No es mi culpa, son mis genes
( Publicado en Revista Creces, Abril 1998 )

En nuestros genes no solo están impresas las características físicas, sino también nuestro carácter y nuestras condiciones intelectuales. Genes anómalos, condicionarían comportamientos anómalos. ¿Significa esto un determinismo que limita el libre albedrío?

Los genes ya están proporcionando a los abogados nuevos argumentos que ellos pueden utilizar en sus juicios. Hace poco más de un año, la noticia del cable comunicaba que en el Estado Georgia (USA), el abogado de un reo al que el fiscal pedía la pena de muerte, defendió a su cliente sosteniendo que los genes eran los culpables de la violencia de su defendido. El acusado, Stephen Mobley era un violento y así lo había demostrado desde su niñez. En su edad adulta, había cometido numerosos crímenes, cada vez más feroces y más violentos. La defensa se basó en que Mobley pertenecía a una familia violenta. Sus tíos, tías, primos y el resto de la parentela, habían cometido numerosos actos violentos, entre los que se destacan, robos con intimidación, violaciones, asesinatos, suicidios, etc. Según el abogado defensor, sus crímenes serían la consecuencia de su carga genética.

La argumentación del abogado podría pensarse que era pueril, pero sin embargo, tienen una base científica, y podría abrir el camino para una inédita línea de defensa frente a las Cortes. Ya son muchas las evidencias científicas que en nuestros genes no sólo están impresas nuestras características físicas, sino también las condiciones propias de nuestro carácter y personalidad.

Con el avance de la genética y la individualización de genes específicos que codifican (ordenan la producción) proteínas determinadas que actuarían en las neuronas, parecería confirmarse que determinadas respuestas emocionales, serían el resultado de diversas reacciones bioquímicas que tienen lugar a ese nivel. Es así como cada día se están publicando nuevos trabajos en que se individualizan genes específicos que determinan el comportamiento y carácter de las personas.

Es interesante lo que se ha descrito en una familia holandesa, en que sus miembros tenían una marcada tendencia a comportamientos agresivos. En los individuos violentos de esa familia, se descubrió un gen anormal ubicado en el cromosoma X. Se trataba de un gene que codificaba una enzima: la "monoamino oxidasa", que normalmente en las células cerebrales degrada diversas sustancias químicas, como la serotonina, la noradrenalina y la dopamina. En los miembros violentos de esta familia, se encontraron anormalmente elevadas en la sangre estas sustancias químicas, y según los autores probablemente también lo están en las células cerebrales. Experiencias en ratas demuestran que la elevación de estas sustancias químicas en el cerebro, condicionan estados violentos de ellas (New Scientist, Junio 12, pág. 7, 1993).

En la medida que se conoce la bioquímica cerebral, se ha estado afirmando por ejemplo, que los distintos estados de ánimo y también el comportamiento de un individuo, no son otra cosa que el producto de reacciones químicas a nivel de las neuronas. Se ha descrito que individuos que cometen suicidios presentan una elevación anormal en el cerebro de varios neurotransmisores. También los estados depresivos, han sido atribuidos a determinados genes. David Skuse, un psiquiatra infantil del Institute of Child Health en Londres, dice haber evidenciado la existencia de un gen o grupo de genes en el cromosoma X, que juega un importante rol en el comportamiento social, como simpatía y facilidad para hacer amigos (Nature, vol.387, pág. 705, 1997). Otros investigadores afirman haber descubierto un gen, también en el cromosoma X que condiciona la homosexualidad. Es decir, el homosexual, no sería tal por su libre decisión, sino la consecuencia de una instrucción genética equivocada (Science, vol. 261, pág. 291, 1993. Science, vol.268, pág. 1841, 1995 y Science, vol. 268, pág. 1571, 1995).

El hecho es que con demasiada frecuencia, durante los últimos dos a cuatro años, han estado apareciendo en la literatura diversos trabajos que relacionan genes específicos con las más variadas alteraciones del comportamiento humano. A su vez, estudios hechos en animales relacionan comportamientos específicos, con genes también específicos. Así se han descrito genes que condicionarían el comportamiento altruista, o por el contrario el comportamiento egoísta, o el grado de responsabilidad parental de los miembros de grupo familiar. De confirmarse todos estos estudios podríamos imaginar por ejemplo, que en el futuro, frente a un litigio por la custodia de los hijos, el juez llegará a pedir un test genético para determinar cual de los miembros de la pareja es más confiable. Podríamos imaginar también, que para obtener un empleo, se llegue a solicitar al candidato que certifique mediante tests genéticos, las condiciones de su carácter: si es muy tímido, o es muy flojo, o como en el caso de Mobley, para determinar frente al juez su responsabilidad por actos delictuales.


