La familia de hoy: ¿Educa la sexualidad de los hijos?
( Publicado en Revista Creces, Enero 1992 )

En un mundo que ha presenciado acelerados cambios en la pauta de comportamiento sexual (al menos en apariencia), la educación de los niños y adolescentes en este aspecto de la vida recae básicamente en la familia. Pero no siempre están dadas las condiciones para que ésta cumpla adecuadamente ese papel.

Cada día se reúne mayor evidencia empírica en torno a la significativa influencia que tiene la familia en el desarrollo del niño y en los patrones de conducta que él vivirá desde su adolescencia. Se plantea que la forma en que se estructuran las relaciones primarias entre el niño y los miembros de su grupo social familiar podrían ser considerados <>, (López de L. y col., 1983). Existe consenso respecto de que la familia constituye el contexto natural en el cual se deberían no sólo satisfacer las necesidades biológicas básicas de un individuo, sino también, y muy ligadas con ellas, las necesidades afectivas básicas de incorporación, control y afecto. Hoy se señala que es la familia el lugar en el cual se satisface el <> y por ende es ella la responsable del desarrollo de la identidad personal, de la formación de roles y responsabilidades sociales, entre los que se encuentra muy particularmente destacado el rol sexual y las responsabilidades que de este rol emanan, para con el individuo y la sociedad a la que pertenece (Ackerman, N., 1977).

Por otra parte, información estadística a nivel mundial y a nivel nacional permite observar un alarmante crecimiento del porcentaje de nacimientos de hijos de niñas solteras menores de veinte años (FNUP 1991). En Chile los índices biodemográficos corroboran lo anterior. El porcentaje de niños ilegítimos de madres adolescentes habría aumentado de un 29,6% aun 58,2% entre los años 1965 y 1987 (Viel B. Y Campos W., 1989).

En otros estudios realizados a nivel nacional, también estrechamente vinculados con el ámbito de la sexualidad, se entregan antecedentes que, en conjunto, permiten inferir que los niños y adolescentes del país necesitan recibir apoyo en esta materia. Un estudio realizado con una muestra de 3.000 alumnos de 5° a 8° años de enseñanza general básica provenientes de establecimientos educacionales de niveles socio-culturales alto, medio y bajo permiten señalar, entre otros, que el conocimiento de la dimensión biológica de la sexualidad es deficiente, alcanzando un nivel de logro aproximado del 45%. La medición de la actitud que presenta el escolar básico en relación con aspectos de la sexualidad tales como el pololeo, matrimonio, relaciones genitales prematrimoniales y el aborto mostró un valor de logro equivalente a un 60%. Este porcentaje permitió observar una carencia de formación respecto de la actitud de los niños hacia los aspectos antes mencionados (Proyectos DIUC90/011). Además, estudios realizados en estudiantes de enseñanza media indicaron que estos adolescentes tienen un 67,7% de conocimientos relacionados con reproducción y un 26,6% de conocimientos de sexualidad son erróneos o se ignoran. En este estudio se indica también que las fuentes de consulta señaladas por el grupo encuestado son los profesores o los amigos, según los niños provienen de colegios fiscales o particulares respectivamente. En ambos tipos de establecimientos es notoria la ausencia del padre como informante y consultor (Molina, R., 1986).

Frente a esos antecedentes, y a otros equivalentes provenientes de países desarrollados, se ha generado un conjunto de estudios empíricos que están señalando a la familia como uno de los más centrales agentes educativos que impactan, voluntaria o involuntariamente, en el desarrollo de la sexualidad de sus hijos y en las conductas sexuales que ellos podrían vivir en la adolescencia.

En virtud de esos antecedentes, pareció importante hacer el intento de sistematizar informaciones provenientes de estudios realizados en torno a la relación existente entre la familia y su tarea de educar la sexualidad.

En este artículo se entregará información para dar respuesta a dos interrogantes centrales:

I.- ¿Es necesario educar la sexualidad?

II.- ¿Educa la familia la sexualidad de los hijos?


