La guerra biológica
( Publicado en Revista Creces, Agosto 1999 )
Los grandes beneficios que pueden lograr las técnicas de manipulación genética se ven acompañados de una serie de riesgos, uno de ellos es la creación de las destructivas y poderosas armas biológicas, o bien llamadas “guerra biológica”.
Aunque las armas biológicas suenen a invención reciente, su origen es antiquísimo. Los romanos condenaban ya el uso de venenos en la guerra por ser contrario al derecho humano.
En 1374 la ciudad de Kaffa, en la Crimea (al sur de Ucrania), sufrió el primer ataque bacteriológico registrado en la historia, cuando los tártaros, que sitiaban la ciudad, tuvieron la idea de catapultar cadáveres infectados por la peste bubónica. Los tártaros ganaron la batalla y tomaron Kaffa, pero algunos historiadores especulan que éste fue el comienzo de la epidemia de peste bubónica o la “Muerte Negra” que azotó la Europa Medieval entre 1375 y 1381, y que borró del mapa a nada menos que 25 millones de personas.
Hoy, las armas biológicas son otra cara de la carrera armamentista mundial, se han convertido en la opción más interesante para muchas naciones y terroristas debido a su bajo costo y su enorme potencial lesivo.
Entre las naciones que se sospecha que poseen un programa de desarrollo de este tipo de armas están los Estados Unidos, la ex Unión Soviética, Japón, China, Taiwán, Irak, Irán, Egipto, Siria, Israel, Corea del Norte y Cuba. Algunos de estos países nunca han declarado oficialmente poseer tales armas, pero existen datos que levantan sospechas. El caso que viene a la mente con mayor facilidad es el de Irak, acusado por Bill Clinton de esconder sus arsenales de armas de destrucción masiva frente a los inspectores de la ONU.
El arma
Pero, ¿Qué es un arma biológica?, ella se basa en el uso de un microorganismo causante de enfermedad para dañar o matar al adversario, sea militar o civil, se trate de alimentos o animales. Se las puede también clasificar como bacterias, virus o toxinas. Por ejemplo, las armas bacteriológicas incluyen al Yersinia Pestis (el agente que causa la peste), Vibrio Cholera (que causa el cólera), o el Bacillus Anthracis (que causa el antrax).
Las armas biológicas basadas en virus pueden incluir el virus Hanta, conocido en el Sur de América o el Ebola, en Africa. Las toxinas son productos de “desecho” de los microorganismos.
El interés en desarrollar estas armas biológicas radica, como se señala anteriormente, en una razón de costos: para “afectar” un kilómetro cuadrado de superficie, se necesita 800 dólares usando un arma nuclear, 600 usando un arma química y un dólar usando un arma biológica. Por lo tanto, estas armas son mucho más accesibles para países no ricos, en desarrollo, y presentan un contrapeso estratégico frente a los arsenales nucleares.
Esta es una de las causas para que en 1972, 118 países firmaron un acuerdo en la Convención de Armas Biológicas y Tóxicas (incluido los Estados Unidos, Irak y la ex Unión Soviética). Con esto se entregaron medidas de precaución como el de servicios de emergencias especialmente entrenados para este tipo de eventualidades.
Por otro lado, lo relativo a la proliferación de armas biológicas y su utilización en actos terroristas preocupa más a los gobiernos y al resto de la sociedad. Es fácil recordar el ataque terrorista cometido por la secta Aum Shinrikyo, de Japón a principios de 1995. Además de introducir el gas tóxico sarin en el tren subterráneo de Tokyo el 18 de Marzo, los miembros de la secta estaban en el proceso de preparar grandes cantidades de esporas bactéricas de clostridium difficile para empleo en actos de terrorismo. Aunque la infección por clostridium raras veces es fatal, con frecuencia se empeora con el uso de antibióticos inapropiados, y los episodios prolongados de diarrea con sangre puede producir inflamaciones peligrosas en el colon.
La clostridum fue una opción buena para el terrorismo biológico: las esporas pueden sobrevivir por meses y pueden esparcirse con cualquier dispositivo basándose en aerosol y el contacto con ellas, aun en cantidades mínimas, puede hacer que las personas susceptibles (particularmente los niños y las personas de edad) se enfermen a tal punto que cuesten cientos de millones de dólares en hospitalización y pérdida de productividad en poblaciones abigarradas.
