Fobias: el gran bazar de los temores
( Publicado en Revista Creces, Enero 1999 )

En mayo de 1996, Lars von Trier, cineasta danés, cuarentón juvenil, era esperado en el Festival de Cannes para recibir el gran premio del jurado que coronaba su film "Breaking the Waves". Pero no fue. Prefirió quedarse con los pies bien abrigados en sus pantuflas violeta, en su casa de los suburbios de Copenhague. Y sin embargo, nada le hubiera gustado más. Sus demonios le impusieron un guión completamente distinto: nada de aviones; nada de trenes, porque los vidrios no se mueven; sólo quedaba el automóvil, pero ya se veía en las calles estrechas de Cannes, prisionero en las trampas de los embotellamientos. Una prueba insalvable. Se dio por vencido.

¡Bonito recurso de publicidad! ¡Caprichos de star!, ríe la maledicencia, cuando Von Trier no merecía sino compasión. Porque sus miedos, él no puede dominarlos. Son irracionales, desproporcionados en relación con el peligro, indomables. Tienen un nombre: fobias. Entre el 13 y el 20 por ciento de los franceses -mujeres en las dos terceras partes de los casos- presentarán en el curso de su vida una de esas inquietantes patologías. Como el realizador cinematográfico danés, evitarán todo lugar, toda circunstancia, todo objeto susceptible de desencadenar la angustia. Temores con los que a menudo asocian el ridículo, lo que acrecienta el sufrimiento.


Extraños terrores

Existe una letanía de fobias que los médicos norteamericanos, obnubilados por esos extraños males, han identificado en el siglo antepasado: 6.456 exactamente. Algunas de ellas nos son familiares: todos saben que la agorafobia es el miedo a los lugares públicos. Pero muchos de entre nosotros ignoran que la imposibilidad de vestirse es la enduofobia. Y que el terror a la página en blanco, es la manifestación de leucoselofobia.

Objetos inanimados, animales de pelo o de plumas e incluso frutas o legumbres, basta mirar a su alrededor para asustarse.

En su tiempo, Ladislao, un rey de Polonia, se desmayaba al olor de una manzana, y el cirujano Ambroise Paré salía corriendo ante una anguila, aunque fuese a la marinera. Extraños terrores: los médicos mencionan el caso de un joven de Lyon que veía muñecas por todas partes, cosa que lo paralizaba.

Recientemente los psiquiatras han puesto orden en el gran bazar de los miedos. Distinguen las fobias simples desencadenadas por un objeto determinado, fáciles de identificar, conciernen al 7% de la población. En la primera fila de esas aversiones, entre las mujeres: los insectos, los ratones, las serpientes. Bien definido asimismo, el terror a las tormentas. Entre los hombres, son la altura y los precipicios los que figuran a la cabeza de la estadística, seguidos de cerca por el vértigo de la sangre y de los hospitales. En cuanto al miedo al agua, uno y otro sexo lo experimentan por igual.

Más grave y más difícil de evitar, la agorafobia -y su cortejo de ataques de pánico-, que afecta al 4% de la población. En tanto que las fobias sociales -la obsesión enfermiza de creerse espiado o enjuiciado por sus semejantes, el temor de hablar en forma entrecortada o de ruborizarse- conciernen al 2% de los franceses.

¿Cuál es el origen de estos trastornos? Solamente los sicoanalistas ortodoxos tienen una respuesta: ven en ello una neurosis, una manifestación de impulsos sexuales reprimidos. Los teóricos del comportamiento emiten, por su parte, diversas hipótesis. Las fobias habrían favorecido la supervivencia de la especie. La educación predisponía también hacia las tendencias fóbicas: nuestros padres nos ponen en guardia contra los peligros.


El miedo de Pascal

Cualquiera que sea su origen, estos miedos exagerados se dejan sentir en todos los medios sociales. Hasta una cabeza bien firme puede sucumbir a su influjo. "El más grande filósofo del mundo, sobre una plataforma más ancha de lo necesario, si hay un precipicio debajo, por más que su razón le convenza de que está seguro, dejará que prevalezca su imaginación. Más de uno sería incapaz de sostener el pensamiento sin palidecer y transpirar", escribió Pascal, justificando así su propio horror del vacío después que su carroza quedara inclinada sobre un barranco.

