La conquista de América y las infecciones
( Publicado en Revista Creces, Diciembre 1997 )
ºSólo un puñado de españoles derrotaron al imperio azteca, muy consolidado y organizado. Lo mismo ocurrió en el resto de América. Los estudios actuales parecen señalar que no fueron tanto las armas las que marcaron la diferencia, sino más bien las enfermedades que diezmaron rápidamente a la población indígena. Hay razones que explican por que la población indígena no tenia inmunidad para las nuevas enfermedades traídas por los conquistadores.
A menudo se afirma que en la primera centuria después de la llegada de Colón al Nuevo Mundo fallecieron más indígenas que los que nacieron, debido a enfermedades infecciosas traídas por los conquistadores españoles. Su población se vio diezmada por la viruela, el sarampión, la influenza, la peste bubónica, la difteria, el tifus, la escarlatina, la varicela, la fiebre amarilla y la tos convulsiva. Todas enfermedades con las que los indígenas nunca habían tenido contacto y que por lo tanto no habían tenido posibilidad de desarrollar inmunidad contra ellas.
Tales enfermedades encontraron una población absolutamente virgen para todas estas pestes, que en cambio habían azotado a Europa por varios siglos. David J. Melzer del Departamento de antropología de la Southern Methodist University de Dallas, en su libro "The Search for the First Americans", describe y trata de explicar todo esto.
¿Es que los aborígenes tenían una falla en su sistema inmunológico que los hacía más susceptibles a estas enfermedades? ¿Por qué enfermedades que eran relativamente benignas en los europeos tuvieron efectos tan devastadores en la población indígena? El autor se remonta a 11.500 años antes de la llegada de Colón para hallar una respuesta.
Las pestes y la derrota
El hecho es que todas estas pestes se extendieron muy rápidamente y en todas direcciones, causando gran mortandad en los indígenas, propagándose aun antes que ellos fueran tomando contacto directo con los conquistadores. La razón era muy simple. Por ejemplo la viruela tiene un período de incubación de 10 a 14 días, y el virus se esparce por la respiración y también por las ropas y frazadas contaminadas. Cuando los primeros síntomas aparecían en algún asentamiento aborigen, ya individuos que aún no habían desarrollado la enfermedad se habían desplazado a otros lugares, llevando con ellos la infección. Es decir, las enfermedades se expandieron más rápido que los mismos conquistadores.
La elevada mortalidad de los indígenas asombraba a los conquistadores y así lo relatan en sus crónicas. La verdad es que muchas de sus conquistas militares fueron en gran parte favorecidas por la ayuda de estos males. Al menos así lo parece cuando Hernán Cortés derrotó tan fácilmente al imperio Azteca. Cuando él volvió a la capital, la ciudad de Tenochtitlán, que había tenido que abandonar para combatir a Pánfilo de Narváez, se encontró con una población a la que sin dificultad dominó con una escasa tropa. Algunos historiadores atribuyeron la victoria a la superioridad de las armas españolas, a su caballería, al ingenio militar de Cortés o incluso al espíritu misionero que daba especial ánimo y valentía a sus combatientes.
Pero la verdad parece ser otra. Para ese entonces ya la plaga de viruela estaba haciendo estragos tanto en adultos como en niños. El conquistador halló una ciudad enferma, porque de otro modo no se habría podido explicar que llegara a dominar con tan poco obstáculo a una población de 1.5 millones de un imperio tan bien organizado. La conquista, más que una guerra convencional fue una guerra microbiologica.
Como adquirió el europeo la inmunida
Melzer tiene una explicación, que para entenderla hay que remontarse a miles de años atrás, cuando el hombre dejó de ser cazador y recolector y comenzó a convivir con los animales domésticos. Hasta ese momento tampoco el primitivo hombre europeo tenía inmunidad contra esas enfermedades. Según la teoría de Melzer, estas enfermedades infecciosas pasaron desde los animales a los hombres, cuando su convivencia se hizo estrecha, como consecuencia de la domesticación de los mismos. De este modo estos virus se introdujeron a sus refugios y al compartir la vida con los animales también compartieron los muchos gérmenes patógenos y parásitos, como piojos gusanos y mosquitos, propios de ellos. También la rata comenzó a convivir con el hombre y sirvió de vector de muchas de éstas y otras enfermedades.
Hay antecedentes como para pensar que muchas de estas enfermedades eran originarias de otras especies animales y que de alguna manera se adaptaron al hombre. Así por ejemplo, el virus que produce la viruela, corresponde a una mutación de la viruela de la vaca. El del sarampión, el distemper de los perros y el de la influenza al virus de la peste porcina. Aún hoy en día se están produciendo constantemente mutaciones de numerosos virus, que desde los animales pasan, se adaptan y producen enfermedades en la especie humana. Tal es el caso, por ejemplo, del SIDA, donde un mutante del virus parece haber pasado de los monos a la especie humana.
