible que nuestra generación esté siendo testigo ya de la llegada de una nueva era de observación astronómica, en la cual podríamos descubrir una diversidad espectacular de sistemas planetarios -en fases diversas de su formación y de su evolución- de los cuales nuestro propio sistema puede ser un ejemplo más o menos típico.

En los próximos decenios es posible que contemos con datos sobre cientos de otros sistemas estelares, algunos de ellos situados a pocos años luz del nuestro. En tal caso, será natural pensar en visitarlos. Ya actualmente hay 4 vehículos espaciales, los Pioneers 10 y 11, y los Voyagers 1 y 2, que se hallan avanzando por trayectorias que los llevarán hasta más allá de nuestro sistema solar. El Pioneer-10 ha cruzado ya la órbita de Plutón. Pero estos vehículos espaciales, a pesar de ser los aparatos más veloces lanzados por el hombre, viajan patéticamente lentos en escala de las distancias interestelares, pues necesitarán varias decenas de miles de años para llegar hasta la estrella más cercana. A pesar de todo, nuestras tecnologías espaciales mejoran rápidamente. Dentro de algunos decenios podríamos tener los medios necesarios para viajar hasta las estrellas más cercanas, en tiempo de vuelo más razonable del que necesitaríamos ahora si quisiéramos hacerlo. Así, podría llegar a ser posible la más fantástica e inagotable aventura emprendida por la especie humana. Antes de eso ocuparemos nuestro tiempo continuando las exploraciones de nuestro propio sistema solar -y más importante aún- en poner en orden nuestra propia casa planetaria.



Carl Sagan.

Laboratorio de estudios planetarios.
Universidad de Cornell, EE.UU.


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