Alarma ecológica: reunión de Rio de Janeiro
( Publicado en Revista Creces, Abril 1992 )

Hasta hace sólo algunas décadas, nadie podría haberse imaginado que el hombre, en su afán de producir y consumir más, podía llegar a alterar básicamente el medio ambiente, hasta dificultar gravemente la vida en el planeta. Se había hablado de que el crecimiento de la humanidad tenia su límite, debido a la limitación de los propios recursos naturales del planeta (Club de Roma). Una vez más se equivocaron los sabios, ya que nunca pensaron que antes de que esto ocurriera, se iba a comenzar a deteriorar el medio ambiente. Ellos no se imaginaron que también el medio ambiente era finito, ya que parecía como algo dado y muy estable. Había, sí, preocupación por el excesivo crecimiento demográfico de la población y por ello, a comienzos de la década pasada, habían surgido pronósticos muy mal-agoreros que precedían grandes hambrunas para la pasada década. Nada de esto ocurrió, y fueron otros, muy distintos, los problemas que más tarde se hicieron presentes. Nadie se imaginó que la excesiva quema de combustibles fósiles y la destrucción de los bosques tropicales podría variar la composición de la atmósfera y producir graves cambios climáticos.

Tampoco nadie se imaginó que podría agotarse el ozono y quedar el planeta desprotegido frente a los rayos solares, o que la lluvia ácida podía destruir la vegetación, o que podía alterarse la calidad del aire que respiramos o la del agua que bebemos, o que podían también contaminarse los mares hasta hacer dificultosa la vida en ellos, o que podíamos ahogarnos en deshechos industriales o destruir los bosques tropicales, con graves consecuencias para la diversidad biológica.

Sin duda, en pocos años, fueron éstos los problemas que surgieron. La producción mundial de CO2, que en 1950 alcanzaba los 2349 millones de toneladas, hoy ya sobrepasa los 7000 millones, y en ello no sólo ha influido el crecimiento de la población, ya que la producción por habitante está aumentando considerablemente. Ello es sólo un ejemplo de los problemas que están surgiendo. La naturaleza de estos nuevos problemas no está limitada a determinados países, sino que afectan al planeta en su totalidad, y lo que ocurra a uno determinado afecta a todos los demás. Por ello, las soluciones necesariamente deberán ser globales y compartidas.

Lo que no podemos olvidar es que el mundo está dividido entre los que han logrado un gran desarrollo y viven en la abundancia, y los que han quedado rezagados y viven en precarias condiciones. Distintas son las responsabilidades de unos y otros en la génesis de los problemas surgidos y distinta es la cantidad de recursos que podrían aportar para una efectiva solución de los mismos. En todo caso, ya hay conciencia de la necesidad de tomar decisiones compartidas, si es que realmente se desea salvar a la humanidad.

Dentro de pocos meses, en la ciudad de Río de Janeiro, por primera vez se darán cita representantes de toda la comunidad internacional para discutir el futuro del planeta, ya no sólo desde la perspectiva de la convivencia de sus habitantes entre sí, sino de las relaciones de la población con su propio hábitat. Ello es sin duda un buen índice, pero necesariamente surge la duda de si seremos capaces de generar acciones realmente compartidas y eficientes. Cualquiera que ellas sean, necesariamente demandarán grandes esfuerzos y enormes recursos. Ya no bastan las simples descripciones y análisis de los problemas o las grandes declaraciones, a las que las organizaciones internacionales están habituadas. Hoy no basta hablar de los problemas, sino que hay que actuar. Aquí nace la duda, ya que cuando de responsabilidades y recursos se trata, sabemos por experiencia que existe una tendencia natural a buscar culpables, más que a asumir la propia responsabilidad. Sabemos de tantas reuniones internacionales que no han pasado más allá de declaraciones de principios, porque la acción significa sacrificios que afectan los intereses económicos de las partes. La gran duda de hoy es si, ante la amenaza global, es o no el hombre capaz de reaccionar, no como sociedades o grupos de individuos, sino como especie humana.