Las acciones de los genes en conjunto hacen difícil discriminar

Pero todo parece indicar que aún estamos lejos de llegar a esto, ya que el problema parece bastante más complicado y difícil de demostrar. Desde ya, hay que decir que los trabajos científicos realizados en seres humanos, que relacionan un gen específico con un determinado comportamiento, son difíciles de realizar y más difícil aún confirmar. Tanto es así que este tipo de trabajo parece tener un verdadero ciclo, ya que más tarde otros equipos de investigadores que repiten la misma experiencia, no tienen iguales resultados, con lo que frecuentemente se inicia una controversia. Un poco irónico, Jeff Hall, un neurogenetista de la Universidad Brandeis en Waltham, Massachusetts, comenta que "la vida media de cada una de estas historias es de seis meses y luego pasan al olvido" (New Scientist, Noviembre 8, pág. 48, 1997).

El hecho es que no hay consenso. A muchos genetistas del comportamiento les cuesta aceptar que sólo un gen sea el que decida un determinado comportamiento. Sin embargo, hay acuerdo que la relación entre genes y comportamientos realmente existe pero que esta relación es muy compleja. Es poco probable por ejemplo que un solo gen explique la timidez, y otro la audacia y así sucesivamente para otras condiciones de carácter y comportamiento. Pareciera más bien que en cada proceso psicológico, a nivel cerebral, son muchos los genes que actúan simultáneamente. A ello habría que agregar todos los factores ambientales que evidentemente influyen también en el comportamiento, de modo que predecir la personalidad de alguien a través de un test genético, estaría todavía en el área de la ciencia-ficción.

Según Steven Hayman, un neurobiólogo molecular y Director del National Institute of Mental Health, cerca de Washington, piensa que el proceso es muy complejo, ya que en él necesariamente deben actuar simultáneamente genes no lineales, interactuando también genes y medio ambiente, y que por lo tanto por ahora no es posible determinar la contribución de genes específicos.

Sin embargo, otros investigadores son más audaces, y piensan que nada en la genética del comportamiento es demasiado complicado como para que en el futuro nuevas tecnologías permitan aclarar el proceso. Algunos aceptando la compleja interacción gen-ambiente, creen que dentro del proceso existirían genes más decisivos y determinantes para un comportamiento preciso. Sin embargo, si aún estos genes de "mayor efecto" existieran, el individualizarlos sería como tratar de separar en una sinfonía, tocada durante una tormenta, la contribución de cada instrumento.

En este símil, la tormenta corresponde a la enorme influencia del medio ambiente sobre el comportamiento. El medio ambiente incluye en cualquier cosa, desde la exposición del feto a hormonas sexuales en el útero (ambiente intra uterino) (Creces, Octubre, pág. 7, 1996), hasta la influencia de una vida privilegiada, o por el contrario la de una abyecta pobreza, con todo lo que estaría involucrado en uno y otro caso.

Pero tampoco hay que pensar que sólo el medio ambiente es el que condiciona el comportamiento humano, olvidando el rol de los genes. En este sentido un estudio de Robert Plomin, genetista del comportamiento del Instituto de Psiquiatría de Londres (Science, vol. 276, Junio 1997), y que ya comentamos en Creces (La genética de los padres y el cerebro), demuestra la enorme importancia de los factores genéticos en la expresión de las habilidades mentales. El autor y sus colaboradores, comparan las capacidades mentales de ancianas gemelas no idénticas (que comparten todos sus genes), con los de ancianas gemelas no idénticas (que comparten sólo el 50% de los genes), encontrando que después de 80 años de vida, el 60% de sus habilidades mentales está condicionada por la genética, y el 40% por el medio ambiente, es decir, después que el medio ambiente ha estado actuando por ochenta años, aún los factores genéticos son más importantes.

El fondo de este estudio, señala que las características personales, como timidez o alegría, los genes tienen una enorme influencia. Sin embargo, coincidiendo con Hamer, duda que hubiesen genes de "mayor efecto". En todo caso, señala Plomin, "separar la contribución de genes del que pueda ejercer el medio ambiente, es prácticamente imposible".

Pero aún cuando los genes parecen jugar un rol importante en el comportamiento humano, tratar de encontrar su contribución individual de cada uno de ellos, es una tarea muy difícil. Es fácil ver la influencia genética en el color de los ojos, pero es casi imposible en las condiciones del carácter, que de por sí son difíciles de definir. Como por ejemplo ¿podría definir un carácter amistoso, o el carácter adaptable a los cambios?. Más aún si se pudieran definir, ¿Cómo se podrían cuantificar?. La mayor parte de las características del comportamiento varía sólo en grados: una persona podría ser muy tímida o muy sociable, o podría tener un carácter mixto, lo cual es prácticamente imposible de cuantificar.


