La felicidad en el milagro de la vida
( Publicado en Revista Creces, Julio 1997 )
Vivimos y queremos seguir viviendo. Según las estadísticas son muy pocos LeOS que por su voluntad se quitan la vida (10 por cada 100.000 habitantes), y cuando ello ocurre, casi siempre hay detrás un trastorno mental (Alarmantes suicidios en China y parte de Asia). El hecho es que hay un imperativo interno que nos lleva a vivir, y es bueno que así sea, porque es bueno vivir. Mientras vivimos, todos deseamos la felicidad. Algunos dicen haberla alcanzado, otros creen que a ellos se les ha negado y tienen argumentos para afirmarlo. Muchos creen alcanzarla adquiriendo poder, ya sea acumulando riqueza, gloria o protagonismo. Los otros se sienten infelices, porque la vida les ha negado la riqueza o la gloria, o porque su salud es precaria, o finalmente por no sentirse amados. Pero cualesquiera que sean las circunstancias adversas, nadie quiere dejar la vida.
Tal vez todo ello ocurre porque la felicidad es diferente a lo que imaginamos. Pienso que es más simple, y que ella está en "el hecho mismo de vivir". Sin embargo no lo valoramos, tal vez porque sea una realidad que se nos dio gratuitamente. Pero cuando la vida se nos escapa de las manos, la angustia se apodera de nosotros. Sólo en ese momento, nos damos cuenta que la felicidad estaba en el hecho mismo de vivir.
Como seres vivos, cada uno de nosotros es una unidad, pero insertos entre otros seres vivos, y en un mundo entero de vida que nos rodea. El tener conciencia de nuestra existencia constituye en sí la felicidad. El poder constatar la vida de los que nos rodean, la complementa, ya que el hombre es un ser gregario.
Pero no solo el gregarismo es lo que nos hace felices. Es también toda la vida que nos rodea. Todos nuestros sentidos están coordinados para detectar la vida y experimentar la felicidad. Cuando cada mañana despertamos, tomamos conciencia de la vida, y sin que lo valoremos, comienza la felicidad. Al abrir los ojos, los primeros rayos solares dentro de una determinada longitud de onda son captados por las células de la retina y procesados en la corteza cerebral. En la maravilla de nuestro cerebro, esa imagen se interconecta con las emociones que antes hemos tenido. Por el sentido de la vista somos felices de poder ver a quienes nos dieron la vida, o a quienes nosotros se la dimos. A través de la vista constatamos la vida, que nos rodea, la que nos despierta emociones que nos permiten gozar de su belleza y armonía. "Esa es la felicidad"
Otras longitudes de onda estimulan nuestro oído y también con ellos constatamos la vida que nos rodea. También a ellas las captan el cerebro y las conecta con nuestras emociones. Son las mismas longitudes de ondas las que nos permiten percibir la vida de los que nos rodean y emitiendo también nosotros ondas sonoras nos comunicamos con lo que llamamos las palabras, y eso es felicidad. Son las mismas longitudes de onda las que también nos permiten percibir la vida de la naturaleza y la armonía de los sonidos. Su conjunto nos produce emociones que contribuyen a la felicidad.
Con nuestras manos podemos palpar otras vidas semejantes, despertando estímulos táctiles que también llegan a nuestro cerebro. Podemos recorrer la piel de un ser querido y la de la mujer amada, con la cual también vamos a crear otras vidas y sentimos una enorme felicidad.
Por nuestras neuronas, perfectamente interconectadas, podemos recordar, pensar y planificar, y al ser esto posible, también somos felices. Somos más felices aún, cuando a través de nuestra razón somos capaces de crear, de amar y de dar, porque con ello estamos contribuyendo a la armonía y preservación del maravilloso milagro de la vida. Los poetas saben decirlo mejor: "Gracias a la vida que me ha dado tanto"
La felicidad que nos da la vida la constatamos a través de nuestras emociones. Ellas nos proporcionan una suma algebraica entre el placer y el dolor.
Sin el dolor no podemos tener conciencia del placer. Dolor y placer son un continuo, y es ese continuo lo que en definitiva constituye la felicidad.