No cabe duda de que los países industrializados son los grandes productores de dióxido de carbono, metano y óxido nitroso, que están condicionando el efecto invernadero. Tampoco cabe duda de que son los países industrializados los que están destruyendo el ozono de la atmósfera. Tampoco cabe duda de que de allí nacen los grandes desechos industriales y es allí donde se está produciendo la lluvia ácida. Pero a su vez, desde el punto de vista de los países industrializados, es el subdesarrollo el gran culpable, ya que es allí donde la población se esta multiplicando en forma excesiva y es allí donde se están destruyendo los recursos del mundo Este tipo de discusión es la que sin duda puede esterilizar la reunión de Río de Janeiro.

Antes de la reunión ya se están agriando las discusiones. Un informe reciente de Anil Agarwai y Sunita Narain, del Centro de Ciencias de Nueva Delhi, acusa al mundo desarrollado del "colonialismo ambiental", "que trata de depositar sus propios pecados sobre sus vecinos pobres".

Ellos preguntan: ¿Por qué razón los ecologistas occidentales se preocupan tanto del crecimiento poblacional en los países pobres, cuando cada nuevo recién nacido en Norteamérica o Europa consumirá 10 a 100 veces más de los recursos mundiales y contribuirá mucho más a la contaminación? Una familia norteamericana de tres hijos, afirman, es muchísimo más peligrosa que una familia africana de ocho (o de ochenta) hijos


La última gota

Los ecologistas occidentales dicen que el subdesarrollo "está poniendo la última gota que rebasará el vaso". Un articulo reciente de Jeremy Leggett, Director de Ciencias de Greenpeace, advierte que China está planeando incrementar la quema de carbón en un 600% en los próximos 40 años, lo que podría proporcionar la última gota en el desastroso efecto invernadero. Según el autor, ello sería caótico para el mundo. Sin embargo, habría también que mirar el problema desde el otro lado. ¿Porque culpar a China, que pone la última gota, y no a todos los demás países desarrollados que llenaron el vaso?. Si China lograra su ambicioso plan (lo que probablemente no es posible), aún estaría produciendo mucho menos CO2 per capita que los países industrializados. En la actualidad, un norteamericano promedio es responsable por 4 a 5 toneladas de carbón al año. El china promedio, es responsable por 0,4 toneladas por año. Desde este punto de vista, si se quiere ser efectivo en la reducción del CO2, el mayor esfuerzo lo debería desarrollar el mundo industrializado.


La explosión demográfica y el subdesarrollo

El problema, sin duda, es complejo, porque para que el mundo subdesarrollado pueda contribuir efectivamente a controlar el medio ambiente, necesita progresar. Según la FAO, en los últimos 15 años, en los países pobres se han perdido 125 millones de hectáreas de bosques, montes arbolados y bosques tropicales, sin contar la degradación del suelo que se está produciendo y la erosión por la explotación de tierras marginales. Esto es la consecuencia de la pobreza que los obliga a buscar combustibles celulósicos y a explotar tierras marginales. Se trata de sobrevivencia.

Por otra parte, es la población del subdesarrollo la que está aumentando su población. Se espera que en los próximos 30 años, haya 3 mil millones más de habitantes en la tierra, y de estos, 2400 millones estarán en el mundo subdesarrollado. La única manera efectiva de disminuir el crecimiento vegetativo del mundo pobre, es que deje de ser pobre. Ya hay demasiadas experiencias que demuestran que en la medida en que mejora la calidad de vida, disminuye proporcionalmente el crecimiento vegetativo de la población, al mismo tiempo que se logra un uso eficiente de los recursos del medio.

El dejar de ser pobre pasa por un cambio de mentalidad del mundo rico: que favorezca el intercambio comercial equitativo, especialmente de los recursos naturales, al mismo tiempo que se produzca una adecuada transferencia tecnológica y se aporten los recursos económicos necesarios. Si no se consigue esto, los resultados prácticos de la reunión de Río de Janeiro van a ser muy escasos.