I. ¿Es necesario educar la sexualidad?

Frente a esta interrogante es posible encontrar tres grupos de posiciones personales. Algunos adultos piensan que no es necesario hacerlo porque ellos <>, y nadie tuvo que explicarles nada al respecto. Otro grupo de personas plantea que es necesario porque hoy los niños y los jóvenes piden orientación al respecto, pero ellos sienten que les faltan argumentos para orientar. Un tercer grupo tiene dudas porque, si bien ellos no recibieron ayuda en este aspecto se dan cuenta de que hoy, con los cambios que ha tenido la estructura familiar, la evolución de los comportamientos sexuales del mundo contemporáneo, entre otros hechos, se ha estimulado la necesidad del niño y del joven en relación con este tema, quienes requieren que el adulto les entregue patrones de comportamiento y explicaciones respecto de la sexualidad y las variables que conlleva.

Sea cual fuere la postura del lector, este artículo le aportará antecedentes para que en forma fundada pueda decidir libremente acerca de la conveniencia de educar a sus hijos respecto de este controvertido tema.

En primer lugar parece conveniente señalar que la sexualidad es una realidad polivalente que comprende, entre otros, aspectos biológicos, psicológicos, socioculturales, éticos y educativos. Cada uno comporta una cierta complejidad y para evitar posiciones simplistas se procederá a realizar un examen breve de las dimensiones biológicas, psicológicas y socioculturales de la sexualidad.


Dimensión biológica de la sexualidad

En todos los seres vivos los factores biológicos relacionados con la función procreativa vienen determinados genéticamente. En los seres vivos del reino animal, que tienen cuerpos pluricelulares complejos, la función procreativa es regulada por un sistema hormonal. Ellos no necesitan aprender a administrar sus energías vitales tendientes a la reproducción porque la naturaleza los ha provisto de señales biológicas que les anuncian cuándo y cómo deben realizar sus conductas sexuales. Los animales tienen un instinto que regula su comportamiento. En el hombre, este instinto, genéticamente determinado en otras especies, es un impulso. El impulso sexual del hombre, a diferencia del instinto, no sólo se relaciona con la fuerza hormonal de aquél, sino que está regulado por la corteza cerebral. Este impuso sexual adquiere en el hombre dos funciones. Una, que comparte con el instinto, es la función procreativa. La otra, que lo diferencia del instinto, es la función unitiva.

Es por la función unitiva por la que el hombre (y la mujer) necesitan aprender a regular sus impulsos sexuales, toda vez que siempre ellos conllevan la posibilidad de procrear una nueva vida. Frente a esta posibilidad el hombre debe utilizar su razón y con ella puede optar acerca de la conveniencia o inconveniencia de asumir el compromiso de procrear y cuidar de sus hijos. Esta posibilidad no es inherente al instinto, toda vez que este no incorpora a la corteza cerebral en su funcionamiento y por tanto, ya desde lo biológico, parecería importante apoyar al niño respecto a su sexualidad.


Dimensión psicológica de la sexualidad

Este aspecto da el sentido a la sexualidad del hombre y, como todo en él, se desarrolla paulatinamente. El niño psicológicamente necesita ir haciendo suya la sexualidad que genéticamente le pertenece. A muy temprana edad él debe tomar conciencia acerca de sus órganos reproductores, reconociendo sus genitales externos. En una etapa muy posterior el prepúber empieza a ampliar el conocimiento acerca de su funcionamiento. Sin embargo, tomar conciencia de los aspectos biológicos de la sexualidad es sólo uno de los puntos que psicológicamente el niño debe internalizar. El también debe tomar conciencia de su identidad sexual y de su rol sexual. Hoy se plantea que la adquisición de ambos aspectos de la sexualidad es función de la familia.

Hasta los años cincuenta sólo la corriente psicoanalítico se había ocupado de este aspecto; sin embargo, en las últimas décadas se han incorporado al estudio corrientes psicológicas conductistas y cognitivistas. Estas diferentes corrientes psicológicas tienen diferencias fundamentales respecto de la descripción de estos procesos y de la terminología usada.