El no vivir, el no existir, equivale a la ausencia absoluta de felicidad. Si lo comprendiéramos en este sentido, todos nuestros esfuerzos debieran estar dirigidos a preservar la vida y tomar conciencia de la felicidad que ella significa. Más aún, adquiere otra dimensión el traspasarla a quienes nos tienen que seguir. Debiéramos también tomar más conciencia que la vida es un continuo interrelacionado, y que nuestra felicidad en ella es plena, si permitimos y cuidamos la armonía de la vida que nos rodea.
Al observar esa armonía, no podemos sino dar gracias al Creador que hizo posible la vida, desde sus formas más simples a las mas perfectas. Gracias también porque nos proveyó de sentidos, inteligencia y espíritu, que nos permiten tener conciencia de ella.
La singularidad de la vida
Hasta hace pocos años, la presencia de la vida en el planeta Tierra era considerada como algo muy estable y en la que el hombre por su acción directa, nunca iba a llegar a ponerla en peligro. Pero hoy esa seguridad ha perdido fortaleza y se comienza a tomar conciencia de la fragilidad del sistema. Los hombres, al controlar muchos riesgos, se han multiplicado en forma explosiva, pasando a ser lejos la especie dominante. Ya se han sobrepasado los 5.400 millones de habitantes y se doblarán en los próximos 40 años. Ello junto al descuidado sistema productivo, ya ha comenzado a alterar el equilibrio existente y a poner en peligro el frágil sistema que ha hecho posible la vida.
Hoy comprendemos que toda la vida en el planeta ha tenido un origen común, y que su desarrollo, de lo más simple a lo más complejo, significó miles de millones de años de evolución. Según los cálculos derivados de diversos estudios, la vida habría comenzado en la Tierra hace aproximadamente 4 mil millones de años, cuando las condiciones de su enfriamiento así lo permitieron. Para ello debieron darse previamente condiciones muy singulares, que no estuvieron presentes en otros planetas del Sistema Solar. Desde luego la distancia que separaba la Tierra del Sol fue la adecuada para que se formara la atmósfera y luego los océanos. En los tiempos primitivos en que la Tierra se concentraba progresivamente, y se separaba en una corteza liviana y un núcleo más denso, progresivamente se liberaban gases a través de una actividad volcánica, y estos llegaron a formar la atmósfera. El agua evaporada de esos gases se precipitó en lluvias, hasta formar los océanos. Este último fenómeno no pudo por ejemplo, ocurrir en otro planeta como Mercurio, ya que al estar mas cerca del sol, su temperatura impidió que su vapor de agua se condensara, perdiéndose éste en el espacio. Por el contrario, en aquellos planetas más lejanos, como Júpiter y Saturno, la temperatura era muy baja y el agua quedó condensada en forma de hielo. En uno y otro caso, en ausencia de agua, la vida líquida no era posible.
La singularidad no estuvo dada solo por la distancia que nos separaba del sol. Es así como el planeta Marte está a una distancia más o menos apropiada como para que naciera la vida, pero es más pequeño que la Tierra y por lo tanto, no tuvo la gravedad suficiente como para mantener los gases que se desprendían de sus volcanes durante el proceso de concentración y de este modo no se pudo formar una atmósfera alrededor de él y los gases se perdieron en el espacio. Sin embargo, observaciones recientes de meteoritos provenientes de Marte dan antecedentes que señalan la posibilidad de que haya existido una vida primitiva en el interior de este planeta.
Aún no sabemos si la singularidad se dio solo en la Tierra, o si la vida existe en otras partes del Universo. En los últimos dos años, los astrónomos creen haber descubierto otros sistemas solares con planetas que orbitan alrededor de una estrella. Pero las pruebas son muy débiles y algunos las cuestionan. En todo caso si existieran otros planetas, podría haberse dado en algunos de ellos la misma singularidad que se dio en la Tierra y que por lo tanto pudiese haber surgido allí también la vida. Nunca lo sabremos, ya que las distancias que nos separan son inalcanzables y se miden en miles de años luz. Cuesta imaginarse que el Universo sea enteramente inanimado y que por siempre haya estado ausente de ella, en un eterno silencio y que solo nosotros gocemos de la vida.
