La memoria de largo plazo parece residir en una red de proteínas y azucares que rodea a las neuronas y no en las neuronas mismas.
( Creces, 2016 )

En el año 1898, el biólogo italiano Camillo Golgy, observando al microscopio un corte de tejido cerebral, comprobó la existencia de una red que envolvía a muchas neuronas. Constató el hecho, pero no se pronunció a cerca de su función. Después de él otros histólogos y biólogos afirmaron que la red que había observado Golgy no era tal y que ello correspondía a un artefacto de la técnica de teñido que él había utilizado. Desde entonces nadie más la mencionó ni tampoco ofreció explicación de su existencia. Pero recientemente, durante la reunión anual de la Sociedad de Neurociencia (USA 2015), otros investigadores entregaron nuevas evidencias de su real existencia, afirmando que los agujeros que se observaban en esta red podrían corresponder al lugar en que se almacena la memoria de largo plazo.

La red peri neuronal (PNN), como ahora se le conoce, está constituida por una armazón de proteínas y azucares, estructuradas en forma tal que dan la apariencia de un tejido cartilaginoso. En la Reunión Anual, Sakina Pálida, de la Universidad de California, San Diego, presentó nuevos hallazgos que confirmarían que el rol de la PNN controlaría la formación y función de las sinapsis, las uniones microscópicas entre las neuronas que les permite comunicarse entre sí y con ello desarrollar y consolidar el proceso de aprendizaje y el almacenaje de la memoria.

Una de las grandes incógnitas de la neurociencia es como se almacena la memoria en el cerebro, especialmente la memoria de largo plazo. Podría pensarse que esta se almacena en el interior de las neuronas, pero se sabe que las proteínas en su interior están siendo reemplazadas constantemente. Así por ejemplo, se sabe que este reemplazo sucede dentro de un margen de un par de días a unas pocas horas. ¿Cómo entonces ellas podrían retener información por décadas? Robert Tsien, premio Nobel de Química, recientemente comenzó a explorar la posibilidad que los PNNs pudieran ser los que tuvieran este rol de almacenaje de la memoria. Experimentalmente observó que destruyendo la red en algunas regiones cerebrales podía borrar completamente la memoria, como también revertir la dominancia ocular (la tendencia a preferir el estímulo proveniente de un ojo sobre el otro), lo que se desarrolla tempranamente durante la maduración (Las impresiones y el conocimiento comienzan a generarse durante la vida fetal) (Science, 4 septiembre 2009, p.1258). Otras experiencias agregan nuevas sugerentes evidencias ya que nuevos estudios ligan PNNs anormales a desordenes cerebrales, como por ejemplo la esquizofrenia y una forma rara de interacción intelectual llamada síndrome Costello.

Tsien y su grupo comenzaron a estudiar la durabilidad de los PNNs como para ver si ellos pudiesen ser tan durables como para almacenar la memoria a largo plazo. Fue así como confirmaron que las proteínas contenidas en los PNNs en las ratas, podían sobrevivir por lo menos 180 días, lo que corresponde casi a la mitrad de la vida de una rata. Con la ayuda una nueva tecnología fluorescente desarrollada por Pálida, demostraron que los PNNs estaban muy repartidos en el cerebro, y no como se creía hasta ese entonces, limitados a algunas áreas cerebrales.

Luego Pálida y sus colaboradores, también estudiaron si los PNNs interactuaban con las sinapsis, las que se piensa que se van formando y engrosando en la medida que la memoria se va estableciendo y que también se adelgazan y hasta desaparecen cuando esta se borra. Para ello cultivaron neuronas en una placa de petri y permitiendo que allí los PNNs se desarrollaran y las envolvieran. Luego trataron las células con BDNF, una substancia química cerebral que estimula a las neuronas para que formen conexiones. Al observarlas bajo microscopía electrónica comprobaron que cuando emergen las nuevas conexiones, estas se apretaban en nudos, densificando el enrejado y simultáneamente desarrollando agujeros abiertos, como si se acomodaran para una nueva conexión.

En otro experimento el grupo encontró que en ratas genéticamente modificadas para que faltara una enzima que normalmente degrada los PNNs, estas no aprendían y no formaban nuevas memorias. Todo este nuevo conjunto de experimentos comienzan a revelar como se almacena la memoria en el cerebro. Ahora falta demostrar en el animal vivo, como esta va cambiando en el tiempo. Ello es posible combinando las técnicas de animales transgénicos con la observación directa de los PNNs mediante la tecnología fluorescente de seguimiento (Implantación de memorias falsas en ratas).

Estas nuevas observaciones parecen ser pioneras para comenzar a comprender la interrelación entre las relaciones químicas cerebrales que ya conocemos (neurotransmisores) y su traducción a experiencias subjetivas frente al mundo externo, lo que llamamos "la mente", "la inteligencia", "la memoria" y el desarrollo de "la personalidad". Es esa transformación entre la química y el espíritu lo que nos falta conocer en el verdadero funcionamiento cerebral.



0 Respuestas

Deje una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados.*

Buscar



Recibe los artículos en tu correo.

Le enviaremos las últimas noticias directamente en su bandeja de entrada