En Estados Unidos, se ha calculado lo que se requeriría para producir una espectacular arma biológica para el terrorismo: 100 kilogramos de un organismo esporulante mortífero, como el ántrax, que si se esparciera con un avión fumigador por una ciudad como Washington, podría causar bastante más de dos millones de muertos. Suficientes esporas ántrax para matar cinco o seis millones de personas podrían ponerse en un taxi y vaciarse con bomba por el tubo de escape mientras el vehículo recorre las calles de Manhattan. La vulnerabilidad a los ataques terroristas así como a la aparición natural de enfermedades, aumenta con la densidad de la población.
Es así como nuevamente la preocupación por el tema llevó a que el 4 de Marzo de 1998, el Consejo de la Unión Europea, adoptase la Posición Común que exige a los Estados Miembros que activen la conclusión de las actuales negociaciones de Ginebra, cuyo objetivo en la supresión de las armas biológicas.
La amenaza real de la bioguerra
El mundo tuvo suerte en septiembre de 1994 cuando se presentó la epidemia de neumonía en Surat. Estudios independientes realizados en Estados Unidos, Francia y Rusia, revelaron que la forma de bacteria que causó el brote era excepcionalmente débil, y aunque el número preciso de casos y muertes debidos a la epidemia sigue siendo objeto de debate, ciertamente no pasa de 200. Sin embargo, la epidemia ilustra vívidamente tres cuestiones de vital seguridad nacional en lo que se refiere a la aparición de enfermedades: la movilidad humana, la transparencia y las tensiones entre los estados, que pueden llegar al extremo de incluir la amenaza de la guerra biológica.
Cuando se supo que una enfermedad transmitida por el aire se había presentado en la ciudad, unos 500.000 habitantes de Surat tomaron el tren y en 48 horas se dispensaron por todos los rincones del subcontinente. Si el microbio que causó la plaga hubiera sido un virus o una materia resistente a las drogas, el mundo habría presenciado una pandemia asiática inmediata. La epidemia provocó un pánico mundial que costó a la economía de la India por lo menos dos mil millones de dólares en pérdidas de ventas y en la bolsa de valores de Bombay, especialmente como resultado de boicoteos internacionales de los productos y viajeros de India.
Mientras crecía el número de países que prohibían el comercio con India, la prensa en lengua hindú insistía en que no había una epidemia y acusó a Pakistán de llevar a cabo una campaña difamatoria para destruir la economía de India. Luego que las investigaciones científicas internacionales llevaron a la conclusión de que la Yersinia Pestis había sido la culpable de esta epidemia, la atención se concentró en el origen de la bacteria. Posteriormente, varios científicos de la India afirmaron que tenían pruebas de que la bacteria en Surat había sido manipulada genéticamente para fines biobélicos. Aunque no hay pruebas creíbles que lo documenten y las autoridades gubernamentales indias han negado con ahínco tales afirmaciones, es casi imposible refutar la acusación, especialmente en una región sobrecargada de tensiones políticas y militares de larga data.
Incluso cuando no flotan acusaciones de guerra biológica, a menudo es en extremo difícil obtener información exacta sobre los brotes de enfermedades, particularmente de los países que dependen de la inversión extranjera o del turismo, o de ambos. La transparencia es un problema común, aunque generalmente no hay indicio de intentos de encubrimientos malévolos, muchos países son reacios a divulgar información completa sobre las enfermedades infecciosas. Por ejemplo, prácticamente todos los países inicialmente negaron u ocultaron la presencia del VIH en su territorio, aun actualmente, por lo menos diez países, que se sabe que se encuentran en medio de una epidemia de VIH, rehusan cooperar con la OMS, deliberadamente hacen confusos sus informes sobre la incidencia o se niegan a suministrar estadísticas.
