Violencia familiar y maltrato infantil
( Publicado en Revista Creces, Abril 1997 )

La violencia en la familia es la más grave amenaza a la estructura, la estabilidad y la convivencia del núcleo básico de la sociedad. En la familia reside la principal responsabilidad del cuidado y desarrollo de la próxima generación. Es por ello que de su armónica organización y funcionalidad depende en definitiva la estabilidad y equilibrio de la sociedad en el tiempo. El dolor y sufrimiento de las víctimas indigna y angustia, pero preocupa aún más el daño permanente que se está infringiendo a la sociedad. Sin duda que la violencia intrafamiliar tiene altos costos, no solo para quienes la sufren, sino para la sociedad entera. Son esos costos los que, tarde o temprano, la sociedad debe pagar. Cada vez se ve más claro que la sociedad violenta, nace en la violencia de la familia. Querámoslo o no, la violencia y el desamor en la familia, dejan en la infancia huellas imborrables, las que más tarde llevarán a repetir y multiplicar la violencia.

Si hoy vemos incrementarse cada vez más la violencia en la sociedad es porque los individuos han plasmado su comportamiento violento en el seno de la familia.

Estremecen los resultados de estudios recientes realizados en nuestro país, los cuales señalan que el 60% de nuestras familias viven en un clima de violencia constante, tanto de tratos como de hechos. Frente a estas cifras, no es de extrañar entonces la complacencia que hoy la sociedad muestra para con la violencia. Más aún, parece admirarla.

La violencia nos rodea por todas partes y los medios de comunicación social parecen disfrutar de ella. La venta y comercialización de la violencia parecen sustentar el mercado de la comunicación. Se ha llegado a tal distorsión que para algunos, quienes matan y asesinan son héroes idealistas a los que se debe aplaudir.

Desde temprana edad el niño está expuesto a la cultura de la violencia. En un estudio reciente David Hamburg, presidente de la Fundación Carnegie Corporation de Nueva York, afirma que un niño americano está frente al televisor un promedio de 22 horas semanales (algunos hasta sesenta horas). Para cuando ellos han alcanzado la adolescencia, ya han estado frente al televisor más horas que en clases en la escuela. En el período de un año, afirma Hamburg, el niño ha presenciado un promedio de 1000 asesinatos, violaciones y asaltos. Si un programa filmado de televisión no tiene estos ingredientes, ya le parece raro. Casi no existen los programas que traten de educar en el amor, la fraternidad y la generosidad.

Si a ello agregamos su experiencia personal de la violencia en el hogar, hemos completado el cuadro necesario para producir una indeleble marca en la psiquis del niño.¡La violencia es la situación normal! Sus juegos tienen que ser violentos, y más aún si sus padres le recalcan que "si a ti te golpean en el colegio, debes responder con más violencia". Lo que puede enseñar el maestro en el colegio suena absurdo: "este mundo no es de los débiles, ni menos de los mansos y humildes de corazón" "Para ellos está el Cielo, pero no la Tierra donde les tocará vivir".


La violencia en el tiempo

¿Es que la violencia recién descrita es sólo el producto de la compleja sociedad actual? Sin duda que la sociedad durante el presente siglo ha experimentado los más violentos cambios de toda la historia de la humanidad. La sobrepoblación, la concentración urbana, la explosión de los conocimientos, el enorme incremento de la comunicación, etc., han despertado una verdadera revolución de expectativas que no ha sido posible satisfacer en igual proporción. A ello hay que agregar otros factores, como el aumento del uso de las drogas, los cambios experimentados en las estructuras de la familia, en que se han desdibujado los roles parentales (trabajo de la madre fuera del hogar), sin duda que han contribuido también al incremento de la violencia dentro y fuera de la familia.

Sin embargo, no debemos culpar sólo a nuestros tiempos. Muy por el contrario, la violencia en la familia parece haber nacido con ésta. Así por lo menos lo relata la Biblia, cuando relata la muerte de Abel en manos de Caín. La historia nos señala que la violencia en la familia siempre ha estado presente y han sido muchas las sociedades que incluso la han llegado a considerar como natural y lícita. Confucio, 500 años antes de Cristo, ya afirmaba que "todo marido tenía el derecho a matar a su mujer si ésta incurría en determinadas acciones, en las que él no estuviese de acuerdo". Igual hegemonía y unilateralidad, ha estado presente en la cultura China y en la India.

En la antigua Roma, el pater familia tenía prerrogativas ilimitadas sobre sus hijos, hasta el grado que en sus manos estaba el decidir si un recién nacido tenía o no el derecho a vivir. Aristóteles expresó: "Un hijo o un esc1avo son propiedad, y nada de lo que se hace con la propiedad es injusto".


La violencia y la evolución

Nuestros comportamientos no sólo están regidos por la enseñanza, los cambios históricos, las ideologías, las culturas sino también por los "instintos" presentes en el reservorio genético que pertenece a la especie. Ellos son mandatos que están impresos en nuestros genes, y sin duda que ellos también contribuyen a modular nuestro comportamiento. El instinto de la violencia es uno de ellos.

