Las plantas hidroeléctricas y su impacto ecológico
( Publicado en Revista Creces, Noviembre 1996 )

Pareciera ser que producir electricidad aprovechando la caída del agua (plantas hidroeléctricas), a diferencia de las que queman petróleo o carbón, son ecológicamente limpias. No producen polución del aire, ni tampoco lluvia ácida, ni esparcen partículas contaminantes en la atmósfera. Todo parece indicar que las plantas hidroeléctricas son la mejor forma de contribuir a la disminución del CO2 atmosférico y prevenir así el "efecto invernadero". Por ello, los países que firmaron la "convención del cambio de clima" y que, por lo tanto, tienen el compromiso de disminuir la emisión del anhídrido carbónico (CO2) están en campaña de construir plantas hidroeléctricas en reemplazo de las actuales que utilizan combustible fósil.

Sin embargo este esfuerzo, a lo mejor, es por nada. Los estudios que se han iniciado en reservorios, tanto del Artico de Canadá, como en la selva amazónica del Brasil, están arrojando datos que demuestran que esas reservas de agua estacionadas y que luego deben pasar por las turbinas, también producen gases que incrementan el efecto invernadero. Los estudios señalan que en ellas se produce gran cantidad de CO2 y metano (CH4) que es lanzado a la atmósfera. Los cálculos indican que por unidad de energía producida, algunos reservorios producen más gases de invernadero que las plantas que funcionan con carbón o petróleo.

Uno de los embalses más dañinos es el de Balbina en el río Uatuma, un afluente del Amazonas. El embalse que allí existe, abastece de electricidad a Manaus, la capital de la región Amazónica. El dique tiene una altura de 50 metros de alto, pero inunda 310.000 hectáreas. Un tercio del agua allí acumulada tiene una profundidad de menos de 4 metros y sobre ella asoman numerosos esqueletos de árboles. El agua almacenada se encuentra estancada y llena de algas (ver figura).

Quienes construyeron este embalse no se preocuparon de talar previamente los árboles, de modo que la inundación sepultó más de 100 millones de toneladas de vegetación.


Reservorio pantanoso

Philip Fearnside, un ecologista del lnstituto Nacional del Amazona, ha cuantificado los gases emitidos por el reservorio. Parece ser que la descomposición de las plantas que salen a la superficie produce CO2, del mismo modo que también lo produce la podredumbre de. La vegetación en aguas oxigenadas, que cubren hasta un metro de profundidad. A ello se suma que las aguas anaeróbicas más profundas, al descomponer los árboles se produce además metano, otro gas aún de mayor efecto invernadero que el CO2. Este gas de profundidades, es liberado a la atmósfera cuando las aguas pasan por las turbinas.

El embalse se construyó en 1986, y sólo en el primer año las aguas acumuladas produjeron más de 10 millones de toneladas de CO2. Durante todo este tiempo ha continuado emitiendo CO2, pero en menor proporción, de modo que actualmente produce 3 millones de toneladas anuales. El metano en cambio, se produce más lentamente. En el primer año se calcula que el embalse produjo 150.000 toneladas y se espera que una cantidad equivalente se produzca indefinidamente. Según Fearnside, la descomposición de los árboles, que quedaron sepultados en las aguas anóxicas, demoraría 500 años y durante todo este tiempo estarían produciendo metano.

Por eso se estima que la producción de este gas en los reservorios, es mucho más peligrosa que la del CO2.
Con estos datos, Fearnside ha calculado el efecto del metano y CO2 en conjunto, y de allí se derivan las cifras antes anotadas. De acuerdo a estas, los autores calculan cuanto CO2 habría producido una planta que quemase carbón o petróleo y que produjese la misma cantidad de energía que ha producido la represa Balbina. Concluye que, desde este punto de vista, Balbina ha producido un efecto invernadero 16 veces más potente que una planta similar, pero que hubiese quemado combustible fósil.


¿Que pasa en el ártico?

Podría pensarse que lo observado en Balbina fuera propio del ambiente caluroso y húmedo del trópico. Sin embargo, parece que también en el Artico sucede lo misma. Canadá tiene numerosos reservorios para alimentar plantas hidroeléctricas, que en total suman 20.000 kilómetros cuadrados. Todos ellos producen alrededor del 60% de la electricidad del país.

Hace tres años, John Rudd y sus colaboradores del Freshwater Research Institute en Winnipeg, también calcularon la producción de gas de estos reservorios, comprobando que ahí también se produce una intensa descomposición microbiana de la vegetación sepultada.
En el reservorio Notigi, al norte de Manitoba, Rudd observó que dos años después de construida la represa, las aguas de la superficie del lago contenían disueltas cantidades masivas de metano. Sus cálculos señalaban que se producían 7 gramos de metano por cada metro cuadrado de reservorio. En represas más pantanosas, encontró que la producción de metano subía a 30 gramos mientras que la producción del CO2 oscilaba entre 450 y 1800 gramos por metro cuadrado.

Este hallazgo preocupa grandemente, ya que son muchos los países cuya fuente de electricidad proviene de represas que alimentan las turbinas. Muchas veces ellas han inundado grandes extensiones de terreno que han sepultado enormes masas de vegetación. Se calcula que a la fecha, la superficie total inundada por represas en la Tierra, corresponde a más de 600.000 kilómetros cuadrados, y que además son muchas las que se están planificando construir en el futuro. Según Fearnside, ellas significan una importante fuente de emisión de gases de invernadero, que no se puede seguir ignorando.



(Extracto del articulo de Fred Pearce. New Scientist, 04 de Mayo de 1996, pág. 29)



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