Conozca el estrés
( Publicado en Revista Creces, Mayo 1997 )

Mario se despertó por la mañana otra vez cansado y sin ganas de levantarse. Mejor dicho, su cabeza se resistía cada vez más a comenzar el día; en cambio su cuerpo probablemente deseaba saltar de la cama, porque estaba adolorido por una noche malísima. Probablemente había dormido bastante, pero para realizar cualquier movimiento tenía que despertarse para hacerlo. Si no lo hacía, todo el tiempo se quedaba como enganchado en una posición, y se cansaba hasta el dolor muscular. Dado que a cada rato tenía que darse vuelta para cambiar de postura, dudó si realmente había conciliado el sueño alguna vez; sin embargo recordó haber soñado muchas veces. Su cabeza, por lo tanto, quería dormir, pero su pobre musculatura castigada le pedía un poco de ejercicio, caminar, una ducha.

En definitiva, Mario no se quería levantar, y sin embargo tenia que ir a trabajar. Lo dominaba una tremenda ambivalencia. Cuanto más sentía su responsabilidad, más quería tener un buen motivo para quedarse en la cama. No se sentía bien. Su memoria le traía a la nariz el aroma de un buen café, y este olor, en lugar de animarlo, le daba asco. "¿Y si resulta que tengo una hepatitis?", pensaba casi esperanzado. "Sería como una salvación, como si nada, sería un mes de baja por lo menos". No se le ocurrió pensar que era lo mismo que cuando uno iba al colegio, y enganchaba un buen dolor de garganta con fiebre el día que tocaba matemáticas.

A Mario esto le había pasado docenas de veces. Hoy pensaba en la hepatitis, en otras oportunidades había deseado un amago de infarto, una gripe, un ataque de "surménage" con diagnostico médico, cualquier cosa. Lo que no quería era enfrentarse con su trabajo, y cualquiera de estos motivos era bueno, y así de paso se dejaría cuidar. Pero al mismo tiempo que Mario temía esta hipotética situación de enfermedad, le angustiaba casi tanto como la deseaba. La historia siempre terminaba igual: "No puedo estar enfermo, me reemplazarían, pronto dejarían de necesitarme, y se desharían de mí. Tengo que aguantar como sea".

Mario tenía una crisis de estrés. Se debatía fuertemente entre presiones contradictorias, primero en su trabajo (deseaba enormemente tener responsabilidades, porque eso le permitía trabajar con un cierto status, pero al mismo tiempo no le dejaban ni ejercer de verdad sus responsabilidades, ni casi ningún tipo de iniciativa creativa en sus tareas), y luego con su propio organismo: "...ahora me enfermo para descansar, pero quiero estar sano para que no prescindan de mí, etc." De vez en cuando, recuperaba un gran dominio racional, y pensaba que eso que le pasaba a él no era nada, que habían muchos que estaban peor... Se lo decía a sí mismo para autoconvencerse, pero la verdad es que vivía su trabajo como una verdadera tortura, y estaba cada vez peor.

El estrés es una de las enfermedades laborales más difíciles de concretar, y al mismo tiempo más incapacitadas. Primero ataca la estabilidad emocional, luego acostumbra a producir cualquier tipo o variedad de somatizaciones, y finalmente puede incluso acabar con la resistencia del más sano de nuestros órganos internos. No es raro llegar a enfermarse de cualquiera de estas enfermedades con que Mario, en su desesperación, fantaseaba. O alguna otra, tanto da. Y como que primero se ha pasado, no infrecuentemente, por cualquiera - o un montón - de trastornos somatizados de origen desconocido (problemas digestivos, de piel, dolor de cabeza, tics, sensación constante de frío, astenia, trastornos visuales y largo etcétera). El pobre estresado ya hace tiempo que no sabe lo que es sentirse bien de manera habitual. De hecho, ya le cuesta distinguir entre encontrarse bien y encontrarse mal.

