Violaciones: castración o cárcel
( Publicado en Revista Creces, Noviembre 1996 )

Constantemente, nos vemos impactados con las noticias de abusos sexuales, violaciones y crímenes, que cada vez parecen ser más frecuentes. Los ofensores atacan a víctimas indefensas, muchas de las cuales son niños. Sin duda son individuos anormales, que frecuentemente repiten sus felonías y no parecen arrepentirse de ellas. Para muchos, ellos representan un peligro que la sociedad debe eliminar.

Peter Wilson, Gobernador del Estado de California, ha firmado una drástica Ley que castiga a aquellos que abusan sexualmente de niños. Mediante ella, si esos individuos ha reincidido en su acción criminal, son condenados a prisión perpetua, a menos que para lograr su libertad estén de acuerdo en ser castrados quirúrgicamente, o por último acepten someterse a recibir semanalmente inyecciones de hormonas que reducen su impulso sexual y la agresividad.

Esta ley que también otros Estados desean implementar, ha despertado variadas controversias. Los que están a favor de ella, dicen que esta misma ley ya existe en varios países de Europa, y que se ha demostrado como muy efectiva para disminuir este tipo de delincuencia. Quienes están en contra, dicen que es demasiado drástica. Mientras tanto algunos científicos opinan que el problema es muy complejo como para pretender resolverlo simplemente por la cirugía o la química.

El hecho es que de acuerdo a la ley aprobada en California, si el individuo quiere salir en libertad antes del término de su pena, tiene que aceptar someterse, ya sea a la castración o a un régimen de tratamiento continuo con hormonas. En este último caso se trata de la medroxiprogeterona (Depo-Provera), que inhibe el efecto de la testosterona. Con cualquiera de los dos métodos, se pretende disminuir los niveles sanguíneos de testosterona. Con la castración, al eliminar los testículos, su efecto es permanente, mientras que con el tratamiento hormonal su efecto dura sólo mientras se estén administrando las inyecciones.

Leyes similares que contemplan la castración, ya existen en Dinamarca, Alemania, Noruega, Finlandia, Estonia, Suiza y Suecia. Es cierto que como promedio las recidivas han caído en esos países, del 50% al 2%. Sin embargo ello no parece deberse propiamente a la castración, ya que esta en la práctica ha sido aplicada en muy contadas ocasiones. En todo caso, si ha influido, es más bien por el temor.

Una experiencia ampliamente citada, es la descrita en Suiza. Ella se refiere a dos grupos de criminales; en 127 casos los ofensores prefirieron la castración para salir en libertad. Otro constituido por 50 casos, cumplieron completamente la pena que fue de algunos años. En el primer caso las recidivas alcanzaron un 4%, mientras en el segundo estas fueron de un 77%. Esta diferencia, es en todo caso muy demostrativa.

El mismo efecto positivo se ha descrito con el uso de hormonas. En 1992, William Meyer de la Universidad de Texas, describe su experiencia con el tratamiento con hormonas como método para evitar las recidivas, después de haber cumplido su pena. El observa que los individuos que aceptaron recibir hormonas, cometieron un 7% de recidivas, mientras que los que se negaron a ser tratados con hormonas, las recidivas fueron de un 58%.

Sin embargo en la práctica parece difícil asegurar éxito de un tratamiento permanente de inyecciones en individuos que están en libertad. Lo probable es que después de un tiempo desaparezcan, aún con la amenaza de cárcel. Incluso se ha observado que algunos de ellos han aprendido a contrarrestar la acción de la Depo-Provera, inyectándose dosis altas de testosterona, resultando en definitiva más dañino el remedio que la enfermedad. Por otra parte, no se conoce bien el efecto de dosis prolongadas de Depo-Provera sobre el cerebro, ya que la administración mantenida de ella podría desarrollar un mecanismo de bloqueo sobre la droga, dando así una falsa sensación de seguridad.

Por otra parte no todos los psiquiatras están de acuerdo con este tipo de medidas. Según ello, en la mayoría de los casos se trata de débiles mentales, que no están en condiciones de valorar la gravedad de su acción. Otros en cambio, atacan niños porque son sádicos violentos, de modo que sus acciones no están relacionadas con los niveles de testosterona en la sangre. En ambos casos el tratamiento con hormonas no cambiaría las cosas.

A la controversia también han entrado los defensores de los derechos humanos, que por principio se oponen a la castración. Como siempre, hay opiniones para todo.



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