El complejo CRISPR en los alimentos transgénicos
( Creces, 2017 )

Desde hace algunos años ya ha sido posible modificar genes en células de plantas, cambiando sus estructuras, ya sea para incrementar sus cosechas, prevenir enfermedades o inducir en ellas nuevas características. Sin embargo, la aplicación de las técnicas desarrolladas actuaba a ciegas y sin precisión, con riesgos de efectos adversos no deseados por alteraciones en genes cercanos. Ahora ya es posible ubicar un gene específico con gran precisión dentro del genoma de una célula animal o vegetal y proceder a modificarlo o substituirlo sin afectar a otros. Ello se ha logrado por la tecnología del CRISPR, que permite inducir con precisión mutaciones en genes específicos o incluso insertar un nuevo gene en su reemplazo.

Cuando el ser humano dejó de ser recolector y cazador, hace aproximadamente 10 mil años, y comenzó a producir sus propios alimentos, su agricultura fue muy laboriosa y de escasos rendimientos. Poco a poco fue aprendiendo a seleccionar semillas, con las que iban obteniendo mejores rendimientos. Aquellas que en el año anterior habían generado mejores cosechas, las volvía a plantar y por este mecanismo de selección, después de décadas y centurias, fueron logrando mejoramiento en sus cosechas.

Fue sólo en el siglo XX, cuando dos revoluciones tecnológicas cambiaron el proceso substantivamente: La primera (basada en los principios genéticos de Mendel), permitió producir cruzamientos inducidos de semillas, logrando incrementos substantivos en sus cosechas. Gracias a ello, en los siguientes 40 años, se incrementó al doble la producción mundial de alimentos. La segunda, más reciente, gracias al desarrollo de la ingeniería genética, hizo posible la introducción en la semilla, de genes específicos de otras especies o plantas, logrando que ellas desarrollaran diversas cualidades que las hicieron más atractivas. Estas fueron las llamadas “semillas genéticamente modificadas" (Incrementar la cosecha por ingeniería genética). Las primeras transferencias exitosas de genes se lograron en la década de los ochenta, magnificándose así su producción en los años posteriores. En el año 1998, se logró que más del 20% del algodón y el 40% de la soya cultivada en los Estados Unidos, tuvieran incorporados en sus semillas un agente de resistencia a herbicidas, con lo que resultaban inmune a ellos.

Mientras que los agricultores americanos rápidamente aceptaron estas nuevas tecnologías, no ha sucedido lo mismo en Europa, donde los activistas han declarado una guerra al desarrollo de semillas genéticamente modificadas, como también a los productos que se elaboran a partir de ellas. Las campañas orquestadas por estos grupos han conseguido llegar a preocupar al público, provocando dudas acerca de posibles riesgos que podrían derivarse de su utilización. Ellos arguyen que los alimentos que contienen productos modificados genéticamente pueden ser fuentes de toxinas o alérgenos, ya sea porque algunos de los genes que se insertan en las plantas no se encuentran normalmente en la dieta o porque la introducción de un gene extraño podría llegar a alterar o interferir la acción de otros genes, creándose así nuevas toxinas o alérgenos.

Aun cuando es fácil (y necesario) ensayar estas plantas modificadas para detectar la posible producción de toxinas o su capacidad alergénica, ellos arguyen que eso no basta, ya que el efecto deletéreo puede exteriorizarse por el consumo a largo plazo. Sin embargo, semillas como la soya y tomates manipulados genéticamente, han estado en el mercado por más de veinte años y hasta ahora no se ha denunciado ninguna evidencia de toxicidad o alergenicidad (Manipulación genética de los alimentos). A pesar de estas evidencias, la campaña en su contra a llegado a estigmatizarlos restringiendo su comercialización. Es así como en muchos supermercados de países europeos los han eliminados de sus consolas. Estados Unidos, también los ambientalistas han lanzado campañas similares, pero su rechazo no ha sido tan determinante.

Como ha ido avanzando la tecnología

Dentro de las críticas, es cierto que la mayor parte de estas modificaciones de semillas se han logrado induciendo cambios genéticos traumáticos, mediante tecnologías mutagénicas que actúan a ciegas, ya sea sometiendo semillas a radiaciones iónicas, o utilizando en su manejo substancias químicas que en alguna forma pueden impactar en la estructura de su DNA. Las tecnologías empleadas buscaban que la manipulación al azar resultara en nuevas características que fueran favorables. Luego de multiplicarlas, se aprovechaban para su comercialización. El hecho es que hasta ahora los alimentos procesados genéticamente se han logrado a través de algunos de estos procedimientos traumáticos ciegos, justifican en parte sus críticas. Sin embargo, su consumo masivo ha demostrado ser ventajoso, ya que hasta ahora no se han observado daños en la salud de los consumidores (David Fredman: ¿Are Enginered Food Evils? Scientific American, Septiembre 2013: 80-85).

Pero en la actualidad la tecnología de "manipulación genética", ha progresado en tal forma que permite actuar con gran precisión sobre genes específicos del genoma, tanto de plantas como de los animales (Ya parece ser una realidad la microcirugía de genes). La nueva tecnología empleada, se ha llamado CRISPR, que, mediante un complejo formado por un trozo de DNA, permite ubicar un gene determinado dentro del genoma y luego mediante una proteína llamada Cas9, actuar sobre él, ya sea para activarlo, desactivarlo o simplemente modificar su estructura. Su precisión permite manipular un gene con gran precisión y mínima perturbación de otros. De esta forma, la manipulación genética no necesita la introducción de ningún nuevo gene extraño, tanto es así, que la última declaración del Animal and Plant Health Inspection Service (APHIS) de U.S.A. ha afirmado que ya el proceso no necesita ser regulado por el Genetic Modified Organism. Los científicos están optimistas que ya esperan que no habrá críticas para la aplicación de esta nueva tecnología de manipulación genética. Su descubrimiento ha sido catalogado como el más trascendental avance de la biología de los últimos años y ya han aparecido más de 80 publicaciones de manipulación genética de semillas y célula germinales (Science: 2013; 341:833-36).



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