Para la corriente psicoanalítica, llegada la fase genital, el niño estaría biológicamente orientado a preferir sexualmente al progenitor del sexo opuesto, mientras sus sentimientos no son claros para con el padre de su propio sexo. El miedo a perder el objeto amado lo lleva a renunciar a su sentimiento de rivalidad y, por el contrario, comienza un proceso de identificación con su figura. El niño o niña desea ser como su padre o madre respectivamente. En el marco de esta explicación psicoanalítico del proceso de adquisición de identidad y rol sexual, los mecanismos centrales serían la identificación con el progenitor del propio sexo y la interiorización de él.

Esta explicación, a la luz de antecedentes empíricos, parece no dar respuesta satisfactoria a la forma como se logra integrar a la personalidad estos dos aspectos de la sexualidad. Por una parte, supone la universalidad del Complejo de Edipo, y por otra, si se consideran las etapas cronológicas, señaladas en esta misma corriente, del desarrollo sexual, este proceso tendría lugar entre los tres y seis años. Estudios realizados demuestran que a los tres años los niños ya tienen clara su identidad y rol sexual (Money y col., 1957,1975).

Desde las teorías del aprendizaje social el proceso de sexuación no depende de impulsos biológicos ni del desarrollo de estructuras cognitivas, sino más bien las conductas sexualmente tipificadas proporcionan gratificaciones a uno y otro sexo. Ellos señalan que los niños primero aprenden a distinguir patrones de conducta sexualmente tipificados, después generalizan estas experiencias y las transfieren a situaciones nuevas, y finalmente practican dichas conductas (Bandura y Walter 1965).

La práctica de las conductas, adquiridas por imitación, sería reforzada con gratificaciones.

A la luz de este planteamiento, es claro que el papel del ambiente es central para que el niño logre adquirir su identidad y rol sexual. Dependería de con qué se asocie el sexo, qué consecuencias tengan determinados comportamientos sexuales y qué modelos sexuales estén en el entorno del niño, el cómo éste asumiría la propia identidad y el rol sexual.

Aun cuando ya es posible vislumbrar el aporte de esta corriente psicológica a la comprensión de este proceso, tampoco concuerda plenamente con la evidencia empírica. No se ha podido comprobar que se recompense de forma diferente a los niños de las niñas por manifestar comportamientos sexuales apropiados antes de los cinco años (Bee, H. 1969); tampoco existe evidencia para señalar que el juicio cognitivo sobre la identidad cambia en razón de las recompensas (López, F., 11984).

Por otra parte, autores de orientación cognitiva señalan que la adquisición de la identidad y el rol sexual no está determinada por variables biológicas ni ambientales sino por la organización cognitiva del niño. Ellos señalan que alrededor del segundo o tercer año de vida el niño hace un juicio básico de su identidad sexual. El puede decir soy niño o soy niña. Sin embargo, la conservación de la identidad no tendría lugar sino hasta los 6 o 7 años.

Ellos señalan también que desde que el niño es capaz de reconocer que es niño o niña, empieza a organizar sus actitudes sexuales valorando positivamente lo referido a su propio sexo. Esta actitud le llevaría también a identificarse con su progenitor del mismo sexo (Kolberg, 1966).

Tampoco esta explicación sería satisfactoria completamente, porque de hecho la asimilación del estímulo, en este caso la figura del padre o la madre según se trate de un niño o una niña, implica variables afectivas. Es necesario que el niño tenga una relación positiva con su progenitor, que se podría traducir en el deseo de ser como él o ella. El juicio cognitivo ayudaría a inclinarse por una u otra figura de identificación pero no asignaría que se den las identificaciones y adopción del rol sexual deseado (López F., 1984).

