Marihuana en los primeros mil días del desarrollo cerebral
( Creces, 2015 )

Hasta hace algunas décadas se pensaba que el cerebro era un órgano muy rígido, al menos en su estructura. El célebre anatomista y premio Nobel, Ramón y Cajal afirmaba que el cerebro era fijo e inmutable: Pueden sus células morir, pero nunca se podrán regenerar (1). Este concepto pareció confirmarse al comprobar que era el único órgano que ya en el momento de nacer, o muy poco después, alcanzaba su número definitivo de células (neuronas), las mismas que persistían durante toda la vida, sólo destruyéndose algunas en la medida que se envejecía. Esta particularidad lo diferenciaba de todos los demás órganos, cuyas células en un proceso continuo, van envejeciéndose y renovando de acuerdo a los requerimientos de sus funciones metabólicas. Por estas características propias se consideraba que el cerebro estaba genéticamente determinado y que era escasa la influencia de factores externos, propios del medio ambiente, pudieran tener en su desarrollo.

Sin embargo en los últimos años estos conceptos han variado fundamentalmente. Se ha comenzado a conocer las complejidades y funciones del tejido cerebral y lo vulnerable que las neuronas son a factores ambientales, ya sea durante su desarrollo intrauterino, como también durante los primeros años de vida (2). Si bien es cierto que últimamente se ha comprobado que se pueden regenerar algunas neuronas, ello sucede en forma muy limitada y circunscrita a una zona específica del cerebro, el hipocampo (3). El hecho que las neuronas después de nacer no se multipliquen, explica que ellas sean inmunes al cáncer (4) (los tumores cerebrales se inician exclusivamente a partir de las glías, las que si se renuevan y multiplican a lo largo de la vida).

Ya durante las primeras semanas del embarazo, las neuronas del feto comienzan a multiplicarse y diferenciarse muy activamente (250 mil por minuto en las últimas etapas del embarazo), según vayan a ser sus futuras funciones (se han descrito 50 tipos de neuronas diferentes). Simultáneamente, cada una de los diferentes tipos de neuronas, inician su migración a su ubicación definitiva en la corteza cerebral. No se sabe como cada tipo de neurona, sin equivocarse, migra desde su sitio de división y diferenciación, a la zona de la corteza cerebral que le corresponde, aun cuando se ha comprobado que en ello juegan un papel importante las células gliales, que parecen guiarlas en su migración. Al momento de nacer o muy poco después, el cerebro ya posee el total de sus neuronas, con un peso aproximado de 50 gramos. De allí en adelante, se inicia una etapa de desarrollo y crecimiento muy rápido, de modo que a los catorce meses de edad este llega a pesar 900 gramos, lo que representa el 80% de su peso definitivo (a esta misma edad, el hígado alcanza solo el 25% de su peso definitivo). Durante este período el cerebro crece a razón de 2 miligramos por minuto y su actividad metabólica es muy intensa, consumiendo entre el 20 al 30% del total de las calorías que ingiere.

La velocidad de crecimiento está dada por la necesaria organización que debe darse en su compleja estructura, que requiere que el cerebro funciones como un todo. Para ello, a diferencia de los demás órganos del cuerpo, se necesita de una perfecta y casi instantánea interconexión entre todas las neuronas que lo componen. Después de nacer el crecimiento no es debido a que sus neuronas se están multiplicando, sino que su estructura se está organizando para llegar a desarrollar su compleja actividad. Es así que el crecimiento se debe a que se va estableciendo el llamado "cableado cerebral", o proceso de conexión inter neuronal, que aun no se conoce como se llega a establecer, pero que es indispensable para permitir el rápido envío de estimulaciones eléctricas que constantemente deben pasar de una zona a otra del cerebro para que este pueda funcionar como un todo. Es durante esta etapa que su estructuración esta directamente influida por factores ambientales. Como para cada niño el medio ambiente es diferente, su cableado es también diferente, no habiendo desde este punto de vista dos cerebros iguales.