Pero volvamos a la Tierra, donde sí la vida existe. En un comienzo, los gases que arrojaron los volcanes habrían estado formados por C02, vapor de agua y amonio. En esa atmósfera primitiva y en los océanos que posteriormente se formaron, nació la vida. ¿Cómo se produjo?. Muchas son las teorías, pero todas concuerdan en que la vida se inició en organismos muy simples, como líquenes o algas. Algunos piensan que primero se formó una molécula orgánica (que contenía carbono), y que ésta en algún momento fue capaz de replicarse y evolucionar en divisiones sucesivas en el tiempo, hasta llegar a constituirse en un organismo vivo y simple.
El hecho fue que el carbono de esa materia orgánica llegó a la atmósfera, iniciándose de este modo el ciclo de intercambio e interdependencia. De la atmósfera fue captado por organismos simples, que aprovechando la energía solar a través de la fotosíntesis, lo absorbieron en su interior, constituyendo moléculas orgánicas. La posterior degradación de los mismos, esparció el carbono y se depositó en las rocas, en los suelos y en las profundidades marinas. Lentamente, una pequeña proporción se fue acumulando en los sedimentos como carbón reducido, que posteriormente llegó a constituir el carbón mineral, el petróleo y el gas de carbono. Se completó así el ciclo: CO2 expulsado por los volcanes, utilización de él por los primitivos seres vivos y depósito en la tierra. Mientras tanto el carbón atmosférico que se fue acumulando, fue produciendo en función del tiempo un efecto invernadero (El efecto invernadero), lo que permitió que la Tierra fuera adquiriendo una temperatura adecuada, lo que a su vez permitió, que nuevos organismos se fueran desarrollando y evolucionando.
En un comienzo la atmósfera no contenía oxígeno. Pero tal vez hace 3.000 millones de años, los primero seres vivos desarrollaron la fotosíntesis y con ello comenzaron a liberar oxígeno, con lo que paulatinamente la atmósfera se fue enriqueciendo, hasta llegar a la composición que ella tiene en la actualidad (La estructura de la atmósfera de la Tierra). Con ello se desarrollaron nuevas formas de vida que toleraban el oxígeno libre, y nuevos seres vivos fueron evolucionando, hasta que apareció el hombre(Los antepasados de la especie humana).
Esta es la maravillosa historia que hoy estamos viviendo. Es muy posible que seamos los únicos afortunados del Universo, en que todo se dio para que ello sucediera. No podemos afirmar ni negar que ello pudiera haber sucedido también en otra parte del Universo. Pero cualquiera que sea la realidad, los creyentes tenemos que agradecer este gran regalo, que es el existir, y con ello la felicidad que lleva implícita
Me he detenido a describir este ciclo para enfatizar cómo se fueron conjugando durante tan largo tiempo los tan diversos factores que nos han llevado al equilibrio actual. Equilibrio, que sólo hoy tomamos conciencia que es inestable y que sobre él se ciernen amenazas.
Esto que llamamos atmósfera es sólo una delgada película de gas, que no tiene más de 10 kilómetros de altura. Ya al subir al monte Everest de 9 mil metros de altura, se hace muy difícil la respiración. Pero ello está cambiando, pero esta vez por acción del hombre; la quema de combustible fósil parece ser hoy una gran amenaza. Según los expertos, en la historia se habrían producido grandes choques con meteoritos, que alterando el equilibrio, habrían condicionado grandes extinciones (Extinciones masiva). Según ellos, hace 65 millones de años desaparecieron bruscamente los dinosaurios y muchas otras especies vivas (El peligro de los asteroides). Ello se habría debido a un choque de la Tierra con un meteorito de unos cuatro o cinco kilómetros de diámetro. Esto habría bastado para que una nube de tierra se hubiese levantado, cubriendo la superficie por algún tiempo, produciéndose una prolongada noche. Como consecuencia se habría detenido la fotosíntesis de los vegetales, lo que a su vez habría llevado a su muerte. Como resultado, murieron los dinosaurios y otras especies que no tuvieron de qué alimentarse. Relato esta historia para enfatizar cuán singular fue su génesis y cuán precario es el equilibrio que está condicionando la vida en la Tierra.
Ya somos muchos y muy descuidados
El hombre es un ser inteligente y como tal siempre ha tratado de explorar e investigar su propio medio ambiente y las leyes que lo rigen. Por ser inteligente ha ido acumulando conocimientos y los ha ido transmitiendo de generación en generación. En la historia de la humanidad podemos comprobar como paulatinamente ha ido acumulando un acervo de conocimientos, que de una u otra forma los ha ido transformando en conocimientos útiles para la sociedad.