Un mundo en riesgo
Un estudio de 1995, llevado a cabo por la OMS, sobre la capacidad para identificar y responder a las amenazas de la aparición de enfermedades llegó a conclusiones inquietantes. Solamente seis laboratorios en el mundo, según el estudio, satisficieron las normas de seguridad e inocuidad que los hacen lugares adecuados para la investigación de los microbios más mortíferos del mundo, incluso los que causan Ebola, Marburg y fiebre Lassa. La inestabilidad política local amenaza con comprometer la seguridad de los dos laboratorios en Rusia y los recortes presupuestarios amenazan con hacer lo mismo con los dos en Estados Unidos (el del ejército Fort Detrick y el del CDC en Atlanta) y con el que se encuentra en Inglaterra.
En otro estudio la OMS envió muestras de los organismos que producen el dengue, la fiebre amarilla, el paludismo y otras enfermedades, a las 35 entidades principales del mundo encargadas de la vigilancia de enfermedades. Sólo una, el CDC, identificó correctamente todos los organismos, la mayoría acertó en menos de la mitad de los casos.
La realidad actual se refleja con más exactitud en la batalla que libra la ciudad de Nueva York contra la tuberculosis. La lucha contra el tipo W de esta enfermedad (que apareció por primera vez en la ciudad en 1991-1992, es resistente a toda las drogas de que se dispone y es fatal para el 50% de sus víctimas) ha costado ya más de mil millones de dólares. A pesar de ese gasto, se presentaron tres mil casos de tuberculosis en la ciudad en 1994, algunos de ellos de tipo W. Según los informes anuales del Inspector General de Salud de los años 70 y 80, se supone que la tuberculosis habrá sido erradicada en Estados Unidos para el año 2000. Durante la administración Bush el CDC dijo a las autoridades estatales que podían reducir sin riesgos sus compromisos fiscales con respecto a la lucha contra la tuberculosis porque la victoria era inminente. Hoy los funcionarios encargados de la salud pública están empeñados en la lucha por reducir los niveles a los registrados en 1985; ciertamente una situación muy distinta de la eliminación. La crisis de Nueva York es el resultado tanto de la presión de la inmigración (algunos casos se originaron en el exterior) como de la desintegración de la infraestructura local de salud pública.
El estado de preparación nacional ha sido erosionado aún más durante los últimos cinco años debido a las restricciones presupuestarias. Así como la OMS no puede intervenir en una epidemia a menos que sea invitada por el país afectado, el CDC no puede actuar en un estado norteamericano sin que lo solicita el gobierno de ese estado.
La capacidad estatal en cuando a la salud pública reside en municipios y allí también la deficiencia es considerable. La fiebre hemorrágica del dengue, que durante los últimos ocho años había estado avanzando constantemente hacia el norte desde Brasil, con resultados devastadores, asestó un golpe en Texas. La mayor parte de los condados de Texas habían reducido drásticamente sus presupuestos para la lucha contra los mosquitos y estaban mal preparados para combatir el agresivo mosquito tigre proveniente del sudeste de Asia, que transporta el virus. En un mes, un déficit presupuestario de 2.000 millones de dólares en el condado de los Angeles hizo que las autoridades cerraran todos, salvo 10, de los 45 consultorios de salud pública y a intentar vender 4 de los 6 hospitales públicos del condado.
Armas de destrucción masiva (ADM)
Las armas de destrucción masiva (ADM), que incluyen las armas nucleares, radiológicas, químicas o biológicas, se obtienen con unas tecnologías cuya extrema peligrosidad potencial requiere que sean controladas o incluso suprimidas. Los controles internacionales sobre las ADM han ido aumentado desde los años 60 cuando se concluyó por ejemplo, el Tratado de No Proliferación Nuclear, pero con el fin de la Guerra Fría, el crecimiento y difusión de las tecnologías aplicables a las ADM están haciendo necesario un control mucho mayor. Cuando el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se reunió en la cumbre del 31 de Enero de 1992, los jefes de estado de gobierno presentes declararon que la “proliferación de todo tipo de armas de destrucción masiva, constituye una amenaza para la paz y la seguridad internacionales”. Las últimas palabras significaban que a partir de entonces podía estar justificada una acción militar colectiva contra los que fabriquen armas de este tipo, según el Capítulo VII de la carta de la ONU.