En el momento de nacer, un lactante tiene aproximadamente 100 mil millones de neuronas, cada una de las cuales puede producir 15.000 sinapsis (conexiones) y la mayor parte de ellas se establece durante los primeros tres años de vidas. En condiciones normales, a estas edades las conexiones neuronales son tales, que se calcula que en un milímetro cúbico de corteza cerebral, se entrecruzan 900 millones de sinapsis (5). Cada una de ellas va cubierta por una capa lipídica aislante, la mielina, necesaria para facilitar la rapidez y fidelidad de las conexiones. La suma de toda esta estructura cerebral (neuronas y glías) explica que el cerebro actúe casi instantáneamente como un todo, pero aun desconocemos como realmente este funciona. Se desconoce enteramente estímulos eléctricos que circulan entre los miles de millones de neuronas, llegan a traducirse en lo que llamamos "la mente", en experiencias subjetivas y percepciones del mundo externo: en emociones, decisiones, reflexiones, inteligencia y finalmente conciencias de si mismo. Desconocemos como señales eléctricas neuronales de cientos de miles de neuronas nos permite aprender, recordar y desarrollar una capacidad de juicio. Sabemos eso si que la instalación de este ignorado proceso es directamente dependiente de estímulos emocionales y cognitivos propios del medio ambiente. Es que el programa genético contenido en el DNA depende en gran medida de medio ambiente favorable y acogedor.

Es así como el proceso de interconexiones neuronales está directamente condicionado por influencias medio ambientales. En esas etapas del desarrollo un medioambiente desfavorable dificulta y distorsiona la expresión del programa genético, pudiendo dejar secuelas por el resto de la vida. Es así como deficiencias alimentarias, tanto calórica como de nutrientes específicos pueden dificultar la expresión del programa genético dejando secuelas que pueden durar por toda la vida. Del mismo modo la deprivación social y afectiva impactan en el desarrollo cerebral. En este sentido la expresión total del potencial genético, depende no solo del programa genético, sino también de la adecuada estimulación cognitiva y emocional del medio ambiente durante los primeros períodos de la vida (6).

Protección cerebral. La enorme complejidad de la función cerebral, ha llevado, mediante la selección natural, a desarrollar mecanismos de protección del tejido cerebral. Para ello se ha formado una caja ósea rígida (cráneo) que lo contiene y protege del medio ambiente. Pero más allá del riesgo de traumatismos ha desarrollado también defensas frente a estructuras biológicas perniciosas ajenas que puedan interferir en los delicados y complejos procesos mentales, ya que muchas de ellas, aun en muy bajas concentraciones, pueden producir desastrosos efectos interviniendo en los procesos biológicos cerebrales que se exteriorizan rápidamente en alteraciones de la percepción, de la conciencia, la coordinación o la memoria, o interfieren en la personalidad, perdida de la capacidad reflexiva o inhibición de reflejos motores, o reacciones lentas con dificultades en el lenguaje. Se trata de estructuras biológicas que llegan directamente a la sangre al inhalarse o provienen por vía digestiva. Para impedir que por la sangre lleguen al cerebro, la selección natural ha desarrollado la llamada "barrera hematoencefálica", que permite aislar al cerebro de la circulación sanguínea. Ella está ubicada en la pared interna de los pequeños vasos sanguíneos que irrigan el tejido cerebral. Es lo suficientemente selectiva para permitir el libre acceso de la glucosa y el oxígeno, elementos necesarios para producir el ATP que sus células necesitan con avidez. De no existir esta barrera el cerebro estaría constantemente expuesto a muchas substancias nocivas, que aun en pequeñas dosis interferirían en su funcionamiento, produciendo desde cambios en el estado de ánimo, hasta hacer inviable su supervivencia. Para que un compuesto pueda atravesar la barrera tiene que ser muy pequeño, menor de 500 kilodaltons, como son los fármacos antidepresivos, antisicóticos y estimulantes del sueño, o tener una estructura lipofílica como el alcohol, la cocaína, la heroína o la marihuana. Por el contrario, el 98% de los medicamentos, al no reunir estos criterios, no pueden cruzar la barrera o lo hacen en muy pequeñas cantidades.