En todo caso, aunque las explicaciones aportadas a la comprensión del proceso de adquisición de la identidad y del rol sexual sean tan diferentes en todas las explicaciones, es posible visualizar una coincidencia fundamental. La familia es el agente esencial en este proceso central del desarrollo de la sexualidad del niño. Si los modelos de identificación, referidos desde el psicoanálisis, o los modelos de imitación y refuerzos desde el aprendizaje social, o los modelos en los que reconoce su propia identidad desde la posición cognitivista, no son adecuados, el proceso de adquisición puede ser entorpecido. Efectivamente, es la familia el agente fundamental y el modelo de referencia para una buena aceptación de la identidad y el rol sexual que al niño le toca vivir.

Lo esperado, si el niño ha vivido en un ambiente familiar adecuado, es que se dé una relación armónica entre la identidad de género, es decir su autoclasificación como hombre o mujer, basado en la figura corporal y el rol sexual, que se refiere a los comportamientos, sentimientos y actitudes que culturalmente se consideran más propios del hombre o de la mujer. Sin embargo, no siempre ocurre así y se puede dar un continuum de problemas que se manifiestan desde una dificultad para asumir su rol sexual, rechazando el papel que la sociedad le asigna, hasta los casos de travestismos y transexualismos.

A la luz de estos antecedentes, que sólo intentan presentar la complejidad del aspecto psicológico de la sexualidad, se podría también vislumbrar la necesidad de apoyar intencionadamente al niño en el desarrollo de su sexualidad, enfocada ahora desde lo psicológico.


Dimensión sociológica de la sexualidad

Por otra parte, existe evidencia empírica que permite señalar que la adquisición del rol sexual está firmemente asociado a variables ambientales como las circunstancias culturales que caracterizan el grupo familiar. Se ha observado, por ejemplo, que cuando ambos padres son profesionales los niños tienen mayor dificultad para tipificar como roles masculinos o femeninos ciertas tareas que indistintamente realiza el papá o la mamá según las circunstancias, aun cuando culturalmente ellas se hayan asignado prioritariamente al ser varón o mujer (López F., 11984). Ahora, si bien el tomar conciencia del rol sexual es muy importante desde la dimensión psicológica, está estrechamente vinculado con lo sociológico porque a partir del clima generado por los padres en la familia se podría facilitar o entorpecer el aprendizaje no sólo de la identidad sexual y del rol sexual, sino la aceptación afectiva de ambos. Se ha demostrado, por ejemplo, que cuando la comunicación entre padres e hijos respecto de la sexualidad es fluida, la familia provee al niño de un modelo que le facilita expresarse en este aspecto, consultar sus dudas e inquietudes, desarrollando con ello actitudes responsables respecto de su sexualidad (Warren, C. y Neer, M., 1986).

Además, se plantea que si los padres descuidan el modelar a sus hijos la amistad y el dominio de sí, se dificulta para ellos en la adolescencia establecer relaciones heterosexuales, en las cuales no se expongan a comportamientos irresponsables respecto de su sexualidad (Sockett, H. y Alston, K., 1989; Fischer, T., 1988).

Tomando sólo algunos antecedentes relacionados con este aspecto se puede visualizar la compleja red de variables que actúan también sobre la dimensión sociológica de la sexualidad en desarrollo.

Después de realizar esta breve presentación de al menos tres de la dimensiones o aspectos que conforman la sexualidad, y sin la intención de imponer al lector una respuesta acerca de la conveniencia de educar la sexualidad, sí sería posible adelantar un comentario.

Vincular la educación sexual sólo a la entrega de información desde la perspectiva biológica estaría indicando una postura extremadamente simplista para abordar el problema.


II.¿Educa la familia la sexualidad de sus hijos?

Estudios realizados fundamentalmente en los últimos seis años permiten señalar que la actitud de los padres respecto de su propia sexualidad y el clima de comunicación que se establece entre ellos y sus hijos son las variables que mejor explican los comportamientos sexuales del adolescente.

Numerosos estudios demuestran que cuando los padres han sido la principal fuente de información y educación de la sexualidad de los hijos, éstos tienden a ser significativamente menos activos sexualmente antes del matrimonio y tienen pocos amigos del sexo opuesto en la adolescencia (Shah y Zelnick, 1981; Tot, 1981).