Los estudios en animales

Ante la imposibilidad de poder avanzar en estudios que involucren a los seres humanos, los investigadores han preferido ir por el camino de la investigación animal. En ellos se puede también estudiar el comportamiento y simultáneamente relacionarlo con algún gen específico, para ello ya existen las tecnologías de manipulación genética adecuadas.

Especialmente se presta para estudios genéticos la mosca de la fruta, ya que posee seis cromosomas grandes y además tienen un ciclo vital muy corto, lo que facilita los estudios de transmisión genética transgeneracional. Así se ha descrito en ellas un gen que se ha llamado "forrajeador", que al codificar una enzima que le ayuda a recibir mensajes en sus neuronas desde mayor distancia, le permite alejarse mucho del hogar. Las moscas que no tienen este gen, tienen que quedarse en casa. Marla Sololowski de la York University en North York y sus colaboradores, afirma que la misma enzima existe también en los seres humanos (New Scientist, Noviembre 8, pág. 48, 1997). Claro que esto no permite sacar ninguna conclusión, dada la enorme diferencia entre el cerebro de una mosca y el cerebro humano. Pero en este caso pareciera que un gen, determina un comportamiento (moscas desarraigadas y moscas hogareñas).

Pero no sólo hay estudios en insectos, sino también en mamíferos, en que se relaciona un determinado comportamiento con un gene responsable específico. Así por ejemplo, Jeniffer Brown y sus colaboradores, comunicaron la individualización de un gene en la rata, que condiciona el instinto maternal (Cell, vol. 86, pág. 297, 1996). Ellos logran inactivar este gene en ratas hembras, observando que con ello la madre pierde el instinto maternal y no se preocupa de sus crías, las dejan abandonadas y mueren. Los autores individualizan este gene con la sigla "fosB", y también señalan que un gene de estructura muy parecida a este, existe en la especie humana.

Más interesante aún es lo que se ha descrito en un tipo de ratón campestre (vole), donde parecen existir dos tipos de comportamientos. Uno de estos tipos habita en las praderas del Este de los Estados Unidos, y se caracteriza por ser muy dedicados a su pareja y al cuidado de las crías. Habitualmente la pareja se mantiene unida y tiene varias camadas. Ellas cuidan y mantienen las crías en la madriguera, hasta completar su desarrollo.

En contraste, hay otros ratones campestres, de la misma especie (vole), que viven en las montañas rocallosas, y se caracterizan por tener un comportamiento muy promiscuo, sin lazos sociales de ninguna espacie. Viven solitarios y fácilmente abandonan a sus crías a edades tempranas. Según Thomas Insel, un neurocientista de la Universidad de Emory en Atlanta, estos dos tipos de ratas, con un comportamiento familiar tan diferente, sólo difieren en un gen, que codifica un receptor para una hormona en las células cerebrales (New Scientist, Noviembre 8, pág. 46, 1997). ¿Podría ser también que en los humanos, la diferencia de un gene condicione un comportamiento tan diferente?. Hasta esa fecha no parece haber sido demostrado. La única forma definitiva de demostrarlo sería actuando sobre un gene, ya sea potenciándolo e inhibiendo su acción (tecnología que ya se conoce), y con ello detectar modificaciones del comportamiento. Claro que esto tiene limitantes éticas, por lo que es improbable que este tipo de experimentos llegue a hacerse con seres humanos. En todo caso, en animales ya se ha hecho, como es el caso de ratas que pierden su instinto maternal.

Probablemente, en el futuro, nuevos estudios experimentales en animales nos ayudarán a confirmar o rechazar los hasta ahora conocidos. Por ahora debemos seguir pensando que el comportamiento es la resultante tanto de las experiencias personales como también de la carga genética. Esta última sin duda que condiciona tendencia en el carácter, limitando o estimulando determinados comportamientos. Cuantas veces oímos frases como: "este niño saco el carácter de su padre". Si esto constituye o no una limitación del libre albedrío, está sujeto a interpretaciones personales. Lo que no se puede negar, es que desde el punto de vista genético, no hay dos individuos iguales, física o intelectualmente hablando. Tal vez a esto se refiere el evangelio, cuando dice que "seremos juzgados de acuerdo a los "talentos" que cada uno de nosotros ha recibido del Señor". El problema está para los que deben administrar la justicia en la Tierra, que no pueden evaluar los talentos que se nos dieron a cada uno.



Bibliografía


A Neurological Basis of Social Attachment. T. R. lnsel: American Journal of Phsichiatry, vol. 154, p.726,1997.

Natural Behavior Polymorphism Due to a GMP-dependent Protein Kinase of Drosophila. K. A. Osborne and Cols: Science, vol. 227,p.834,1997.


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