Podría pensarse que las responsabilidades y vicisitudes inherentes a un ejecutivo, a la larga constituirían una amenaza para su salud. Sin embargo numerosos estudios realizados tanto en la sociedad humana, como en especies animales, confirman lo contrario. Aquellos que están en los altos niveles de la organización jerárquica, tienen menos estrés y una vida más saludable, lo que se comprueba tanto por una menor frecuencia de cardiopatías, como por una mayor sobrevida. Si bien estos hechos lo confirman, hasta ahora no se ha encontrado una buena razón biológica que los sustentase. Ahora un estudio reciente, publicado en el Proceedings of the National Academy of Science (2012), arroja cierta luz sobre la materia.
Un grupo de investigadores liderado por Jenny Tung y Yoav Gilad de la Universidad de Chicago, estudian en monos (macaques Rhesus) el impacto bilógico en relación a su estatus social. Los resultados muestran que los monos responden en forma similar a lo que el estudio Whitehall había descrito en los empleados civiles en Inglaterra, en los años de 1960. En ambos (humanos y monos) se comprueba que el mayor riesgo de enfermar está en aquellos que se encuentran en el fondo de la sociedad, lo que se debería a una disfunción de su sistema inmunológico, como consecuencia de la diferente expresión cuantitativa de sus genes. La necesidad de manipular el estatus social para llegar a conocer el mecanismo biológico que sustentaría la diferencia, llevó a los investigadores a replicar el modelo en monos, obviando así las responsabilidades éticas que involucraría manipular el estatus en la sociedad humana.
Tung y Gilad seleccionaron 49 macaquos hembras de mediana edad (se seleccionaron hembras porque en ellas habían realizado anteriormente numerosos trabajos) y las dividieron en grupos de cuatro o cinco. Ellos pudieron ir registrando en cada grupo, el rango individual de cada mono por el orden en que se incorporaban al grupo (cada vez que se incorporaba un nuevo mono, casi siempre este adoptaba el rol de subordinado en relación al resto que ya llevaba un tiempo). Una vez establecida la jerarquía, se iniciaban los exámenes de sus muestras sanguíneas para determinar los efectos bioquímicos en relación a ella. y en particular en la expresión de varios genes seleccionados.
En cada animal determinaron la expresión de 6.097 genes (30% de su genoma). Buscaron correlacionar el rango social y la actividad de sus genes, encontrando que esta se producía en 987 genes. Algunos de ellos eran más activos en los individuos de alto rango; otros eran más activos en los de rango menor. La relación fue más clara al analizarlo también al revés. Es decir; a partir de una muestra de sangre y sin ninguna otra información, fue posible predecir el estatus de cada individuo con una acuciosidad de un 80%.
El paso siguiente de los investigadores estuvo destinado a averiguar qué es lo que codifican cada uno de estos genes. Encontraron que en un porcentaje importante, regulaban diversos aspectos del sistema inmunológico. En particular los individuos de bajo status mostraron mayor actividad de genes asociados con la producción de señales químicas en células inmunológicas, como también en genes asociados al proceso de inflamación (una respuesta inmune generalizada que compromete tejidos inflamados con incremento de la actividad inmunológica).
Finalmente el equipo de investigadores trató de analizar el mecanismo que condicionaba esta diferente expresión de los genes. En coincidencia con trabajos anteriores encontraron que los individuos de alto y bajo riesgo, mostraban niveles diferentes de la hormona llamada glucocorticoidea (cortisona), producida por las glándulas suprarrenales, que se sabe regula la actividad del sistema inmunológico y la respuesta al estrés. Encontraron cambios en la mezcla de células dentro del mismo sistema inmunológico. Pero lo nuevo e interesante, es que descubrieron evidencias de cambios epigenéticos, diferentes entre los individuos de diferentes status.
La epigenética es un proceso molecular por la cual se activan o desactivan los genes, lo que ocurre por la presencia o ausencia de estructuras químicas llamadas grupos metilos o acetilos que se unen a ellos
(El medio ambiente, la epigenética y el tejido cerebral). El Dr Tung y el Dr Gilad encontraron que la forma de metilación de los genes era sistemáticamente diferente en relación al rango de los animales (altos o bajos respectivamente). Pero lo que era más trascendente es que estos cambios pasaban a las células hijas cuando estas se dividían, con lo que se perpetuaban en el animal a lo largo de su vida. Es decir, las marcas epigenéticas eran las que en definitiva creaban el estatus social y este se mantenía en la medida que las célula se multiplicaba.
¿Está fijado el destino?
Los que creen en el esfuerzo en alcanzar el progreso, pueden estar tranquilos porque la epigenética no necesariamente fija el destino. Los grupos metilos pueden ayudar a mantener el estatus quo, pero si este se interrumpe por factores externos, pueden eliminarse y otros nuevos entran a reemplazarlos.
El Dr Tung y el Dr Gilad descubrieron esto, al observar que unos pocos monos cambiaron el estatus dentro de sus grupos. Cuando esto sucedió, rápidamente cambió la expresión de los genes, acomodándose al nuevo estatus. Los que se liberaron de su bajo estatus, comenzaron casi inmediatamente a cosechar los beneficios de salud correspondientes.
Está claro que las conclusiones de estos estudios en animales, no se pueden extrapolar directamente a los seres humanos. Pero ellos pueden usarlos para diseñar nuevas hipótesis de trabajo que permitan confirmar o rechazar lo observado en animales.