Las expectativas del desarrollo económico
( Publicado en Revista Creces, Junio 1998 )
Muchos piensan que ya las distancias entre desarrollo y subdesarrollo son tan grandes, que las posibilidades de superarla brecha parecen mínimas. Sin embargo, la experiencia nos enseña que es posible que por lo menos algunos países logren avances en poco tiempo. Para ello se requiere tanto de la comprensión y ayuda de los países desarrollados pero sobre todo, del propio esfuerzo de los países comprometidos.
En este último aspecto, durante los últimos años, ha habido ejemplos muy claros de progresos sustantivos de países pobres, debidos fundamentalmente al propio esfuerzo. Tal es el caso de los hoy llamados Tigres Asiáticos. Así por ejemplo, Corea del Sur, hace apenas 25 años, era realmente un país muy atrasado, sin recursos naturales y en que el 80% de su población estaba constituida por campesinos pobres, con un 40% de analfabetismo y con un ingreso per cápita de apenas 120 dólares anuales En tan poco tiempo, este país ha logrado ser competitivo en el mercado internacional de modo que sus exportaciones ya superan los 100.000 millones de dólares anuales. El esfuerzo fue fundamentalmente propio y se puede resumir en una sola frase: "una buena administración; aprovechando las coyunturas que el sistema económico internacional presentaba en ese momento". A través de ello, pudo implementar políticas eficientes destinadas a mejorar todas las infraestructuras básicas, modernizar sus sistema educativos en todos los niveles, como también mejorar sus condiciones de salud, saneamiento y vivienda. Es por eso que hoy ya no existe allí la pobreza extrema. Ello ha sido el resultado de una buena administración, unido a un gran y continuo esfuerzo de toda su población.
Progresos semejantes se están también observando en países como Tailandia, Malasia, Indonesia, Filipinas y también China. Es cierto que están pasando por una crisis, pero se recuperarán rápidamente, porque sus bases económicas son sanas. Las posibilidades también se presentan en diversos grados, en países como México (salvo la última crisis, y ya se está recuperando), Chile, Argentina y también Perú. En ellos hay posibilidades futuras ciertas, si progresa la eficiencia administrativa y se desarrollan estrategias destinadas a preservar y desarrollar el recurso humano. Todo ello supeditado al esfuerzo continuo de la comunidad entera. Pareciera ser que el desarrollo, más que una cuestión de dinero, es un asunto de recursos humanos, los que cada país debe lograr a través de la prevención del daño de la pobreza crónica y la capacitación y educación. Cada vez esté más claro que no hay diferencias de capacidades o virtudes de las diferentes razas humanas. Todas puestas bajo las mismas condiciones, tienen respuestas semejantes. La diferencia real ha estado hasta ahora en la desigualdad de oportunidades, que muchas veces por su cronicidad y duración transgeneracional, han llegado a dañar al individuo.
Como alguien dijo: «no es que hayan países desarrollados y subdesarrollados. Sólo hay países bien administrados y países mal administrados». Estos últimos han sido carentes de liderazgo, incapaces, sin visión ni planificación a futuro, y muchas veces deshonestos e irresponsables, donde no se gobierna, sino que sólo se busca el poder y el privilegio.
Claro que la comprensión y la ayuda de los países desarrollados es útil e indispensable, especialmente en la colaboración que favorezca la capacitación, la transferencia del conocimiento nuevo y sobre todo en el trato igualitario y justo en el comercio internacional donde puedan desarrollarse libre y eficientemente las economías bajo las reglas dé un real libre mercado.
La experiencia ha demostrado que mucho menos importante es la ayuda económica internacional. Los países del sudeste asiático que han logrado desarrollarse, no recibieron prácticamente ninguna ayuda internacional, ni tampoco de gobierno a gobierno. Esta, por el contrario, sólo se ha traducido en ayudas militares, de armas inútiles, cuyo uso cuesta mantener y sólo crea conflicto. Otras veces las ayudas a los países pobres, han ido al enriquecimiento e hipertrofia de sus burócratas, o lo que es peor, se malgasta en grandiosos proyectos en países que no tienen los recursos, ni los mercados para ello. Tal ha sido también la suerte de la mayor parte de las ayudas del Banco Mundial, cuyo impacto en el desarrollo ha sido mínimo (Tiempo de Desafío y Tiempo de Reinvenciones. Peter Drunker e lsao Nakauchi, Editorial Sud Americana S.A., Humberto I, 531, Buenos Aires, 1997).
Mucho más importante, ha sido la liberación de la economía dentro del mismo país y el desarrollo de la iniciativa privada, con capitales propios o de empresas extranjeras. No así las regulaciones excesivas estatales, ni la planificación centralizada.
En resumen, todo parece indicar que es posible mejorar la calidad de vida de todos. Este es el verdadero desafío que la humanidad tiene que enfrentar al iniciar este nuevo siglo. El éxito o el fracaso, sólo depende de dos factores, de por si complejos. ¿Están dispuestos los que tienen más y que también tienen el poder, a permitir que los que tienen menos también lo logren? y, ¿Podrá contar el subdesarrollo con gobiernos realistas y eficientes que aúnen el esfuerzo mantenido de todos a lo largo tiempo?
Tal vez hoy en día en que el hombre ha progresado tanto y el mundo ha llegado a ser una aldea, se esté más dispuesto y más cerca de ello. Mal que mal, hoy estamos apretados en el mismo platillo volador, y lo que les suceda a unos, necesariamente va a repercutir en todos. Abandonar el subdesarrollo a su suerte, necesariamente traería en el próximo siglo efectos colaterales de presión poblacional y daños progresivos en el ecosistema, que también van a afectar a los ricos: talas y desaparición de árboles y bosques, roces de pastos y hierbas, avances de la desertificación, erosión por sobre-explotación de tierras marginales, además de mayor contaminación atmosférica y drásticos cambios climáticos, de consecuencias insospechadas, si es que el hambre se extiende.