Ser madres en nuestros propios términos
( Publicado en Revista Creces, Julio 1985 )

"Hemos aprendido bien el valor de una maternidad escogida, de la autonomía y plenitud que ella trae y lo que puede ser una relación sexual sin temores".

Estimadas autoridades de la salud, de la justicia, eclesiásticas y planificadoras del país.

No es fácil para mujeres anónimas dirigirse a ustedes. Están tan lejos de nosotras, tan ocupados en su trabajo, tan preocupados del devenir de nuestras almas y de nuestros cuerpos. Aun así queremos contarles algunas cosas que nos parecen importantes. No se trata de nada muy denso ni muy complicado, es sólo un corto relato de lo que significa ser mujer en edad fértil, cómo nos afecta en lo profundo, cómo lo vivimos cada día y cada noche.

Es perfectamente cierto que la posibilidad de regular de alguna forma la cantidad de hijos que queremos tener ha marcado un hito importantísimo en nuestras vidas, ha cambiado por completo nuestra visión de la maternidad, nos ha transformado en personas más maduras y menos dependientes, nos ha permitido salir de la casa y tener mundos más propios. Entre la generación anterior y la nuestra existe esa tremenda y marcada diferencia: el acceso a los anticonceptivos.

Estamos conscientes de cuánto debemos a los científicos e investigadores que hicieron esto posible. Fueron muchos años de arduos experimentos, para llegar finalmente a dar en el clavo con la píldora o los dispositivos intrauterinos. Después las autoridades de la salud se encargaron de implementarlo a nivel más masivo. En consultorios y clínicas se les explicó a las mujeres el uso de cada método y sus riesgos, y se les entregó gratuitamente lo que necesitaban para aplicarlo en su propio cuerpo. Los planificadores apoyaron entonces estos programas con cargo a fondos públicos, fomentando el concepto de la paternidad responsable, y sosteniendo que la sobrepoblación es un impedimento para el desarrollo.

Como frente a otras cuestiones de esta índole, las autoridades eclesiásticas debieron pronunciarse. Su posición fue y ha sido reiteradamente negativa a los métodos llamados artificiales, ya que el matrimonio tiene como fin la procreación y ella no puede ser impedida. No es ésta la ocasión para entrar en una polémica de tipo moral donde se juegan convicciones profundas. Nos interesa más bien cómo ello ha afectado en la práctica a tantas mujeres creyentes y observantes, en el sentido de la pugna entre sus conciencias y lo que "debían" hacer. No sabemos cómo ha aquietado esas conciencias, sí sabemos que muchas han optado por los sistemas más seguros, es decir, los artificiales.

Por supuesto que hubo opositores importantes a estas políticas. En su mayoría fueron (y son) hombres juiciosos y eruditos que sostienen que la decadencia de la mujer -y por lo tanto de la familia- es consecuencia directa de la "libertad" adquirida al poder manejar a su voluntad su propia fecundidad. Tampoco queremos entrar en polémica con ellos, están demasiado lejos de nosotras, no entendemos su postura, ni ellos para nada la nuestra.

A pesar de todo, entre discusiones morales, médicas, demográficas, sociológicas y religiosas, por un par de décadas hemos podido de una u otra forma ordenar en algo nuestras propias vidas y tener los hijos que nos sentimos capaces de querer, criar y educar según nuestros medios y nuestros proyectos propios. Y esto ha sido cierto aun para las grandes mayorías de mujeres, con poquísimos recursos que, apoyadas por la matrona del consultorio, lograron poner en práctica el método escogido.

Resulta que de repente nos empiezan a confundir por todos lados. De otros países llegan informes aterradores sobre las consecuencias de la píldora, que la cantidad de estrógeno, que el cáncer, que la frigidez. Los dispositivos intrauterinos son abortivos y por lo tanto inaceptables, además provocan hemorragias, no son confiables y también dan cáncer. Las jaleas, óvulos locales, diafragmas y preservativos fallan en altos porcentajes y son dañinos por otras tantas razones. Al mismo tiempo se reactivan las objeciones morales, a las que se suman las autoridades de la justicia. Los encargados de la salud, impulsados por los planificadores, quienes deciden que necesitamos más niños para el país, bajan al mínimo o suspenden los programas gratuitos. Aparece con más vigor que nunca la gran solución: los métodos así llamados naturales.

Está bien, muy bien que ustedes se preocupen de nosotras, que investiguen, nos informen, nos enseñen y nos adviertan sobre los peligros y las inseguridades de cada método. Ese es su trabajo. Pero sí queremos que sepan una cosa: nosotras ya sabemos todo lo que ustedes nos han dicho, lo hemos vivido, lo hemos sentido.

Nosotras hemos sentido todos y cada uno de los efectos secundarios de la píldora: jaquecas, desarreglos hormonales, falta de deseo sexual, malestares de todo tipo. Hemos sentido el dolor y tironeo de los dispositivos, hemos tenido menstruaciones que parecen desgarramos las entrañas y hemorragias que nos han llevado a la posta. Hemos probado cuanta jalea, spray, óvulos blancos y amarillos que ha producido el mercado, pasando por el horror que significa introducirlos y tener que interrumpir una ansiada y buena relación sexual. Hemos abierto las piernas ante cualquier cantidad de ginecólogos y matronas para ser hurgadas, investigadas y medidas. Hemos intentado, como una esperanza de liberación, los métodos naturales del ritmo, Ogino y Billings, sabiendo que la abstención a la que llaman no es buena para ninguna pareja y que en muchos casos nuestra propia pareja no está dispuesta a pasar por ello.

También hemos vivido la angustia que trae un embarazo no deseado cuando todo esto falla, la culpa y la desesperación de haber concebido un hijo y no estar seguras de poderlo criar, querer y educar como nos gustaría. ¿Tienen ustedes alguna idea de lo que eso significa? Y el aborto, ¿Se imaginan lo que es plantearse siquiera la posibilidad sabiendo que infringimos la ley, la moral y nuestros propios instintos más primitivos? Sí..., hemos pasado por todo esto y mucho más. Sabemos que es el precio que tenemos que pagar por ser mujeres y madres. Estamos dispuestas a pagarlo por alto que sea, pero estamos cansadas.

Estamos cansadas de ser objeto de tanta manipulación contradictoria, de ser confundidas y asustadas por los que saben más que nosotras, de no sentirnos dueñas de nuestros cuerpos, de estar sujetas a las penas del infierno concentradas en una píldora, de vernos en el constante temor de perder una de las pocas libertades conquistadas. Porque ya hemos aprendido bien el valor de una maternidad escogida, de la autonomía y la plenitud que ella trae, y lo que puede ser una relación sexual sin temores. En esto ya no hay vuelta atrás..., no habrá fuerza humana ni divina que nos pueda convencer ahora de "tener todos los hijos que vengan". Sigan por favor investigando, informándonos, guiándonos y planificando a partir de esta realidad, no de la que ustedes creen nos conviene. No se contradigan, sean constantes en sus políticas. Jamás renunciaremos a ser madres, pero queremos serlo en nuestros propios términos.



Nena Serrano

Abogado



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