"Este pensamiento contiene los elementos esenciales que permiten definir el síndrome fóbico: miedo irracional, reacciones emocionales de angustia y pensamientos catastróficos", explica el doctor Jean Cottraux, siquiatra en el Hospital Neurológico de Lyon, autor del libro "Les Thérapies Cognitives". Pues la fobia es el miedo a un peligro que no existe siempre. Y sin embargo, el organismo se pone a la defensiva, como si hiciera frente a una amenaza real: bajo los efectos de una hormona, la noradrenalina, el ritmo cardíaco de la víctima se acelera, sus manos tiemblan, transpira, sus músculos se tetanizan, sus intestinos se anudan. No le queda otro recurso que la huida.

Cuando de pequeñas fobias se trata, esa estrategia de evitación a veces es negociable. Se evitarán las malezas cuando hay víboras, un miedo que confiesan siete de cada diez franceses. Y se optará por las vacaciones en la arena si las vacas nos angustian, como ocurre con una persona entre cien. Pero, a menudo, basta oír el nombre del objeto aborrecido o simplemente que se piense en ello para que sobrevenga el pánico. Entonces el enfermo se confina: por miedo a los pájaros, Mathilde se encierra en su casa, con las persianas bajas. Para ella, el mundo está poblado de picos acerados y del rumor de alas que anuncia la muerte.

Estos síntomas pueden ser la causa de dramas familiares. Recientemente, en Gran Bretaña, Susan fue librada a la vindicta pública. Se negó obstinadamente a someterse a exámenes médicos que permitirían saber si su médula ósea convenía a su hermana, leucémica. Pero su aversión obsesiva de la sangre, de las agujas y de todo lo que recuerda el hospital, aun en su domicilio, es más fuerte que el amor: Los fóbicos arruinan la vida de sus semejantes y destruyen la propia. Los agarófobos, víctimas de accesos de pánico y de ansiedad generalizada presentan una tasa de suicidios y de accidentes cardiovasculares más elevada que el promedio. Y, como entre las personas afectadas por las fobias sociales, su padecimiento sicológico es atroz. Sin embargo, muy pocos de estos enfermos permiten que se les ayude, por miedo al siquiatra, y también por vergüenza.

"Hasta estos últimos años los pacientes consultaban raras veces por fobias sociales -confirma el doctor Dominique Servant, de Lille ("Les Phobies Sociales"). Esperaban a veces diez años, a riesgo de que se hiciera crónica su enfermedad".


Química y trabajo cognitivo

De manera que ¡nada de pánico!. Las fobias tienen cura. Mediante la química, en primer lugar: antidepresivos y ansiolíticos atenúan los males. Pero es la sicología del comportamiento y cognitiva la que proporciona el mejor remedio. La que permite, desde el primer síntoma, aprender a desterrar la crisis de angustia gracias a movimientos de relajación y respiratorios. Adquirida esta relativa autonomía, comienza el trabajo cognitivo. Guiado por su médico, el paciente imagina escenas en las cuales, progresivamente, el objeto de su terror recupera su verdadera dimensión. Y estará entonces predispuesto a la desensibilización, un encuentro, etapa por etapa, con su enemigo de ayer: mirar un gato, tomar el ascensor... En adelante, el dios Pan, demonio de los pánicos, que hallaba un maligno placer en aterrorizar a los humanos, será relegado al Parnaso de las mitologías.



Breve glosario para uso de fóbicos

- Si tiene tanto miedo de ver un cuchillo que prefiere alimentarse de puré: usted es machairófobo.

- Si pasa tres horas esperando en la estación por miedo de perder el tren: usted es siderodromófobo.

- Antes morir que ruborizarse: usted es ereutófobo.

- Se inunda en desodorante para asegurarse de que no transpirará: es usted diapnófobo.

- Los laxantes son su mejor aliado, pues le aterroriza el estreñimiento: está afectado por el miedo más difícil de pronunciar, la apopatodiafulatofobia.

- La angustia de tener ganas de orinar le hace perder posibilidades: usted es urinófobo.

- Pinchazo es sinónimo de suplicio chino: es usted belonéfobo.

- Lo creen mudo; abrir la boca para emitir un sonido le parece algo fuera de su alcance: usted es logófobo.

- Nunca duerme sin iluminar su habitación: usted es kenófobo.

- Finge siempre que tiene jaqueca, pero en realidad le huye al acto sexual: usted es pornófobo.

- "Allá arriba en la montaña" no está su aire favorito, pues detesta la altura: usted es acrófobo.

- Se considera horriblemente feo: usted es dismorfófobo.

- Los microbios están por todas partes, listos para atacarlo: es usted microbiófobo.

- Ha contratado un probador para verificar la inocuidad de sus comidas: usted es toxicófobo.

- Vive como Drácula, en la oscuridad: usted es fotófobo.




Por Annie Kouchner

París (L` Express).



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