Probablemente en aquella época, cuando estas primeras enfermedades comenzaron a aparecer en el hombre, tampoco ellos tenían resistencia y por eso también produjeron grandes estragos. Sin embargo, en función del tiempo, los más susceptibles fallecieron y fueron siendo eliminados de la población, mientras que los sobrevivientes más fuertes llegaron a dominar el "pool de genes".
Más tarde, los males que en un comienzo afectaban a adultos y niños por parejo, debido al rápido y masivo contagio, pasaron a ser enfermedades típicas de infantes, ya que ellos se infectaban primero. El niño pequeño se contagiaba ya en los primeros años de vida, con lo que la inmunidad adquirida a esa edad persistía hasta la edad adulta. Ocasionalmente también entraron en escena epidemias espectaculares, como la peste negra en el siglo XIV. Con la llegada de los españoles, se observó el mismo fenómeno en el Nuevo Mundo, en que las enfermedades que para los europeos eran típicas de niños, también al comienzo afectaban en forma grave al adulto.
Mientras más vive una sociedad con enfermedades, menos probable es que mueran por ellas y es lo que sucedió con la población europea. Pero no ocurría con los nativos americanos, los cuales al no estar protegidos biológicamente, niños y adultos fueron afectados por igual, con una altísima mortalidad.
El Nuevo Mundo también tenía sus propios males, como la enfermedad de Chagas, de Carrión, la triquinosis y tal vez la sífilis. No obstante, pocas eran mortales y ninguna repercutía seriamente ni en los conquistadores, ni en los indígenas.
Por que los nativos no habían conocido las enfermedades europeas
Todas las investigaciones parecen demostrar que los primeros pobladores que llegaron al continente lo hicieran por el norte, entre 15 mil a 30 mil años atrás. Cruzaron por la región de Beringia (estrecho de Bering), provenientes del Asia (Cuándo y cómo llegó el Hombre a América). Probablemente cuando ellos cruzaron, aún los glaciales cubrían la zona. En esta época el hombre aún era nómade y el cruce fue previo a que se estableciera como agricultor. Es decir, los primeros habitantes que entraron a América, lo hicieron antes de la época en que se inició la domesticación de los animales, y por lo tanto no habían convivido con ellos.
Por otra parte, cuando cruzaron Beringia los glaciales aún cubrían la zona y allí existía un puente de 1.500 kilómetros de ancho. Probablemente cruzaron buscando las grandes bestias, como los mamuts, bisontes y otros que probablemente estaban comenzando a escasear en Asia de aquella época. Como dato interesante, ellos no eran animales domesticables, y por lo tanto no convivían con los seres humanos y no competían con ellos por el alimento. Posteriormente, al pasar la edad de los hielos, ya no pudieron cruzar más.
La domesticación de animales aparentemente fue una respuesta a la necesidad de asegurarse el alimento, lo que no era el caso en América en que había abundancia de alimentos. Los aborígenes conocían una gran variedad de plantas, obteniendo de ellas sus cosechas, como papas, maíz, porotos, maní, cacao y muchos otros. No cabe duda que en América de aquella época, el abastecimiento y producción de alimentos era exitosa, como lo demuestra el hecho de que se hayan podido agrupar en grandes ciudades, como es el caso de Tenochtitlan (la capital azteca), que tenía 200 mil habitantes y en sus vecindades, probablemente vivían más de un millón y medio de habitantes.
El paso desde Asia fue posible en la edad de los hielos. Cuando esos primeros asiáticos atravesaron por ese puente helado, el viejo mundo no había aún domesticado ni cabras, vacas, ovejas o perros, y por lo tanto salieron de allí antes que se desarrollaran las enfermedades epidémicas transmitidas por ellos. Por eso los primeros habitantes cruzaron el puente helado sin animales domésticos, animales asociados a ellos. Ni las ratas los pudieron seguir.
Así mismo, el paso por esa amplia zona congelada tal vez sirvió de filtro para los gérmenes, como se sugiere. Allí el frío clima del Artico probablemente mató también a los vectores de enfermedades como los mosquitos, piojos o gusanos. En la práctica, cada grupo que cruzó (seguramente demorando años o decenios), tuvo su propia cuarentena, llegando así al Norte de América vírgenes de enfermedades, para más tarde extenderse desde allí al resto del continente. Allí los encontraron los conquistadores con sus enfermedades que cruzaron a América por el mar. Así explica Melzer la falta de inmunidad de los aborígenes y su cruel despertar con su encuentro.