A nivel de la neurona existe otra barrera, constituida por la membrana externa que la recubre. Para penetrarla deben ser reconocidas por proteínas receptoras que se encuentran insertas en la misma membrana. Se han descrito varias de ellas que permiten reconocer sustancias del propio organismo, como son las hematoencefalinas, la insulina, la transferrina, el factor de crecimiento semejante a la insulina, la leptina y la lipoproteína de baja densidad. Desgraciadamente, a pesar de su especificidad, también esta última barrera puede ser superada por sustancias extrañas. Se sabe que elementos químicos, ajenos al organismo humano, por razones no bien conocidas, son reconocidas por estas proteínas de membrana y permiten su introducción al interior de la neurona. Algunas de ellas son substancias naturales que se encuentran como elementos activos en muchos vegetales. Tal es el caso de la morfina y la marihuana. Muchas de estas substancias, al ingerirse en forma crónica, dificultan la actividad metabólica del tejido cerebral y lo obligan, por razones de supervivencia, a desarrollar vías metabólicas aberrantes que dejan secuelas persistentes que se expresan más tarde en diversas sensaciones mentales.

La marihuana. Bien sabemos que las aparentes sensaciones nuevas que inducen las drogas, no son tales. Ellas corresponden a la expresión de una toxicidad, que diferentes drogas y el alcohol ejercen a nivel de la bioquímica cerebral. Es a través de interferir y bloquear el normal metabolismo cerebral que las drogas impiden el uso de la propia razón, desconectando la propia realidad, haciendo aparecer sensaciones como si fueran nuevas. El uso continuo de ellas llega a alterar definitivamente el normal funcionamiento neuronal. Una de ellas es la marihuana, la que de acuerdo al National Institute of Drug Abuse (NIH, de USA) su uso mantenido es definitivamente tóxico y aditivo (7). La creciente popularidad del consumo de marihuana, especialmente entre los 15 y los 30 años de edad, y el consecuente impacto en el adolescente, ha llevado a preocuparse de su efecto durante el embarazo y los posteriores primeros periodos de vida extrauterina, cuando el tejido cerebral está en sus primeras etapas de formación y es especialmente vulnerable a bloqueos metabólicos producidos por substancias biológicas extrañas. Según la OMS, Chile tiene el primer lugar en el consumo de marihuana en Latino America (14.3 % de la población contra 8.2% de Argentina y 2.4% en Peru). Según el Mental Health Service Administration, la marihuna es en la actualidad la droga más usada por las mujeres embarazadas en las sociedades Occidentales (8), lo que es una razón más de preocupación, dado la plasticidad cerebral de este periodo de la vida y sus consecuencias posteriores.

Dado la naturaleza lifofílica del tetrahidrocannabino (THC), no extraña que penetre fácilmente la barrera feto placentaria (9) y también se excrete en la leche materna (10). El riesgo para el cerebro infantil es aún mayor, dado que en los últimos años se ha comprobado que la marihuana confiscada contiene muy altas concentraciones de TCH, con lo que se estaría exponiendo al feto y al lactante (por la lactancia materna), a cantidades elevadas de THC durante el período más vulnerable del desarrollo cerebral (11).

Ya desde hace algunos años se han descrito algunas diferencias objetivas en hijos de madres consumidoras de marihuana, como un menos peso al nacer y una menor talla, con daños semejantes a lo que produce la ingesta de alcohol (síndrome fetal alcohólico) (12). Parece ser que la marihuana durante el embarazo altera el desarrollo del sistema vascular del feto en la misma forma que lo hace el alcohol (13). Se ha descrito también que ella afecta el desarrollo neuronal fetal, lo que podría explicar posteriores alteraciones en el comportamiento (14). La exposición de la marihuana durante el embarazo se asociaría con posteriores problemas del comportamiento, detectables a los 18 meses de edad, especialmente en niñitas (15). Sus manifestaciones se han descrito como semejantes a las producidas por el alcohol e incluso más severas (16). Sin embargo otros estudios no confirman estos hallazgos (17-19).