Este proceso que durante muchos años fue lento y paulatino, bruscamente adquirió una velocidad explosiva. Ella se reflejó, a fines el siglo pasado, en lo que hemos llamado la revolución industrial. Durante el presente siglo, la generación de conocimiento nuevo ha estado alcanzando una velocidad aún mayor, influyendo directamente en nuestro sistema de vida. La aplicación de este conocimiento ha ido cambiando en forma sustantiva las condiciones de vida.
Desde luego, ha contribuido a disminuir los riesgos de su existencia en la Tierra, disminuyendo notablemente la muerte prematura. Como consecuencia de ello, presenciamos una tremenda explosión demográfica. Se calcula que en el año 1° de la Era Cristiana, la población del mundo alcanzaba aproximadamente a 200 millones de habitantes. Esta cantidad demoró 1750 años en llegar a duplicarse, para alcanzar 400 millones de habitantes. Hoy en día, como consecuencia de la explosión demográfica, la población del mundo está alcanzando 5.400 millones de habitantes, y se está duplicando cada cuarenta años.
Por otra parte, los mismos conocimientos nuevos han llevado a una intensiva y descuidada explotación industrial, que es la que ahora nos preocupa, porque está amenazando romper el delicado equilibrio del que antes hablábamos. Es decir, el deterioro del medio ambiente es la consecuencia del rápido crecimiento de la población del mundo, junto al descuidado uso de sus recursos y la intensiva explotación industrial.
Miremos por ejemplo, el exceso de producción de CO2, que al romper el equilibrio sería el principal causante del llamado efecto invernadero. En la atmósfera terrestre, el contenido que este gas es de 0.028%, pero en las últimas décadas éste ha estado aumentando en forma sostenida en aproximadamente un 4% anual. Las consecuencias no se han dejado esperar y parece que la Tierra entera ha venido sufriendo un proceso de calentamiento, por cuanto, como es sabido, el CO2 impide que los rayos infrarrojos se reflejen en la superficie de la Tierra y vuelva al espacio, produciendo así un fuerte atrapamiento del calor. El exceso de CO2, proviene de la quema de combustible fósil (carbón, petróleo, gas) y de los incendios. Se estima que en 1950, la producción de CO2 alcanzaba a 2.349 millones de toneladas. Hoy ya sobrepasa los 7.000 millones. Durante este mismo período de tiempo la población del mundo se ha más que duplicado, pero también ha aumentado la producción de CO2 per cápita (Creces, Octubre 1996, pág. 35).
En el efecto de invernadero, no sólo debe considerarse la producción de CO2, sino también la producción de metano, que también aumenta en relación al incremento poblacional, a los desechos agrícolas y al número de cabezas de ganado.
A pesar de que la mayor parte de la contaminación del aire proviene de los países industrializados, durante la presente década se ha intensificado también la emisión de CO2 en los países subdesarrollados y lo probable es que esta tendencia continúe. Más aún si la población continúa aumentando en ellos. Por otra parte, es en esos países pobres donde se está produciendo la mayor deforestación por quema de los bosques. Hay dos mecanismos por los que la deforestación incrementa la producción de CO2: la quema de la madera como combustible y los incendios de los bosques. Además, porque los bosques, dentro del equilibrio de la naturaleza, absorben el CO2 que los animales producen, restableciendo así el equilibrio de este gas en la atmósfera.
Según la FAO, en los últimos 15 años en los países subdesarrollados, se han perdido 125 millones de hectáreas de bosques, montes arbolados y bosques tropicales, sin contar con degradación del suelo que se está produciendo y la erosión de tierras marginales.
Según algunos expertos, dos tercios del aumento del CO2, se deben al crecimiento negativo de la población, de modo que si ésta continúa aumentando, podría llegarse a efectos desastrosos debido al aumento de la temperatura de la Tierra: grandes cambios climáticos, fusión de los hielos polares e incremento del agua de los océanos (Creces; Octubre 1996).
