El problema del alcoholismo en Chile
( Publicado en Revista Creces, Enero 1992 )

Hoy se puede asegurar que, tanto a nivel de las autoridades del país como en el segmento mas culto de la población, existe conciencia de que el alcoholismo es una enfermedad grave, tanto por los daños que provoca a los individuos como los que ocasiona en la sociedad.

Acuciosos estudios epidemiológicos nacionales han señalado la magnitud del problema del alcoholismo, destacándose el diferente impacto que este tiene según la etapa de la vida del individuo. En adultos la cifra nacional alcanza el 12,6 por ciento lo que resulta de por sí alarmante y excesivo, porque se piensa que un alcohólico es un sujeto permanentemente embriagado, deteriorado, es decir en la etapa crónica o terminal. Para ser estrictos en el uso del concepto, además de estos individuos debe considerarse como alcohólicos a aquellos sujetos que se encuentran en una etapa anterior - evolucionando hacia el deterioro - pero igualmente adictos, a pesar de que ellos sean menos manifiestos porque disimulan su enfermedad.

En ambos casos los pacientes tienen necesidad de estar ingiriendo alcohol en forma diaria o bien periódica: en algunos meses del año, fines de semana, o en las tardes. En cualquiera de estas situaciones, los sujetos generalmente llegan al estado de embriaguez o semi- embriaguez debido a que padecen de un apetito de alcohol muy intenso, compulsivo, que no desaparece con la ingesta de una o dos dosis diarias, como ocurre en el sujeto normal.

A lo anterior se agrega el hecho de que al suspender la ingesta por alguna razón, aparece en estos individuos una serie de molestias físicas o psíquicas de magnitud variable, tales como inquietud psicomotora, sensación de abombamiento, cefaleas, molestias gástricas, temblores de las manos y lengua, saltos musculares, irritabilidad, agresividad, etc., conocidas con el nombre de síntomas de privación.

En un estudio nacional orientado a conocer la evolución del alcoholismo en el tiempo, comparamos la prevalencia de la enfermedad en Santiago en 1958 respecto a la de 1982. El primer hallazgo fue que las cifras en la población de adultos jóvenes y maduros (20 - 65 años) no habían variado significativamente en una década, lo que parecía algo tranquilizador. Sin embargo, al estudiar el grupo de los adolescentes de 15 a 19 años notamos que la tasa había aumentado del 0,4 por ciento en 1958, al dos por ciento en 1982. Es decir, se había quintuplicado. En los mayores de 65 años la tasa se había duplicado.

Estas cifras hacen fácilmente comprensible las consecuencias económicas que el alcoholismo provoca a la economía del país. Un estudio muy conocido de A. Vial y S. Fernández, publicado en 1980, estimó el costo anual de la enfermedad alcohólica en 632 millones de dólares. Ea cifra considera el costo por: muerte prematura 24, millones de dólares, menor productividad, 371,0 millones de dólares; accidentes y violencias, 15,4 millones de dólares; y gastos en salud, 2,7 millones de dólares. Como los autores lo señalan, esta estimación tiene limitaciones y por ello seria el "valor mínimo identificable". En la actualidad existen razones bien fundamentadas para suponer que el costo real es considerablemente más alto.

Desde el punto de vista de las cifras de salud, dos hechos saltan a la vista. Uno es que la disminución de la expectativa de vida de los llamados "bebedores problema", es de 19 años en las mujeres y de ocho años en los hombres; el otro es que la cirrosis es la tercera causa de muerte en nuestro país, siendo la gran mayoría de esas cirrosis provocadas por el alcohol.

Tan importante como lo señalado es el terrible deterioro de la calidad de vida de los adictos y de sus familiares, que deben soportarlos. Los hijos portarán no sólo la ya comprobada herencia genética de una predisposición, sino también una carga cultural, por el modelo negativo de experiencia psicológica y social que provoca la convivencia con un individuo alcohólico.


A la búsqueda de una cura

Las consideraciones expuestas han llevado a los médicos a buscar tratamientos eficaces para curar la enfermedad.

Lamentablemente, pese a que se han realizado denodados esfuerzos en esa dirección, los resultados son pobres. Existe un porcentaje alto de enfermo, que nunca reconocen estar adictos y, por ende, no aceptan tratarse. Otros que se sienten presionados por sus familiares o están en riesgo de ser despedidos de su ocupación, se tratan en forma momentánea, buscando solucionar el conflicto puntual que los agobia. La escasa o nula conciencia de enfermedad en algunos, la activa resistencia íntima a reconocerse alcohólicos en otros, o la actitud pasiva a la espera de que los médicos los mejoren, constituyen graves obstáculos para la recuperación de los alcohólicos.

Los porcentajes de éxito terapéutico varían según la definición de alcoholismo usada para clasificar a los enfermos, según el sexo, los tipos de tratamiento usados y la duración del seguimiento. A pesar de estas diferencias, y de algunos resultados contradictorios que aparecen en los reportes de la bibliografía médica nacional e internacional, se puede afirmar que, por lo general, estas cifras son modestas y raramente logran un porcentaje de mejoría mayor del 50 por ciento en los que completan la duración de la investigación.