A pesar de la creciente preocupación han sido escasos los estudios de seguimiento a largo plazo del efecto de la marihuana ha tenido durante el embarazo. Sin embargo, existen dos estudios que por el número de casos y el tiempo de seguimiento, son importantes considerar. Uno, denominado: "Ottawa Prenatal Prospective Study" (OPPS) y el otro: "Maternal Health Practices and Child Development" (MHPCD). El OPPS se ha realizado en madres canadienses de clase media, de bajo riesgo social, en el que se estudió cohorte de niños a largo plazo, el impacto del tabaco y la marihuana durante el embarazo (20). El otro, el MHPCD, se estudió en madres de un estatus socio-económico bajo, de etnicidad caucásica y africana (50 y 50%), en Pittsburgh Pennsylvania. (21).

Cuando los niños alcanzaron la edad escolar, entre 5 y 6 años, el efecto de la marihuana prenatal, fue divergente. Los niños expuestos en el cohorte OPPS, no parecieron tener déficit en la memoria (22), mientras que los del cohorte MHPCD desarrollaron un significativo déficit de la memoria de corto plazo, lo que correlacionaba muy significativamente con la exposición durante el segundo trimestre del embarazo (23). A su vez los niños del cohorte OPPS tuvieron valores significativamente inferiores en los test que medían la mantención de la atención, mientras que los del cohorte NHPCD tuvieron mejor atención (24). Ambos grupos presentaron un incremento de reacciones compulsivas y comportamientos hiperactivos, deficiencias para resolver problemas y dificultad para permanecer atentos. Evaluaciones posteriores, entre los 9 y12 años de edad, demostraron problemas de depresión, hiperactividad y reacciones impulsivas (21, 26-28) las que hacían sospechar déficit de procesos cognitivos y fallas de atención. Mas tarde, en la adolescencia, los del cohorte MHPCD, que fueron sometidos a una fuerte exposición a la marihuana prenatal, presentaron comportamientos delictivos dos veces superiores a los del grupo control, que no fueron expuestos a la marihuana prenatal (25).

Mas objetivamente, en un estudio reciente con imágenes de resonancia magnética del cerebro de niños entre 10 y 14 años que habían sido expuestos durante el embarazo a diversas drogas, incluyendo marihuana, mostró evidencias de una disminución de la materia gris y del parénquima cerebral (29). Por otra parte, se han descrito alteraciones moleculares y bioquímicas cerebrales en fetos fallecidos, que habían sido expuestos a la marihuana durante el embarazo (20). Se ha encontrado una disminución en los niveles de mRNA para pro-encefalina en el striatum, un incremento del receptor µ- opioideo en la amígdala y una disminución del receptor k-opiodeo en el tálamo medio dorsal. Estos hallazgos sugieren que el receptor estriatal de las estructuras límbicas cerebrales sería vulnerable a la marihuana (30).

En resumen se puede afirmar en base a las evidencias descritas en la literatura mundial, que el consumo de marihuana en forma mantenida durante el embarazo afecta en forma profunda y variable el desarrollo del cerebro fetal, llegando a producir alteraciones moleculares y bioquímicas que son clínicamente detectables al nacer y muy especialmente mas tarde por las deficiencias y anomalías mentales que se evidencian durante los proceso de aprendizaje. Aun cuando se requiere de mayor investigación, en la actualidad ya se cuenta con más que suficiente evidencia científica para advertir del riesgo a quienes deciden las políticas de salud.

Fernando Mönckeberg
Universidad Diego Portales



Bibliografía:
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