Los estudiosos de los comportamientos sociales de los animales superiores, como por ejemplo el chimpancé, el orangután, el baboon, los lobos, los perros, etc., no dejan de sorprenderse al encontrar muchas similitudes con el comportamiento humano: las estructuras de la familia y los roles de sus componentes, los parentescos, la división del trabajo, las estructuras jerárquicas de clases, las actitudes durante el cortejo, el tratamiento diferencial de los distintos componentes del grupo, los extraños rituales de dominancia y sumisión, así como la competencia y/o colaboración en el reparto de los alimentos, o la distribución del espacio vital y la vida en pareja, o por último las reacciones violentas del macho. Estos y otros comportamientos sociales son en realidad muy semejantes a los de los seres humanos. Es que en alguna forma, por la evolución de las especies, estamos ligados a las inferiores. Son éstos los mandatos que llamamos instintos.

Todos ellos parecen ser comunes entre el hombre y los animales, pero, sin embargo, llama la atención que en el animal no está presente la violencia intrafamiliar. Muy por el contrario, la familia en ellos es sólida y están siempre en ella perfectamente definidos los roles maternos y paternos. Padres y crías interactúan armónicamente en el cuidado del desarrollo y la preparación del proceso de su descendencia, tanto para su sobrevida en el medio, como para su interacción en la sociedad. Ni siquiera para la enseñanza de las crías, interviene la violencia. De no ser así se habría puesto en peligro la preservación de esa especie.

Es interesante lo demostrado recientemente por un grupo de investigadores, en que por métodos bioquímicos consiguieron bloquear artificialmente en ratas el instinto maternal de la madre, y ésta, en consecuencia, llega a despreocuparse de sus crías. Pero aun así, no hay violencia (Creces, Noviembre 1996, pág. 21). Parece ser que la violencia intrafamiliar fuera sólo una característica de la especie humana. Ella no ha sido heredada de otras especies.

El hombre se diferencia de los animales, tanto por el mayor desarrollo de la inteligencia como también por tener conciencia de sí mismo. El animal actúa como un autómata, expresando integralmente el mandato de sus instintos. En el hombre en cambio, es tanto su inteligencia y su espíritu (que se refleja en la capacidad de evaluarse y conocerse a sí mismo), los que han hecho posible la moderación de la expresión de los instintos. Ello es lo que en definitiva ha permitido la organización y estructuración de la sociedad que ha ido evolucionando con los tiempos.

La violencia intrafamiliar es una aberración dentro de la estructura familiar, que sin ningún beneficio amenaza su constitución. Siendo el instinto correcto (al menos en los animales) el que mantiene la armonía de la familia, ¿Por qué no expresarlo entonces correctamente? Más aún, si el hombre ha logrado tan alto desarrollo de la inteligencia y ha adquirido la conciencia de sí mismo y de sus actos, ¿Por qué actúa tan frecuentemente contra la preservación de su propia especie?

¿Es ello debido a factores culturales? Podría pensarse así, ya que la violencia intrafamiliar es más frecuente en los grupos socio-económicos bajos. Pero sin embargo no es exclusiva de ellos, ya que se ha comprobado que ella traspasa y afecta a todas las estructuras de la sociedad. Lo que sí pareciera cierto es que la violencia en la familia es transmisible como una verdadera enfermedad. Se contagia de padres a hijos y se transmite también al medio ambiente. Debería ser posible su prevención.

Esta prevención, pasa por la erradicación de la cultura de la violencia que hoy nos envuelve, para que sea reemplazada por la cultura de la convivencia de la paz activa. Para ello se requiere la participación de toda la sociedad. Significa progresar y luchar por el bienestar y la justicia, significa eliminar los dogmas y el fundamentalismo, eliminar la corrupción y los abusos de poder, eliminar, por fin, la discriminación de cualquier orden. Todos ellos son factores que inducen a la violencia.

Para abolir la complacencia con la violencia es fundamental una previa toma de conciencia de la comunidad y una adecuada estrategia comunicacional, que elimine la violencia y la comercialización de ella en diferentes niveles.

Durante el presente siglo hemos presenciado los más trascendentales cambios de toda la historia de la humanidad. Contrariamente a lo que podría haberse pensado, el ser humano ha sido capaz de adaptarse a ellos. ¿Por qué no podría adaptarse ahora a una nueva cultura de paz y convivencia?

La violencia intrafamiliar no puede separarse de este contexto y mirarse sólo como un problema aislado de la sociedad violenta. Es preciso reconocer que algo se ha avanzado. Si bien es cierto que la violencia ha estado siempre presente, en los últimos años ha comenzado a ser divulgada y discutida, y ya no se acepta como una situación normal. Sin duda que ello constituye un primer paso en el camino del cambio cultural. Por otra parte, se ha legislado para reprimirla y castigarla y para proteger a la víctima. Pero todo ello, aisladamente no basta. Debemos ir más allá.



Dr,. Fernando Mönckeberg

Presidente, CONIN


* Discurso Inaugural del Curso Post-Título: Violencia Familiar y Maltrato Infantil, desde una perspectiva transdiciplinaria.

Universidad Santo Tomás. Enero 1997. Santiago Chile.




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