Así, se puso en marcha un proceso que cada vez afecta más a la política científica y tecnológica. La primera manifestación verdaderamente concreta de este proceso se produjo en Abril de 1997, cuando entró en vigor el Convenio sobre Armas Químicas de 1993. Para vigilar este completo tratado de desarme y antiproliferación, ahora firmado por 168 naciones, casi 500 funcionarios internacionales trabajan en La Haya, sede de una nueva organización para la prohibición de las armas químicas. Otro paso importante para controlar de forma más estricta las ADM ha sido objeto de negociación entre los gobiernos desde 1995: el movimiento internacional contra las armas biológicas.
El principal obstáculo es que las tecnologías que hay que controlar se suelen aplicar tanto a actividades pacíficas inocuas como en las ADM. Su supresión completa, por tanto, es impensable, e incluso disminuir el control podría ser perjudicial para una industria que merece la pena para la sociedad en general. Esta dualidad se hace especialmente evidente en el caso de las armas biológicas, ya que su producción descansa en la adaptación de los métodos industriales de fermentación que se utilizan en toda la industria basada en biotecnología. A medida que el crecimiento de microorganismos bajo condiciones reguladas con precisión sirva a más fines comerciales, más problemático será controlar la industria para evitar las ADM y, quizás, más vulnerable será a ellas. Esto se da en los sectores en que el producto son los propios microorganismos, por ejemplo, en el caso de vacunas bacterianas o víricas, o en los sectores en que los microorganismos dan lugar a productos químicos como en el caso de los antibióticos, enzimas y otros productos químicos originados por esas enzimas. El sector de las vacunas podría, en principio, desviarse y producir armas con el virus Ebola o la bacteria de la peste, el sector químico podría adaptarse, por ejemplo a la producción de armas portadoras de toxinas. El uso industrial de organismos genéticamente modificados está ampliando la gama de productos y procesos, aumentando así la necesidad de los controles.
La biotecnología está favoreciendo una industria beneficiosa para la sociedad, de rápido crecimiento, a la que se destinan grandes inversiones, que crea riqueza, y que, por tanto, es enormemente competitiva. Europa esta luchando contra la hegemonía de Estados Unidos en el mercado de la biotecnología. Es un esfuerzo con fuerte base científica, especialmente (pero no exclusivamente) en el sector farmacéutico. Se estima que las empresas pertenecientes a la asociación comercial Pharmaceutical Research and Manufacturers of America (PhRMA) han invertido 18,9 miles de millones de dólares en investigación y desarrollo, más del doble de lo que gastaron en 1990.
Los controles sobre las ADM podrían en principios amenazar la competitividad de las empresas si se aplicaran de forma desigual a toda la industria biotecnológica y su mercado. Los representantes de la industria también han expresado sus temores de que, bajo el pretexto de espionaje industrial o comprometiendo de cualquier otro modo la privacidad de la Información Comercial Reservada (ICR), los controles sobre las ADM afecten de forma particularmente negativa a las empresas que han hecho grandes inversiones en esta área.
Es importante que se focalicen las medidas en lo realmente peligroso, es así, como ahora se conoce bien la dependencia del programa sobre armas biológicas del gobierno iraquí. También se sabe que su principal fábrica de Anthrax, en Al Hakam, estaba disimulada como instalación biotecnológica con fines civiles antes de que las Naciones Unidas la destruyeran. También se pueden extraer otros ejemplos de los años de la Guerra Fría. La demanda de controles es ahora demasiado fuerte para ignorarla.
La solución: convenio sobre armas químicas
El problema es cómo recorrer el estrecho camino para evitar retener los beneficios de la biotecnología y, a la vez, suprimir su posible utilización con fines bélicos. El Convenio sobre armas químicas manifiesta este doble uso que se le da a la biotecnología, el análisis del Convenio muestra un mecanismo con 3 elementos principales que se explican a continuación.