Sin embargo, aun cuando lo anterior es el ideal, no siempre es fácil esta tarea para los padres. Información empírica estaría explicando por lo menos parcialmente lo que ocurre. Existen tres razones por las cuales la familia no aborda la educación sexual de los hijos. Una noción de << negligencia benevolente>>, que induce a los padres a postergar su misión de responder las inquietudes naturales del niño para <>; el tabú que los lleva a rechazar todo lo relacionado con el sexo; y padres que evitan abordar el tema para disminuir discrepancias entre su comportamiento y las normas sociales imperantes respecto de la sexualidad (Allgeier, F., 11984). Junto a estas tres razones que podrían explicar en parte la ausencia de la familia en la educación sexual de los hijos aparece también el nivel de conocimiento de los padres respecto del tema y las creencias y vivencias que ellos han tenido en esta materia.

Si los padres conocen mejor el tema, abordan la educación sexual y no evitan compartir con sus hijos las preguntas e inquietudes que ellos manifiestan (Fisher, T., 1986). En cambio, si se sienten ignorantes o han tenido malas experiencias respecto de su propia vivencia de la sexualidad, evitan compartir este tema con sus hijos. Toda la evidencia que se está reuniendo apunta a señalar que la familia debe intentar asumir un rol protagónico e intencionado respecto de la educación de los hijos.

Se ha demostrado que así como la comunicación fluida y frecuente respecto de la sexualidad provee al niño de un modelo que le facilita consultar dudas e inquietudes relacionadas con este aspecto de sí, dándole mayor posibilidad de desarrollar actitudes responsables (Varren C. y Neer M., 1986), la comunicación defensiva o poco fluida en el núcleo familiar entorpece el proceso educativo de la sexualidad. Estudios demuestran que una mala comunicación entre madres e hijas provoca en las niñas disminución de su autoestima. Ambas variables, mala comunicación y baja autoestima, son una barrera para la educación sexual de las niñas (Rozema, H., 1986). En esta misma línea, se ha demostrado que las adolescentes provenientes de familias socioculturalmente desaventajadas suelen ser muy vulnerables y con muy alto riesgo frente a los embarazos precoces, vinculándose con este hecho la poca comunicación con sus madres y la baja autoestima que habitualmente se refuerza en esta situación (Helge, D., 1989).

Además, se ha demostrado que las actitudes sexuales de las madres, particularmente su orientación afectiva hacia la sexualidad, se relacionan positivamente con los comportamientos sexuales de hijas e hijos. La frecuencia de masturbación y experiencias orgásmicas de los hijos e hijas adolescentes se puede predecir en función de un continuum actitudinal que fluye desde una posición liberal a conservadora respecto de la vivencia de la sexualidad que manifiestan las madres. Las actitudes sexuales de los padres no se han podido correlacionar aún con los comportamientos de los hijos e hijas (Yarber, W. y Greer, J., 1986).

Frente a los antecedentes presentados se podrían plantear algunas conclusiones respecto del papel de los padres de familia y su relación con la educación sexual de los hijos.

En primer término parece indiscutible que los padres influyen en la sexualidad de sus hijos. Ellos, aun inconscientemente, a través de sus actitudes están modelando la identidad de varón o mujer. Unido a ello están mostrando roles que socialmente se atribuyen al ser de uno u otro sexo y además pueden estar, con sus propias vivencias, orientando a sus hijos efectivamente respecto de la sexualidad.

Frente a lo anterior cabe terminar con una nueva pregunta. ¿Está la familia preparada para desempeñar la importante tarea de educar la sexualidad?. Los antecedentes entregados al comienzo del artículo podrían ser una señal de alarma frente a lo que está ocurriendo. La familia necesita ayuda para desempeñar una tarea que le es propia y sin la cual toda la sociedad se ve expuesta a severos y dolorosos problemas, como el aumento del número de adolescentes embarazadas, de enfermos de SIDA y, tan lamentable como lo anterior, un aumento del número de abortos.



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