Lo inhumano de las minas antipersonales
( Publicado en Revista Creces, Agosto 1996 )

Estas armas, de tamaño inferior a 10 cm. De diámetro, a menudo son capaces de amputar la extremidad o parte de ella dependiendo de la forma en que se produjo el contacto. Rara vez, estos artefactos producen heridas sobre la zona de la rodilla o en el pie opuesto.

Hace algunos años se celebró en Ginebra una reunión para buscar un acuerdo que impida la proliferación de minas antipersonales como arma destructiva. Cincuenta países firmaron un acuerdo para restringir este tipo de arma y también su transferencia y comercialización. Ello es un paso importante, porque cada año más de 15 mil personas mueren o quedan mutiladas como consecuencia de pisar inadvertidamente una mina enterrada en el suelo. Las minas no distinguen entre el pie de un combatiente o el pie de un niño que está jugando. Lo que es peor, su poder destructivo permanece indefinidamente después que han cesado las hostilidades.

Las estrategas militares las utilizan tanto para impedir que el enemigo avance sobre ciertos terrenos o para proteger sitios claves, como también para dañar directamente a la población civil. En muchos países se utilizan helicópteros u otros medios remotos, para sembrar minas indiscriminadamente en aldeas o terrenos agrícolas, con el claro propósito de amedrentar y dañar a la población civil. Las hay de dos naturaleza: minas antipersonales, destinadas a matar o dañar personas que las pisan, o minas antitanques que explotan si algo muy pesado (sobre cien kilos) pasa sobre ellas. Las más crueles son sin duda las primeras. Generalmente se trata de artefactos que no miden más de 10 centímetros de diámetro, y de forma tal que se camuflaje, les permite prácticamente ser invisibles.

Durante los últimos años, la tecnología de fabricación se ha ido esmerando y perfeccionando. Actualmente se construyen de plástico, con un mínimo de componentes metálicos, con lo que son más baratas, más durables y muy difíciles de detectar. Un helicóptero, en unos pocos minutos, siembra indiscriminadamente miles de minas, de modo que después quedan olvidadas y nadie guarda un registro que permita su posterior ubicación. Allí esperan cruelmente los pies de algún niño o algún campesino.

Hasta hace poco tiempo estas minas eran de metal y de un alto costo. Hoy su costo oscila entre 3 y 15 dólares cada una. Están al alcance de cualquier ejército de cualquier país por pobre que sea.

Según los informes de organismos internacionales, más de 50 países las producen y las exportan, y existen más de 350 modelos diferentes (Scientific American, mayo 1996, pág. 40).

No se tiene ninguna información acuciosa del numeró de minas que actualmente están sembradas en diferentes países del mundo. Sin embargo, de acuerdo a Naciones Unidas y el Departamento de Estado de los Estados Unidos, por lo menos hay 100 millones de ellas en el suelo de 64 países (entre los cuales está el nuestro), esperando el paso de sus víctimas. Estas, en un 80% de los casos son civiles, que las pisan inadvertidamente cuando van a buscar agua, leña, o cuando van a trabajar la tierra.


El daño que producen

Desde el punto de vista práctico, hay dos tipos de minas antipersonales: las que simplemente dañan por la explosión y las que esparcen fragmentos metálicos. Las primeras explotan por la presión del pie y el daño que producen es consecuencia de la explosión misma y por lo tanto su efecto es básicamente personal. Las otras generalmente son activadas cuando se pasa a llevar un cordón que está oculto y atado a su espoleta. Estas reparten metralla a considerables distancias y pueden herir simultáneamente a muchas personas.

Las minas antipersonales que explotan, generalmente dañan a la extremidad que la pisó, en forma tal que generalmente termina en una amputación, que la mayor parte de las veces llega hasta la rodilla. Las que reparten esquirlas, producen heridas en cualquier parte del cuerpo. A las víctimas que están algo distantes de la explosión, los trozos de metal impactan en el abdomen, el tórax o la cabeza, produciendo heridas de diversas intensidades o incluso la muerte.


Las secuelas son para siempre

La mayor parte de las víctimas, si bien se recuperan de las heridas, nunca ya son las mismas. Según Gino Strada, que a través de la Cruz Roja ha tratado a miles de estos pacientes, ellos nunca vuelven a ser los mismos y tienen serias dificultades para integrarse a la familia o la sociedad (Scientific American, Mayo 1996). La rehabilitación de estos pacientes, aún en el mejor de los casos, es inmensamente problemática. Muchas de las víctimas pertenecen a países pobres, y allí son aún más difíciles las posibilidades de reincorporación.

Para muchos países subdesarrollados, los costos son enormes, tanto por el tratamiento, como la rehabilitación de las víctimas, como también porque quedan inutilizadas grandes extensiones de terrenos agrícolas.

Por el temor a las minas, en los países asiáticos y africanos, se producen grandes migraciones y pasan a ser permanentemente refugiados.

En nuestro país, también existen las minas y según las autoridades militares ellas han sido colocadas sólo en puntos estratégicos en las fronteras. Pero en su descargo, ellos afirman que poseen un perfecto registro de su ubicación. Naciones Unidas ha estado impulsando varias reuniones tendientes a prohibir el uso de estas minas personales, pero con resultados muy relativos. Es de esperar que la última reunión en Ginebra tenga mejores resultados. En todo caso, en esa ocasión 50 países firmaron un acuerdo para abolir el uso de ellas. Estados Unidos (El Mercurio, 13 de mayo de 1996), ha prohibido el uso de minas personales que no tengan dispositivos automáticos para autodesactivarse después de un tiempo. Algo es algo.



Hasta hace muy poco tiempo estas minas eran de metal y de un alto costo. Hoy su costo oscila entre 3 y 15 dólares cada una. Están al alcance de cualquier ejército de cualquier país por pobre que sea.



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