Primero, las tecnologías que hay que controlar se han definido según la finalidad a la que se destinan, no según sus características inherentes. Al contrario que el Reglamento de la UE sobre Bienes de Doble Uso, el Convenio sobre Armas Químicas no va dirigido sólo contra los productos que enumera. Así, un arma química para el Convenio no es simplemente una bomba llena de gas nervioso o cualquier otra cosa que un militar necesariamente reconocería como arma química. Es cualquier producto químico que sea tóxico, o del que se pueda obtener un producto tóxico, de cualquier tipo o en cualquier cantidad que no esté justificada para fines no prohibidos por el Convenio, es decir, “fines industriales, agrícolas, científicos, médicos, farmacéuticos u otros fines pacíficos” así como otros que también enumera el Convenio. Además de adecuarse al doble uso, este criterio amplio también intenta que el cambio tecnológico no convierta al tratado en anticuado.
El segundo elemento se deriva de la finalidad propuesta. Averiguar la intención, requiere una investigación que se entromete en la empresa: un grado de acceso a las instalaciones y a los libros de los usuarios de la tecnología de doble uso capaz de hacerles temer por la seguridad de su formación comercial reservada. El Convenio, por eso, encarga la vigilancia del cumplimiento, en primer lugar, a las “autoridades nacionales”. La industria química está acostumbrada a someterse a la inspección gubernamental y probablemente confía en la integridad de los inspectores gubernamentales. Para garantizar que cada autoridad nacional mantenga contactos permanentes con los usuarios de tecnología de doble uso, el Convenio obliga a las autoridades a transmitir a La Haya informes periódicos detallados recogidos de sus industrias. Y pide a cada estado parte que promulgue una legislación penal para asegurar que sus corporaciones industriales, y todas las personas físicas o jurídicas bajo su jurisdicción, la acaten adecuadamente.
El tercer elemento es una inspección internacional que debe y está facultada para validar la información sobre la utilización de tecnología de doble uso, declarada por las autoridades nacionales de acuerdo con los términos del tratado. La inspección in situ de las instalaciones industriales es el instrumento principal. La Inspección trabaja bajo unas condiciones estrictamente reguladas y diseñadas para salvaguardar toda la información confidencial que va consiguiendo sobre las empresas.
Todavía no se puede decir que los controles internacionales sobre la tecnología química de doble uso para la obtención de ADM sean completamente operativos. Los trabajos que se llevan a cabo en la actualidad para poner en práctica el Convenio sobre armas químicas todavía se encuentran en sus comienzos. El interés se centra en la tarea mas obvia, la inspección rutinaria de las instalaciones declaradas. Se trata meramente de una parte complementaria de todo el sistema de controles de la tecnología de doble uso, pero es esencial que se haga bien con el fin de crear confianza en todo el sistema del tratado presumiblemente, el equilibrio adecuado se conseguirá al final, y entonces las autoridades nacionales serán capaces de cumplir sus obligaciones plenamente.
Repercusiones en la industria
Este protocolo biológico entrega beneficios de gran valor a la industria biotecnológica. No obstante, la industria llama la atención sobre los costos de las siguientes operaciones: Tener que recopilar la información para las autoridades nacionales; tener que preparar las instalaciones para recibir a los inspectores; aceptar las posibles interrupciones de los programas de producción ocasionadas por las inspecciones; y la posible pérdida de información comercial reservada. El último de estos costos a veces se describe como intolerablemente alto, a pesar del elevado nivel de inspección al que parte de la industria ya está sometida a causa de la legislación sobre higiene y seguridad en el trabajo y de las regulaciones para obtener las licencias de medicamentos y otros productos. Los procesos biotecnológicos suelen implicar secretos comerciales no patentados. En la industria farmacéutica, un único microbio podría suponer un premio de gran valor para los competidores. Un organismo genéticamente modificado utilizado en Estados Unidos para la producción comercial de insulina ha sido valorado en más de mil millones de dólares. La publicación de información científica robada podría evitar la concesión de una patente aún no solicitada, lo que significa también la pérdida de derechos de propiedad intelectual. Las inversiones en este sector de la industria manufacturera pueden considerarse en conjunto más vulnerables que en el resto de la industria química.
Si las ADM biológicas realmente fueran utilizadas, la reacción contra la industria sería instantánea e intensa.
La industria necesita estar preparada. Los costos de una preparación insuficiente rebasarían a la industria y salpicarían a la sociedad en su conjunto.
Pamela Fredes
Escuela de Periodismo
Seminario de Ciencias y Tecnología
Universidad Diego Portales