Tal vez como dato adicional, debemos señalar que en la medida que aumenta la población del mundo, disminuye la tierra dedicada a la agricultura, ya que ello lleva involucrado construcción de viviendas, lugares de esparcimiento, estructura educacional, salud, fábricas, oficinas, caminos, etc. Según se calcula, por cada nuevo habitante, se pierden 600 metros cuadrados de terreno agrícola y éstos están aumentando a razón de tres personas por segundo. Durante los últimos 15 años, se han perdido por este concepto, 59 millones de hectáreas de terreno.
Pero el aumento del CO2 no es el único elemento que está cambiando el delicado equilibrio de la naturaleza. La creciente y descuidada explotación industrial, empujada por un mercado ávido de bienes y consumos está llevando a una excesiva producción de sustancias tóxicas, que dañan el medio ambiente, mientras que la acumulación de desechos cada vez se hace más difícil de controlar. La lluvia ácida, consecuencia de lo mismo, está destruyendo la mayor parte de los bosques en Europa y también vemos en nuestro país cómo la falta de control y conciencia del problema, contamina el aire y agua de los ríos y del mar, afectando seriamente las condiciones de salud de la población.
En los últimos años se ha comprobado el agotamiento de la capa de ozono, creándose un agujero creciente en la zona de los polos. La capa de ozono es el único elemento que nos protege de los efectos dañinos de los rayos ultravioleta de la luz solar. Los compuestos responsables por este agotamiento del ozono son los denominados clorofluorocarbonos y halones, que son utilizados ampliamente en la industria de refrigeradores y acondicionadores de aire, en los propulsores de pulverizadores, usándose también como solvente para limpiar componentes de computadores, en la fabricación de espumas plásticas y en muchas otras aplicaciones.
¿Qué hay por delante?
Hasta hace tan pocos años, nadie podría haber imaginado que nosotros, los seres humanos, pudiéramos modificar el equilibrio de los diversos factores que condicionan la vida en nuestro planeta. ¡Todo había sido siempre tan estable! Pero súbitamente nos hemos dado cuenta de la inestabilidad del sistema y comenzamos recién a comprender las muchas singularidades que debieron ocurrir para que la vida fuera posible y para que en definitiva pudiéramos nosotros, los seres humanos, gozar de ella. De pronto nos damos cuenta del riesgo que corremos como consecuencia de nuestro propio comportamiento.
En la historia cósmica, el proceso vital ha estado siempre en riesgo y más de una vez se ha roto, retrotrayendo la evolución alcanzada, para más tarde volver a comenzar. El Cosmos es así, pero ahora la gran diferencia está en que somos nosotros mismos los que amenazamos el proceso. ¿Podremos evitarlo? o por el contrario ¿Será éste el ciclo que necesariamente la vida deberá seguir?.
Es indispensable una toma de conciencia a nivel mundial, que lleve a un cambio de actitud colectiva. Los problemas que estamos enfrentando son producidos por el hombre y por lo tanto, el hombre también los puede y los debe resolver. Sin lugar a dudas que la mayor responsabilidad corresponde a los países desarrollados. Estos países son los principales responsables del deterioro de la capa de ozono, del aumento del CO2 atmosférico, de la lluvia ácida, de la acumulación de desechos y la de producción de elementos tóxicos. Sin duda que los mayores esfuerzos deben realizarlos los 1.000 millones de habitantes que habitan el mundo pudiente. Ellos tienen los recursos y ellos tienen la posibilidad de generar conocimientos nuevos que pueden contribuir a controlar el desequilibrio.
La única solución posible está en la alternativa de que el género humano actúe inteligente y solidariamente, lo que implica un cambio de actitud del comportamiento individual y una generosidad de los que tienen más, para con los que no tienen nada. Ello involucra que el mundo desarrollado se decida a compartir su bienestar, cediendo algo de su calidad de vida en beneficio de los que se multiplican y sobreviven en condiciones muy precarias.
Hasta ahora, el ser humano ha sido capaz de adaptarse en forma increíble a los enormes cambios que el mismo ha ido induciendo durante los últimos tiempos. Sin embargo, la adaptación se ha producido por individuos o grupos de individuos. Ahora se ve frente a una nueva circunstancia, en que tienen que responder no como individuo sino como especie humana. ¿Está preparado para ello?.
Esa es la gran pregunta, de la que depende su destino y su felicidad de vivir.*