Como en Chile no había estudios de seguimiento a largo plazo que mostraran los resultados de los tratamientos antialcohólicos que se realizan en nuestro medio, nos interesó conocer la evolución, a diez años plazo, de un grupo de alcohólicos de ambos sexos hospitalizados en la Clínica Psiquiátrica de la Universidad de Chile en 1978. Dado que las características del grupo estudiado fueron las habituales en este tipo de pacientes, y que los criterios diagnósticos y terapéuticos fueron también los tradicionalmente usados en el país, los resultados encontrados nos parecen una muestra representativa de lo que ocurre entre nosotros en materia de tratamiento antialcohólico. En el análisis de estos datos la gravedad de la enfermedad apareció en toda su magnitud. El 73 por ciento de los enfermos había empeorado claramente en el período estudiado, y sólo el 27 por ciento había mejorado. Al considerar la evolución del sub-grupo de los pacientes hombres, el resultado fue peor, ya que el 80 por ciento se había agravado.

Tal como se esperaba, el grupo de pacientes que se mantuvieron trabajando o activos, evolucionaron mejor que los inactivos. En cambio, resultó sorpresivo que el hecho de tener mejor nivel educativo influyera desfavorablemente.

Un hallazgo importante fue encontrar que después de 10 años de evolución, habían fallecido el 38 por ciento de los enfermos de la muestra (10 de 26 personas). En el grupo de mala evolución la mortalidad subió al 47 por ciento. Aproximando estos porcentajes, podríamos decir que de cada 10 alcohólicos del grupo murieron 4, y que en subgrupo que evolucionó mal, fallecieron la mitad de ellos.

En promedio, la edad de la defunción fue de 53 años, lo que indica que, si la expectativa de vida estimada para la población chilena es de 67,5 años en varones y de 74,5 años en mujeres, estos alcohólicos fallecieron aun más prematuramente de lo esperado, considerando la información disponible. Las cifras revelan con claridad la malignidad de esta adicción, que puede compararse a la de algunas enfermedades orgánicas severas, puesto que la muerte ocurrió a consecuencia de la enfermedad, en promedio, siete años después de su hospitalización.

Entre los especialistas resulta evidente que una condición necesaria para la mejoría es que el paciente tenga conciencia de su adicción, razón por la cual los esfuerzos se orientan a creársela. En el intento se observa que los pacientes minimizan, niegan o justifican sus embriagueces con diferentes argumentos de tipo social. Sin pretender desconocer la influencia de los factores genéticos en la etiología de la enfermedad, o la responsabilidad moral de cada persona en sus actos, resulta claro que nuestras normas de convivencia social consideran el uso y abuso de alcohol como un medio para la obtención de placer, diversión, sedación, convivencia social, eliminación de angustias, animación, etc. Esta actitud permisiva y facilitadora de la dependencia podría estar influyendo, en alguna medida, en que los enfermos consideren normales sus ingestiones excesivas de alcohol. Basta observar cómo la propaganda estimula el uso de alcohol para entender que vivimos en una cultura alcoholófila opuesta a otras alcoholófobas- que valora positivamente el consumo de esta sustancia probadamente tóxica.


Hacia una sociedad drogofila

En nuestro país y en la sociedad occidental se rechaza -por ahora- el uso de otras drogas que provocan consecuencias parecidas, como mescalína, morfina, heroína, ácido lisérgico, etc. Sin embargo, pese a que los médicos se opusieron al uso de la marihuana, ya se la ha permitido en algunos países. Además, se escuchan opiniones en favor de aceptar la venta libre de cocaína, argumentando que hacerlo sería menos dañino para la sociedad que continuar con la situación actual. De hecho, en un país europeo, a los adictos se les proporciona metadona como ayuda en un programa de asistencia profesional.

En siglos pasados, los médicos europeos advirtieron acerca de algunos peligros del consumo del café y el cigarrillo, y por ello rechazaron su introducción en el Continente. Hoy su uso se ha institucionalizado en todo el mundo. En suma, la experiencia de lo ocurrido en el pasado y en el presente orienta a pensar que se continuará con la permisividad, y que evolucionamos culturalmente hacia una sociedad drogófíla.

Terapias eficaces en los casos individuales y en lo colectivo requerirían de ciertas condiciones, tales como la existencia de normas de convivencia social que desalentaran el consumo abusivo del alcohol, medicamentos que aminoraran o atenuaran la sed patológica de alcohol que estos enfermos padecen, de modo que quedaran en condiciones similares a las de los normales. Junto a esto, y como condición indispensable, seria necesario que cada adicto tuviera clara vivencia de que su adicción es también una opción moral, puesto que él se está procurando el mal y, además, lo irradia en su familia y la sociedad.

En el contexto cultural actual, propio de una sociedad postmoderna, secularizada, en crisis moral, hedonista, de individualismo exacerbado en lo social y económico, competitiva y consumista, no hay razones que permitan suponer que la gravedad del alcoholismo y de otras adicciones pudiera atenuarse. Sin embargo, instituciones sociales y religiosas están intentando disminuir su impacto. En el ámbito científico se lo investiga arduamente, y han aparecido en el último tiempo algunos hallazgos promisorios.



Dr. Julio Palavicini G.

Profesor Asociado de Psiquiatría
Facultades de Medicina

Universidad de Chile
y Universidad Católica de Chile



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