Responsabilidad compartida, de acuerdo a las culpas

Agarwal, en el mismo informe al que hacíamos referencia, hace una sugerencia práctica que permitiría enfocar el problema en forma más realista y a través de la cual se podría llegar a un tratado global, tendiente a detener el efecto invernadero, que parece ser el problema más urgente. Él puntualiza que el planeta tiene una habilidad considerable para absorber los desechos que botamos. Los ""vertederos"" naturales para el CO2 son los océanos y los bosques. Entre ambos, absorben más del 50% de toda la emisión actual. Considera que esta capacidad debiera considerarse como un "recurso global", que se debería distribuir en forma equitativa en la población del mundo. Podríamos decir que en este vertedero cada habitante estaría autorizado para emitir a través de sus actividades media tonelada de carbono por año. Sin embargo, esta capacidad de absorber el CO2 depende de la cantidad de bosques, de modo que al talar los que existen en el mundo subdesarrollado, ella disminuye. Visto el problema de esta forma, cada norteamericano emite más de seis veces su cuota, mientras que los hindúes y los chinos, entre otros subdesarrollados, están muy por debajo en la cuota de deudores.

Agarwal sugiere un mecanismo, de acuerdo a las leyes del mercado, para controlar las emisiones de gases que están condicionando el efecto invernadero. Consistirían en asignar a las diferentes naciones "licencias para contaminar", basadas en su cuota del vertedero global. Claramente, Estados Unidos estaría en problemas, mientras que la India o un país latinoamericano tendrían licencias adicionales. Lo justo sería que aquellos países que hoy en día tienen licencias adicionales, las vendieran a los países que están sobrepasados en sus cuotas. El experto sugiere una suma, por la licencia, de 15 dólares para emitir una tonelada de carbono. Sobre esta base, India podría vender sus licencias adicionales por unos 8 mil millones de dólares anuales y China por unos 11 mil millones de dólares, mientras que por otra parte Estados Unidos tendría que comprar por un valor anual de 6 mil millones de dólares. Las emisiones en exceso se podrían penalizar con multas. Mediante estos recursos, podría incrementarse la capacidad del vertedero mediante la plantación de bosques, al mismo tiempo que los recursos se podrían utilizar para desarrollar nuevas tecnologías más limpias.

Indudablemente, ésta es una idea interesante, pudiendo existir también otras alternativas. De lo que no cabe duda es de que alguien tiene que pagar, y lo lógico es que sean los que contaminan más, que coinciden con los que poseen recursos.

En todo caso, para enfrentar el problema, más allá de las declaraciones, habrá que tomar varias iniciativas que engloben distintos aspectos:

1. Iniciativa Forestal, para revertir a deforestación y proteger los recursos biológicos.

2. Iniciativa de Energía Limpia, para abastecer las necesidades de desarrollo y reducir las emisiones de gases. Ello involucra nuevas investigaciones tecnológicas.

3. Prevención de la contaminación, para frenar y finalmente revertir el aumento de la contaminación industrial y vehicular.

4. Iniciativa contra la Pobreza, para permitir elevar la calidad de vida y así lograr un desarrollo sustentable. Ello, necesariamente, involucra un nuevo modo de entenderse, más justo y equitativo, entre el mundo desarrollado y subdesarrollado, especialmente en el área comercial, de transferencia tecnológica y de inversión.

5. Iniciativa Poblacional, para disminuir el ritmo del crecimiento vegetativo de la población.

6. Iniciativa Financiera, para generar fondos adicionales para el desarrollo sustentable en el área comercial y de inversión.

Difícil es que todo esto salga de la reunión de Río de Janeiro, pero habrá que comenzar a plantearlo, ya que nos parece la única alternativa para proteger efectivamente el mundo en que vivimos, tanto para nosotros como para los que vendrán más tarde.



Fernando Mönckeberg B.

INTA, U. De Chile.




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