Enfermedades cardiovasculares: mas vale prevenir
( Publicado en Revista Creces, Diciembre 1991 )

Cada día crece mas la conciencia de que una dieta no balanceada puede tener fatales consecuencias para nuestra salud. Dada la alta tasa de mortalidad por enfermedades cardiovasculares, la alarma suena hoy para el consumo de grasa saturada. La sustitución de ese tipo de grasa en nuestra dieta es -más allá de toda duda- un gran favor que le podemos hacer a nuestro organismo.

Nadie duda que el progreso tecnológico y material de la era moderna ha traído beneficios significativos en materia de salud para la población. Las cifras de la epidemiología confirman con largueza esa aseveración. En la actualidad, las enfermedades infecciosas -al menos las de origen bacteriano-, que hace no muchos años eran responsables de un porcentaje importante de las muertes, se han batido en retirada gracias al gran impacto terapéutico de los antibióticos.

En efecto, apenas algunas décadas atrás, una de las principales causas de muerte en nuestro país eran las enfermedades de tipo pulmonar. Hoy el pronóstico de un enfermo tuberculoso es infinitamente mejor que antaño y, en la mayoría de los casos se le administra un tratamiento ambulatorio, lo que entre otras cosas, ha obligado a buscar un nuevo uso a los antiguos sanatorios para la recuperación de tuberculosos.

En los países desarrollados esta situación ha traído como consecuencia que la expectativa de vida se incremente casi en forma periódica, dando origen a una población cada vez más envejecida que demanda de los servicios de salud atenciones cada vez más especializadas. El cuadro epidemiológico ha cambiado notablemente en los últimos años, y las enfermedades por las que se mueren los habitantes del Primer Mundo (y en esta materia, al menos, estamos asimilados a esa categoría) son esencialmente enfermedades cardiovasculares e infarto cardíaco.

Paradojalmente, el progreso no ha estado al margen de esta nueva situación de salud. Veamos algunas cifras: de 1910 a 1972, el consumo diario de grasas en EE.UU. se incrementó en un 25 por ciento, mientras que el de los hidratos de carbono disminuía en igual porcentaje. Una de las razones que puede explicar este fenómeno es el de una industria alimenticia que, buscando, los sabores más apetitosos para sus productos, los hacia más "palatables" con un mayor contenido de grasa. En ese mismo período, el consumo de hidratos de carbono complejos disminuyó en un 50 por ciento, dando paso al masivo consumo de azúcares refinados. De 1925 a la fecha el consumo de cigarrillos por habitante se ha más que quintuplicado, y, finalmente, a partir de 1930 la disponibilidad de automóviles por habitante se ha incrementado a cifras fantásticas.

El individuo sometido a ese tipo de vida: que consume grandes cantidades de grasa saturada, que fuma y que lleva una vida sedentaria es casi tan fruto del desarrollo como candidato al infarto.

Clínicamente, los infartos cardiacos son provocados por la aterosclerosis, enfermedad que afecta las grandes arterias, de muy lenta progresión (puede comenzar en edades muy tempranas), que raramente produce síntomas antes de la edad media de la vida y que afecta a los hombres más que a las mujeres. No existe aún acuerdo sobre cuál o cuáles son las causas que provocan la lesión aterosclerótica, esto es la definición de la zona precisa de dónde y por qué se producirá el ateroma, pero sí se supone que una dieta excesiva, la falta de ejercicio y otros rasgos del antes mencionado "hombre moderno" son factores que permiten que este ateroma se engruese y eventualmente obstruya el paso de la sangre.


Prevenir es mucho mejor que curar

En la actualidad, tanto en Chile como en los países desarrollados, las enfermedades cardiovasculares constituyen la principal causa de muerte y son una preocupación central de las autoridades de salud, tanto por la gravedad de la enfermedad como por el alto costo de las intervenciones curativas.

Esta preocupación de las autoridades y estudiosos del tema ha traído como consecuencia la convicción de que en esta materia lo fundamental es prevenir. Así, se han elaborado programas de prevención que atacan los aspectos más sensibles del problema. Evitar el tabaco, fomentar el ejercicio controlado y disminuir las grasas saturadas de la dieta.

Estas campañas, en general, han resultado exitosas dado que han encontrado una población muy sensibilizada. De hecho, las cifras que hoy se manejan en materia de prevalencia de la enfermedad coronaria siguen siendo malas, pero han repuntado respecto a lo que ocurría hace 20 años. En el análisis de estas intervenciones -a la luz de la experiencia histórica- es importante tomar en cuenta varios factores: en primer lugar, lo dramático del desenlace, un infarto cardíaco, en un porcentaje aún elevado de casos es fatal. En segundo lugar, la gran penetración de los medios de comunicación en la sociedad moderna, en especial la televisión, que permite llegar con un mensaje claro e intencionado a vastos sectores de la población. Y por último, el público ha percibido que abandonar el universo de los individuos en riesgo conlleva algunos cambios en su vida cotidiana que son perfectamente realizables. De estos cambios, probablemente el que más se ha incorporado a la vida cotidiana es el cambio dietario.

Los especialistas han recomendado que -en líneas generales- la dieta debe contener la menor cantidad posible de grasa saturada y colesterol. En la dieta del norteamericano promedio cerca de un 17 por ciento de las calorías son aportadas por grasa saturada. Además consumen cerca de 500 miligramos de colesterol diarios. La recomendación indica que el consumo total de grasa no debe superar el 30 por ciento de las calorías totales ingeridas, que se debe reducir la grasa saturada a menos del 10 por ciento y que se debe elevar el consumo de grasa polisaturada aproximadamente al mismo porcentaje.

Estas cifras se pueden contrastar con la dieta de individuos vegetarianos, quienes consumen menos del 5 por ciento de las calorías como grasas saturadas y menos de 10 miligramos de colesterol al día.

Estudios realizados con gran número de pacientes han permitido establecer que niveles elevados de colesterol sanguíneo se asocian de una manera directa con el riesgo coronario y constituyen la principal causa de enfermedad coronaria. La disminución del nivel de colesterol (específicamente el de las llamadas lipoproteínas de baja densidad) reduce significativamente el riesgo de enfermedad coronaria. En un experimento típico, cuando se sustituye en la dieta de seres humanos, la grasa saturada por aceites de tipo vegetal, se produce una inmediata disminución de los niveles de colesterol plasmático que es rápidamente revertida por la readición de la grasa saturada en la dieta. Gramo a gramo, la grasa saturada es dos veces más eficiente en subir el colesterol sanguíneo que la insaturada en bajarlo. De allí que sea indispensable evitar el consumo de grasa saturada desde los primeros años de vida.

En el futuro, se advierte una gran -y saludable- tendencia a aumentar el consumo de aceites no saturados, tanto de tipo vegetal como provenientes de aceites de pescado. La industria de alimentos ha reaccionado con prontitud ante esta demanda del consumidor y se advierte un singular interés por mantenerlo informado respecto del origen de los aceites y grasas que se le ofrece.

Es importante destacar que, aunque la tecnología permita en la actualidad intervenir quirúrgicamente pacientes cardíacos que hace algunos años no hubieran tenido esa oportunidad, no podemos olvidar que éstos aún constituyen una minoría, por lo que las medidas preventivas se transforman en una herramienta insustituible. Cambiar un mal hábito alimentario todavía es el mejor consejo... y el más barato.


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