Muchos confunden estrés con "nerviosismo", con "cansancio" o con "agitación". No es lo mismo. El nerviosismo es un estado de inquietud, próximo a la emoción de miedo o de ansiedad, y que se puede producir, por ejemplo, en relación directa con un estímulo "que va a ocurrir". Podemos estar nerviosos delante de un examen, delante de un compromiso que no sabemos cómo vamos a cumplir. Una vez que desaparece el estímulo, también desaparece el nerviosismo. lncluso hay personas que se ponen nerviosas antes del estímulo, y de pronto, cuando lo tienen ya delante, se serenan del todo y lo afrontan con extrema atención, pero con tranquilidad.

También se confunde a veces "estar estresado" con "estar cansado". La alta concentración de trabajo, el poco descanso, o bien la atención continuada, pueden producir fatiga. Pero no necesariamente producen estrés. Cuando el trabajador fatigado o cansado se aparta de su trabajo, por lo general deja de pensar en él, descansa, y desaparece la fatiga. Si además trabaja en algo que es de su agrado, vuelve a él con fuerzas renovadas, y su rendimiento después del descanso sube rápidamente hasta muchas veces superar el que tenía antes de descansar.

La agitación es una forma particular de nerviosismo. Es la inquietud, la mezcla entre angustia y temor que nos despierta un contratiempo inesperado, y que nos mantiene en estado de alerta hasta que lo resolvemos o se resuelve solo.

De hecho, ninguna de estas emociones está necesariamente relacionada con el estrés. Pueden, sin embargo, sumarse al estrés, con lo cual el efecto desequilibrado se multiplica.

El estrés es el producto de tener - durante el tiempo suficiente como para vivirlo como "constante" y no como "puntual", y, repito, es más una cosa de vivencias que un dato objetivo- unos estímulos muy presionadores y de signo contrario. En el trabajo, se asocia frecuentemente a deseos contradictorios respecto a la propia carrera laboral o profesional. O también suele aparecer, de manera bastante común, en personas que viven situaciones de "caricias + castigos" de manera incoherente, o poca comprensión para el sujeto implicado.

Los trabajos en si no son tan productores de estrés como los relacionados con el jefe o con el equipo de compañeros. También son productores de estrés los deseos ambivalentes en relación al trabajo: gran tensión por subir y continuar subiendo, combinados con una ansia enorme de estar en casa y cuidar de sí mismo o de la familia, especialmente porque ésta se resiente de la presión laboral del sujeto en cuestión. Se acaba rápidamente por rehuir lo doméstico, refugiarse en el trabajo sin horario ni límites, y entonces uno de los estímulos estresantes pasa a provenir de los propios sentimientos de culpa.

No tiene por qué haber una diferencia entre hombres y mujeres en relación al estrés. De hecho, cuando la pujanza por lo profesional es fuerte y las espinas en el camino son abundantes, ambos sexos podrían estar igualmente amenazados por esta incómoda - y frecuentemente peligrosa - enfermedad de nuestro siglo. Parece ser, sin embargo, que el nerviosismo es más de mujeres, mientras que el estrés puede ser más frecuente en hombres. Me he encontrado con numerosos compañeros de trabajo que "sueñan con la oficina" todo el fin de semana (mal síntoma sin duda), mientras que las chicas parecían tener más facilidad por cambiar de tema, al menos el sábado y el domingo. Pero esto no es generalizable, y en otra oportunidad podemos profundizar más éste y otros aspectos del estrés.

Entretanto, tengamos en cuenta algo muy importante: al igual que todos los síndromes psicosomáticos en general, el estrés no debe ser subvalorado: hay una cierta tendencia, en algunos ámbitos, a relegar "lo psíquico" a un terreno de poca relevancia, y a achacar al enfermo la sola responsabilidad de su curación. Si la persona estresada comienza a poner en peligro su trabajo, sus relaciones, su seguridad al conducir, etc. ¿cómo podemos pretender que podrá él sólo con su organismo? El estrés es una anomalía que afecta tanto el ánimo como el cuerpo. Es un desequilibrio que podemos considerar al mismo tiempo etiología y enfermedad. Requiere ayuda especializada, y muchas veces la mejor puede provenir de un buen médico de cabecera.


Susana Tissler

Psicóloga

Barcelona-España


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